Abrí
los ojos y me estiré. Apenas entraba un haz de luz por una ventana
que no recordaba haber visto en ese lugar. Entorné los ojos y el
corazón me dio un vuelco al reconocer dónde me encontraba. Ya no
estaba en la residencia de los Vulturi. Estaba en La Push. En su
casa.
Busqué
a tientas la lámpara de la mesita de noche y encendí la luz. Me
sobresalté cuando vi mis manos o, mejor dicho, aquellas
manos.
Pues no eran las mías. Aunque las habría reconocido entre un
millón. Salí de allí y entré en el pequeño cuarto de baño que
se encontraba justo en la puerta de al lado. Accioné el interruptor
y observé su cara en el espejo durante largo rato. Tenía el pelo
enmarañado, barba de varios días y los ojos hinchados y ojerosos.
Sin
apartar la mirada del cristal, recorrí el mentón con la yema de los
dedos; sus pómulos, su nariz, sus labios, el contorno de sus ojos,
de los que brotaron dos gruesas lágrimas...
Un
intenso dolor fue creciéndome en el pecho conforme todo mi cuerpo
ardía y se contorsionaba entre terribles temblores. Todo el dolor
parecía concentrarse en su rostro. Sentí la imperiosa necesidad de
salir de allí. Corrí hacia la puerta y, mientras saltaba al
exterior, mi cuerpo dio paso a la figura de un imponente lobo de
pelaje rojizo.
Me
incorporé empapada en sudor. Jasper y Akamu me observaban con
detenimiento. Mi tío se acercó a mi suministrándome una agradable
dosis de tranquilidad. Cada vez era más consciente de por qué había
decidido ser él quien se quedase conmigo.
—¿Estás
bien?
—Sí.
Yo solo... Estaba soñando.
—¿Una
pesadilla?
—Más
o menos -me levanté medio aturdida y miré por el balcón hacia el
exterior. Estaba amaneciendo entre una espesa neblina.
—¿Te
gustaría salir de caza?
Me
giré hacia Akamu con los ojos dilatados. Por supuesto que me
apetecía ir de caza, pero... Miré mis ropas. Aún seguía envuelta
en la capa gris que me habían dado hacía ya casi una semana.
—¿Podría
darme una ducha primero?
—Por
supuesto. Acompáñame.
—Dame
un segundo para coger mis cosas.
Me
acerqué al rincón donde estaba mi maleta y la abrí pensando en si
tendría algo apropiado para ponerme. Por suerte tenía un par de
vaqueros y un cálido jersey blanco que me había comprado en Hilo y
que, por tanto, aún estaba por estrenar. Con el estómago algo
revuelto, cogí la ropa que iba a usar y mi neceser, guardé el resto
de cosas y me levanté para seguir a Akamu, dejando a Jasper a solas.
Nada
más avanzar un par de pasos fuera de la habitación, nos salió al
paso la terrible sonrisa de Jane.
—Curiosa
casualidad -dijo arrastrando las palabras y clavando en mí su fría
mirada-. Justo ahora iba a buscarte. Aro quiere verte.
—Dile
que ahora mismo no puede ir -contestó Akamu-. Renesmee va a asearse.
Yo mismo me encargaré de llevarla ante Aro cuando termine.
—Desde
luego no le vendría nada mal un cambio de ropa -comentó
observándome con desagrado-. No te demores. Es importante.
Y
sin más, se alejó. Akamu y yo continuamos andando y descendiendo
escaleras. Imaginé que debíamos de estar en el subsuelo, pues la
temperatura había descendido de forma notable. Nos detuvimos ante
una puerta de color marfil.
—Te
estaré esperando aquí. Tómate el tiempo que creas necesario.
Abrió
y me cedió el paso cerrando después a mi espalda.
