ANNA PLAYLIST

lunes, 26 de noviembre de 2012

Cap. 28 El Reencuentro


Jasper me despertó al alba. Estaba temblorosa y empapada en sudor. Pero ni siquiera tenía tiempo de darme una ducha. Aro había pedido que partiésemos cuanto antes. Jazz me abrazó mientras me hablaba al oído con rapidez. Probablemente quería despedirse de mí antes de marcharse, por lo que pudiese pasar. Obviamente, no mencionó nada al respecto
Quiero que estés tranquila, ¿de acuerdo? -asentí aunque, sin él y su don cerca, no podía prometerle nada-. Haz caso a todo lo que te digan Cedric y Akamu y mantente al margen todo cuanto te sea posible. Nos encargaremos de que todo salga bien. Te lo prometo.
Tengo miedo.
Lo sé. Pero piensa que esta noche todo volverá a ser como antes. Con Jacob abrazándote y tu padre queriendo matarle -el recuerdo me hizo soltar una risita nerviosa-. Marco me ha pedido que me despida de su parte. Como comprenderás, no ha podido venir. Akamu vendrá ahora a recogerte. Yo tengo que marcharme ya. Nos vemos en casa.
Nos vemos en casa -repetí aferrándome a ese deseo-. Ten cuidado.
Me besó en la frente y desapareció tras la puerta.
Estaba empezando a ordenar mi maleta cuando llegaron Akamu y Cedric.
Deja eso, Ness. No vas a necesitarlo.
No tengo intención de volver aquí, así que me gustaría llevarme mis cosas.
Como quieras, pero podríamos hacer que te lo enviasen cuando...
Gracias, pero prefiero llevármelo ya.
No quería volver a tener nada que ver con aquel lugar. Ni siquiera el hecho de recibir un paquete con mis cosas enviado desde aquí. Mi estancia en Volterra era algo que quería dejar atrás cuanto antes.
Toma, Aro me pidió que te pusieses ésto -en su brazo colgaba una vaporosa tela negra. Una túnica, intuí.
La cogí y me la coloqué sobre la ropa. Fui hacia el espejo para poder observarme y no pude reprimir una sonrisa irónica al verme con aquella vestimenta.
Ahora soy un miembro honorable de los Vulturi. Soy, oficialmente, uno de los malos..
Un lujoso coche negro nos estaba esperando en la plaza de la fuente. Cedric me abrió educadamente la puerta mientras Akamu, quien se había encargado de cargar con mi equipaje, lo depositaba en el maletero. El conductor, entrado en años y con un enorme bigote canoso, era humano, lo cual no me sorprendió lo más mínimo. Me pregunté si trabajaría para los Vulturis o si era un simple chófer contratado para la ocasión.
Al aeropuerto de Florencia -indicó Akamu sentándose junto a mí.
No sé cuánto tardamos en llegar. Lo cierto es que apenas era consciente de dónde y con quienes me encontraba. Cuando quise darme cuenta estaba dormitando en el asiento de un pequeño avión y Cedric me zarandeaba levemente.
Renesmee, estamos llegando a Seattle.
Pestañeé varias veces y traté de quitarme el atontamiento de encima.
En una par de horas estaríamos en Forks.
Miré a Akamu, quien parecía aún más aturdido que yo mientras cargaba con mi equipaje. Imaginé que se trataba de algo que sus visiones le habían mostrado y que, al parecer, no sabía cómo asimilar. Por si acaso, fingí no haberme dado cuenta de nada y bajé a toda prisa del avión tras ellos.
Andaba a trompicones. Mi cerebro estaba envuelto en brumas. Me había parecido hacer en sólo unos minutos un viaje que realmente había durado varias horas. Ni siquiera sabía cómo sentirme en un momento así. Me alegraba volver a casa, pero me aterraba el no saber qué pasaría... O había pasado, pues era probable que Aro y compañía ya se encontrasen frente a mi familia. ¿Que estaría haciendo Jasper?... ¿Y Jacob?
Fue Cedric quien volvió a sacarme de mis pensamientos con un zarandeo.
Renesmee, tenemos que ponernos en marcha.
