Jacob
se sentó en mi luna. Yo me levanté y me senté sobre sus rodillas.
Dudé si el columpio aguantaría el peso de ambos, pero no percibí
nada que me hiciese sonar lo contrario, por lo que encogí las
piernas y me acomodé en su regazo.
—Mira
que olvidarte de mi regalo -le recriminé mientras él me abrazaba-.
Menuda cabeza la tuya.
—En
realidad no se me ha olvidado -separé mi cabeza de su pecho para
poder mirarle a la cara y descubrí que se había sonrojado
levemente-. Es sólo que, después de ver todo lo que te han
regalado, lo mío te va a parecer una bobada.
—¡Oh!
¡Vamos, Jake! ¿Tengo que volver a repetirte cuál ha sido el mejor
regalo de todos?
Me
incorporé y pegué mis labios a los suyos.
—Eso
ha sido más bien un regalo para mí -se
quejó con los ojos cerrados-.
De todas formas, yo me refería a regalos de
verdad.
—Yo
también -parecía bastante molesto y preocupado-. ¿Lo tienes aquí?
—Sí,
pero…
—Dámelo.
No está bien que sea mi cumpleaños y no me hayas dado mi regalo.
—Son
más de las doce. Técnicamente, ya no es tu cumpleaños.
—Pues
más a mi favor. Ha sido mi cumpleaños y no me has regalado nada.
—¿Pero
no acabas de decirme que el mejor regalo que te…?
—¡Jacob!
Por favor -extendí una mano-, dámelo.
—Vale,
vale.
Rebuscó
en el bolsillo de su pantalón y sacó una bolsita de tela de color
azul brillante que dejó caer sobre mi mano. La abrí y en su
interior encontré dos colgantes. Dos lobos tallados en madera que,
al unirse, formaban la cara de uno.
—¡Son
preciosos, Jay! ¿De dónde los has sacado?
—Los
he hecho yo, así que tienen aún menos valor.
—¡Porque
tú lo digas! Para mí tienen un valor incalculable, que lo sepas.
—Está
bien, como quieras -contestó con desgana-. Pero, salvo el hecho de
que uno es para mí, te has saltado un pequeño detalle.
Giró
uno de los lobos para mostrarme la inscripción que había en el
reverso. Estaba escrito en un idioma que, a pesar de no entenderlo,
reconocí al instante. El quileute.
—¿Qué
pone?
—Verás,
cuando me explicaron todo esto de la imprimación, me dijeron que
cuando ves a esa otra persona, te sientes como un ciego que ve el sol
por primera vez. Y eso es más o menos lo que he querido reflejar en
esa frase. Pone algo así como: “Eres
el sol que dio vida a mis ojos”. Es
un poco cursi, pero me pareció la forma adecuada de expresar lo que
significas para mí.
Le
besé y le aparté el pelo para poder abrocharle su colgante. Él
hizo lo mismo con el mío. Después volví a acurrucarme y
permanecimos en silencio durante largo rato.
—Esto
de la imprimación es tan raro -comenté-. Me cuesta entender como
sucede. Parece como si fuese una especie de hechizo.
—No
se sabe muy bien cómo sucede. Pero te aseguro que no se trata de
ningún truco de magia. Esto es real.
—No
pongo en duda su realismo, es sólo que… No entiendo cómo pudiste
pasar de estar locamente enamorado de mi madre a estarlo de mí.
Las
palabras se me atascaban en la garganta, por lo que, cuando pude
pronunciarlas, salieron por mi boca de forma atropellada.
—Yo
también le di muchas vueltas a eso durante algún tiempo. Y cuando
descubrí la razón por la cual creía estar enamorado de tu madre,
todo encajó.
—¿Creías
estar enamorado de ella? -pregunté
con escepticismo.
—Ness,
yo nunca estuve realmente enamorado de Bella. El vínculo que me une
a ti es tan fuerte que surgió incluso antes de que tú nacieses.
Ella era quien iba a engendrarte, por lo cual, al no existir tú, mis
instintos se desarrollaron en torno a la persona más próxima a ti,
haciéndome creer que era a ella a quién amaba. Pero me olvidé de
ella en cuanto naciste… Bueno, casi.
—¿Casi?
—Sí.
