Aunque
el camino de vuelta era largo y nosotros estábamos empeñados en
alargarlo aún más, a ambos nos pareció demasiado corto.
Le
detuve junto a la puerta y coloqué mi mano en su cuello, recordando
el momento en el que me había dicho que me quería, y le susurré:
—Yo
a ti también.
Él
volvió a besarme mientras sus brazos me apretaban contra su cuerpo.
—Aún
no te he felicitado.
—Sí
que lo has hecho… -extrañado, alzó una ceja y ladeó la cabeza-.
Y me has dado incluso mi regalo.
—Pero
si aún no te he… -puse los ojos en blanco y clavé mi dedo índice
en su pecho-. Vale, vale. Espero que no lo estés diciendo en serio.
Si en verdad yo te parezco un regalo, me vas a tirar a un rincón en
cuanto veas lo que te espera ahí dentro.
Le
ignoré, sujeté su mano y abrí la puerta. Cuando entramos, las
voces se silenciaron y todos los ojos se posaron en nuestros dedos
entrelazados. Tras unos segundos de expectación, comenzaron los
gritos, las risas, las exclamaciones… Entre todo el jaleo
destacaban los ensordecedores silbidos de Quil, Jared y Seth, a los
que enseguida se les unió Emmett. Me habría gustado ser una tortuga
y haber podido esconder la cabeza para que no viesen lo roja, casi
morada, que me había puesto. Pero a falta de caparazón, me cubrí
el rostro con la mano que tenía libre.
Sentí
el frío tacto de alguien en mi hombro. Entreabrí los dedos y
descubrí a mi madre mirándome sonriente. Solté a Jacob y me lancé
a sus brazos sin poder evitar echarme a llorar. Ella me devolvió el
abrazo con más fuerza todavía.
—Lo
siento mucho, mamá. Siento haberte hecho sufrir. Siento haber sido
tan estúpida y tan egoísta y haberte hecho daño. Perdóname, ¿sí?
—Eres
tú quien tiene que perdonarme. Tenía que habértelo contado todo
desde el principio.
—No,
mamá. Tú tenías que cumplir tu promesa.
—¿Sabes?
Creo que tienes razón -entrecerró los ojos y me miró con
picardía-. Aquí solamente hay un culpable.
Miramos
hacia Jacob, que tragó saliva de forma ruidosa y nos devolvió la
mirada con preocupación. Quiso hablar pero se lo impedimos
lanzándonos sobre él. Era muy divertido verle casi ahogado de la
risa. Nunca logré comprender cómo alguien a quien no dañaría ni
un cañonazo, tenía tantas cosquillas.
Entonces
mis ojos se encontraron con los de mi padre y corrí a abrazarle.
—Te
dije que todo saldría bien.
Iba
a darle un beso, pero Alice -¿quién si no?- me cogió de la mano y
me apartó de su lado.
—Dejad
los mimos para más tarde… ¡Hora de abrir los regalos!
Por
el camino arrastró a Rosalie con nosotras. Comenzamos a subir las
escaleras y nos detuvimos al llegar junto a la puerta de mi
habitación. Alice me soltó y Rosalie me rodeó la cintura. Mi
menuda tía desplegó su simpática sonrisa y me miró con los ojos
brillantes.
—Ahora,
cierra los ojos.
Obedecí.
Entré
en la habitación flanqueada por ambas. Olía a madera nueva y a
pintura fresca.
—Ya
puedes abrirlos -canturrearon a la vez.
Cuando
lo hice, estuvo a punto de desencajarse mi mandíbula inferior. Lo
habían cambiado absolutamente todo. Los muebles, las cortinas, la
colcha, el color de la pared… Todo era ahora de color blanco. Mi
color favorito. Incluso habían pintado de blanco el baúl, la puerta
y el marco de la ventana.
Y
justo en el centro de la habitación, habían puesto un columpio. Una
media luna de madera, también blanca, por supuesto, colgada del
techo por una cadena metálica.
Supuse
que sería absurdo preguntarles cómo se las habían ingeniado para
hacer todo ese trabajo en una sola mañana. Así que me limité a
seguir mirándolo todo boquiabierta.