¿Qué le ocurre a Akamu? -me atreví a preguntar.
No lo sé. Supongo que sus visiones le deben de estar incomodando bastante ahora que nos acercamos al momento clave. No te preocupes. Seguro que se le pasará pronto.
Akamu apareció justo en ese momento. Parecía más fuera de lugar a cada segundo que pasaba. Incluso su voz parecía ahogada cuando me preguntó:
¿Crees que podrías llegar hasta el punto de encuentro a pie? -asentí levemente-. Bien. Pues será mejor que nos pongamos en marcha. Tú sígueme y no te separes de mi lado pase lo que pase, ¿entendido? Vamos Cedric. No te quedes atrás.
Apenas había terminado de hablar cuando me dio la espalda y salió corriendo. Dudé unos segundos antes de seguirles, pues no estaba segura de si mis piernas podrían aguantar el trayecto, pero en cuanto arranqué, el entumacimiento desapareció. Su lugar fue ocupado por el ansia de llegar al prado y poder comprobar que todo iba bien. Los árboles pasaban a tal velocidad a nuestro lado que apenas eran distinguibles. Mi velocidad era prácticamente igual a la de un vampiro, pues les seguía los pasos pisándoles los talones. Pero después de un rato, me di cuenta que no estábamos dirigiéndonos exactamente hacia el prado. La dirección era más o menos la misma, pero nos estábamos desviando levemente hacia el oeste.
¡Esperad! -grité-. ¡Parad! Vamos mal. Este no es el camino.
Ambos se pararon para observarme... Bueno, Cedric me observó, pues Akamu me daba la espalda cuando me dijo:
Renesmee, yo sé dónde vamos. Así que tú sólo sígueme. Vamos tarde.
Y sin más dilación, volvió a echar a correr. Les seguí preocupada. No entendía la frialdad con la que Akamu me había hablado. ¿Qué pasaba? ¿Qué había visto? ¿Y por qué se mantenía tan distante?
No nos detuvimos hasta llegar frente a una especie de cueva. Calculé que debíamos de estar a unos cincuenta kilómetros del prado. A unos cincuenta kilómetros de dónde era probable que no estuviese sucediendo nada bueno. A unos cincuenta kilómetros de mi familia. A unos cincuenta klómtros de... él.
¿Qué hacemos aquí? Deberíamos estar en el prado. Puede que nos necesiten.
Haz lo que te digo, Renesmee. Tú tío te dejó a mi cuidado y...
¿A tú cuidado? -exploté-. ¿Qué edad te crees que tengo? ¡No necesito que nadie cuide de mí! Y ahora, si no os importa, me largo de aquí.
Usted no va a ningún lado, señorita.
Estaba a punto de salir pitando cuando aquella voz me hizo pararme en seco. No sabía si girarme hacia el lugar de dónde procedía o ignorarla y seguir con mi intención de huir.
Pero la decisión estaba tomada antes incluso de planteármela. Jacob se encontraba justo detrás de mí. Justo de frente ahora que, no sé cómo, me había girado hacia él.
Podía tocarlo con sólo estirar un brazo. Sin embargo me quedé allí sin poder moverme. Con los ojos dilatados y la mandíbula inferior desencajada a causa de la sorpresa.
Llegas justo a tiempo Jacob. ¿Crees que podrás...?
Sin problemas.
Miré a Akamu entre sorprendida y enfadada. ¿Es que acaso él sabía que Jacob iba a venir? ¿Por qué nadie me había dicho nada? De haber podido reaccionar, me habría dado de cabezazos contra un árbol por estúpida. Si nadie me había informado acerca de éste inesperado encuentro era porque me habría negado rotúndamente a que sucediese.
De acuerdo. Pues Cedric y yo vamos con los demás. Ésa es la cueva. Será mejor que os refugiéis cuanto antes por si... Por lo que pueda pasar.
Una descarga interna me hizo despertar de mi aturdimiento.
Yo también iré. No pienso quedarme aquí mientras...
Akamu colocó sus manos en mis hombros.
Sólo será durante un rato. Prometo venir a buscarte. Creéme.
Pero yo necesito...