No
tenía ni idea de cuánto tiempo hacía que no pisaba un cuarto de
baño. Lo atribuí a mis genes vampiros, pues era poco probable que
un humano pudiese aguantar tanto tiempo sin ir al aseo. Durante unos
minutos, me dediqué a observar todo lo que había a mi alrededor,
preguntándome si ese cuarto de baño había estado siempre ahí o si
lo habían construido debido a mi llegada. Debido a la aparente
modernidad de las cosas y a la forma en la que relucían, la última
opción me pareció la más acertada. El enorme plato de ducha se
encontraba en una de las esquinas del fondo. En la otra esquina había
un elegante lavabo con un ornamentado espejo dorado colgado sobre él.
En la pared de la derecha había un gigantesco armario con los mismos
adornos color oro que el resto del mobiliario: una silla, una percha
y, justo en la pared de enfrente, una gran estantería de apariencia
pesada sobre la que tan solo había lo que parecían cinco toallas
cuidadosamente dobladas. Pero lo mejor era el pequeño jacuzzi de
madera situado en el centro de la estancia, el cual me hizo dudar
entre usarlo o darme una ducha rápida pero reconfortante. Debido a
la supuesta urgencia de Aro por hablar conmigo, me encaminé hacia el
plato de ducha, abrí la mampara y giré los dos pomos dorados. Ya
habría otra ocasión para usar el jacuzzi. Mientras esperaba a que
el agua saliese caliente, fui hasta el espejo y me observé. Mi
aspecto era terrorífico. Tenía el pelo sucio y enredado y unas
enormes ojeras que me llegaban casi hasta la base de la nariz.
Decidida a no volver a ver mi reflejo hasta estar segura de que mi
aspecto fuese, por lo menos decente, cogí una de las toallas y ,
tras colgarla en una percha convenientemente situada justo al lado,
me desnudé y me metí en la ducha. Del agua salían espesas volutas
de vapor. Puse la mano bajo el chorro para comprobar que la
temperatura era ideal y después dejé que resbalase por todo mi
cuerpo. Casi logré olvidarme de todo, hasta de dónde me encontraba.
Pero al cerrar los grifos y salir al exterior, me di de bruces con la
realidad. Mi cerebro volvió a ponerse en frenético funcionamiento.
¿Qué querría Aro de mí? Intentando retrasar al máximo el momento
de encontrarme con él, me sequé y me vestí con detenimiento.
Incluso tomé un secador que había colgado junto al espejo y me
arreglé el pelo, que ya me había crecido hasta algo más abajo de
los hombros.
Casi
media hora después, salí para encontrarme con Akamu quien,
aparentemente, no se había movido de donde le dejé.
—¿Mejor?
-me preguntó con una sonrisa.
—Mucho
mejor.
—Ahora
te llevaré con Aro y después saldremos a cazar. Imagino que debes
de tener hambre.
—Bastante,
la verdad.
—Dame
tus cosas. En cuanto termines de hablar con él, Jasper, tú y yo
iremos a por unos cuantos gamos.
Sólo
de imaginármelo, se me hizo la boca agua y la garganta empezó a
escocerme.
Subimos
hasta la torre donde se encontraba la sala en la que Aro me estaba
esperando. La misma sala donde el día anterior había estado a
punto de sucumbir a la tentación de la sangre humana. Al entrar pude
ver que, para mi sorpresa, estaba solo, sentado en el asiento
central. Se levantó cuando entramos y casi levitó hacia nosotros.
—Renesmee,
querida, ¿cómo está siendo tu estancia?
—Bien,
muy... tranquila.
—Me
gustaría disculparme por lo sucedido ayer -posó su mano en mi
mejilla y me observó con exagerada tristeza-. Espero que hayas
perdonado a mi bromista hermano. Sólo quería divertirse un poco,
aunque me temo que su broma se le fue un poco de las manos, ¿no es
así?
La
mirada suplicante de aquel joven humano que pareció comprender
demasiado tarde lo que estaba a punto de ocurrir volvió a aparecerse
en mis pensamientos. Al verlo, Aro apartó su mano de mi cara
sutilmente.
—Akamu,
por favor, dile a Chelsea que venga un momento. Después ve a
comprobar si nuestro otro inquilino, su tío, desea algo.
—Por
supuesto.
