Apenas
fui consciente de cuándo y cómo habíamos llegado a la calle hasta
que noté el gélido viento dándome en la cara. Pero el frio me daba
igual. Estaba ansiosa por ver a Leah.
Nuestra
relación había dado un giro de ciento ochenta grados. Si bien al
principio ella se negaba a tener cualquier tipo de contacto conmigo,
al igual que con el resto de mi familia, la cosa cambió radicalmente
cuando, tres o cuatro años atrás, ella me salvó la vida.
Había
salido de caza con Jacob y el resto de la manada. Leah también
venía, pero se mantenía a una distancia considerable de mi posición
–o eso pensaba yo-. Persiguiendo el rastro de un ciervo me acerqué
demasiado a los acantilados… tanto que cuando quise darme cuenta,
estaba colgando de uno de ellos. No pude frenarme a tiempo y caí al
vacío, con la suerte de que pude sujetarme al saliente de una roca.
Mis pequeñas manitas se aferraban a él desesperadamente, pero
apenas me quedaban fuerzas y las pocas que me quedaban las usaba para
llamar a Jacob. Su aullido ahogado sonaba demasiado lejos como para
que pudiese llegar a tiempo.
Fue
entonces, a punto ya de soltarme, cuando unas manos sujetaron las
mías y me depositaron en tierra firme. Yo mantenía los ojos
fuertemente cerrados, por lo que me abracé a mi “salvador”
sin
detenerme un instante a ver quién era, pero dando por hecho que era
uno de los lobos.
Mientras,
los aullidos de la manada sonaban cada vez más cerca. Sobre todo
aquellos que mejor conocía.
Me
sorprendí cuando escuché que la voz que me consolaba era la de una
mujer. Y la sorpresa fue aún mayor cuando abrí los ojos y vi que
quien me hablaba era la mismísima Leah Clearwater.
Las
anteriores ocasiones en las que había coincidido con ella, se había
limitado a mantenerse alejada de mí y a fulminarme con la mirada.
Por eso, jamás habría podido pensar que aquellas palabras tan
dulces saliesen de sus labios, y menos aún que estuviesen dirigidas
a mí.
Jacob
llegó varios segundos después exhalando un largo y agudo aullido.
Al estar él en su forma animal y Leah en la humana, no le había
sido posible comprobar si había llegado a tiempo de salvarme hasta
verlo con sus propios ojos. Mientras yo seguía abrazada a ella, me
di cuenta de que mi amigo evitaba mirarnos. En un principio creí que
se debía a la culpabilidad, pero al ir a poner mi mano en su pecho
para hacerle ver mi agradecimiento, descubrí que Leah estaba
desnuda. Debía de haberse transformado en humana para poder ayudarme
mejor. Le di las gracias apretando aún más mi abrazo y proyectando
en su mente el momento en que me salvó. Después de la sorpresa
inicial, rió cálidamente y me acarició el pelo mirando a Jacob de
forma autosuficiente. Él permaneció a nuestro lado, gimiendo, con
las orejas y la cola caídas. Me acerqué a él y me puse de
puntillas para poder hundir mis manos en el pelaje de su cuello,
intentando consolare. A nuestras espaldas, Leah volvió a adoptar su
forma animal y se internó en el bosque a toda velocidad.
Desde
ese día, siempre que salía con la manada a cazar –lejos de los
acantilados, por supuesto-, ni ella ni Jacob se separaban de mi lado.
Se convirtió en una gran amiga. Nos encantaba hacer rabiar a Jake.
La relación entre ellos también cambió a mejor. Él sentía que
siempre estaría en deuda con ella por haberme salvado. Y ella se lo
pasaba genial recordándoselo.
Obviamente,
esta historia es algo que mi familia ni siquiera sospecha. Se lo
hemos ocultado incluso a mi padre, aunque pueda parecer imposible,
evitando pensar en ello en su presencia. Todos creen que Leah acabó
rindiéndose a mis
encantos,
al igual que le ocurría a todo aquel que tenía contacto conmigo.
Sin
embargo, a pesar de la fuerte amistad que nos unía, su aversión
hacia el resto de mi familia continuó intacta. De ahí que cuando
quería verme, le pedía a Jacob que me llevase a La Push o, como en
este caso, que me sacase fuera de la casa, incluso sabiendo que si
quería entrar iba a ser más que bienvenida. Se lo habían repetido
infinidad de veces, y Esme había hecho hasta lo imposible por
lograrlo. Pero no había manera.