Su dedo indice recorrió mis secos y agrietados labios. Chasqueó la lengua y se encaminó hacia mi maleta,junto a la que había una especie de bolsa de tela negra en la que no había reparado hasta ahora. Volvió junto a mí y me entregó un termo plateado.
Siento el despiste. Olvidé por completo tus necesidades -me sonrió con melancolía y añadió-. Tranquila. Puedes beber sin preocupación. Es sangre animal. Encargué que la consiguiesen para tí.
Le devolví la sonrisa al recordar que eso era exactamente lo que Marco me dijo en nuestra primera conversación.
Gracias. Pero ésto no me hará cambiar de idea. Estoy decidida a ir con vosotros y nadie me lo va a impedir.
Lancé una rápida mirada hacia dónde se encontraba Jacob, abrí el termo y dí un trago. Lo cierto es que estaba muerta de sed. Pero cuando iba a llevármelo a la boca por segunda vez comencé a tambalearme. De pronto estaba muerta de sueño. Tanto que apenas podía sostenerme en pie.
El corazón dio un salto mortal en el interior de mi pecho cuando unos ardientes brazos me alzaron del suelo.
Volveré antes de que despierte -le dijo Akamu.
Quise gritarle que era un traidor. ¡Me había drogado! Y yo había caído en su trampa como una estúpida. Pero pocos segundos después, me había dormido profundamente.






Cuando abrí los ojos estaba tumbada en el suelo, dentro de la cueva. Y aparentemente sola.
Me incorporé y traté de ponerme en pie. Pero me caí de bruces al intentarlo. El efecto del somnífero aun estaba demasiado presente.
Alguien se colocó frente a la puerta oscureciéndolo todo. La luz del exterior me cegaba, por lo que sólo podía ver una silueta negra. Pero era suficiente para saber de quién se trataba. Me arrastré a duras penas hasta tener la espalda apoyada contra la pared y me abracé a mis rodillas dispuesta a evitarle todo lo que me fuese posible... Pero todo lo que me fuese posible no era suficiente. Jacob entró y se sentó a mi lado.
Parecía preocupado. Y ni me atrevía a preguntar ni quería saber el por qué de su preocupación. Sabía que estaba en contacto con el resto de la manada y que estaba informado sobre todo lo que estaba pasando, pero no estaba segura de si me haría algún bien ser conocedora de lo que fuese que allí estaba ocurriendo.
¿Tienes hambre, sed... algo?
Su voz sonaba amarga. Ni siquiera me miraba. Aún así, me limité a negar con la cabeza y fijar los ojos en el exterior.
¿Por qué demonios no vienen ya? -masculló entre dientes.
Seguramente le mataba no poder estar allí. Incluso más que a mí. Si es que eso era posible. Me giré levemente. Su mandíbula estaba tensa. Sus puños apretados. Tenía el mentón cubierto por una espesa capa de vello corto. El pelo le llegaba casi por los hombros. Parecía mayor. Mucho mayor. Apenas podía reconocerle.
Sus ojos se encontraron con los míos y nos miramos durante una pequeña fracción de segundo. Justo el tiempo que tardé en girar mi cara en la dirección opuesta.
¿Va todo bien? - me preguntó vacilante. Volví a asentir.
Ambos sabíamos que no era cierto. Nada había vuelto a ir bien desde aquella tarde en Hawaii.
Su mano recorrió mi mejilla y sentí un escalofrío. Pero seguía sin atreverme a mirarle directamente a los ojos. Hasta que giró mi cara y ¡bum! Allí estaban, tan profundos e intensos como los recordaba. Impidiéndome pensar. Impidiéndome respirar. Impidiéndome hacer cualquier otra cosa que no fuese sumergirme en ellos.
Sus dedos continuaron recorriendo la linea de mis pómulos, acariciando mi mentón... Hasta que se posaron en mis labios.
Podría haber muerto de felicidad en aquel mismo instante en el que su rostro se encontraba a tres milímetros escasos del mío.
Pero entonces se incorporó bruscamente y salíó al exterior de la cueva casi de un salto.
Algo había ocurrido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario