A
Alba y Andrea, por servirme de inspiración.
La historia que vais a leer, es fruto de mi enfermiza imaginación y del "querer saber más"... Todos los personajes (salvo algunas excepciones), son propiedad de ese genio llamado Stephenie Meyer. Gracias por prestarme vuestro tiempo. Espero devolveos el favor haciendo que disfrutéis.^^
ANNA PLAYLIST
lunes, 26 de noviembre de 2012
Existen
derrotas, pero nadie está a salvo de ellas. Por eso es mejor perder
algunos combates en la lucha por nuestros sueños que ser derrotados
sin siquiera saber por qué se está luchando.
A
orillas del río Piedra me senté y lloré. Paulo Coelho
Prefacio
El
prado parecía más repleto de gente de lo que jamás lo había
estado. Una enorme multitud de vampiros se preparaban para la que
parecía ser la lucha final. Les rodeaba una manada de lobos
gigantescos dispuesto a entrar en la contienda a la mínima
oportunidad.
Mi
mano se aferraba fuertemente al pelaje rojizo del lomo de uno de
ellos. Ese gesto me daba seguridad y confianza.
Tenía
la certeza de que muchos de los allí presentes no saldrían con
vida. Probablemente mis padres y tíos pereciesen. Incluso él
o yo misma. Pero no iba a estarme parada. Iba a luchar hasta que mi
corazón latiese por última vez.
Les
veía intercambiar palabras, pero éstas no llegaban a mis oídos. La
tensión agarrotaba mi cuerpo. Estaba más que preparada para entrar
en acción.
Y
en cuanto ví cómo uno de ellos se lanzaba hacia nosotros, no tardé
ni medio segundo en responder y lanzarme con fiereza hacia él.
La
batalla había comenzado.
Cap. 1 Pesadilla
Me
metí en la cama de un salto y le miré con una sonrisa tan enorme
que ocupaba casi toda mi cara. Era una rutina que llevaba
desempeñando prácticamente desde que nací. Y él sabía lo que eso
significaba: quería que me arropase, que se tumbase a mi lado y me
contase una de esas historias quileutes que tanto me gustaban. Jacob
me devolvió la sonrisa y se acercó lentamente a mi cama con los
brazos extendidos y moviendo los dedos.
—¡No,
Jake! -le
supliqué-.
Por favor. Eso
no.
No me gusta. No lo hagas Jake. ¡No!
Pero
de nada sirvieron mis ruegos. Él se lanzó sobre mí y empezó a
hacerme cosquillas. Al final ocurrió lo que tanto temía: me dio un
ataque de hipo.
—Te
dije ¡hip!
que
no lo hicieras ¡hip!
-le
dije mientras golpeaba su pecho con mis puñitos, convencida de que
apenas lo estaría notando-.
Esto ¡hip!
es por tu culpa ¡hip!
¡hip!
—¡Oh!
Vaya... Lo siento. Te prometo que no volverá a pasar.
—¡Hip!
¿Me
lo prometes?
—Te
lo prometo. No volveré a hacerlo más... ésta noche.
—¡Eso
¡hip!
no
vale ¡hip!
!
¡Tramposo!
Se
sentó al borde de la cama y me tapó la nariz.
—Ahora,
aguanta la respiración y empuja el hipo muy, muy abajo. Hasta que
notes cómo desaparece.
Cogí
una bocanada de aire e hinché los carrillos, cerrando los ojos para
poder concentrarme en hacer desaparecer esa horrible sensación.
Cuando por fin pasó, volví a tumbarme. Jacob me arropó y se tumbó
a mi lado.
—Y
ahora, a dormir.
—¡Jo!
¿Hoy no vas a contarme una historia?
—Hoy
no. Ya es muy tarde. Mañana te contaré una de las largas, ¿vale?
—Si
no lo haces no voy a poder dormir -le dije haciendo sobresalir mi
labio inferior-. Por favor.
—¿Cómo
lo haces para salirte siempre con la tuya?
—Pues
porque soy tu princesita y tienes que hacer lo que yo te diga.
—Vale,
vale -se incorporó e hizo una reverencia-. A sus pies, alteza.
Los
dos rompimos a reír. De pronto, Jacob se puso serio y volvió a
sentarse rápidamente en el borde de la cama. Mi padre entró pocos
segundos después.
—Tranquilo,
Jacob. Sólo vengo a darle las buenas noches.
—¡Papi!
-me incorporé y enrollé mis brazos en su cuello-. ¿Dónde está
mamá?
—Abajo,
hablando con la tía Alice.
—¿Lo
ves, Jake? Mamá y la tía aún no se han ido a dormir. Eso es porque
aún no es tarde.
Puso
los ojos en blanco.
—Cualquier
excusa es buena con tal de no dormirte.
—Vamos,
Nessie, vuelve a la cama.
—¡No,
papá! Aún no. No tengo sueño -apreté más mis brazos, pero él se
deshizo rápidamente de mi trampa y me metió de nuevo en la cama-.
¡Eso no es justo! Eres mucho más fuerte que yo. Vas a ver cuando
crezca. No podrás conmigo.
—Pues
entonces tendré que pedirle ayuda al tío Emmett.
—Pues...
-no sabía qué responderle. Emmett me parecía excesivamente grande
y fuerte. Un recuerdo vino a mi mente. Era un día soleado del pasado
otoño. Mi tío jugaba conmigo en el bosque. Los dos estábamos
cubiertos de hojas secas. Él estaba tumbado de espaldas sobre la
hojarasca y yo estaba de rodillas sobre su pecho, sujetando sus manos
mientras intentaba soltarse y quitarme de encima. Pero no podía
conmigo. Obviamente, Emmett estaba fingiendo, pero mi padre no tenía
por qué saberlo. Coloqué una mano sobre su mejilla para compartir
mi visión con él-. ¿Ves? ¡No le tengo miedo!
—Tienes
razón. Cuando seas mayor nadie va a poder contigo -sonreí triunfal
mientras él volvía a arroparme-. Pero aún tienes que esperar un
poco para eso. Por ahora, sigo siendo más fuerte que tú.
—¡Disfruta
mientras puedas! -le dije mientras Jacob trataba en vano de ahogar
una carcajada. Le había oído esa frase a Quil cientos de veces y me
pareció el momento oportuno para usarla.
—¿Qué
pasa aquí?
Mi
madre asomó la cabeza por la puerta y me miró sonriente. ¡Caray!
Ella sí que parecía una princesa. Era la más hermosa de cuantos
vampiros había visto, ¡y mira que había visto muchos a cada cual
más impresionante! Pero, sin duda alguna, era la mejor. Resultaba
imposible apartar los ojos de ella.
Cruzó
la puerta y se sentó a mi lado, junto a mi padre, en apenas medio
segundo. Coloqué mi mano en su cuello para hacerle saber lo que
pensaba de ella, que mostró su perfecta dentadura en una espléndida
sonrisa y me abrazó apoyando su frente en mi pecho. Cuando volvió a
incorporarse, miró a mi padre y a Jacob con curiosidad.
