Jasper
me despertó al alba. Estaba temblorosa y empapada en sudor. Pero ni
siquiera tenía tiempo de darme una ducha. Aro había pedido que
partiésemos cuanto antes. Jazz me abrazó mientras me hablaba al
oído con rapidez. Probablemente quería despedirse de mí antes de
marcharse, por lo que pudiese pasar. Obviamente, no mencionó nada al
respecto
—Quiero
que estés tranquila, ¿de acuerdo? -asentí aunque, sin él y su don
cerca, no podía prometerle nada-. Haz caso a todo lo que te digan
Cedric y Akamu y mantente al margen todo cuanto te sea posible. Nos
encargaremos de que todo salga bien. Te lo prometo.
—Tengo
miedo.
—Lo
sé. Pero piensa que esta noche todo volverá a ser como antes. Con
Jacob abrazándote y tu padre queriendo matarle -el recuerdo me hizo
soltar una risita nerviosa-. Marco me ha pedido que me despida de su
parte. Como comprenderás, no ha podido venir. Akamu vendrá ahora a
recogerte. Yo tengo que marcharme ya. Nos vemos en casa.
—Nos
vemos en casa -repetí aferrándome a ese deseo-. Ten cuidado.
Me
besó en la frente y desapareció tras la puerta.
Estaba
empezando a ordenar mi maleta cuando llegaron Akamu y Cedric.
—Deja
eso, Ness. No vas a necesitarlo.
—No
tengo intención de volver aquí, así que me gustaría llevarme mis
cosas.
—Como
quieras, pero podríamos hacer que te lo enviasen cuando...
—Gracias,
pero prefiero llevármelo ya.
No
quería volver a tener nada que ver con aquel lugar. Ni siquiera el
hecho de recibir un paquete con mis cosas enviado desde aquí. Mi
estancia en Volterra era algo que quería dejar atrás cuanto antes.
—Toma,
Aro me pidió que te pusieses ésto -en
su brazo colgaba una vaporosa tela negra. Una túnica, intuí.
La
cogí y me la coloqué sobre la ropa. Fui hacia el espejo para poder
observarme y no pude reprimir una sonrisa irónica al verme con
aquella vestimenta.
—Ahora
soy un miembro honorable de los Vulturi. Soy, oficialmente, uno de
los malos..
Un
lujoso coche negro nos estaba esperando en la plaza de la fuente.
Cedric me abrió educadamente la puerta mientras Akamu, quien se
había encargado de cargar con mi equipaje, lo depositaba en el
maletero. El conductor, entrado en años y con un enorme bigote
canoso, era humano, lo cual no me sorprendió lo más mínimo. Me
pregunté si trabajaría para los Vulturis o si era un simple chófer
contratado para la ocasión.
—Al
aeropuerto de Florencia -indicó Akamu sentándose junto a mí.
No
sé cuánto tardamos en llegar. Lo cierto es que apenas era
consciente de dónde y con quienes me encontraba. Cuando quise darme
cuenta estaba dormitando en el asiento de un pequeño avión y Cedric
me zarandeaba levemente.
—Renesmee,
estamos llegando a Seattle.
Pestañeé
varias veces y traté de quitarme el atontamiento de encima.
En
una par de horas estaríamos en Forks.
Miré
a Akamu, quien parecía aún más aturdido que yo mientras cargaba
con mi equipaje. Imaginé que se trataba de algo que sus visiones le
habían mostrado y que, al parecer, no sabía cómo asimilar. Por si
acaso, fingí no haberme dado cuenta de nada y bajé a toda prisa del
avión tras ellos.
Andaba
a trompicones. Mi cerebro estaba envuelto en brumas. Me había
parecido hacer en sólo unos minutos un viaje que realmente había
durado varias horas. Ni siquiera sabía cómo sentirme en un momento
así. Me alegraba volver a casa, pero me aterraba el no saber qué
pasaría... O había pasado, pues era probable que Aro y compañía
ya se encontrasen frente a mi familia. ¿Que estaría haciendo
Jasper?... ¿Y Jacob?
Fue
Cedric quien volvió a sacarme de mis pensamientos con un zarandeo.
—Renesmee,
tenemos que ponernos en marcha.
—¿Qué
le ocurre a Akamu? -me atreví a preguntar.