Forcejeé
con Jacob hasta que conseguí que me dejase en el suelo y corrí
hacia ella, que estaba agachada y me esperaba con los brazos
abiertos. A pesar del intenso frío y de que todo se encontraba
cubierto de nieve, iba vestida con unos pantalones cortos de color
crema y una camiseta negra de tirantes. Su piel ardía y yo me cobijé
en ella. Me levantó del suelo y sacudió la cabeza con pesar.
—Desde
luego, cada día dudo más que haya un cerebro dentro de esa cabezota
-su voz sonaba cargada de reproche. Tocó mis calcetines, que se
habían empapado por completo a causa de mi carrera sobre la nieve-.
¿Cómo se te ocurre sacarla así de casa?
Él
la miraba como si estuviese hablándole en un idioma desconocido.
—¿Se
puede saber qué mosca te ha picado?
—Que
tú no tengas frío no significa que no la haga. ¿Por qué no la has
vestido en condiciones? ¿Ni siquiera has sido capaz de ponerle unos
zapatos? Como enferme no va a hacer falta que los… -me miró y
tragó saliva antes de corregirse-... que sus padres te hagan nada.
Yo misma me encargaré de darte tu merecido.
—Pero
si no tengo frío, Leah, de verdad.
Intenté
que mi voz sonara lo más convincente posible, pero los tiritones me
delataban. Cierto que mi temperatura corporal era algo superior a lo
normal, pero aquel día era especialmente frío. Ella me apretó aún
más.
—¡Eh!
A mí no me cargues con todo el marrón -intentó defenderse-. Si no
fueras tan extremadamente orgullosa, entrarías a verla en su casa en
vez de hacerme sacarla a la calle con este tiempo.
Ambos
mantuvieron una larga y silenciosa lucha de miradas.
—No
te enfades con Jake -le pedí apartándole el pelo para poder verle
la cara. Se lo estaba dejando un poco más largo y ya le llegaba por
la barbilla-. Él quería vestirme, pero yo salí corriendo a verte y
sólo pudo coger el anorak y los calcetines- mentí.
Jacob
me guiñó un ojo con tan mala suerte que ella le vio.
—Me
parece lamentable que tengas que escudarte detrás de una niña. Pero
bueno, no sé por qué me sorprendo… -sus ojos se volvieron
súbitamente dulces cuando se fijaron de nuevo en mí-. Sabes que no
te haría salir de casa con tanto frío, en eso debo asumir mi culpa
-endureció la voz al pronunciar esa última frase-. Pero hoy tenía
que hacerlo.
—¿Qué?
¿Echabas de menos el maravilloso olor que rodeas estos parajes y no
has podido evitar venir?
Leah
rugió y apretó los dientes con tanta fuerza que temí que fuese a
partírselos.
—Sólo
espero que cuando la niña crezca, tenga la suficiente inteligencia
como para no conformarse con un tipejo como tú, Jacob Black -él
respondió a su mirada de furia con una enorme sonrisa-. He venido a
despedirme.
La
mandíbula de Jacob se desencajó y sus ojos se abrieron de par en
par. Yo la miraba con la barbilla temblorosa y no precisamente por el
frío.
—¿Que
te vas? ¿Por qué? ¿Dónde?
—Yo
no quiero que te vayas. Quiero que te quedes conmigo y con Jake.
—No
puedo, Nessie -volvió a mirar a Jacob, que se había quedado
petrificado-. Tengo que irme. Necesito salir de aquí.
—No…
Yo no… No lo entiendo —logró articular al fin—. ¿Por qué
ahora? ¿Ha pasado algo? No sé, ¿tienes problemas con tu madre o
con Seth?
—De
ser así lo sabrías. Es decir, lo sabríais -hizo un movimiento
rápido con la cabeza en dirección a La Push-. Mi tío Ken me ha
conseguido un puesto de trabajo en su ciudad. Me voy mañana.
—¿Y
no será peligroso? Quiero decir, que con tu carácter…
—No
te preocupes, llevo preparándome mucho tiempo -contestó con una
risilla nerviosa-. Mis accesos de ira están bajo control.
—¿Lo
sabe Sam? -ella apartó la vista y la clavó en el suelo-. Ya veo. Es
por él, ¿verdad?