—¿No
me vais a contar el chiste? Os he oído reír y no he podido
resistirme a venir a ver qué pasaba.
—Lo
que pasa es que Renesmee no debería pasar tanto tiempo con sus
animales de compañía.
Jacob
le lanzó una mirada furibunda. Volví a levantarme y le froté el
entrecejo para deshacer el gesto de enfado que había aparecido en su
rostro. Él se inclinó y me besó en la frente.
—Papá
está enfadado porque sabe que de mayor voy a ser más fuerte que él.
—¿En
serio? ¿Y más fuerte que yo también? -asentí pletórica-. ¡Vaya!
—¡Y
más que Jacob! -recalqué.
—Sí,
sí. Qué más quisieras -me crucé de brazos y le miré estrechando
los ojos para parecer enfadada-. Vale, vale. Tienes razón -dijo
alzando las palmas de las manos como señal de rendición-. También
vas a ser más fuerte que yo. Vas a ser la más fuerte de todos.
—¡Bien!
-me lancé a abrazarle y él me estrechó con fuerza-. Voy a ser la
más fuerte de todos. Y nunca más podréis obligarme a dormir.
Pienso estar siempre despierta y me pasaré las noches con Jake
oyendo muchas, muchas historias.
—¡Eh!
Yo necesitaré descansar -me separé para poder mirarle y fruncí el
ceño-. Recuerda que yo no seré tan fuerte como tú y voy a
necesitar dormir para reponer fuerzas.
—Vale,
pero sólo un ratito.
—¿Un
ratito?
—Sí.
Como mucho… una hora.
—¿Sólo
una hora? ¡Puff! Eso es muy poco tiempo.
—Mmm…
Bueno, pues dos. ¡Pero ni una más! Que luego me aburro sola.
—¿Sola?
¡Pero si tienes a tus padres y a los demás! También puedes jugar
con ellos, ¿no?
—Sí,
ya lo sé. Pero contigo me lo paso mejor.
Cogí
sus manos y visualicé todas las cosas que solíamos hacer juntos y
lo mucho que me gustaba estar con él. Pude ver cómo se sonrojaba
mientras volvía a estrecharme fuertemente contra su pecho.
Mi
padre se levantó repentinamente tenso sorprendiendo a mi madre, que
nos miraba medio embobada. En ese momento no comprendí qué podía
pasarle. Ahora sé que debió de leer algo en la mente de Jacob que
no le gustó especialmente.
—Edward...
-mi madre sujetó su mano y le sonrió con dulzura. Cuando pareció
relajarse un poco, ella le soltó y se giró de nuevo hacia mí-.
Creo que ya es hora de dormir.
Esta
vez fue ella la encargada de meterme otra vez en la cama y arroparme.
—¿Puede
quedarse Jake? -mi padre tensó la mandíbula y él les miró de
reojo-. Sólo hasta que me duerma.
—Eso
deberías preguntárselo a él, ¿no crees?
Ella
le miró y ambos intercambiaron sendas sonrisas cómplices. Realmente
no era necesario preguntarle nada. Jacob siempre estaba dispuesto a
quedarse conmigo. De todos modos, le miré. Él asintió una vez. Mis
padres se levantaron.
—Buenas
noches, mami. Te quiero.
—Buenas
noches, cielo. Yo también te quiero.
Mi
padre se agachó a mi lado y me acarició el pelo.
—¿Papi?
—¿Sí?
—Me
alegro de que seas más fuerte que yo.
Estaba
convencida de que ése era el verdadero motivo de su enfado y me
sentía culpable. Él me besó mientras me dedicaba una de sus
sonrisas traviesas. La favorita de mi madre… Y la mía.
—Te
quiero mucho, princesita.
—Vaya...
Al final se va a acabar creyendo que es una princesa de verdad
—musitó Jacob.
—Lo
es, Jake -los dos se miraron sonrientes. Le dio un toque en el hombro
y se encaminó a la puerta junto a mi madre-. Buenas noches.
Cuando
nos quedamos a solas, Jacob apagó la luz y se acostó a mi lado,
pasándome un brazo por encima. Era agradable tenerle tan cerca
mientras fuera caía la nieve y rugía el viento. Saqué una mano y
comencé a enredar mis dedos en su pelo. Hacía tiempo que quería
preguntarle algo, pero siempre acababa avergonzándome y dejándolo
pasar.
Esta
vez, la oscuridad me dio la confianza necesaria.
—Jake
-aunque todo estaba en penumbras, noté la fuerza de sus ojos
clavándose en mí. Tragué saliva y traté de continuar-, ¿puedo
hacerte una pregunta?
—¡Claro!
¿Qué quieres saber?
—¿Tú
piensas que soy… rara?
-sentí
como el rubor se arremolinaba en mis mejillas-. Me refiero a que,
bueno, yo no soy como el resto de niños de mi edad.
De
pronto me puse triste. Nunca podría tener amigos, ni ir al colegio,
ni hacer las cosas normales que hacían el resto de niños. A mis
casi ocho años, en apariencia y mentalidad tenía bastantes más. Me
sentía un bicho raro.
La
mano que tenía apoyada en su antebrazo le hizo partícipe de estos
pensamientos.
—Claro
que no eres como los demás niños de tu edad -mi barbilla empezó a
temblar y tuve que luchar contra mis ganas de llorar-. Tú eres mucho
más especial.
—Sólo
lo dices para que me sienta mejor -las
lágrimas empezaron a desbordarse-.
Sabes que soy rara. Sólo quieres confortarme.
—¡No!
No digas eso, ¿me oyes? -me apretó contra él-. Tú no eres rara.
No lo eres.
—Sí
que lo soy. ¡Mírame bien! Usáis la palabra especial
para no decir la verdad. Y la verdad es que soy rara.
—Por
enésima vez: tú no eres rara. ¿Te has fijado en cómo te miran
todos? ¡Eres un encanto! ¡Qué más quisieran los niños de tu edad
que parecerse a ti aunque sólo fuese un poco! Eres lista, pareces
mucho mayor y eres muchísimo más hermosa que ellos… ¿Sabes?
Pensándolo bien, sí que eres rara. Eres rara porque eres
increíblemente especial.
—¿Lo
dices en serio?
—Por
supuesto.
—Entonces,
¿los demás niños me envidian?
—¡Sin
duda alguna! ¿Cuántos de ellos pueden presumir de tener a un hombre
lobo como mejor amigo?
—Mmm…
¿Ninguno?
—Ninguno.
Sólo tú. ¿Y sabes por qué?
—¿Por
qué soy especial?
—Eso
es… Nessie, ni yo ni nadie pensamos que seas un bicho raro. No
quiero volver a oírte decir eso nunca más, ¿entendido?
—Entendido
-me besó en la cabeza y me limpió las lágrimas-. Jake, ¿por qué
me siento tan bien contigo? Incluso mejor que con mis padres o con la
tía Rose. Pero, ¡eh! no les digas nada de esto a ellos, ¿vale?
