A
Charlie no le hizo ni pizca de gracia lo del viaje. Cuando fuimos a
despedirnos aquella tarde, se quejó varias veces acerca de que Jacob
se creía el único con derecho a pasar tiempo conmigo.
—¡Vamos,
Charlie! -le dijo él-. Sólo van a ser cinco o seis días. Luego
puede quedarse en Forks un poco más antes de volverse a Alaska.
Aunque
no pareció convencerle del todo, al menos sirvió para que dejase de
refunfuñar.
Mis
padres, por el contrario, parecían encantados con la idea. No
dijeron nada al respecto, pero podía apostar cualquier cosa a que lo
que más les gustaba del viaje era que iba a estar lejos de Forks y,
por tanto, de mi pesadilla.
Eran
poco más de las tres del mediodía cuando nuestro avión aterrizó
en el aeropuerto de Hito.
Rebecca
y Solomon nos recibieron alborotados y nos colocaron los típicos
collares de flores.
—Aloha,
Renesmee! ¡Bienvenida a Hawai! -me
dijo Rebecca abrazándome-.
Me alegra mucho conocerte, ipo
I
.
Jake
no exageró ni un ápice cuando nos habló de tu belleza.
—Gracias,
yo también me alegro de conocerte.
Lo
cierto es que el parecido entre Rebecca y Rachel era tan asombroso
que me daba la sensación de que ya nos conocíamos. Solomon era alto
y musculoso, con la piel morena y el pelo negro, largo y rizado,
recogido en una coleta baja. Ambos vestían con ropa veraniega. Nada
que ver con la que llevábamos Jake y yo. A pesar de haberme dicho
que eh Hawai siempre era verano, estaba claro que no se refería al
mismo verano que yo conocía de Forks o Alaska. Así que, en pocos
segundos, estábamos empapados en sudor.
—Creo
que vais a tener que ir de compras -bromeó
Solomon cuando Jacob se quitó la camiseta para mitigar el calor.
Le
miré con envidia y él me sonrió. Me acarició la mejilla, pero
procuró mantenerse alejado de mí, gesto que agradecí sinceramente.
Ya tenía bastante con la temperatura de mi cuerpo y la exterior,
como para encima tener que lidiar con el sofocante calor que me
asediaba cuando le tenía demasiado cerca.
El
camino hasta su casa fue una sucesión de paisajes de ensueño y
plantaciones de caña. Todo eso acompañado por el intenso brillo que
producía el sol al reflejarse en el océano, de un intenso color
turquesa. Más que una ciudad, Hilo era un pueblo costero mucho más
grande de lo normal, pero no se aproximaba ni un ápice a la imagen
que yo había pintado en mi mente cuando me imaginé cómo sería la
capital de Hawai.
Las
humildes casitas, todas pintadas de colores claros, contrastaban con
la magnificencia de los numerosos hoteles. La diferencia entre ambas
construcciones era realmente llamativa
La
casa de Rebecca era igual de modesta que todas las que habíamos
visto por el camino. Tenía las paredes blancas y la puerta y las
ventanas de color crema. El pequeño jardín estaba rebosante de
infinidad de flores de varios colores y de plantas que nunca antes
había visto. Pero lo mejor era que justo detrás de la casa, como a
unos cien metros, estaba la playa.
—Supongo
que estaréis muertos de hambre -aventuró mi cuñada con una enorme
sonrisa que parecía calcada de la cara de su hermano-. No estábamos
seguros de si os gustaría la comida hawaiana, así que hemos tirado
de la cocina tradicional americana. Hay hamburguesas y patatas fritas
en abundancia.
—¡Y
perritos calientes! -añadió Solomon palmeándose el estómago.
—¡Qué
pena! -se quejó Jacob de broma haciendo un exagerado mohín-. Y yo
que pensé que por fin iba a probar algo de por aquí como el tiburón
a la brasa o un revuelto de cachalote…
—Jacob,
lolo
II.! -le espetó ella dándole un
manotazo en el hombro-. Ni siquiera hay cachalotes por aquí.
Su
marido le rodeó la cintura y entraron juntos. Yo iba a seguirles,
pero Jake me detuvo sujetándome por las caderas y girándome hasta
que estuve de frente a él.
—¿Cuánto
hace que no… te
alimentas?
—Me
comí un par de chocolatinas justo antes de embarcar.
—No
me refería a ese tipo de alimento.
Acarició
la parte inferior de mis ojos y alzó una ceja.
—Puedo
vivir perfectamente sin… -miré a todas partes esperando que no
hubiese nadie y añadí bajando la voz hasta convertirla en un
murmullo-. sangre.
—¿Seguro?