Antes
de darse la vuelta y salir pude ver un chispazo de preocupación en
sus ojos. Lo cierto es que a mí tampoco me agradaba en exceso la
idea de quedarme a solas con el anciano vampiro. Pero a la vista de
que no tenía otra alternativa, tomé aire y decidí enfrentarme de
forma tranquila a lo que fuese a ocurrir a continuación.
—Bien,
debo recordarte que teníamos un asunto pendiente.
Intenté
en vano recordar qué podía ser, pero no caía en nada que yo
pudiese tener pendiente con aquel ser. El vampiro se encaminó de
nuevo a su asiento y se sentó, invitándome a acercarme mediante el
movimiento de su dedo índice.Avancé apenas un par de pasos y me
detuve.
—Lo
siento—dije con un hilo de voz-. Pero no sé de que me hablas.
Ladeó
la cabeza y entornó los ojos.
—Me
parece tan interesante esa característica humana... A mí también
me gustaría poder olvdar... tantas cosas.
Traté
por todos los medios de reprimir una mueca. Si yo fuese él, querría
olvidarme de la totalidad de mis actos. Aro pasó varios segundos con
la mirada perdida, después volvió a fijarse en mí y me dedicó una
sonrisa melancólica.
—Me
temo que el asunto que vamos a tratar va a ser un tanto... doloroso
para ti -un escalofrío recorrió todo mi cuerpo-. Pero aún así,
creo conveniente hacerte partícipe de la gravedad de la situación
-me miró esperando una respuesta que no llegó, por lo que decidió
continuar hablando-. Nosotros nunca hemos aceptado el hecho de que
los de nuestra especie establezcan amistad con otras... criaturas. Y
jamás hemos tolerado que se revele nuestra naturaleza... Mucho menos
si estas cuestiones atañen a uno de nuestros más antiguos enemigos.
—¿Enemigos?
No entiendo...
—¡Oh!
Sí, querida. Por supuesto que me entiendes. Me refiero a esa...
amistad
con
los licántropos de la que tu familia presume. Imagino que eres
consciente del hecho de que los vampiros y los hombres lobo hemos
sido enemigos desde tiempos inmemorables...
—Vuestros
enemigos son los Hijos
de le Luna y
ellos no...
—Todos
tienen el mismo origen, querida. Ambos son hombres lobo y, por lo
tanto, ambos se consideran enemigos de nuestra especie.
—Tú
mismo pudiste comprobar que no suponen ningún riesgo para vuestra
especie.
Ellos también tienen un secreto que ocultar ante el resto de los
humanos, por lo que...
Llamaron
a la puerta y, sin esperar a que nadie le autorizase el paso, entró
una diminuta vampira de pelo castaño claro y un cuerpo cuya silueta
recordaba vagamente a un reloj de arena. Aro asintió una sola vez en
su dirección y ella se limitó a colocarse junto a los tres asientos
y observarnos. El Vulturi volvió a centrar su atención en mí.
—Fascinante
-murmuró-. Es realmente incomprensible cómo les sigues defendiendo
después de todo. ¿Es que no te has dado cuenta de hasta qué punto
os han utilizado y se han reído de vosotros?
—No
sé a dónde quieres ir a parar -contesté airada. No quería seguir
seguir con el tema de los licántropos, pues eso conllevaba tener que
pensar en él, algo para lo que aún no estaba, ni de lejos,
preparada-. Ellos jamás harían daño a mi familia.
A
pesar de la rapidez que empleó, pude ver cómo volvía a asentir
hacia la vampira antes de volver a fijarse en mí.
—No
estés tan segura de lo que dices, mi querida niña. De hecho, uno de
ellos ya les ha hecho bastante daño. O, ¿cómo crees que se siente
tu familia en estos momentos? Ese hombre lobo es el culpable de que
dos de sus miembros no se encuentren entre ellos... Apuesto a que tu
padre ya ha descubierto cuáles eran sus verdaderas intenciones. Lo
que no sé es cómo, con su maravilloso don, no lo había hecho ya...
- se inclinó hacia adelante y me miró con una sonrisa sarcástica-.