Él
sonrió. Apuesto a que le habría encantado que Rosalie escuchase lo
que yo acababa de decir.
—Tranquila,
será nuestro secreto -dijo bajando la voz-. Y en cuanto a la
pregunta… Bueno. Verás, aún eres demasiado pequeña para
entenderlo, pero… Digamos que para mí eres incluso más especial
que para los demás. Prometo explicártelo mejor cuando seas un poco
más mayor.
—Está
bien -volví a juguetear con un mechón de su pelo-. ¿Jake?
—Dime.
—Tú
también eres muy especial para mí.
—Lo
sé -supe que sonreía porque noté estirarse la piel de su mejilla,
que estaba apoyada sobre mi cabeza-. Y ahora duérmete, ¿vale? Es
muy tarde.
Le
obedecí. Morfeo había hecho acto de presencia y los párpados
parecían pesarme toneladas.
Esa
fue la primera vez que tuve aquel extraño sueño. Supe que estaba
soñando porque las imágenes estaban envueltas en la característica
bruma. Estaba en el prado donde solía ir a cazar con mi madre y con
Jacob. Pero esta vez la escena era bastante diferente. Frente a mí
se encontraban Cayo, Marco y Aro. Éste último tendía su mano hacia
mí con una sonrisa inquietante. Yo no quería acercarme a él, pero
mis piernas avanzaban involuntariamente a su encuentro. El abuelo
Carlisle intentaba detenerme, pero antes de que pudiera alcanzarme
caía al suelo lanzando un terrible alarido.
Tras
los jefes de los Vuturis pude reconocer a mi padre y a mi tía Alice.
Pero no parecían ellos. Estaban ataviados con unas largas túnicas
oscuras y sus ojos tenían un extraño matiz rojizo. Me miraban
inexpresivos, como si fuesen dos estatuas. Su gesto me aterrorizaba.
Les escoltaban otros seres vestidos de forma idéntica entre los que
se encontraba Jane, que fijaba sus ojos en mí con su habitual
sonrisa angelical. Fue entonces cuando comprendí lo que le ocurría
a Carlisle.
Me
detuve y me giré. A mi espalda se encontraba el resto de mi familia.
Emmett, que sujetaba a Esme y a Rosalie, era quien estaba más cerca
de mí y también quien parecía más enfadado. Tenía los labios
retirados y mostraba toda la magnificencia de su dentadura,
dirigiendo una furiosa mirada a aquellos que se encontraban frente a
nosotros. A su lado, unos pasos más atrás Jasper permanecía
agachado junto a Carlisle, que se aferraba con fuerza a su brazo
intentando levantarse. Ninguno de los dos me quitaba los ojos de
encima. Justo detrás de ellos estaba mi madre. Al verla sentí una
aguda punzada de dolor. Miraba fijamente al suelo y, a pesar de que
era un hecho imposible, supe por el temblor de su barbilla que
lloraba.
—No
te lo pienses más, Renesmee -me apremió Aro-. ¿Es que quieres que
sufra alguien más?
Le
miré confundida y paseé mi vista por los alrededores con ansiedad.
¿Quién había sufrido? Estaba convencida de que no lo decía por
Carlisle. ¿Pero entonces…? Al seguir buscando caí en la cuenta de
que faltaba alguien. La vista se me nubló y mis piernas comenzaron a
temblar de tal modo que a duras penas podían sostenerme. Todo daba
vueltas a mi alrededor… ¿Dónde estaba Jacob? ¿Qué le habían
hecho?
Me
desperté aterrorizada. Jacob se había ido ya y el no verle me
alteró aún más. Salté de la cama y salí de la habitación. Todos
se me quedaron mirando cuando aparecí por las escaleras. Rosalie se
levantó y en un instante me tuvo entre sus brazos. Intenté
explicarles el sueño, pero el llanto me impedía hablar con
claridad. Aun así, ellos parecieron entenderme. Miré a mi
alrededor. Mis padres y Emmett no estaban. Supuse que habrían salido
de caza.
—¿Quieres
que vayamos a buscar a mamá? -me preguntó Esme. Yo negué con la
cabeza y oculté el rostro entre los pelos de mi tía. Mi madre
quería a Jacob casi tanto como yo. No quería asustarla.
—Esto
no me gusta -le oí decir a Alice.
Carlisle
la miró con escepticismo.
—Alice,
sólo ha sido un sueño. No debemos darle más importancia de la que
tiene.
—Acuérdate
de Bella, Carlisle. Sus sueños solían cumplirse a menudo. ¿Y si a
la niña le sucede lo mismo?
—No
todos se cumplían -replicó él-. Y los que lo hacían no eran
exactamente como ella los soñó.
—De
todos modos, Alice tiene razón -comentó Esme preocupada-. A mi
tampoco me gusta nada todo esto. Creo que deberíamos hablarlo con
Edward y Bella y permanecer alerta.
¿Era
eso cierto? ¿Los sueños de mi madre se cumplían? ¿Y si Alice
tenía razón y a mí me ocurría lo mismo? Mis temblores se
acentuaron y comencé a sollozar mientras le transmitía mis miedos a
Rosalie.
—¡Ya
está bien! -pidió ella-. La estáis asustando.
Todos
se quedaron callados. Con la cara oculta en el cuello de mi tía,
noté sus miradas puestas en mí y el efecto tranquilizante que me
estaba mandando Jasper. Esme se acercó a nosotros y Rosalie me
depositó con cuidado en sus brazos.
—Tranquila,
pequeña. No va a pasar nada.
—Pero
habéis dicho que... los sueño... mi Jacob... -el berrinche me hacía
hablar con dificultad.
—Nadie
va a hacerle daño a Jacob.
—¿De
verdad?
—Te
lo prometo.
La
dulce voz de Esme, junto a la seguridad que depositó en su promesa y
el poder de Jasper, lograron calmarme lo suficiente como para que
pudiera volver a dormirme.
Cuando
abrí los ojos de nuevo, era mi madre quien me sujetaba entre sus
brazos.
—¿Mami?
—Sí,
soy yo, Duérmete otro ratito, ¿vale? Aún es temprano.
Quise
contarle mi pesadilla, pero cuando fui a poner mi mano en su cuello,
ella me lo impidió.
—No
te preocupes, cielo, Ya me lo han contado todo -algo me decía que el
verdadero motivo de no dejarme enseñárselo por mí misma no era
tanto que ya lo supiera como que no quería verlo-. Sólo ha sido un
sueño. No debes estar asustada por eso.
—Pero
tía Alice dijo que a ti...
—Tú
no eres yo, Renesmee -su
voz se elevó de forma brusca. Al ver que me había asustado, sus
facciones se endulzaron-.
No tienen por qué pasarte las mismas cosas que me pasaron a mí.
Sinceramente, espero que no tengas que pasar por casi
nada de lo que pasé yo.
—Nadie
va a hacerte daño, mi vida -mi padre se agachó para estar a mi
altura-. Ni a Jacob tampoco, te lo aseguro. Sólo ha sido una
pesadilla. Pero te juro que si alguna vez te encuentras en verdadero
peligro, yo voy a estar ahí donde me necesites para ayudarte -hizo
un gesto con el brazo para abarcar a todos los que estaban en el
salón-. Todos vamos a estar ahí.