Estaba
realmente emocionada.
Fui
a abrazarlas, pero Alice retrocedió.
—Aún
no lo has visto todo -contestó señalando al enorme armario.
Las
miré frunciendo el ceño y vi que Rose parecía incluso más
sorprendida que yo.
—Dijimos
que nada de regalos extra -se quejó.
Alice
exhaló con irritación.
—¿Y
qué me dices de la cajita que guardas en tu bolso?
Rosalie
sonrió y ambas se sacaron la lengua.
—Vamos
-me apremió Alice-, ¿a qué esperas?
Me
acerqué al armario y lo abrí. Podía meterme en su interior sin
problemas. Pero lo más increíble es que toda la ropa y los zapatos
eran nuevos. Había renovado todo mi vestuario.
—¡Oh,
Alice! No tendrías que haberte molestado. Esto era innecesario.
—¿Innecesario?
Tu armario estaba pidiendo a gritos una renovación completa.
Ahora
sí me dejaron abrazarlas.
Cuando
volvimos al salón, la decoración me cogió por sorpresa. Con todo
el escándalo de antes ni siquiera me había fijado. Me sentía como
si me hubiese colado en la fiesta de cumpleaños de una Barbie.
Todo estaba lleno de globos, guirnaldas y cintas de raso de múltiples
tonos pasteles.
Y
aún me esperaban más regalos. Carlisle, Esme y Jasper me tendieron
un paquete. Al abrirlo me encontré con un precioso libro de piel
negra y remaches dorados. Empecé a pasar las páginas y descubrí
que todas estaban en blanco. ¿Era un diario? Miré a mi padre, que
se encogió de hombros y me dedicó una de sus sonrisas traviesas. No
podía leer su pensamiento, pero me jugaba cualquier cosa a que debía
de estar pensando algo muy parecido a “ya
tienes el tuyo propio”. Varios
papeles cayeron de su interior. Al recogerlos pude ver que eran mis
documentos actualizados
–DNI,
pasaporte…-, en los que se indicaba que tenía dieciocho años. Eso
había sido con toda seguridad cosa de Jasper. Él era el encargado
de solucionar el papeleo. Cogí uno de los documentos y le miré
extrañada. Era un carnet de conducir. Mi
carnet
de conducir.
—Eso
es cosa mía -Emmett se acercó a mi lado y me tomó de la mano-. Mi
regalo tampoco está aquí.
Me
cogió en peso y se encaminó hacia el garaje. Se paró junto a la
puerta y me pidió que cerrase los ojos. Entonces pude entender su
extraño comportamiento del día anterior. Cuando volvió a dejarme
en el suelo y pude abrir los ojos, quitó la sábana blanca que
cubría mi regalo, dejando al descubierto un flamante deportivo
negro.
Le
miré incrédula.
—¡Feliz
cumpleaños, pequeñaja! -era incapaz de hablar, y él malinterpretó
mi reacción-. ¿Qué pasa? ¿Es que no te gusta este modelo? Podemos
cambiarlo por otro, el que tú prefieras.
—¡No!
No es eso. ¡Claro que me gusta! ¡Me encanta! Es sólo que… ¡Wow!
No me lo esperaba. Además, te has olvidado de algo importante… -me
miró expectante-. No sé conducir, Em.
—¿Y
dónde está el problema? Mañana mismo empezaremos con tus clases de
conducción. Un par de semanas conmigo y no te hará sombra ni el
mismísimo Michael Schumacher.
Tras
ver el interior, tapizado de cuero negro, y oír todos los avances
mecánicos que poseía, la potencia desmesurada de su motor y otros
muchos detalles técnicos, la mayoría de los cuales ni siquiera
comprendía, volvimos al salón donde seguí recibiendo regalos.
El
clan de Denali me regaló una preciosa gargantilla de oro blanco y
zafiros; Nahuel, que seguía un poco molesto por lo ocurrido aquella
mañana, me entregó una cajita de madera. En su interior había un
broche con forma de ojo. La piedra con la que estaba hecho el iris
era de un negro intenso, lo cual me recordó a sus propios ojos.
—Es
un amuleto mapuche que se usa para alejar las malas influencias.