Lo cierto es que en el momento de tu nacimiento no era amor
precisamente lo que sentía por ti.
—¿Puedes
explicarte un poco mejor?
—Yo
seguía creyendo que amaba a tu madre. Cuando tú naciste y yo la
creí muerta, fui en tu busca.
—¿Para
qué? -le apremié. Se había quedado mudo y tuve que zarandearle.
—Te
culpaba de su muerte y decidí que, ya que tú la habías matado a
ella, yo…
—¿¡Qué!?
-cuando comprendí lo que intentaba decirme, traté de levantarme y
apartarme de él, pero no me dejó-. ¿Tú querías… matarme? ¿A
mí?
—No
te escandalices y deja que me explique -tragué una bocanada de aire
y aparté mi vista de él-. Sí, quería matarte y bajé al salón
dispuesto a hacerlo. Recuerdo que Rosalie te tenía en brazos y se me
ocurrió matar dos pájaros de un tiro.
—Lo
estás arreglando.
—¿Vas
a dejarme hablar o piensas seguir refunfuñando? -fruncí los
labios-. Me daba igual a quién tuviese que llevarme por delante para
vengar su muerte. De todos modos, se me echarían encima cuando
acabase contigo… Y justo cuando iba a atacaros, tú me miraste
-sonrió y suspiró. Yo volví a observarle. Estaba extasiado-. Todo
cobró entonces un nuevo sentido. Mi vida dejó de girar en torno a
lo que lo había estado haciendo todo el tiempo para hacerlo
alrededor de aquella preciosa niña de ojos color chocolate -sujetó
mi cara entre sus manos y me besó la punta de la nariz-. Comprendí
que hacerle daño sería como hacérmelo a mí mismo. Peor aún, pues
prefiero sufrir el peor de los tormentos antes de que a ti te
ocurriese lo más mínimo.
Fuese
como fuese y, aunque esta revelación me había quitado un enorme y
doloroso peso de encima, había algo que me preocupaba o, mejor
dicho, que me aterraba.
—¿Y
qué pasaría si se te pasase el efecto de la imprimación? ¿Y si
imprimases a otra? No quiero ni pensar que un día puedas despertarte
y descubrir que no sientes nada por mí.
—Ésto
no funciona así. Cuando imprimas a alguien, es para siempre. Por lo
tanto, soy yo quien debería estar preocupado.
—¿Tú?
Eso es absurdo.
—Cielo,
lo tuyo es un simple sentimiento humano. Un instinto. Es como el
hambre. Mientras la sufres está ahí, pero en cuanto te sacias,
desaparece. Eres tú la que un día puede cansarse de mí y buscarse
a otro. Es difícil que ocurra algo así, pero…
—Eso
no va a pasar. Lo que yo siento por tí también es para siempre.
Estiré
los labios y le besé el mentón mientras él pasaba una mano por mi
cintura para abrazarme.
—¿Puedo
preguntarte algo?
—Claro.
Pregunta lo que quieras.
—¿Qué
hay entre tú y el tipo ese, Nápel, Nábel o como se llame?
—¿Te
refieres a Nahuel?
—Sí,
a ese.
—No
hay nada entre Nahuel y yo.
—¿Estás
segura?
—Muy
segura -la incomodidad me hizo tensarme.
—Pues
tengo la impresión de que si no os hubiese interrumpido esta mañana…
En fin. Juraría que estábais a punto de besaros.
—¡Pues
sí! -un tremendo e inesperado enfado explotó en mi interior-. Nos
habríamos besado si tú no hubieses aparecido. Y sólo tú habrías
tenido la culpa.
—¿Yo?
¿Qué culpa voy a tener yo? No fui yo quien corrió a buscarse a
otro en cuanto tuvo ocasión.
Empecé
a notar el temblor de su cuerpo. A sabiendas de que podría
encontrarme en peligro, me dejó levantarme. Pero no me alejé. Me
coloqué frente a él y le miré desafiante.
—Tú
desapareciste de un día para otro. Saliste de mi vida y me dejaste
hundida. He estado muriéndome un poco cada día, aguardando el
momento en que volvieras para llevarte a mi madre. Y ni siquiera te
molestaste en explicarme lo que estaba pasando.
—Y
como yo salí de tu vida, tú te buscaste un sustituto, ¿no?
—Eres
un imbécil, Jacob. Eres un completo y profundo imbécil -noté el
picor de las lágrimas y pestañeé varias veces para impedir que se
derramaran-. Vete. Quiero estar sola. Lárgate.
Se
levantó y me abrazó con tanta fuerza que no pude hacer nada por
escaparme.
—Lo
siento, Ness. Perdóname. Soy un imbécil, tienes razón. Todo lo
hago mal -empecé a sollozar y él me apartó para poder mirarme-.
Entiendo que me odies.
—No
te odio, Jake. No podría hacerlo.
—Eso
no fue lo que me dijiste en el aeropuerto.
Su
rostro se entristeció al recordar aquel momento y yo sentí un
apretón. Era como si hubiese pasado un siglo desde aquel día.
—Lo
dije por… Lo cierto es que no sé muy bien cómo ni por qué lo
hice. Estaba dolida y lo único que quería era hacerte sentir, al
menos, un poco del dolor que tú me estabas infringiendo a mí.
—No
te imaginas cuánto lo siento. Jamás podré perdonarme todo el daño
que os he hecho a ti y a Bella.
—Debiste
contármelo todo desde el principio.
—Lo
sé. Pero ya te lo he explicado. Sentía pánico ante la
incertidumbre de no saber cómo ibas a reaccionar.
—No
creo que hubiese reaccionado mal.
Quería
que se sintiera mejor y respiré aliviada cuando le vi sonreír. Me
alzó del suelo y me llevó en brazos hasta la cama, donde me acomodó
y se tumbó a mi lado. Yo me pegué a su pecho y le abracé.
—No
puedes hacerte una idea del esfuerzo tan tremendo que tuve que hacer
para no transformarme y cargarme al Nápel ese de un zarpazo.
—Se
llama Nahuel.
—Me
da igual cómo se llame. Lo único que sé es que cuando os vi, sentí
que iba a robarme lo más importante de mi vida y que tenía que
impedirlo como fuera. Ya he estado a punto de perderte una vez y te
juro que no voy a permitir que eso vuelva a ocurrir —una sonrisa
hizo destellar su dentadura—. Hemos perdido mucho tiempo, ¿no
crees?
—Tenemos
toda la eternidad para poder recuperarlo.
Alcé
la cabeza y comencé a recorrer su cuello con mis labios, sintiendo
como se estremecía debido a un fuerte escalofrío.
—Oye,
Nessie.
—¿Hmm?
-inquirí sin despegar mi boca de su piel.
—¿En
serio pensabas que había imprimado a tu madre? -separé mi cabeza de
él y la apoyé sobre la almohada. No contesté. No era necesario-.
¿De dónde sacaste esa idea?
—Todo
apuntaba en esa dirección. Yo sólo me limité a creer lo que los
indicios me sugerían.
Me
negaba a contarle lo de los diarios. Era algo de lo que me
avergonzaba y que esperaba que quedase entre mi padre y yo. Además,
me sentía ridícula por haberlo entendido todo mal.
—Tengo
la impresión de que aún no estás del todo convencida de que
estabas equivocada.
—Sé
que lo estaba. Es sólo que he estado demasiado tiempo creyendo que
la querías a ella. No puedo cambiar de idea tan rápidamente.
—¿Hay
algo que pueda hacer para ayudarte?
—Supongo
que darme tiempo y… -le lancé una sonrisa pícara-. convencerme de
que estaba equivocada.
—Así
que convencerte, ¿no? -sus brazos me atrajeron de nuevo hacia él y
su boca buscó la mía con ardor-. Creo que eso sé cómo hacerlo.
Sus
labios comenzaron a repartir besos por mis mejillas y mi cuello,
desplazándose hasta mi clavícula para volver a ascender hasta mi
oreja. No pude reprimir un gemido cuando sus dientes se aferraron a
ella. Una carcajada estalló en su pecho y se echó hacia atrás,
mirándome con los ojos entrecerrados.
—¿Mejor?
-preguntó.
—Mucho
mejor.
Coloqué
la cabeza sobre su hombro.
—Por
cierto, Ness, ¿no hay nada que quieras saber? ¿Nada que yo pueda
explicarte de todo lo que ha pasado? No sé. Lo digo porque a lo
mejor tienes algunas dudas.