Traté
de sonreírle, pero sólo fui capaz de esbozar una mueca que en nada
se parecía a una sonrisa. Por mucho que intentasen consolarme, no
iba a estar tranquila hasta que no llegase Jacob.
—Debe
estar a punto de venir -susurró mi padre-. Vuelve a dormirte. Cuando
llegue te avisaré.
Esta
vez, mi débil sonrisa fue algo más definida. Cerré los ojos
intentando dormir. Los brazos de mi madre se amoldaban perfectamente
a mi cuerpo pero, pese a lo cómoda que estaba con ella, eran otros
brazos entre los que me habría gustado estar en ese momento. Unos
brazos más fuertes y robustos… e infinitamente más cálidos.
Por
suerte, no había conseguido dormirme aun cuando le oí llegar. Salté
de mi madre a él casi sin tocar el suelo.
Mi
respiración se agitó de felicidad y alivio.
—¡Hey!
¿Qué haces levantada tan temprano? -me preguntó mientras yo me
aferraba fuertemente a su cuello-. ¿Tanto me echabas de menos que no
podías dormir? -asentí de forma frenética. A pesar de su tono
burlón, su pregunta me pareció una afirmación de lo más
apropiada-. Estás bien?
Iba
a contarle mi horrible sueño, pero justo antes de que pudiera
mostrarle imagen alguna, mi padre me separó de él y me llevó a mi
cuarto
—¿Se
puede saber qué diantres está pasando aquí? -le oí vociferar
mientras nos alejábamos a toda velocidad.
Eso
mismo me preguntaba yo.
Hasta
que no estuve sentada en mi cama, no me di cuenta de que Rosalie
había venido con nosotros.
—Papi,
¿por qué me has traído aquí? Yo quiero ir abajo. ¡Yo quiero
estar con Jake!
—Ahora
podrás bajar. Pero primero tenemos que hablar con él.
—¿Por
qué no me has dejado contarle mi pesadilla?
Estaba
empezando a sentirme verdaderamente frustrada. Mi padre se inclinó y
sujetó mi cara entre sus manos con suma delicadeza.
—Verás,
Nessie. Ya sabes lo protector que es Jacob contigo y lo influenciable
que puede llegar a ser con todo aquello que tenga que ver con su
princesita. Si
se lo hubieses mostrado, probablemente habríamos tenido que salir
tras él para evitar que se enfrentase a los Vulturis él sólo
-aunque
sabía que estaba exagerando, me estremecí ante la idea y sacudí la
cabeza para alejar esa imagen de mi mente-.
Es mejor que se lo contemos nosotros -asentí
y puse mi mano en su mejilla-.
Jacob va a estar bien. Tú quédate aquí con la tía Rose. Enseguida
podrás bajar.
Él
desapareció tras la puerta y yo me quedé allí, inmersa en los
múltiples pliegues de la colcha.
Rosalie
intentó jugar conmigo, hacerme mimos, decirme adivinanzas… Pero al
ver mi poca predisposición, optó por cogerme en brazos y sentarse
en la cama mientras me acunaba como cuando era un bebé. Yo trataba
por todos los medios de escuchar la conversación que estaban
manteniendo en el piso de abajo pero el sonido me llegaba bastante
distorsionado a causa de la distancia. ¡Lo que habría dado por
tener el sentido del oído de cualquiera de los allí presentes! En
comparación con ellos, me sentía como si estuviese sorda.
Un
buen rato después oí sus fuertes pisadas ascendiendo a toda
velocidad por las escaleras. Cuando se abrió la puerta, volé a sus
brazos por segunda vez. Me apretujó mientras yo le transmitía mi
preocupación proyectando en su mente el fragmento de sueño en el
que yo le buscaba desesperada.
—No
hay nada de qué preocuparse, cariño -a
pesar de la enorme seguridad que destilaba su voz, noté cómo un
escalofrío recorría su cuerpo-.
Esas asquerosas sanguijuelas no me tocaran ni un pelo -Rosalie
soltó un bufido, pero él hizo caso omiso y siguió hablándome-.
Nadie va a hacerme daño, princesita. Pero lo que es más importante:
nadie va a hacerte daño a
ti.
—Me
da igual lo que me pase a mí mientras tú estés bien.
En
cuanto terminé de hablar me mordí el labio inferior y me giré para
mirar a Rosalie sintiéndome culpable por estar preocupada únicamente
por Jacob. Pese a que trató rápidamente de cambiar de expresión,
la sorprendí mirándonos enternecida. Le sonreí y añadí:
—No
quiero que os pase nada a ninguno
por
mi culpa.
—Tú
no tienes la culpa de nada, tesoro -dijo ella acercándose a
nosotros-. Además, sólo ha sido una estúpida pesadilla. No
entiendo por qué le dan tanta importancia.
Jacob
la miró sorprendido.
—¡Vaya!
Creo que es la primera vez que estoy de acuerdo contigo en algo -ella
le sonrió muy pagada de sí misma-.
No sabía que las de tu
clase pudieseis
decir cosas tan coherentes.
—¿Las
de mi
clase?
—Sí,
ya me entiendes. Me refiero a las… rubias.
Ella
volvió a besarme y, poniendo los ojos en blanco, me besó en la
parte superior de la cabeza y salió de la habitación murmurando
algo así como: “Maldito
perro pulgoso”.
Jacob se tronchaba de la risa y yo les miraba tratando de comprender
por qué se llevaban tan mal.
—¡Ups!
Se me había olvidado por completo… Oye Ness, ¿sabes que ha venido
conmigo alguien que quiere verte?
—¿A
mí? -intenté hacer memoria, pero juraría que le había visto
llegar solo- ¿Quién es? ¿Le conozco?
—Sí,
claro que le conoces. Te está esperando fuera.
—¿Fuera?
¿Y por qué no le dices que entre?
—Mmm…
Digamos que no es buena idea.
Me
quedé pensativa durante un rato. Ladeé la cabeza y me toqué la
barbilla, igual que le había visto hacer a él cuando tramaba algo.
¿Por qué quien fuese no iba a poder entrar a verme? ¿Cómo iba a
preferir alguien quedarse fuera, con el frío que hacía, en lugar de
entrar en casa?
Entonces
caí en la cuenta. ¡Claro! ¿Cómo no se me habría ocurrido antes?
—¡Es
Leah! ¡Es Leah! -coreé- ¿A que sí? ¿A que es ella?
—¿Cómo
narices has podido adivinarlo? -parecía realmente sorprendido, lo
cual me pareció a la vez absurdo y divertido.
—¡Fácil!
¿Quién si no ella no iba a querer entrar?
—Cierto…
-su cara adoptó un gesto tan estúpido que me hizo romper a reír-.
Bueno, ¿bajamos o no a verla?
Me
separé de él y comencé a tirar de su mano con todas mis fuerzas,
pero no se movió ni un milímetro. Le miré de forma interrogativa.