Espero que te funcione -me explicó mirando fugazmente a Jacob-. La
piedra del centro es ónix. Atrae la buena suerte.
—Muchas
gracias, Nahuel. Es precioso.
Acaricié
su mano y le sonreí.
Los
chicos de la manada, junto con Emily y Billy, me regalaron un
gigantesco lobo de peluche y una enorme tarjeta firmada por todos,
incluidos aquellos que no habían podido venir, donde pude leer cosas
como: “Muchas
felicidades, Renesmee. Siempre serás mi lobampira
favorita”.
Rachel
me entregó una pulserita multicolor y un lienzo envuelto en un
llamativo papel granate. Era un precioso dibujo de una puesta de sol
en el mar.
—La
pulsera es de mi parte -me dijo-, la he hecho yo. Y el cuadro te lo
manda Rebecca. Me ha pedido que me disculpe en su nombre por no haber
podido venir tampoco este año, y que te diga que espera que Jake y
tú vayáis a visitarla pronto.
Jake
y yo… Hasta
Rebecca, en la otra punta del mundo, parecía saber lo que iba a
ocurrir antes que yo misma.
Charlie
y Sue me tendieron un sobre con dinero y una caja de mis bombones
favoritos, y me pidieron disculpas por su falta
de imaginación.
—No
digáis bobadas -les dije intentando hacer que se sintieran mejor-.
Ya sabéis cuánto me gusta el chocolate. Además, esta marca no se
vende por aquí.
El
regalo de mis padres fue un talonario con varios billetes de avión
sin fecha ni destino, para que, según dijeron, pudiese conocer todos
esos lugares a los que siempre había querido ir.
—Esta
mañana llamó la abuela René -me informó mi madre-. Quería
felicitarte y decirte que en cuanto tenga un par de días libres,
vendrá a verte. Me pidió que la llamases.
¡Qué
fastidio! Había recibido su carta en la que me contaba que Phil, que
ahora era entrenador, estaba en plena temporada y que por ello no
podrían venir. Para no variar. Creí que se estaba marcando un farol
y que hoy la tendría aquí, bromeando y admirando todo lo que mi
familia vampira hacía o decía, como cada año. En fin, luego,
cuando estuviese el ambiente más relajado, la llamaría. Tenía que
contarle todo lo que había pasado aquella mañana.
Miré
hacia Jacob, esperando su regalo, y él enrojeció.
—Lo
siento -miró a mi padre con intención y volvió a fijarse en mí-,
con los nervios del viaje lo olvidé en casa. Prometo enviártelo por
correo en cuanto llegue.
Me
acerqué a él y puse mi mano sobre su pecho, visualizando su rostro.
—Ya
te lo dije, no hay mejor regalo que éste.
Él
me abrazó, repitiéndome una vez más que me quería, mientras todos
volvían a alborotarse, silbidos incluidos.
Pero
las sorpresas no habían terminado.
Después
de un magnífico día, mientras cenábamos, sonó el timbre. Seth dio
un respingo y el tenedor se resbaló de su mano. Mi padre me miró
desde el sofá con una sonrisa intrigante.
—Tienes
visita. Ve a abrir.
Me
levanté extrañada y fui hacia la puerta preguntándome quién
podría ser. Salvo la abuela René y los miembros más jóvenes de la
manada a quienes sus padres, por cierto recelo hacia mi familia no
habían dejado venir, toda la gente que conocía y quería estaba
conmigo. O al menos eso pensaba.
Abrí
y me encontré con una mirada que hacía muchos meses que no había
vuelto a ver. Ella me miraba indecisa, no sabía si abrazarme o no.
Pero no dejé que se lo pensara durante mucho tiempo y me arrojé a
sus brazos sollozando.
—¡Leah!
¡Leah! ¡Leah! ¡No puedo creerme que hayas venido!
La
abracé con tanta fuerza que, de haberse tratado de alguien normal,
le habría roto varios huesos. Debía de haberme imaginado cuando
pregunté por ella y Seth me contestó:
—¿Quién
sabe? A lo mejor se presenta aquí en cualquier momento.