—No.
Mi madre ya me contó todo lo que necesitaba saber. Aunque… -de
pronto recordé algo que me había estado intrigando meses atrás.
Pero me pareció una tontería y decidí guardármelo-. No. No tengo
nada que preguntar.
—Ibas
a preguntarme algo.
Desde
luego, no se le pasaba nada por alto.
—No
importa. Era una bobada.
—Pregunta.
—No.
Déjalo.
—Dímelo,
por favor.
—En
serio, no era nada.
—Por
favor.
Hizo
sobresalir su labio inferior y alzó las cejas para poder mirarme con
cara de pena. Rompí a reír y tuve que rendirme.
—Está
bien, te lo diré -sonrió y me besó en la mejilla-. Lo cierto es
que hay algo que antes despertaba mi curiosidad.
—¿Antes?
—Bueno,
después no tuve cabeza ni tiempo para volver a acordare de esas
cosas.
—¡Oh!
Ya entiendo. Y, una vez más, lo siento -le acaricié la cara y me
dio un beso fugaz-. Continúa.
—Lo
que quería saber es… ¿Qué fue lo que pensaste aquella tarde que
enfadó tanto a mi padre?
—He
discutido cientos de veces con tu padre, ¿cómo quieres que recuerde
los motivos de todas nuestras broncas?
—Me
refiero a la última tarde, cuando todo empezó a cambiar. Tú
pensaste en algo que pareció molestarle sobremanera y luego te
marchaste de forma extraña.
—Ah,
sí. Ya lo recuerdo -hizo una mueca y desvió sus ojos de los míos.
Yo sujeté su mandíbula y le hice volver a mirarme-. ¿Él no te
contó nada?
—Sólo
que habíais hablado y que teníais una especie de pacto -enarcó una
ceja-. Me dijo que él no se entrometería en tus pensamientos y que
tú evitarías pensar en ciertas cosas… O algo así.
Me
miró extrañado.
—¿Eso
te dijo? -asentí-. Muy buena, Edward -comentó para sí mismo.
—¿Qué
pasa? ¿No era cierto?
—En
parte sí, pero… El trato no fue precisamente ese.
—Entonces…
¿mi padre me mintió?
—En
cierto modo sí. Pero lo hizo por una buena causa. Él sólo quería
mantener la promesa que me hizo.
—¿Qué
promesa?
Ahora
que lo pensaba, eso era algo que tampoco sabía. Me habían hablado
de ello varias veces, pero nunca supe de qué se trataba.
—La
de que dejarían que fuera yo quien te contase lo de la imprimación.
Era
lógico. Como todo lo demás.
—Entonces,
¿cuál fue el trato?
—Él
no se cabrearía por mis pensamientos si yo te lo contaba. Pero no
estaba preparado para hacerlo. Como ya te dije, tenía miedo de que
eso te alejase de mí. Así que empecé a evitarte. Cuanto menos
tiempo pasase contigo, menos lata me darían tus padres… Y luego me
sueltan que os vais de Forks y… Nunca pensé que ésto se me fuese
a ir de las manos de ese modo. La situación se me quedó demasiado
grande.
—Eso
ya da igual. Lo que importa es que, al final, todo salió bien, ¿no?
—Sí,
por suerte sí.
Se
acercó para besarme, pero coloqué mi dedo índice sobre sus labios
y le detuve.
—Aún
no has respondido a mi pregunta.
—¿No
lo he hecho?
Negué
con la cabeza.
—¿En
qué pensaste?
—Eso
ya me lo preguntaste aquel día y recuerdo que te contesté.
—Sí,
pero no dijiste la verdad.
—¿Cómo
que no? ¡Claro que te dije la verdad! Tu padre se enfadó porque me
acordé de aquel maravilloso vestido rojo que te pusiste en la boda
de Sam y Emily.
—¿Otra
vez con lo mismo? No cuela, Jake.
—Pues
créetelo. Me estaba acordando de tu vestido -le miré enfadada
mientras él sonreía de forma traviesa-. De lo mucho que me habría
gustado quitártelo.
—Buenas
noches, Jacob.
Me
giré dándole la espalda, muerta de vergüenza, mientras él apagaba
la luz y se desternillaba de la risa.
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