—Siempre
es por él, Jake. Ya deberías saberlo.
Su
barbilla también temblaba. Se la acaricié con la yema de los dedos
y ella me dedicó una sonrisa forzada. Nunca la había visto tan
hundida. Si por algo destacaba Leah era por su entereza. Pero ahora
parecía a punto de romperse en pedazos. Le limpié las lágrimas que
habían empezado a descender por su cara y ella sujetó mi mano y la
besó.
—La
boda es dentro de unas semanas. Llevan posponiéndola durante todo
este tiempo y sé que es por mi culpa. Han estado esperando a ver si
ocurría el milagro de la imprimación... Como si eso fuese a
ocurrirme a mí...- añadió a media voz-.
Creí que ya lo había asumido y que podría soportarlo. Pero lo
único que estaba haciendo era engañarme a mí misma… Lo he
probado todo para olvidarle, ¡todo! Y no me ha servido de nada. Sólo
me queda ver si es cierto eso de que la
distancia hace el olvido.
—Y,
¿dónde vive ese tío tuyo?
—En
Swindon -en nuestras caras debía de leerse que no teníamos ni idea
de dónde estaba eso-. Es una ciudad pequeña. Está muy cerca de
Londres.
—¡Caray!
Sí que te vas lejos.
Yo
les observaba sin saber muy bien qué hacer o qué decir. No quería
que Leah se fuese pero, a pesar de su eterna máscara de súper-mujer,
había visto en innumerables ocasiones como sus ojos se entristecían
cuando veía a Sam o, simplemente, oía hablar de él. En la manada
debían de saberlo mejor que yo, incluso el propio Sam. Tampoco debía
de ser fácil para él vivir cada día con la certeza de que era el
único responsable de ese sufrimiento, ni ver cómo Leah se iba
resquebrajando un poco más a cada momento. Lo que no lograba
explicarme era cómo ninguno sabía nada acerca de su marcha.
Probablemente, ella había evitado por todos los medios pensar en
ello para evitar que lo descubriesen.
—Te
voy a echar de menos -le dije.
Quería
lo mejor para ella. Quería que fuese feliz, y si para eso tenía que
mudarse a miles de kilómetros, estaba más que dispuesta a
aceptarlo.
—Gracias,
cariño y… Siento mucho todo el daño que haya podido causarte en
el pasado.
—¿Daño?
-volví a mostrarle una vez más ese recuerdo que tan a fuego se
había grabado en mi mente: el de aquel día en el que me salvó la
vida-. Tú nunca me has hecho daño.
—Prometo
venir a visitarte… Quiero decir, a visitaros -tendió la mano hacia
Jacob, que se la apretó con cariño-. Pese a todo, creo que voy a
echarte de menos más de lo que nunca llegué a imaginar.
—Sí,
creo que sé cómo te sientes al respecto -se carcajeó.
—Mantenme
informada de todo lo que vaya ocurriendo -le pidió palmeándome la
pierna. Incomprensiblemente, Jacob enrojeció de súbito-. Espero de
corazón que todo os salga bien.
Ambos
se abrazaron dejándome a mí en medio. Me sentía como si estuviese
atrapada entre dos estufas. Y era muy agradable, pues el frío estaba
empezando a calarme hasta los huesos. Un inoportuno escalofrío
rompió la magia del momento. Leah me trasladó a los brazos de Jacob
y besó mi frente.
—Llévala
dentro, está muerta de frío -él me abrazó intentando cobijarme-.
Adiós, Nessie. Espero que volvamos a vernos pronto. Y en cuanto a
ti… -acarició la mejilla de Jake-. Ya va siendo hora de que te
cortes el pelo, ¿no? -intercambiaron una sonrisa cómplice-. Cuídate
mucho, Jake. Y cuida mucho de ella.
—Lo
haré.
—Vamos,
entrad en casa o vas a tener que descongelarla.
Comenzamos
a andar. Yo no dejaba de agitar mi mano en señal de despedida
mientras las lágrimas me cegaban. Justo cuando llegamos al porche de
la entrada comenzó a caer una fina lluvia. Permanecimos allí de
pie, observando cómo Leah se alejaba hasta que la perdimos de vista
cuando se internó entre los árboles.
Antes
de cerrar la puerta, un prolongado aullido lastimero me hizo
estremecer.
—Adiós,
Leah. Cuídate tú también.
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