Me
lo tomé como uno más de sus comentarios sarcásticos, pero al verla
allí, comprendí que Seth ya sabía de esta sorpresa.
Al
igual que hizo Charlie por la mañana, me apartó unos centímetros y
me recorrió de arriba abajo con la mirada.
—¡Caramba,
Nessie! Estás preciosa. Las fotos que me enviaste no te hacen
justicia en absoluto, que lo sepas -me sonrió y me tendió una bolsa
de papel-. ¡Muchas felicidades! No sabía qué regalarte. Pasé por
una tienda de antigüedades y vi esto. Me hizo muchísima gracia.
Cogí
la bolsa y saqué el paquete que había en su interior. Era una
muñeca de porcelana con tirabuzones cobrizos y mejillas sonrojadas.
—¡Qué
graciosa! -exclamé divertida al percatarme del parecido-. ¡Soy yo!
—¿Verdad
que se te parece? Bueno, a la Renesmee bebé. No a la de ahora.
Ambas
nos reímos y volvimos a abrazarnos. Cuando nos separamos no supe que
hacer, si sentarme con ella en el porche o invitarla a pasar. Y así
se lo hice saber.
—Es
tu día, Nessie. No he venido desde tan lejos para quedarme en tu
puerta. Además, hace mucho tiempo que no veo a mi gente, y no
estaría bien que me fuese sin ni siquiera saludar a mi madre y…
Me
asusté cuando Seth apareció detrás de nosotras sin previo aviso y
se abrazó a su hermana.
—¡Lo
siento, Lee! Tenía muchas ganas de verte y no podía esperar más
tiempo. ¿Por qué no entráis?
La
cogió de la mano y la arrastró hacia el interior. Cerré y fui tras
ellos. Todos se levantaron a saludarla, incluso Sam y Emily. Temí su
reacción y me sorprendió ver que les devolvía el saludo con el
mismo entusiasmo que a los demás. Parecía que eso del
distanciamiento sí había funcionado con ella.
Esme
salió de la cocina trayéndole un plato de la deliciosa lasaña que
había preparado en mi honor.
Pero
ella ni se inmutó. Respiraba de forma apresurada y sus ojos estaban
fijos en una dirección. En el lugar donde se encontraba Nahuel. Le
miraba como si fuese lo más maravilloso del mundo y él correspondía
a su mirada de un modo similar. Todos nos dimos cuenta enseguida de
lo que estaba pasando.
—¡Marchando
una de imprimación! -canturreó Embry.
—¡Oído
cocina! -respondieron Quil, Jared y Paul a coro.
Todos
estallaron en carcajadas y no tardaron mucho en oírse los
escandalosos silbidos de los chicos y, cómo no, Emmett. Leah
pestañeó varias veces tratando de volver al mundo real y tomó
asiento entre Seth y su madre. No pude evitar fijarme en Sam. Parecía
relajado. Debía de haberse quitado un enorme peso de encima.
El
resto de la cena transcurrió con el mismo buen ambiente que había
prevalecido durante todo el día. Hubo más tarta de postre, una
diferente a la que ya nos habíamos comido por la tarde, pero del
mismo tamaño desmesurado y con el mismo logo de “Feliz
cumpleaños, Nessie”. Era
ya de madrugada cuando un ruidoso bostezo de Jared nos hizo darnos
cuenta de la hora.
Todos
empezaron a repartirse por las habitaciones donde Esme y mi madre
habían preparado varias camas supletorias mientras, aquellos que no
necesitaban descansar, se dedicaban a desmontar la decoración. Quise
quedarme para ayudar, pero no me dejaron. Así que me despedí de
todos, dándoles nuevamente las gracias por un día tan increíble y
subí a mi cuarto sabiendo que no iba a estar sola durante mucho
tiempo.
Nada
más ponerme el pijama, llegaron mis padres. Me recosté sobre la
cama y ellos se sentaron uno a cada lado preguntándome por la fiesta
y los regalos.
—Y,
¿qué me dices? ¿Ya solucionaste todos tus problemas
con
Jacob? -la
ironía reinaba en el tono de voz de mi padre.
Enrojecí
por completo cuando, sin querer, recordé lo vivido aquella mañana.
