Pero
Kate y el resto no fueron los únicos en honrarnos con su visita. Una
mañana, apenas dos días antes de mi cumpleaños, cuando me disponía
a salir de caza, llamaron al timbre. Al abrir la puerta me encontré
con alguien a quien recordaba de algo, pero no estaba segura de qué.
Sus pequeños y profundos ojos negros me resultaban extrañamente
familiares. Llevaba una larga melena suelta y el viento se la
despeinaba. Él me examinó con la misma curiosidad.
—Me
alegro de volver a verte -la voz de mi padre a mi espalda me
sorprendió-. No te quedes ahí, Nahuel. Pasa y ponte cómodo. Estás
en tu casa.
¡Nahuel!
Claro, por eso me sonaba tanto. Era el chico indígena con mi misma
naturaleza. Me miró y me dedicó una cálida sonrisa cuando
comprendió que le había reconocido. Los tres fuimos al salón,
donde nos acomodamos en el amplio sofá blanco.
—¿A
qué debemos tu visita?
—Pasé
por Forks a saludaros y allí me informaron de que os habíais mudado
de residencia. El jefe Swan me facilitó vuestra nueva dirección -me
estremecí al recordar al abuelo. Tenía tantas ganas de verle… Mi
padre apretó mi mano-. También me dijo que va a ser el cumpleaños
de Renesmee -volvió a sonreírme-, así puedo aprovechar para
felicitarte.
—A
propósito de eso, vamos a celebrar una fiesta y nos halagaría mucho
que te quedases.
El
chico sonrió complacido ante la invitación y yo maldije las ganas
que tenían todos de celebrar esa estúpida fiesta.
—¿Y
cómo fue que os mudasteis? -preguntó.
—Llevábamos
más tiempo de la cuenta allí. Demasiado, me atrevería a decir. Y
decidimos que ya era hora de cambiar de lugar. La gente estaba
empezando a sospechar. A Carlisle incluso llegaron a insinuarle un
pacto con el diablo.
Ambos
intercambiaron sendas miradas llenas de ironía y se carcajearon ante
el comentario.
—Debió
de ser duro dejar atrás toda una época, ¿no? Sobre todo para ti,
Renesmee, que has vivido allí desde siempre.
Asentí,
aún en silencio, y miré a mi padre, que continuó hablando.
—Fue
muy difícil para todos. Hemos dejado allí muchos recuerdos y a
gente muy querida. Pero era un paso que antes o después estábamos
obligados a dar. De todos modos, seguimos en contacto con ellos. Es
más, irán llegando durante los próximos días para poder pasar
aquí el cumpleaños de Renesmee.
—Hablando
de amigos, ¿qué pasó con la alianza que os unía a los lobos? ¿Se
mantiene o sólo fue para amedrentar a los Vulturis?
Mi
corazón se detuvo durante una fracción de segundo al volver a
recordarle. Mi padre aumentó la presión que ejercía sobre mi mano.
Luché por sacarle de mi cabeza una vez más y traté de seguir el
hilo de la conversación.
—Se
mantiene. Los chicos de la manada se convirtieron casi como en
hermanos para nosotros. Les debemos mucho -Nahuel asintió-. Por
cierto, ¿Qué pasó con tu familia? Creo recordar que Aro te avisó
de que iban a pasarse por tu poblado para resolver el problema con tu
padre.
El
chico arrugó el rostro y una sombra oscureció aún más sus ojos.
—Y
así fue. Unos meses después de que mi tía y yo regresásemos a
casa tras ayudaros con el asunto de los Vulturis, la diablesa de pelo
rubio y el otro alto y fornido llegaron allí acompañados por otros
dos encapuchados a los que no pude reconocer, y pidieron ver a mi
padre -sin duda se refería a Jane y Félix. Los otros dos serian
seguramente Alec y Demetri-. No sé si fue o no fruto de la
casualidad, pero aquel día mi padre había ido a visitarme. Nunca
perdió la esperanza de que me fuese a vivir con él y con mis
hermanas, una de las cuales llevaba unos meses viviendo conmigo y con
mi tía.