—No
lo sé. Supongo que sus visiones le deben de estar incomodando
bastante ahora que nos acercamos al momento clave. No te preocupes.
Seguro que se le pasará pronto.
Akamu
apareció justo en ese momento. Parecía más fuera de lugar a cada
segundo que pasaba. Incluso su voz parecía ahogada cuando me
preguntó:
—¿Crees
que podrías llegar hasta el punto de encuentro a pie? -asentí
levemente-. Bien. Pues será mejor que nos pongamos en marcha. Tú
sígueme y no te separes de mi lado pase lo que pase, ¿entendido?
Vamos Cedric. No te quedes atrás.
Apenas
había terminado de hablar cuando me dio la espalda y salió
corriendo. Dudé unos segundos antes de seguirles, pues no estaba
segura de si mis piernas podrían aguantar el trayecto, pero en
cuanto arranqué, el entumacimiento desapareció. Su lugar fue
ocupado por el ansia de llegar al prado y poder comprobar que todo
iba bien. Los árboles pasaban a tal velocidad a nuestro lado que
apenas eran distinguibles. Mi velocidad era prácticamente igual a la
de un vampiro, pues les seguía los pasos pisándoles los talones.
Pero después de un rato, me di cuenta que no estábamos
dirigiéndonos exactamente hacia el prado. La dirección era más o
menos la misma, pero nos estábamos desviando levemente hacia el
oeste.
—¡Esperad!
-grité-. ¡Parad! Vamos mal. Este no es el camino.
Ambos
se pararon para observarme... Bueno, Cedric me observó, pues Akamu
me daba la espalda cuando me dijo:
—Renesmee,
yo sé dónde vamos. Así que tú sólo sígueme. Vamos tarde.
Y
sin más dilación, volvió a echar a correr. Les seguí preocupada.
No entendía la frialdad con la que Akamu me había hablado. ¿Qué
pasaba? ¿Qué había visto? ¿Y por qué se mantenía tan distante?
No
nos detuvimos hasta llegar frente a una especie de cueva. Calculé
que debíamos de estar a unos cincuenta kilómetros del prado. A unos
cincuenta kilómetros de dónde era probable que no estuviese
sucediendo nada bueno. A unos cincuenta kilómetros de mi familia. A
unos cincuenta klómtros de... él.
—¿Qué
hacemos aquí? Deberíamos estar en el prado. Puede que nos
necesiten.
—Haz
lo que te digo, Renesmee. Tú tío te dejó a mi cuidado y...
—¿A
tú cuidado? -exploté-. ¿Qué edad te crees que tengo? ¡No
necesito que nadie cuide de mí! Y ahora, si no os importa, me largo
de aquí.
—Usted
no va a ningún lado, señorita.
Estaba
a punto de salir pitando cuando aquella voz me hizo pararme en seco.
No sabía si girarme hacia el lugar de dónde procedía o ignorarla y
seguir con mi intención de huir.
Pero
la decisión estaba tomada antes incluso de planteármela. Jacob se
encontraba justo detrás de mí. Justo de frente ahora que, no sé
cómo, me había girado hacia él.
Podía
tocarlo con sólo estirar un brazo. Sin embargo me quedé allí sin
poder moverme. Con los ojos dilatados y la mandíbula inferior
desencajada a causa de la sorpresa.
—Llegas
justo a tiempo Jacob. ¿Crees que podrás...?
—Sin
problemas.
Miré
a Akamu entre sorprendida y enfadada. ¿Es que acaso él sabía que
Jacob iba a venir? ¿Por qué nadie me había dicho nada? De haber
podido reaccionar, me habría dado de cabezazos contra un árbol por
estúpida. Si nadie me había informado acerca de éste inesperado
encuentro era porque me habría negado rotúndamente a que
sucediese.
—De
acuerdo. Pues Cedric y yo vamos con los demás. Ésa es la cueva.
Será mejor que os refugiéis cuanto antes por si... Por lo que pueda
pasar.
Una
descarga interna me hizo despertar de mi aturdimiento.
—Yo
también iré. No pienso quedarme aquí mientras...
Akamu
colocó sus manos en mis hombros.
—Sólo
será durante un rato. Prometo venir a buscarte. Creéme.
—Pero
yo necesito...
Su
dedo indice recorrió mis secos y agrietados labios. Chasqueó la
lengua y se encaminó hacia mi maleta,junto a la que había una
especie de bolsa de tela negra en la que no había reparado hasta
ahora. Volvió junto a mí y me entregó un termo plateado.
—Siento
el despiste. Olvidé por completo tus necesidades -me sonrió con
melancolía y añadió-. Tranquila.
Puedes beber sin preocupación. Es sangre animal. Encargué que la
consiguiesen para tí.
Le
devolví la sonrisa al recordar que eso era exactamente lo que Marco
me dijo en nuestra primera conversación.
—Gracias.
Pero ésto no me hará cambiar de idea. Estoy decidida a ir con
vosotros y nadie
me
lo va a impedir.
Lancé
una rápida mirada hacia dónde se encontraba Jacob, abrí el termo y
dí un trago. Lo cierto es que estaba muerta de sed. Pero cuando iba
a llevármelo a la boca por segunda vez comencé a tambalearme. De
pronto estaba muerta de sueño. Tanto que apenas podía sostenerme en
pie.
El
corazón dio un salto mortal en el interior de mi pecho cuando unos
ardientes brazos me alzaron del suelo.
—Volveré
antes de que despierte -le dijo Akamu.
Quise
gritarle que era un traidor. ¡Me había drogado! Y yo había caído
en su trampa como una estúpida. Pero pocos segundos después, me
había dormido profundamente.
Cuando
abrí los ojos estaba tumbada en el suelo, dentro de la cueva. Y
aparentemente sola.
Me
incorporé y traté de ponerme en pie. Pero me caí de bruces al
intentarlo. El efecto del somnífero aun estaba demasiado presente.
Alguien
se colocó frente a la puerta oscureciéndolo todo. La luz del
exterior me cegaba, por lo que sólo podía ver una silueta negra.
Pero era suficiente para saber de quién se trataba. Me arrastré a
duras penas hasta tener la espalda apoyada contra la pared y me
abracé a mis rodillas dispuesta a evitarle todo lo que me fuese
posible... Pero todo
lo que me fuese posible no
era suficiente. Jacob entró y se sentó a mi lado.
Parecía
preocupado. Y ni me atrevía a preguntar ni quería saber el por qué
de su preocupación. Sabía que estaba en contacto con el resto de la
manada y que estaba informado sobre todo lo que estaba pasando, pero
no estaba segura de si me haría algún bien ser conocedora de lo que
fuese que allí estaba ocurriendo.
—¿Tienes
hambre, sed... algo?
Su
voz sonaba amarga. Ni siquiera me miraba. Aún así, me limité a
negar con la cabeza y fijar los ojos en el exterior.
—¿Por
qué demonios no vienen ya? -masculló entre dientes.
Seguramente
le mataba no poder estar allí. Incluso más que a mí. Si es que eso
era posible. Me giré levemente. Su mandíbula estaba tensa. Sus
puños apretados. Tenía el mentón cubierto por una espesa capa de
vello corto. El pelo le llegaba casi por los hombros. Parecía mayor.
Mucho mayor. Apenas podía reconocerle.
Sus
ojos se encontraron con los míos y nos miramos durante una pequeña
fracción de segundo. Justo el tiempo que tardé en girar mi cara en
la dirección opuesta.
—¿Va
todo bien? - me preguntó vacilante. Volví a asentir.
Ambos
sabíamos que no era cierto. Nada había vuelto a ir bien desde
aquella tarde en Hawaii.
Su
mano recorrió mi mejilla y sentí un escalofrío. Pero seguía sin
atreverme a mirarle directamente a los ojos. Hasta que giró mi cara
y ¡bum!
Allí
estaban, tan profundos e intensos como los recordaba. Impidiéndome
pensar. Impidiéndome respirar. Impidiéndome hacer cualquier otra
cosa que no fuese sumergirme en ellos.
Sus
dedos continuaron recorriendo la linea de mis pómulos, acariciando
mi mentón... Hasta que se posaron en mis labios.
Podría
haber muerto de felicidad en aquel mismo instante en el que su rostro
se encontraba a tres milímetros escasos del mío.
Pero
entonces se incorporó bruscamente y salíó al exterior de la cueva
casi de un salto.
Algo
había ocurrido.
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