Durante todo este tiempo, ellos sólo han velado por su propia
seguridad... Deja que te lo explique de forma comprensible -se
levantó de su asiento y comenzó a caminar trazando un amplio
círculo a mi alrededor mientras yo clavaba mis ojos en el suelo
rezando porque no pusiese sus manos sobre mí-.
Antes de la primera llegada de tu familia, ellos eran quienes
dominaban en aquel territorio, así como los únicos que disfrutaban
de las ventajas de tener un terreno tan extenso para cazar. Pero
entonces llegaron los
Cullen
y a la enemistad natural existente se unió el tener que compartir
con ellos sus tierras... Casi habrían preferido que fuesen como el
resto de los de su
clase,
lo cual habría sido lo más normal... Nunca llegaré a comprender
esa enfermiza obsesión por respetar la vida humana... Pero dejemos a
un lado las extrañas costumbres alimenticias de tu familia y
continuemos con lo verdaderamente importante.
<<Esos
licántropos siempre han buscado la forma de expulsarles de allí.
Primero se sirvieron de un sinfín de estúpidas leyes que, en
principio, parecieron funcionarles. Pero no contaban con que años
más tarde volverían, por lo que decidieron adquirir métodos más
drásticos.
<<Uno
de los miembros de la manada intentó robarle la pareja a uno de sus
enemigos... No sé si me sigues -asentí en silencio. Sentía mi
cuerpo ingrávido y mi cabeza nublada. Sus palabras estaban
clavándose en mis entrañas y haciéndome sentir un repentino
desprecio por aquellos a quienes hasta ese momento había considerado
mis amigos-. Eso fue suficiente para alejarles de nuevo, pero por un
periodo de tiempo aún más breve que la vez anterior. Por si eso no
fuese bastante, transformaron a tu madre en uno de los nuestros,
rompiendo así una de sus ancestrales y absurdas reglas.
<<Mas
en lugar de tomarse esa transformación como una ofensa para provocar
una contienda y poder expulsarles, lo cual demuestra a todas luces su
cobardía, decidieron continuar con su anterior plan con una
variante: tú,
querida,
fuiste la siguiente opción de ese lobo.
<<Obviamente,
tu padre se opuso a esa unión, por lo que volvieron a alejarse de
allí. Y como esa marcha parece haber sido la definitiva, el
licántropo comprendió que ya no tenía sentido seguir con su farsa.
Jugó contigo unos meses, esperando que te ilusionases y causando con
ello una ruptura más dolorosa, lo cual le aseguraría no tener que
volver a verte a tí o a cualquier miembro de tu familia nunca más.
Mientras
hablaba, había ido acercándose lentamente a mí, que no sabía qué
decir. Su relato me parecía totalmente verídico. ¿Y si era cierto?
¿Y si en realidad los Vulturi se hubiesen pasado todos esos años
intentando ayudarnos? Después de todo, el abuelo Carlisle había
convivido con ellos casi dos décadas y Aro parecía tenerle aún en
alta estima, así que, ¿por qué iban a querer hacernos daño? Puede
que nos hubiésemos equivocado de enemigos. Puede que hubiesen
intentado decírnoslo y les hubiésemos malinterpretado. De hecho,
nunca nos habíamos parado siquiera a esperar una explicación por su
parte.
Todo
mi mundo parecía haberse dado la vuelta. Mis creencias, mis
convicciones... Todo estaba ahora patas arriba. No podía discernir
qué cosas de las que conocía eran verdad y qué cosas eran mentira.
Ahora ambos extremos se habían mezclado formando un enorme ovillo de
sinsentidos.
—¿Eso
es todo? -pregunté sin atreverme a mirarle-. ¿Puedo irme ya?
—Sólo
una cosa más que añadir y podrás marcharte -me
estremecí cuando noté su frío aliento en mi nuca-.
Hay otra cuestión que no podemos obviar. Y es el hecho de que
ciertos
humanos
sean conocedores de nuestro secreto -¡Oh,
no!-.