>>Los
Vulturis pidieron verle y él, creyendo que se trataba de otro tipo
de visita, se vistió con sus mejores ropajes y salió a recibirles.
>>Ni
siquiera le dejaron hablar. El alto y los otros dos se lanzaron sobre
él y, antes de que pudiera reaccionar, lo despedazaron e incineraron
sus restos. No pude hacer nada. Intenté defenderle, pero un intenso
dolor me hizo arrojarme al suelo cuando la chica rubia me miró, Era
como si me estuviesen ardiendo las entrañas. Temí por la vida de mi
hermana, pero desparecieron enseguida sin ni siquiera detenerse a
mirarla.
Mi
respiración se entrecortó. Si él no hubiese tenido que presentarse
como prueba de que yo no suponía ningún tipo de problema para el
resto de los vampiros, nada de eso habría pasado. Su padre había
muerto por mi culpa. ¿Y si el verdadero motivo de su visita era
vengarse? Era poco probable. Mi padre lo sabría. Pude ver cómo la
mandíbula de éste se tensaba mientras me echaba un rápido vistazo
de reojo, luego volvió a fijar su vista en el chico.
—Lo
siento mucho -masculló.
Yo
me levanté. Sentía la necesidad imperiosa de salir de allí.
—Voy
a dar un paseo -me disculpé-. Vendré pronto.
—¿Te
importa si te acompaño?
La
petición me cogió desprevenida. A pesar de que quería estar sola,
habría estado mal negarme. Pero, ¿y si aprovechaba el tenerme a
solas para llevar a cabo su venganza?
Miré a mi padre, que puso los ojos en blanco y meneó la cabeza con
pesadez. Era una forma sutil de decirme que estaba más loca que una
cabra. Volví a mirar al chico y me encogí de hombros dedicándole
un intento de sonrisa. Él se despidió de mi padre y salió detrás
de mí.
Caminamos
en silencio durante mucho rato. Sabía que seguía mis pasos porque
oía el crujir de la arena y las hojas bajo sus pies.
—¿Nessie?...
¿Puedo llamarte así? -me detuve y me volví para mirarle,
encogiéndome de hombros otra vez-. No debes sentirte culpable por lo
que le ocurrió a mi padre.
Mis
ojos se abrieron de golpe mientras trataba de volver a respirar.
—¿Es
que tú también lees el pensamiento? -balbuceé casi sin voz.
—No.
Yo no poseo ningún tipo de… don
especial.
Pero he visto la culpabilidad en tus ojos. En realidad, ellos gritan
lo que tú intentas callar.
Desvié
mi mirada, incómoda. Él se acercó a mi lado y sujetó mi barbilla,
obligándome a mirarle.
—Nadie
se merece tanta tristeza. Mi tía siempre dice que
“sólo alguien que ha sufrido por amor, sabe lo que es el verdadero
dolor”. Y
tú pareces encarnar esa frase a la perfección.
Me
habría gustado poder decirle que no sabía a qué se estaba
refiriendo. Sonreírle y decir que todo me iba genial… Pero ni
siquiera podía moverme. Cerré los ojos y traté nuevamente de
borrar su rostro de mi mente. Inútil. Era como si lo tuviese tatuado
en el interior de mis párpados. ¿Era tan obvia mi desesperación?
¿Tanto se me notaba? Colocó su mano sobre mi hombro.
—Aunque
acabamos de conocernos como quien dice, estoy dispuesto a escucharte
si quieres hablar.
—No
tengo nada de qué hablar.
Abrí
los ojos. Mi voz estaba rota. Era evidente que no me iba a creer.
Solté mi hombro con un leve tirón y emprendí el camino de vuelta a
casa.
En
la puerta me encontré con mi madre y con Tanya, que acababan de
regresar de una ajetreada mañana de compras y cargaban con decenas
de bolsas.
—¿Va
todo bien? -preguntó Tanya con preocupación cuando me vio aparecer
con Nahuel siguiéndome a escasos metros. Tanto sus ojos como los de
mi madre se paseaban recelosos de uno al otro.
La
ignoré y subí a mi cuarto.
Una
vez más rompí a llorar. No entendía cómo era posible que siguiese
teniendo lágrimas cuando lo normal sería que estuviese
deshidratada.
Varios
minutos después llamaron a la puerta. Era Nahuel. Lo sabía porque
me llegaba el tum
tum de
su corazón y, además de mí, nadie más allí podría emitir ese
sonido. No contesté por lo que, tras insistir un par de veces, oí
alejarse sus pasos.
Me
asomé al pasillo para asegurarme de que no había nadie y me fui a
la ducha. Antes siempre me había ayudado a relajarme. Pero
últimamente ni por esas. El dolor estaba incrustado en mí,
acompañándome durante las veinticuatro horas del día, y darme un
baño no servía en absoluto para hacerlo desaparecer.
Cuando
regresaba a mi habitación Nahuel se interpuso en mi camino. Me
detuve mirando al suelo.
—Lo
siento mucho, Renesmee. No pretendía hacerte daño.
—Tú
no me has hecho nada, Nahuel.
—Hacerte
recordar, según he visto, es hacerte daño. Así que soy culpable de
eso -le miré y sentí la paz que emanaba de sus ojos-. Pero sigo
pensando que te vendría bien hablar con alguien. Te ayudaría a
despojarte de parte de ese dolor.
—Soy
incapaz de hablar de ello -admití-. Prefiero guardármelo y esperar
a que se me olvide.
—Guardártelo
no te va a hacer ningún bien.
—Hablar
de ello tampoco.
—Al
menos inténtalo. No vas a perder nada. Y si te decides a hacerlo,
sólo tienes que decírmelo.
Le
miré y puse mi mano en su mejilla. Sabía que iba a ser incapaz de
hablar, por lo que decidí transmitirle mi agradecimiento por medio
de mi pensamiento. Cerró los ojos al sentirlo y colocó una mano
sobre la mía. La sujetó y la acercó a sus labios. La solté con
delicadeza y seguí caminado.
Nahuel
me hacía sentir bien. Aunque apenas habíamos pasado un par de horas
juntos, me habían bastado para notarlo. Su presencia me inspiraba
una tranquilidad casi placentera. Era algo parecido a lo que hacía
Jazz, sólo que en él era algo natural.
Quizá
pasar más tiempo a su lado me ayudase a recuperar parte de mi ánimo
perdido.
No
salí de mi cuarto en todo el día. Me metí en la cama y dormí
durante horas y horas. Había acumulado demasiado sueño.
Me
costó una barbaridad situarme cuando al fin me desperté. Estaba
totalmente aturdida. Miré el reloj y me sorprendí al descubrir que
había estado grogui durante casi un día entero. Fuera estaba
amaneciendo.
La
garganta me escocía a causa de la sed. Por fortuna, alguien había
dejado un vaso de sangre sobre la mesita de noche. Lo cogí y lo
vacié de un trago y, aunque me alivió, necesitaba algo más.
Conseguí
vestirme a trompicones y pasé por el cuarto de baño para asearme
antes de bajar.
Decidí
buscar a Nahuel y proponerle ir de caza. Esme me indicó que se
encontraba con Emmett en el garaje. Supuse que le estaría enseñando
nuestra nueva colección de coches.
Cuando
mi tío me vio llegar, corrió a mi encuentro y me rodeó por los
hombros guiándome en la dirección contraria. Sabía que no podía
luchar contra su desmesurada fuerza, por lo que me dejé llevar.
—¿Qué
haces aquí enana? Se suponía que estabas en tu cuarto y que no ibas
a salir, ¿no?
—Venía
a buscar a Nahuel y…
—¿A
Nahuel? Bien, pues vete con él -dijo haciéndole gestos con su brazo
libre para que nos siguiera-. Salid a dar una vuelta. Hace un día
magnífico.
Nos
despidió y nos cerró la puerta casi en las narices. Se había
comportado de un modo extraño. Ni siquiera hacía buen día. El sol
apenas había salido y las nubes lo cubrían todo amenazando con
empezar a descargar un chaparrón en cualquier momento. Miré a
Nahuel y ésta vez fue el quien se encogió de hombros. Rompió a
reír y me tomó de la mano mientras paseábamos por el jardín.
—¿Has
cambiado de opinión con respecto a lo de guardarte las cosas?
—No
-dije sacudiendo la cabeza-.Sólo quería saber si te apetecía venir
de caza conmigo. O dar un paseo. No sé prácticamente nada sobre ti
y me gustaría poder conocerte.
—Yo
tampoco se mucho sobre ti -se detuvo y me miró.
—Lo
sé. Pero yo lo he dicho primero.
Ambos
sonreímos y seguimos caminando.
—Y
bien, ¿qué quieres saber?
—Me
da igual. Cuéntame lo que quieras. Cualquier cosa.
Empezó
a hablarme de su pasado. De Pire, su madre. Murió al darle a luz y
se sentía culpable de su muerte. Le comprendía perfectamente. De no
ser por la ponzoña de mi padre, mi madre habría corrido la misma
suerte. Me habló también de sus hermanas, a las que adoraba. Pero
sobre todo me habló de su tía, Huilen. Ella había sido la
encargada de cuidarle y protegerle. Él le mordió por accidente y la
transformó. Me sorprendió que su mordisco fuese venenoso. Yo no
tenía ponzoña. Y me alegraba que así fuese, de lo contrario,
habría causado estragos durante mi niñez. Era realmente maravilloso
oírle hablar de su tía, sentir el cariño y la admiración que
sentía hacia ella.
Me
contó múltiples historias sobre el pequeño poblado en el que vivía
junto a Huilen y dos de sus hermanas, en el que les consideraban casi
dioses debido a su inmortalidad; también sobre todas las cosas que
había vivido y conocido durante sus más de ciento cincuenta años
de vida.
Sólo
se había enamorado una vez. Se llamaba Mailen.I
y
era mortal. Se negó a transformarla por miedo a que su existencia
inmortal fuese tan desgraciada como la que él mismo llevaba. Eso me
recordó al principio de la relación de mis padres. Nahuel me
confesó que cuando ella murió, vivió la peor época de su vida y
que alguna que otra vez sintió remordimientos por no haberle
concedido la inmortalidad. Aun así, mantenía que habría sido una
acción egoísta, por lo que dejar que su vida transcurriese de forma
natural, le pareció la decisión más apropiada. Nunca había vuelto
a enamorarse e intentaba huir del amor.
—Aunque
él siempre te encuentra -me dijo-. Lo único es que yo he sabido
cómo dominar mis sentimientos sin hacerme daño ni hacérselo a
nadie.
—Ojalá
pudieses enseñarme a hacerlo
—Eso
no se enseña, Nessie. Se aprende por cuenta propia con el paso de
los años. Pero no siempre funciona -bajé los ojos para evitar
mirarle. Cuando volvió a hablar, su voz se había vuelto más
animada-. Bien, yo ya te he contado todo con respecto a mi vida.
Ahora es tu turno.
—Mi
vida no tiene nada interesante. Sólo he vivido ocho años. No tengo
nada emocionante que contar.
—No
tienes por qué contarme algo emocionante. Sólo háblame de ti, de
tus gustos, de tus aficiones… De cosas normales.
Le
hice un breve resumen. Pero ya se lo había avisado: no había mucho
que contar. Pasé por alto la cuestión espinosa y fingí la
mejor de mis sonrisas cuando me preguntó si alguna vez me había
enamorado.
—Sólo
tengo ocho años -bromeé
sin ganas-.
Nadie se enamora a esa edad.
—Te
equivocas -le
miré alzando una ceja con suspicacia-.
La mayoría de los niños normales
a
tu edad, ya han vivido su primera experiencia amorosa.
—¿Con
ocho años? No creo que entiendan siquiera lo que es eso.
—Es
cierto, no lo entienden. Pero eso no implica que no puedan sentirlo.
Y precisamente porque no lo entienden, la persona de la que se
enamoran suele ser algo imposible -hizo una pausa-. ¿Has oído
hablar de Freud? -asentí. Una vez oí comentar a Emmett que ese tal
Freud era un pirado obsesionado con el sexo-. Pues bien, Freud tenía
una teoría. Según él, la mayoría de los niños suelen enamorarse
de sus padres al ver en ellos la máxima expresión del amor.
No
sabía si eso podía ser cierto o no, Pero si algo sabía con
certeza, era que a mí nunca me había pasado. Quería a mi padre. Le
adoraba. Pero en el terreno amoroso, aunque no hubiese sido
consciente de ello en aquel momento, siempre había habido alguien
que lo eclipsaba.
Lo
cierto es que si volvía a enamorarme, en el remoto caso de que eso
llegara a pasarme, me gustaría que fuese de alguien como mi padre.
Alguien que siempre estuviese protegiéndome, que hiciera que no
necesitase nada más si estaba a mi lado. Muchas veces veía cómo
miraba a mi madre y deseaba tener a alguien que mostrase la misma
devoción hacia mí. Antes, hacía ya tiempo, creí tenerla. Pero no
fue más que un espejismo.
Las
heridas de las puñaladas comenzaron a sangrar y traté de pensar en
cualquier otra cosa que me ayudase a ignorar el punzante dolor.
Cuando
alcé de nuevo los ojos, Nahuel me miraba de una forma que interpreté
como compasiva.
No
sé cuánto tiempo llevaba en silencio.
—El
desamor duele, pero se supera. Ya lo verás.
—No
sé si yo podré hacerlo -confesé-. Estoy metida en un túnel con la
salida bloqueada por cientos de rocas.
—Pues
apártalas -me dijo acariciando mi rostro-. Vas a tardar un tiempo en
quitarlas todas, pero verás cómo el esfuerzo merece la pena.
Le
sonreí agradecida, pero sin poder darle ni un ápice de
credibilidad. Por muchas piedras que quitase, siempre aparecerían
otras que las sustituirían. Nunca podría salir al exterior.
Dejamos
lo de la caza para otro momento y decidimos ir a casa a comer.
Pasamos el resto de la tarde juntos, hablando, paseando, cazando…
Todos estaban encantados de ver cómo mi ánimo había mejorado
ínfimamente. Sólo mi madre parecía disconforme. Nos evitaba a
ambos y ponía mala cara cada vez que nos veía juntos. Era algo
incomprensible. ¿Qué podía tener en contra de Nahuel?
Esa
noche, cuando me metí en la cama, aproveché para comentárselo a mi
padre.
—No
sé qué puede pasarle, pero puedo asegurarte que no tiene nada en
contra suya.
—Entonces,
¿por qué le mira así?
—Se
lo preguntaré si quieres. No puedo hacer nada más. Ni puedo
decírtelo porque no lo sé -me achuchó y se incorporó después de
darme un beso-. Duérmete. Mañana cuando te despiertes, el abuelo
Charlie y el resto ya estarán aquí.
Eso
fue lo que me animó a cerrar los ojos y a conciliar el sueño.
Estaba deseando ver al abuelo.
I. <<Princesa>> en lengua mapuche. (N.del A.)
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