Había
cosas que no lograba entender. ¿Qué le pasaba a Jacob? ¿Por qué
se comportaba de un modo tan extraño?
Todo
comenzó a cambiar el día que tuvo la discusión con mi padre y se
fue de una forma excesivamente apresurada. Y de eso hacía ya algo
más de dos semanas. Desde entonces casi no aparecía por casa.
Cuando lo hacía, apenas se quedaba unas horas y siempre que podía,
evitaba quedarse a solas conmigo.
Aunque
sabía que yo no había hecho nada, no podía dejar de sentirme
culpable. De un modo u otro, de quien se estaba alejando era de mí.
Por
otro lado, no había vuelto a necesitar que nadie pasase las noches
conmigo. Ellos pensaban que mi temor a sufrir un envejecimiento
prematuro había desaparecido pero, aunque en parte tenían razón,
sólo mi padre sabía el verdadero motivo. Me pasaba las noches
escuchando música, leyendo, enredando con el ordenador… Haciendo
cualquier cosa que me evadiese de la realidad, que me hiciese olvidar
la amarga sensación de que estaba perdiendo irremediablemente a mi
mejor amigo sin una razón aparente. La presencia de cualquier otra
persona a mi lado, sólo servía para arrastrarme de nuevo a esa
realidad que me aplastaba.
Estaba
anocheciendo. La lluvia arreciaba y el frío era de todo menos normal
en pleno mes de agosto. Jacob acababa de irse. Había estado hablando
con mi padre y cuando salió parecía enfadado. Se sentó a mi lado,
pero se levantó unos minutos después y salió dando un portazo.
Supuse que habrían discutido una vez más, pero no quise darle
importancia. Me daba igual lo que hiciesen mientras no fuera delante
de mí. Era una postura egoísta pero, como decía Charlie: “ojos
que no ven, corazón que no siente”. Y
así me lo tomaba yo. Había intentado salir tras él, pero cuando
llegué al porche ya había desaparecido. Por el suelo pude ver los
restos de su ropa y las zapatillas que le regalé hacía unos días
hechas jirones.
Me
senté en las escaleras de la entrada y me concentré en los
diferentes sonidos que creaban las gotas de lluvia dependiendo de
dónde cayesen. El tejado, la tierra, el asfalto, las plantas… La
mezcla de todos ellos producía una deliciosa melodía que me hizo
apartar por un momento todas las preocupaciones que atestaban mi
cabeza.
—¿Puedo
sentarme contigo?
Me
aparté para dejarle sitio. Mi madre se sentó a mi lado y me tomó
las manos.
—Renesmee,
tengo que hablar contigo sobre algo.
Ella
era la única que, salvo raras y contadas excepciones, seguía
llamándome por mi nombre completo. Todos los demás habían adoptado
el diminutivo que me asignó Jacob.
La
miré preocupada. Algo me decía que lo que iba a contarme no me iba
a gustar demasiado. Parecía vigilar cada uno de mis gestos. No
terminaba de encontrar lo que quería decirme ni la forma de hacerlo.
—¿Sabes?
En una película escuché una frase que ahora mismo me viene bastante
bien -comenté-.
“Si
fuera bueno, no sería tan difícil de decir”.
—Dame
tiempo, ¿vale? No sé cómo hacerlo… ¡Es que esto es
completamente injusto! Apenas tuve tiempo de asimilar que había
tenido un bebé y ya tengo que vérmelas con una hija adolescente.
En
un primer momento me asusté. Su voz sonaba tan dura que llegué a
creerme que estaba realmente enfadada conmigo. Una sonrisa me
demostró que me equivocaba.
—Tranquila,
eres la única madre que conozco, no tengo con quien compararte para
juzgar si lo estás haciendo bien o mal -mi broma sonó demasiado
forzada. Inspiró pausadamente-. Va, mamá. Escúpelo. Cuanto antes
mejor, ¿no?
—De
acuerdo, verás… Nosotros… Tenemos que irnos.
—¿Irnos?
¿Quiénes? ¿A dónde?
—Todos.
A Fairbanks, Alaska. Está cerca de Denali, así que…
—¿A
Alaska? Pero, ¿por qué? Siempre pensé que cuando nos fuésemos
sería a New Hampshire o a algún sitio más cercano. ¿Por qué a
Alaska? ¿Por qué...?
Las
palabras se me atascaban en los labios. En cualquier otra ocasión me
habría sentido una estúpida enlazando una pregunta tras otra de
forma tan precipitada. Pero apenas sí era consciente de estar
hablando. Esto era ya lo que me faltaba. Estaba al borde del colapso.
—Carlisle
cree que nos vendría bien vivir cerca de otro aquelarre… Renesmee,
yo tampoco quiero irme pero tenemos que hacerlo. La gente está
empezando a sospechar. Ya no sé qué excusa poner cuando me
preguntan por ti.
Cuando
experimenté el cambio, mi madre tuvo que inventarse que yo era una
prima suya y que la niña a la que ella y mi padre habían acogido se
había ido a pasar una temporada con unos familiares de Esme… Ese
era uno de los inconvenientes de vivir en un pueblo tan pequeño
donde todos se conocen. Sobre todo si eres familia del admirado jefe
Swan.