Aún no tengo muy claro cómo actuar ante esta situación. Pero ten
por seguro que tomaremos medidas al respecto.
Esta
vez mi ira se volcó hacia mi madre. ¿Cómo podía haber hecho
partícipe a René de todos y cada uno de los detalles de su nueva
vida?
¿Es que acaso era tan estúpida de no haber visto que su sinceridad
para con su madre traería consecuencias nefastas para los demás?
Apreté fuertemente los dientes y clavé mi mirada en la suya.
—¿Puedo
irme ya?
—Por
supuesto pero antes, mi pequeña Renesmee, quiero que sepas que, al
igual que mi hermano Marco, yo también estoy aquí para ayudarte.
Cualquier cosa que necesites, no dudes en pedírmela.
Salí
de aquella habitación a toda velocidad. En mi interior había un
volcán de rabia contenida a punto de entrar en erupción. Akamu y
Jasper venían a mi encuentro.
—¿Qué
ha pasado? -preguntó Jasper tratando de calmarme-. ¿Por qué estás
tan...?
—Ahora
mismo no quiero hablar -le corté de forma tajante-. Y, por favor,
deja de intentar tranquilizarme. Deja que me desahogue. Si no puedes
soportarlo, te sugiero que te alejes de mí.
Me
aparté para dejarles pasar, pues yo no sabía qué camino tomar, y
les seguí rumiando mi enfado. En el fondo me sentía culpable por
haberle contestado tan mal, pero ya estaba harta de tener que lidiar
con los problemas de todo el mundo.
Comenzamos
a bajar y nos internamos en un bello pero sinuoso y frío laberinto
de piedra antigua. El olor a humedad era tan intenso que se pegaba en
mis pulmones dificultando el paso del aire. Cada pocos metros, una
pequeña rendija permitía el paso de un par de rayos de luz. No sé
cuanto tiempo tardamos en salir de allí. Parecía que llevábamos
horas caminando cuando por fin pude ver cómo las paredes se teñían
poco a poco de luz, hasta que por fin pude ver la salida.
Estábamos
en un sótano que debía pertenecer a una iglesia o a una casa de
pompas fúnebres, debido a la enorme cantidad de cruces de hierro
forjado que se encontraban amontonadas por todas partes de forma
desordenada. Subimos unas pequeñas escaleras de caracol y salimos a
lo que parecía un pequeño altar. Estábamos en una una iglesia que
aparentemente tenía varios siglos de antigüedad. El aroma a incienso
aún permanecía de forma muy leve, pero era el olor del moho el que
prevalecía sobre cualquier otro. Apenas quedaban un par de bancos de
madera. No había ni una sola de las esculturas intactas. Un
crucificado al que le faltaba más de media cabeza y un brazo,
presidía el altar mayor. Por las vidrieras, la mayoría de las
cuales estaba echas añicos, entraban débiles rayos de sol que
anunciaban un día gris. Avanzamos entre escombros hacia la salida.
Frente a nosotros se hallaba un denso bosque de castaños. El aroma y
el sonido de una pequeña manada de ciervos me llegó flotando
tentadoramente.
—Podéis
empezar cuando queráis. Yo os estaré esperando aquí mismo.
Entrecerré
los ojos y me dejé llevar. Mis piernas se movían a toda velocidad,
felices de haberse reencontrado de nuevo con la libertad. Me sentía
viva por primera vez en muchos días. Volqué toda mi rabia en la
caza, lo cual pareció aumentar mis sentidos. En pocos segundos me
eché encima de uno de los desprevenidos animales y clavé mis
dientes en su yugular. Notaba la palpitación de sus venas en mis
labios mientras su cálida sangre bajaba por mi garganta. Era
deliciosa. Tuve que volver a echarme una carrera para cazar a otro de
los animales, que habían huido despavoridos ante mi repentina
llegada. Al terminar con el segundo notaba mi estomago a punto de
reventar, por lo que decidí emprender el camino de vuelta hasta la
iglesia, donde Akamu y Jasper ya me estaban esperando. Sin decir una
sola palabra, reemprendimos la vuelta al castillo.
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