Me vi obligada a pensar en gatos para no tener que volver a
avergonzarme. Mi padre no pudo reprimir una carcajada.
—¡Eso
no vale! -se quejó mi madre dándole un golpe en el hombro-. Yo
también quiero reírme.
—Creo
que a Nessie le han dado su primer beso.
—¡Papá!
Los
dos se echaron a reír cuando me cubrí la cara con un cojín.
—No
creo que haya sido el primero.
Bajé
el cojín sin comprender por qué mi madre había dicho eso. Ella se
giró hacia mi padre.
—¿Te
importaría dejarnos a solas? Me gustaría hablar con ella y
explicarle… algunas cosas.
Asintió,
nos dio un beso a cada una y salió. Mi madre me arropó y se tumbó
a mi lado, abrazándome por encima de la colcha.
—Verás,
sé que debes de tener algunas dudas acerca de todo lo que ha pasado
y me gustaría hablar contigo sobre ello antes de que lo haga Jacob.
¿Por dónde podría empezar?
—Por
donde quieras -la animé.
—A
ver… ¿Recuerdas tu última noche en Forks?
Era
muy probable que mi padre no anduviese muy lejos, por lo que volví a
pensar en gatos una vez más.
—Lo
recuerdo perfectamente.
—Escuché
cómo le preguntabas a papá por qué, si lo que te había ocurrido
no había sido un sueño, nadie había visto
ni
oído
nada… Di muchas vueltas hasta encontrar un modo con el que Jake
pudiera despedirse de ti sin que nadie le molestase -gatitos,
gatitos blancos en cestas de mimbre…-.
Alice no supuso ningún problema al ser incapaz de verle,
pero
papá… Me costó una barbaridad darme cuenta de que estaba pasando
por alto lo más obvio. Jacob puso el sigilo y yo... Bueno, yo dirigí
mi escudo sobre él para evitar que tu padre pudiese escucharle.
Me
incorporé para poder verle la cara. Estaba sonriendo. Me sentí una
completa estúpida. ¿Cómo podía haber pensado tantas absurdeces?
Yo creyendo que ella se había ido a pasar aquella tarde con él y
resulta que lo que hacían para que Jacob pudiese despedirse de mí
Volví a recostar la cabeza. Estaba muy enfadada conmigo misma.
Mi
madre siguió hablando.
—Y
en el aeropuerto de Seattle, cuando te desmayaste, yo salí tras él
para convencerle de que no podía dejar que nos fuésemos sin
contarte la verdad. Pero fue imposible. Entró en fase y no pude
hablar con él. Fue un acto algo egoísta por mi parte. Lo que me
obligaba a forzarle para que te lo contara era que no quería que
estuvieses mal conmigo, tal y como ocurrió. Todos lo hemos pasado
muy mal durante estos meses. Sobre todo tú, es cierto. Pero a mí me
mataba verte sufrir y no poder hacer nada para solucionarlo. Y qué
decirte de Jacob. No te haces una idea de lo dura que ha sido su
situación. Se pasaba los días en su forma lobuna para evitar los
sentimientos que le acosaban cuando era humano. Corriendo de un lado
a otro y cazando. Buscando un modo de no pensar en ti. Yo le llamaba
a menudo pero rara vez le pillaba en casa. Nunca desde que le conozco
le había visto tan hundido.
—¿Y
por qué no me dijo la verdad desde el principio?
—Tenía
miedo a cómo podías reaccionar. A que le despreciases. Odiaba
pensar que podía perderte si te confesaba sus sentimientos.
—Aunque
no hubiera correspondido a sus sentimientos, y no era el caso, no
habría cambiado nada.
—Pero
eso él no podía saberlo.
Iba
a seguir hablando, pero llamaron a la puerta. Ella se levantó y me
besó dulcemente en la frente.
—Os
dejo a solas. Tenéis muchas cosas de las que hablar. Hasta mañana,
cielo.
La
puerta se abrió y Jacob asomó la cabeza.
—¿Puedo
pasar?
Mi
madre le revolvió el pelo y le abrazó al pasar junto a él y cerró
dejándonos a solas.
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