Él me pegó a su pecho con un leve tirón y me alzó del suelo.
—¿De
verdad piensas que voy a dejarte salir así con el frío que hace?
¿Es que quieres que tu madre acabe conmigo?
Se
acercó al armario, lo abrió y cogió mi anorak y unos calcetines
gruesos. Me puso de pie sobre la cama y me colocó el abrigo sobre el
pijama. Tuve que sujetarme a su hombro mientras me ponía los
calcetines y remetía en ellos la pernera del pantalón. Cuando
acabó, me examinó sonriente y me montó a caballito.
—Ahora
sí podemos bajar.
Cap. 2 Leah
Apenas
fui consciente de cuándo y cómo habíamos llegado a la calle hasta
que noté el gélido viento dándome en la cara. Pero el frio me daba
igual. Estaba ansiosa por ver a Leah.
Nuestra
relación había dado un giro de ciento ochenta grados. Si bien al
principio ella se negaba a tener cualquier tipo de contacto conmigo,
al igual que con el resto de mi familia, la cosa cambió radicalmente
cuando, tres o cuatro años atrás, ella me salvó la vida.
Había
salido de caza con Jacob y el resto de la manada. Leah también
venía, pero se mantenía a una distancia considerable de mi posición
–o eso pensaba yo-. Persiguiendo el rastro de un ciervo me acerqué
demasiado a los acantilados… tanto que cuando quise darme cuenta,
estaba colgando de uno de ellos. No pude frenarme a tiempo y caí al
vacío, con la suerte de que pude sujetarme al saliente de una roca.
Mis pequeñas manitas se aferraban a él desesperadamente, pero
apenas me quedaban fuerzas y las pocas que me quedaban las usaba para
llamar a Jacob. Su aullido ahogado sonaba demasiado lejos como para
que pudiese llegar a tiempo.
Fue
entonces, a punto ya de soltarme, cuando unas manos sujetaron las
mías y me depositaron en tierra firme. Yo mantenía los ojos
fuertemente cerrados, por lo que me abracé a mi “salvador”
sin
detenerme un instante a ver quién era, pero dando por hecho que era
uno de los lobos.
Mientras,
los aullidos de la manada sonaban cada vez más cerca. Sobre todo
aquellos que mejor conocía.
Me
sorprendí cuando escuché que la voz que me consolaba era la de una
mujer. Y la sorpresa fue aún mayor cuando abrí los ojos y vi que
quien me hablaba era la mismísima Leah Clearwater.
Las
anteriores ocasiones en las que había coincidido con ella, se había
limitado a mantenerse alejada de mí y a fulminarme con la mirada.
Por eso, jamás habría podido pensar que aquellas palabras tan
dulces saliesen de sus labios, y menos aún que estuviesen dirigidas
a mí.
Jacob
llegó varios segundos después exhalando un largo y agudo aullido.
Al estar él en su forma animal y Leah en la humana, no le había
sido posible comprobar si había llegado a tiempo de salvarme hasta
verlo con sus propios ojos. Mientras yo seguía abrazada a ella, me
di cuenta de que mi amigo evitaba mirarnos. En un principio creí que
se debía a la culpabilidad, pero al ir a poner mi mano en su pecho
para hacerle ver mi agradecimiento, descubrí que Leah estaba
desnuda. Debía de haberse transformado en humana para poder ayudarme
mejor. Le di las gracias apretando aún más mi abrazo y proyectando
en su mente el momento en que me salvó. Después de la sorpresa
inicial, rió cálidamente y me acarició el pelo mirando a Jacob de
forma autosuficiente. Él permaneció a nuestro lado, gimiendo, con
las orejas y la cola caídas. Me acerqué a él y me puse de
puntillas para poder hundir mis manos en el pelaje de su cuello,
intentando consolare. A nuestras espaldas, Leah volvió a adoptar su
forma animal y se internó en el bosque a toda velocidad.
Desde
ese día, siempre que salía con la manada a cazar –lejos de los
acantilados, por supuesto-, ni ella ni Jacob se separaban de mi lado.
Se convirtió en una gran amiga. Nos encantaba hacer rabiar a Jake.
La relación entre ellos también cambió a mejor. Él sentía que
siempre estaría en deuda con ella por haberme salvado. Y ella se lo
pasaba genial recordándoselo.
Obviamente,
esta historia es algo que mi familia ni siquiera sospecha. Se lo
hemos ocultado incluso a mi padre, aunque pueda parecer imposible,
evitando pensar en ello en su presencia. Todos creen que Leah acabó
rindiéndose a mis
encantos,
al igual que le ocurría a todo aquel que tenía contacto conmigo.
Sin
embargo, a pesar de la fuerte amistad que nos unía, su aversión
hacia el resto de mi familia continuó intacta. De ahí que cuando
quería verme, le pedía a Jacob que me llevase a La Push o, como en
este caso, que me sacase fuera de la casa, incluso sabiendo que si
quería entrar iba a ser más que bienvenida. Se lo habían repetido
infinidad de veces, y Esme había hecho hasta lo imposible por
lograrlo. Pero no había manera.
Forcejeé
con Jacob hasta que conseguí que me dejase en el suelo y corrí
hacia ella, que estaba agachada y me esperaba con los brazos
abiertos. A pesar del intenso frío y de que todo se encontraba
cubierto de nieve, iba vestida con unos pantalones cortos de color
crema y una camiseta negra de tirantes. Su piel ardía y yo me cobijé
en ella. Me levantó del suelo y sacudió la cabeza con pesar.
—Desde
luego, cada día dudo más que haya un cerebro dentro de esa cabezota
-su voz sonaba cargada de reproche. Tocó mis calcetines, que se
habían empapado por completo a causa de mi carrera sobre la nieve-.
¿Cómo se te ocurre sacarla así de casa?
Él
la miraba como si estuviese hablándole en un idioma desconocido.
—¿Se
puede saber qué mosca te ha picado?
—Que
tú no tengas frío no significa que no la haga. ¿Por qué no la has
vestido en condiciones? ¿Ni siquiera has sido capaz de ponerle unos
zapatos? Como enferme no va a hacer falta que los… -me miró y
tragó saliva antes de corregirse-... que sus padres te hagan nada.
Yo misma me encargaré de darte tu merecido.
—Pero
si no tengo frío, Leah, de verdad.
Intenté
que mi voz sonara lo más convincente posible, pero los tiritones me
delataban. Cierto que mi temperatura corporal era algo superior a lo
normal, pero aquel día era especialmente frío. Ella me apretó aún
más.
—¡Eh!
A mí no me cargues con todo el marrón -intentó defenderse-. Si no
fueras tan extremadamente orgullosa, entrarías a verla en su casa en
vez de hacerme sacarla a la calle con este tiempo.
Ambos
mantuvieron una larga y silenciosa lucha de miradas.
—No
te enfades con Jake -le pedí apartándole el pelo para poder verle
la cara. Se lo estaba dejando un poco más largo y ya le llegaba por
la barbilla-. Él quería vestirme, pero yo salí corriendo a verte y
sólo pudo coger el anorak y los calcetines- mentí.