Me
levanté y comencé a deambular de un lado a otro dándome golpecitos
en la frente con la palma de la mano. Intentando de ese modo poner en
orden mis pensamientos.
—No
puede ser, no puede ser, no puede ser…
—Te
aseguro que soy tan poco partidaria de ésto como tú. Pero es la
única solución.
—¿Cuándo?
—Tenemos
que preparar aun algunas cosas y…
—Mamá,
¿cuándo?
—Pasado
mañana.
—¿¡Pasado
mañana!?
Tuve
que sujetarme a una de las columnas para no caerme de bruces. Mi
madre me sujetó y me ayudó a sentarme de nuevo en las escaleras.
—Respira.
Cálmate. Vendremos a menudo. Y ellos podrán ir a visitarnos.
Era
incapaz de hablar, por lo que coloque mi mano sobre las suyas.
—Sí,
cielo. Jacob también irá.
—¡No,
mamá! -mi voz sonó como un grito ahogado-. No te estoy preguntando
si él podrá visitarnos. Sé que lo hará. Lo que quiero saber es si
tiene algo que ver con esto. Él… ¿Lo sabe?
—Sí.
Tu padre se lo dijo esta tarde -recordé el modo en que se fue y le
encontré algo de lógica-. Por eso su comportamiento de antes no ha
sido como el de siempre.
—Hace
tiempo que su comportamiento no es el de siempre. Y no puedo dejar de
pensar que ese cambio tiene mucho que ver conmigo.
—Tú
no tienes la culpa de nada. Jake tiene algunas… dudas que resolver.
Por eso anda tan serio.
—¿Dudas?
¿Qué tipo de dudas? No creo que me evite sólo porque tenga algunas
dudas.
—No
te está evitando. Pero es algo que él tendrá que explicarte. Ya lo
entenderás.
Ya
lo entenderás. Odiaba
esa frase. Y todos parecían empeñados en repetírmela una y otra
vez. Iban a terminar volviéndome loca. ¿Cuándo se suponía que iba
a empezar a entender las cosas? Iba a cumplir ocho años, pero tanto
mi cuerpo como mi mentalidad estaban más próximos a los veinte. ¿Es
que la gente normal
aun
no entiende las cosas a esa edad?
—Me
voy a dormir. Últimamente tengo la sensación de que los días son
demasiado largos y no quiero seguir alargando éste.
—Cariño,
por favor, no te enfades.
—No
estoy enfadada, mamá. Sólo algo aturdida. Necesito dormir un poco y
tratar de aclararme.
—Ya
verás como no va a ser tan malo. Todo irá bien mientras
permanezcamos juntos.
—Seguro
que sí.
No
sonó ni de lejos todo lo convincente que yo pretendía. Le di un
abrazo y entré. Subí a mi cuarto sin ni siquiera detenerme a mirar
al resto de mi familia, que estaban reunidos en el amplio salón,
probablemente haciendo planes para el inminente viaje. Todos me
miraban mientras ascendía las escaleras, pero ninguno intentó
seguirme. Sabrían que en ese momento prefería estar sola. Y si no
lo sabían, mi padre se habría encargado de hacérselo saber.
Me
costó horrores conciliar el sueño, como era de esperar. No podía
dejar de llorar pensando en todo el tiempo que iba a estar sin ver al
abuelo, a Sue, a Seth, al resto de la manada… A todos aquellos que
formaban parte de mi vida... Y a Jacob. Aunque él no es que formase
exactamente parte de mi vida. Más bien es que era la mitad de ella.
¿Cuáles serían esas dudas que parecían estar atormentándole?
¿Qué era lo que tenía que explicarme? Al final fueron mis propias
dudas las que me hundieron en un profundo sopor.
Por
la mañana me desperté de un humor estupendo. Al abrir los ojos, la
luz del sol, que entraba atropelladamente por la ventana, me cegó.
Me cubrí la cara con ambas manos y fui dejando que la claridad
penetrase poco a poco entre mis dedos hasta que recuperé la vista
por completo. Fuera se oía el alegre canto de los pájaros y el
murmullo del río. El cambio tan brusco de clima había influido
positivamente en mi estado de ánimo y en mi forma de ver las cosas.
Mi perspectiva había cambiado de rumbo. Las cosas no tenían por qué
cambiar mientras nos esforzásemos por evitarlo. Mi madre tenía
razón. La distancia que iba a separarnos era mucha pero había
infinidad de formas de seguir juntos. Me puse melancólica al
recordar a Leah. Hacía mucho que no sabía nada de ella. Le escribí
una carta después de mi cambio y le mandé un par de fotos, pero no
me contestó. Lo poco que sabía de ella era lo que nos contaba Seth.
No había vuelto a Forks. Pero lo suyo era comprensible. Ella tenía
razones de peso para no hacerlo. Sin embargo, a nosotros no había
nada que nos impidiese volver.