Esas ojeras no tienen muy buena pinta.
La
quemazón de la garganta, provocada por la sed, no tardó en
aparecer. ¡Maldita sea! ¿Por qué había tenido que recordármelo?
Carraspeé y fingí una total indiferencia.
—Seguro.
Además, no creo que haya mucho con lo que alimentarme
por aquí -recorrí
los alrededores con la vista y volví a
mirarle a él mientras me encogía de hombros-.
Me conformaré con las hamburguesas.
Le
besé y le cogí de la mano para entrar en la casa.
La
salida de compras de esa tarde fue inevitable. Los dos necesitábamos
ropa más ligera de forma casi urgente. Y, ya puestos, yo también
necesitaba un bikini, que estrené en cuanto dejamos el resto de
cosas en casa.
Nos
pasamos toda la tarde en la playa, bañándonos, paseando, tomando el
sol…
—Eres
increíble -comentó mientras acariciaba suavemente mi brazo. Mi piel
lanzaba tenues destellos bajo la luz del sol. Eran casi
imperceptibles para el ojo humano, pero no para los suyos, que me
observaban maravillados. De pronto, empezó a reírse a carcajadas-.
¡Pobre Quil!
—¿Quil?
-me extrañé-. ¿Por qué te has acordado de él ahora?
—Por
esto.
Estábamos
recostados sobre una enorme toalla. Él se incorporó para poder
inclinarse sobre mí y besarme de forma frenética. Pestañeé
varias veces tratando, primero de recuperar el control y, segundo, de
comprender a qué se refería.
—No
te sigo -comenté sin aliento.
—Verás,
Quil anda algo mosqueado conmigo últimamente -arrugué el entrecejo.
Me costaba creer que Quil pudiese estar enfadado con alguien, mucho
menos con su mejor amigo-. Bueno, en realidad no es conmigo
exactamente. Lo que le molesta es que nosotros podamos estar… así
-repasó mi cintura con el dorso de su mano para acentuar sus
palabras-, mientras que él tiene que esperar varios años aún
-seguía sin comprender del todo y él debió notarlo por mi
expresión, así que continuó hablando-. En teoría, Claire es tres
años mayor que tú y, sin embargo, él no puede ni pensar en ella
del mismo modo en el que yo pienso en ti.
Por
fin conseguí entenderle. ¡Pobre Quil! No vería el momento en el
que pudiese estar con Claire como lo estábamos Jake y yo. Y aún le
quedaban, como mínimo, otros cinco o seis años.
—Debe
de ser un fastidio para él.
—Lo
es desde que tú… cambiaste. De todos modos, tampoco es tan
terrible. A él le encanta estar con Claire, le da igual de qué
forma. A mí mismo me encantaba estar contigo cuando eras pequeña.
Obviamente no tenía el mismo significado que ahora. Siempre fuiste
el centro de mi universo, lo que me hacía seguir con los pies
pegados a la Tierra. Ahora le das sentido a mi mundo de la misma
forma pero, a la vez, de un modo completamente diferente.
Como
si del capricho de una niña pequeña se tratase, le arrebaté las
gafas de sol. No me gustaba que tuviera los ojos ocultos. Él engarzó
su boca en la mía y tuve que detenerle, una vez más sin aliento,
antes de que montásemos un escándalo público.
Los
días siguientes fueron iguales. Sol, playa y arrumacos. Era
verdaderamente como estar en el paraíso. Todos mis temores se habían
esfumado dando paso a una agradable sensación de paz y bienestar.
Pero
pedir que aquello durase, era mucho pedir.
Al
quinto día de estar allí, salí con Rebecca a comprar comida y
estuvimos visitando un par de lugares típicos. Volvimos muy pasado
el mediodía.
Cuando
entramos en casa, Jacob estaba sentado en el salón. Tenía el rostro
pálido y los ojos brillantes, casi ocultos bajo las cejas. Parecía
como si hubiese estado llorando. Me senté en sus rodillas y le
acaricié el pelo, insistiéndole para que me contase qué le
ocurría. Pero fui incapaz de arrancarle palabra alguna hasta que
finalmente me apartó, se puso en pie y salió diciendo que
necesitaba estar sólo.
No
regresó hasta bien entrada la madrugada. Yo llevaba varias horas
acostada, aunque seguía completamente despierta a causa de la
preocupación.
Sus
besos apremiantes y la rapidez con la que el color rojo comenzó a
invadirlo todo, haciéndome perder el control, me impidieron volver a
preguntarle qué había pasado.
I. <<Cariño>> en lengua hawaina (N. de la A.)
II. <<Tonto>> en lengua hawaiana. (N. del A.)
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