Jacob
me guiñó un ojo con tan mala suerte que ella le vio.
—Me
parece lamentable que tengas que escudarte detrás de una niña. Pero
bueno, no sé por qué me sorprendo… -sus ojos se volvieron
súbitamente dulces cuando se fijaron de nuevo en mí-. Sabes que no
te haría salir de casa con tanto frío, en eso debo asumir mi culpa
-endureció la voz al pronunciar esa última frase-. Pero hoy tenía
que hacerlo.
—¿Qué?
¿Echabas de menos el maravilloso olor que rodeas estos parajes y no
has podido evitar venir?
Leah
rugió y apretó los dientes con tanta fuerza que temí que fuese a
partírselos.
—Sólo
espero que cuando la niña crezca, tenga la suficiente inteligencia
como para no conformarse con un tipejo como tú, Jacob Black -él
respondió a su mirada de furia con una enorme sonrisa-. He venido a
despedirme.
La
mandíbula de Jacob se desencajó y sus ojos se abrieron de par en
par. Yo la miraba con la barbilla temblorosa y no precisamente por el
frío.
—¿Que
te vas? ¿Por qué? ¿Dónde?
—Yo
no quiero que te vayas. Quiero que te quedes conmigo y con Jake.
—No
puedo, Nessie -volvió a mirar a Jacob, que se había quedado
petrificado-. Tengo que irme. Necesito salir de aquí.
—No…
Yo no… No lo entiendo —logró articular al fin—. ¿Por qué
ahora? ¿Ha pasado algo? No sé, ¿tienes problemas con tu madre o
con Seth?
—De
ser así lo sabrías. Es decir, lo sabríais -hizo un movimiento
rápido con la cabeza en dirección a La Push-. Mi tío Ken me ha
conseguido un puesto de trabajo en su ciudad. Me voy mañana.
—¿Y
no será peligroso? Quiero decir, que con tu carácter…
—No
te preocupes, llevo preparándome mucho tiempo -contestó con una
risilla nerviosa-. Mis accesos de ira están bajo control.
—¿Lo
sabe Sam? -ella apartó la vista y la clavó en el suelo-. Ya veo. Es
por él, ¿verdad?
—Siempre
es por él, Jake. Ya deberías saberlo.
Su
barbilla también temblaba. Se la acaricié con la yema de los dedos
y ella me dedicó una sonrisa forzada. Nunca la había visto tan
hundida. Si por algo destacaba Leah era por su entereza. Pero ahora
parecía a punto de romperse en pedazos. Le limpié las lágrimas que
habían empezado a descender por su cara y ella sujetó mi mano y la
besó.
—La
boda es dentro de unas semanas. Llevan posponiéndola durante todo
este tiempo y sé que es por mi culpa. Han estado esperando a ver si
ocurría el milagro de la imprimación... Como si eso fuese a
ocurrirme a mí...- añadió a media voz-.
Creí que ya lo había asumido y que podría soportarlo. Pero lo
único que estaba haciendo era engañarme a mí misma… Lo he
probado todo para olvidarle, ¡todo! Y no me ha servido de nada. Sólo
me queda ver si es cierto eso de que la
distancia hace el olvido.
—Y,
¿dónde vive ese tío tuyo?
—En
Swindon -en nuestras caras debía de leerse que no teníamos ni idea
de dónde estaba eso-. Es una ciudad pequeña. Está muy cerca de
Londres.
—¡Caray!
Sí que te vas lejos.
Yo
les observaba sin saber muy bien qué hacer o qué decir. No quería
que Leah se fuese pero, a pesar de su eterna máscara de súper-mujer,
había visto en innumerables ocasiones como sus ojos se entristecían
cuando veía a Sam o, simplemente, oía hablar de él. En la manada
debían de saberlo mejor que yo, incluso el propio Sam. Tampoco debía
de ser fácil para él vivir cada día con la certeza de que era el
único responsable de ese sufrimiento, ni ver cómo Leah se iba
resquebrajando un poco más a cada momento. Lo que no lograba
explicarme era cómo ninguno sabía nada acerca de su marcha.
Probablemente, ella había evitado por todos los medios pensar en
ello para evitar que lo descubriesen.
—Te
voy a echar de menos -le dije.
Quería
lo mejor para ella. Quería que fuese feliz, y si para eso tenía que
mudarse a miles de kilómetros, estaba más que dispuesta a
aceptarlo.
—Gracias,
cariño y… Siento mucho todo el daño que haya podido causarte en
el pasado.
—¿Daño?
-volví a mostrarle una vez más ese recuerdo que tan a fuego se
había grabado en mi mente: el de aquel día en el que me salvó la
vida-. Tú nunca me has hecho daño.
—Prometo
venir a visitarte… Quiero decir, a visitaros -tendió la mano hacia
Jacob, que se la apretó con cariño-. Pese a todo, creo que voy a
echarte de menos más de lo que nunca llegué a imaginar.
—Sí,
creo que sé cómo te sientes al respecto -se carcajeó.
—Mantenme
informada de todo lo que vaya ocurriendo -le pidió palmeándome la
pierna. Incomprensiblemente, Jacob enrojeció de súbito-. Espero de
corazón que todo os salga bien.
Ambos
se abrazaron dejándome a mí en medio. Me sentía como si estuviese
atrapada entre dos estufas. Y era muy agradable, pues el frío estaba
empezando a calarme hasta los huesos. Un inoportuno escalofrío
rompió la magia del momento. Leah me trasladó a los brazos de Jacob
y besó mi frente.
—Llévala
dentro, está muerta de frío -él me abrazó intentando cobijarme-.
Adiós, Nessie. Espero que volvamos a vernos pronto. Y en cuanto a
ti… -acarició la mejilla de Jake-. Ya va siendo hora de que te
cortes el pelo, ¿no? -intercambiaron una sonrisa cómplice-. Cuídate
mucho, Jake. Y cuida mucho de ella.
—Lo
haré.
—Vamos,
entrad en casa o vas a tener que descongelarla.
Comenzamos
a andar. Yo no dejaba de agitar mi mano en señal de despedida
mientras las lágrimas me cegaban. Justo cuando llegamos al porche de
la entrada comenzó a caer una fina lluvia. Permanecimos allí de
pie, observando cómo Leah se alejaba hasta que la perdimos de vista
cuando se internó entre los árboles.
Antes
de cerrar la puerta, un prolongado aullido lastimero me hizo
estremecer.
—Adiós,
Leah. Cuídate tú también.
Cap. 3 Cambios
Aquella
noche aún estaba despierta cuando se marchó Jacob. Mis padres se
habían ido a su cabaña hacía horas y en el piso de abajo reinaba
un silencio absoluto.
Fuera,
el viento y la lluvia parecían haberse puesto de acuerdo para
derrumbar la casa. Las luces del jardín hacían que las ramas de los
árboles proyectasen espeluznantes sombras en las paredes de mi
habitación. Pero yo no tenía miedo. ¿Cómo iba a tenerlo cuando
las criaturas más peligrosas de la zona eran mis familiares y
amigos?