Esa
misma tarde hablaría con Jake. No me importaba que no entendiese aun
lo que tenía que contarme. Lo único que quería es que todo
volviese a la normalidad, que él volviese a ser mi
Jacob.
Bajé
las escaleras a saltitos, tarareando una animada melodía que me iba
inventando sobre la marcha y dándole un beso a cada miembro de mi
familia que me encontraba por el camino. Esme estaba en la cocina. Le
di su beso y un achuchón. Estaba preparándome tortitas y el olor de
éstas se mezclaba con el del café recién hecho y el del sirope de
fresa, creando una increíble espiral de fragancias.
—¡Vaya!
Iba a subirte un desayuno especial para levantarte el ánimo. Pero ya
veo que no era necesario.
—¿Cómo
que no es necesario? Has acabado de alegrarme el día.
—¿Y
puedo saber a qué se debe este repentino cambio de humor? Me cuesta
creer que res la misma persona que anoche subió las escaleras como
si fuese un espectro.
Le
sujeté las manos para hacerle ver el cambio que se había producido
en mi mente, dedicándole una amplia sonrisa al estilo
Jacob.
Cuando acabé, ella me abrazó.
—Me
alegro de que veas las cosas desde un punto de vista tan optimista.
Llevamos posponiendo este viaje mucho tiempo, demasiado quizá, por
miedo a cómo pudieses tomártelo. Carlisle estaba muy preocupado. Le
vas a dar una gran alegría.
Me
senté y comencé a engullir las tortitas con avidez. Estaban
deliciosas. Costaba entender cómo alguien que no podía comer,
cocinaba con tanta maestría. Debía de tratarse de muchos años de
práctica y mucho tiempo libre.
—¿Dónde
están mis padres y Jazz? No les he visto.
—Han
ido a terminar de arreglar todo el papeleo.
—¡Oh!
Bien, entonces luego les veré. Voy a cazar.
Esme
me miró sorprendida señalando el plato vacío que tenía frente a
mí.
—¿A
cazar? ¡Pero si acabas de comerte todo eso!
—Lo
sé, pero esto ha sido sólo un aperitivo. Necesito algo más…
contundente.
—Suerte
que no puedes engordar -suspiró de forma teatral y ambas nos echamos
a reír-. Nessie, cielo, por qué no esperas a que venga Jacob o le
pides a alguno de tus tíos que te acompañe? No me gusta que andes
por ahí sola.
—No
te preocupes. No voy a ir muy lejos y no va a pasarme nada. Además,
me vendrá bien un poco de soledad.
Recogí
la mesa y me dirigí al bosque. Por el camino fui recogiendo flores
hasta crear un maravilloso ramo multicolor. Decidí pasarme por la
casita de mis padres y dejárselo allí. A mi madre le encantaban las
flores silvestres, así que esperaba que le agradase el detalle.
La
puerta estaba cerrada, pero sabía que escondían una llave bajo uno
de los farolillos que iluminaban el camino de la entrada. En el
interior había varias cajas amontonadas. Ya habían guardado todo lo
que iban a llevarse. Busqué un jarrón, lo llené de agua y lo llevé
a la mesa del pequeño saloncito. Coloqué las flores dentro y me
dispuse a salir.
Pero
algo llamó poderosamente mi atención. Dentro de una de las cajas
había cuatro libros con las pastas de cuero negro en las que no
había ningún tipo de inscripción. Cogí uno y lo abrí. En el
interior pude reconocer la enrevesada caligrafía de mi madre. Leí
un par de líneas y comprendí que eran sus diarios. Sabía que se
trataba de algo privado, que no estaba bien curiosearlos. Pero no lo
pude evitar. Suspendí mi plan de caza, cogí los cuatro libros y
decidí llevármelos. Intuía que en ellos encontraría las
respuestas que necesitaba.
—¿Ya
estás aquí?
Esme
y Rosalie estaban en el salón viendo la televisión. Me quedé
pasmada en la puerta cuando oí la voz de Esme. Iba a ser imposible
pasar sin que viesen los diarios y preguntasen.
—Sí,
es que… Me he encontrado con… Seth y… esto… Me ha dejado unos
libros para que los ojee
.et
voilá!-.
Así que he cambiado de planes.
—¿Libros?
¿Sobre qué? -Rose se había incorporado y me miraba con
curiosidad-. Tengo ganas de leer algo bueno. ¿De qué género son?
—Son
de…En realidad no lo sé. Sólo me ha dicho que son muy
interesantes. Ya te los pasaré cuando los acabe.
Me
mordí la lengua en cuanto pronuncié esa frase.
—De
acuerdo.
Expiré
todo el aire que tenía en los pulmones y salí disparada a mi
cuarto. Eché el pestillo y aparté las cortinas para que entrase la
luz. Me sentía mal. Iba a violar la intimidad de mi madre y sabía
que se enfadaría con razón si me descubría. Pero algo me empujaba
a hacerlo, algo a lo que no podía resistirme. Intuía que me estaban
ocultando muchas cosas y estaba convencida de que esos diarios me
ayudarían a desvelarlas.
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