Me
levanté y miré por la ventana. El viento soplaba con tanta
violencia que parecía estar manteniendo una lucha a muerte con un
pequeño manzano que se doblaba de tal forma que me sorprendió que
no se hubiese tronchado.
Sopesé
durante un rato la posibilidad de ir en busca de la tía Rosalie para
contarle que no podía dormir. Ella era una de las razones por las
que prefería pasar las noches en la enorme casa blanca en lugar de
hacerlo en el acogedor refugio de mis padres. El otro motivo –el
principal- era Jacob, quien detestaba estar conmigo cuando mi padre
estaba cerca escudriñando entre sus pensamientos.
Al
final decidí volver a la cama, situada en el centro del dormitorio
que antes había pertenecido a mi padre. Estaba segura de que mi
falta de sueño se debía a la repentina marcha de Leah y al malestar
que ello me provocaba. Me arropé hasta el cuello y fijé los ojos en
la chimenea. Carlisle la había dejado encendida, no sólo por el
frío. Sabía lo mucho que me gustaba el fuego y el efecto relajante
que éste tenía sobre mí. Era probable que Jasper le hubiera
informado sobre mi estado de ánimo. El fuego siempre me había
resultado algo hipnótico. Podía pasarme horas mirando el restallar
de las llamas casi sin pestañear. Al final, conseguí dormirme.
Pasé
una noche horrible. Me dolían todos y cada uno de los huesos. Me
despertaba cada dos por tres con la sensación de haber tenido una
espantosa pesadilla de la que no lograba recordar nada.
Una
de las veces en las que me desperté sobresaltada, una luz mortecina
entraba por el ventanal iluminando tenuemente la estancia. Estaba
amaneciendo.
Me
dispuse a bajar para tomar un vaso de sangre y aliviar así la
sequedad que me quemaba la garganta. Pero al ponerme en pie todo
comenzó a dar vueltas. Las piernas no me respondieron y me precipité
hacia el suelo logrando llamar a Rosalie justo antes de perder el
conocimiento.
Cuando
volví a despertarme estaba de nuevo en mi cama y tenía a toda mi
familia a mi alrededor. Mis padres y Rosalie estaban a mi lado, junto
a Carlisle; Emmett me miraba fijamente desde la ventana con expresión
contrariada. Pero quien más me preocupaba era Alice que, apoyada en
la puerta con los ojos cerrados y flanqueada por Jasper y Esme,
parecía estar haciendo un esfuerzo titánico por conseguir ver algo
que se le resistía. Intuí que ese algo
tenía
que ver conmigo, pues varias veces la había oído quejarse de que, a
causa de mi fuerte
amistad
con Jacob, le era imposible visualizar nada en relación con mi
futuro.
—Renesmee,
¿estás bien? —Carlisle puso su mano sobre mi frente—. Su
temperatura ha descendido —informó.
Pensé
en lo sencillo que tenía que resultarle constatar este hecho gracias
a su casi inexistente temperatura corporal. Así que a eso se debía
la terrorífica noche que había pasado, a la fiebre. En fin, al
menos mi cerebro parecía estar en perfectas condiciones a pesar de
la banda de percusionistas que se había alojado en mi cabeza.
—Cielo,
¿cómo estás? -esta vez fue mi madre la que habló-. Nos has dado
un susto de muerte.
Sonreí
interiormente ante lo absurda que sonaba esa frase puesta en boca de
un vampiro. Mi padre también sonrió mientras me acariciaba el dorso
de la mano. Todos, excepto Alice que seguía concentrada, me miraban.
Parecían estar impacientes, casi ansioso por algo que no lograba
entender. Yo permanecía allí tumbada, preocupada únicamente por
una cosa
—Tranquila.
Ya viene de camino.
Miré
a mi padre, que sujetaba mi mano con delicadeza, como si temiese
reducirla a cenizas con la más leve presión.
—¿Qué
me ha pasado?
Me
quedé paralizada al escucharme y me llevé la mano que tenía libre
a la garganta. Mi voz era diferente. Había adquirido una tonalidad
distinta. Su sonido infantil había dado paso a uno más armonioso,
más adulto. Todos seguían observándome en completo silencio.
Mis
ojos volaron hacia Carlisle.
—Verás,
Nessie. Esta noche han tenido lugar una serie de cambios en ti.
El
acelerado sonido de mi corazón me indicó que el cambio al que se
refería no era el que yo había temido en un primer momento.
—Pero,
¿qué cambios? -pregunté aterrada-. Hay algo mas además de mi voz,
imagino…
Más
silencio.
—Bueno…-todos
parecían dudar acerca de qué y cómo decirme lo que pasaba, así
que fue Emmett quien tomó la palabra-. Pareces haber crecido diez
años de golpe.
Le
miré aterrada. ¿Diez
años? ¿De golpe? Intenté
ponerme en pie, pero Carlisle me lo impidió empujándome suavemente,
pero con firmeza, hasta que volví a tumbarme.
—Es
mejor que sigas acostada, cariño. Aún estás muy débil.
¿Débil?
Eso
no podía ser verdad. Sentía fluir una fuerza demoledora por cada
terminación nerviosa de mi cuerpo.
—Quiero
verme —insistí—. Por favor, necesito hacerlo.
—Ya
tendrás tiempo. Ahora debes descansar.
La
voz de Esme tuvo sobre mí un extraño efecto calmante. Aunque lo más
probable es que Jasper estuviese haciendo de las suyas.
Mi
padre se levantó de golpe.
—Jacob
está llegando -anunció.
Se
dirigió a la puerta. Mi madre fue tras él y le detuvo.
—Edward,
hazlo con delicadeza, por favor.
Él
la besó y salió, y ella volvió a sentarse en la cama, a mi lado.
La habitación volvió a quedarse en silencio, por lo que me resultó
más sencillo escuchar la conversación que mi padre y mi amigo
estaban manteniendo.
—¿Y
ahora qué pasa? -le oí preguntar- ¿Es que he vuelto a pensar en
algo que te ha molestado? Ya estoy empezando a hartarme de tus
excursiones por mi mente.
—Jacob,
antes de que veas a Renesmee tengo que hablar contigo. Esta noche ha
pasado algo y…
—¿Qué
le ha pasado? ¿Está bien? -parecía estar al borde de la histeria-.
Si ha sido por el frío de ayer, yo…
—Tranquilízate,
Renesmee está bien. Es sólo que está algo… cambiada.
—Explícate,
¿quieres? No estoy de humor para adivinanzas.
—Lo
siento. Estoy intentando hacerlo lo mejor que puedo.
—Pues
esfuérzate un poco más, si no es mucho pedir.
Su
voz sonaba excesivamente alterada. Podía oír el sonido de su
respiración. Tenía el corazón desbocado. Ambos sonidos me llegaban
con absoluta nitidez, como si tuviese la cabeza apoyada en su pecho.
Seguramente mis sentidos, ya desarrollados de por sí, se habían
agudizado.
—De
acuerdo -continuó mi padre-, iré al grano si es lo que prefieres.
—Bien,
parece que nos vamos entendiendo.
—Voy
a pedirte que no me interrumpas hasta que haya terminado. Después
podrás hacer todas las preguntas que quieras, ¿entendido? -se
produjo un breve paréntesis que traduje como una afirmación de
Jake-.
Esta noche Nessie ha sufrido una serie de cambios. Carlisle está
intentando averiguar cómo se han producido tan deprisa, pero aún no
ha llegado a ninguna conclusión -una
risa ronca estalló en su pecho-.
Tranquilo. No le han salido tres ojos ni nada por el estilo. Es sólo
que… Digamos que ha dado un pequeño
estirón.
—Pero
eso le lleva pasando desde que nació. Ya estoy más que
acostumbrado. No entiendo que hayas montado este circo por una bobada
como esa.
—Esta
vez el cambio ha sido un poco más… brusco.
Otra
pausa. Mi padre debía estar estudiando las reacciones de Jacob. Yo
temblaba de los nervios. ¿Tanto había cambiado? Miré mis manos.
Mis dedos se entremezclaban con los de mi madre y a duras penas podía
distinguir cuáles eran los de cada una.
—¿Cómo
de brusco?
—Bastante…
Jacob, te ruego que seas discreto. Está muy asustada y no le haría
ningún bien que la alterases aún más… No te preocupes, ella está
perfecta. Te lo prometo.
Tras
una nueva pausa, le oí subir las escaleras y aproximarse. El pomo de
la puerta giró con una desquiciante lentitud. Clavé los ojos en la
ventana. Mi madre soltó mi mano y me acarició la cabeza antes de
salir seguida por todos los demás.
La
puerta se cerró.
Yo
me negaba a volver la vista. Temía ver la reacción de Jacob ante mi
nuevo cambio.
El
silencio, la tensión y el persistente golpeteo de los tambores en mi
cabeza junto con el dolor que éstos me producían, me estaban
volviendo loca. Podía oir sus latidos acompañando a los míos en
una desenfrenada sinfonía y el sonido de su saliva bajando
atropelladamente por su garganta. Oía también sus pasos acercándose
a mi cama. Carraspeó y volvió a tragar saliva.
—¿Ness?
Era
incapaz de mirarle. Finalmente llegó a mi lado. Como ya me había
ocurrido en otras ocasiones, noté cómo sus ojos se incrustaban en
mí intentando atraer mi mirada. Pero los míos seguían fijos en el
bosque del exterior. Se sentó a mi lado y sujetó mi barbilla con la
misma delicadeza con la que mi padre había tomado antes mi mano. Era
como si temiesen romperme. Giró mi cabeza y me obligó a mirarle. Yo
intenté resistirme, pero acabé cediendo. Con una dulzura infinita
limpió las lágrimas que resbalaban por mi cara. Ni siquiera me
había dado cuenta de que estaba llorando. Al encontrarme con sus
ojos, vi que tenían un brillo indescifrable. Estaba sonriendo.
—¡Jo,
tío! Cuando tu padre me dijo que estabas perfecta, no tenía ni idea
de que se refería a esto.
—Jacob,
por favor -me esforcé por volver la cara, pero él la tenía sujeta
con firmeza entre sus manos-. No tengo ganas de bromas.
—¿Y
quién está bromeando? ¡Mírate! Estás… ¡Guau! No tengo
palabras para poder expresarlo con justicia.
—No
seas exagerado.
—Exagerado,
¡ja! ¿Tú te has visto?
Ante
mi negativa, echó la cabeza hacia atrás y me miró estrechando
tanto los ojos que se convirtieron en dos finas líneas bajo sus
gruesas cejas.
—¿Lo
dices en serio? ¿Aún no te has visto?
-me
encogí levemente de hombros-.
Pues eso tiene fácil solución.
Pasó
su brazo por mi cintura y me ayudó a levantarme. Suspiré aliviada
cuando descubrí que Rosalie me había vestido con uno de sus
elegantes camisones. El suelo se encontraba más lejos de mí de lo
que solía estarlo. Me detuve y cerré los ojos tratando de combatir
el intenso mareo que sentía.
—¿Te
encuentras bien? -preguntó preocupado mientras me sostenía-.
¿Quieres volver a tumbarte?
—¡No!
No. Quiero verme. Estoy bien.
Abrí
los ojos y me concentré en caminar. Carlisle tenía razón. Me
sentía muy débil. Lo de la fuerza parecía ahora una mera ilusión.
Las rodillas me temblaban tanto que tuve que sujetarme con fuerza a
su brazo para no caerme. Con paso lento nos acercamos hasta el enorme
armario, regalo de Alice, cuyas puertas eran espejos.
Al
verme reflejada estuve a punto de volver a desmayarme a causa de la
impresión. Jacob aumentó la fuerza con la que me sujetaba y me pegó
a su costado. Si me comparaba con él, podía constatar que mi
estatura había aumentado en bastante más de medio metro. Ahora mi
cabeza le llegaba exactamente a la mitad del pecho. No podía decirse
que fuera alta, a duras penas sobrepasaría el metro sesenta y cinco,
pero era deslumbrantemente hermosa. Una perfecta sincronía entre las
características de mis padres. Aunque lo cierto es que mi reflejo se
asemejaba mucho más al de mi madre, a excepción de su pelo y el
color de sus ojos. Mis tirabuzones habían desaparecido. Mi pelo era
abundante y liso, del mismo color broncíneo que el de mi padre y
caía hasta la mitad de mi espalda. Sólo mis ojos seguían siendo
los mismos. Lo cierto es que eso me decepcionó. Esperaba que
hubiesen adquirido el tono dorado que tanto me gustaba de los ojos de
mi familia, pero mantenían su marrón oscuro anterior. Mi piel, que
ya era bastante clara, había empalidecido aún más, pero mis
mejillas eran rosadas.
Mientras
analizaba mi nuevo aspecto, me pregunté cómo habrían podido
reconocerme mis padres, abuelos y tíos. También me asaltó la duda
de cómo iba a encajar todo aquello Charlie, que seguía sin querer
saber más de lo necesario, y cómo iba a decírselo a René y al
resto de mis conocidos.
Mis
ojos se toparon con los de Jacob a través del espejo. Me observaba
boquiabierto, maravillado, como si estuviese viendo a un ángel.
—Eso
es lo que pareces.
Me
sonrojé por completo. Había estado mostrándole mis pensamientos de
forma inconsciente a través de la mano que tenía apoyada en su
brazo.
—¿Sabes?
Si no fuese porque estoy oyendo cómo late tu corazón y porque estás
roja como un tomate, juraría que te has convertido en… uno de
ellos.
—¿Y
eso sería un problema? -le desafié.
—El
único problema sería que me despertase y tú sólo hubieses sido un
sueño.
Si
tenía alguna duda acerca de si era posible enrojecer hasta los dedos
de los pies, en ese momento quedó resuelta.
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