Trepé
por el árbol situado junto a mi ventana. Me resultó infinitamente
más fácil de lo que me esperaba. Al igual que lo de saltar, tampoco
había intentado nunca escalar. A pesar del agarrotamiento, mis
extremidades se movían con agilidad. Afortunadamente, no había
heredado la patosidad que caracterizaba a mi madre cuando era humana.
Con un pequeño salto me colé por la ventana que, por suerte, nadie
había cerrado. El agua de la lluvia había entrado en el interior,
encharcando el suelo. La cerré y fui hacia el armario. Tenía que
cambiarme. Me miré en el espejo y comprobé lo penoso de mi aspecto.
Menos mal que no había entrado por la puerta principal. Estaba hecha
una sopa. Mi ropa y las deportivas estaban caladas, tenía el pelo
enredado y chorreando. Y se notaba por mis ojos, hinchados y
enrojecidos, que había estado llorando durante bastante rato.
Guardé
la mochila con los diarios dentro del armario. Ya comprobaría
después si estaban muy mojados o si habían sufrido algún otro
daño. Cogí una muda seca y mi neceser y decidí que lo mejor sería
que me metiese directamente en la ducha.
Casi
me da un infarto cuando, al cerrar la puerta del armario, vi a mi
padre reflejado junto a mí.
—¿Dónde
has estado? Estaba muy preocupado. Ya iba a salir a buscarte.
—Lo
siento -murmuré-. Os dejé una nota para…
Cuando
señalé hacia la mesilla, vi que la nota seguía exactamente donde y
como yo la había dejado. Ni siquiera la habían visto.
—¿Crees
que una nota va a restarle importancia? ¡No sabía dónde estabas ni
si estabas bien!
—Lo
siento.
—Me
enteré en cuanto te fuiste. Iba a salir detrás de ti, pero me
pediste que te dejase sola y así lo hice. Les dije a los demás que
estabas indispuesta. Al ver que el tiempo pasaba y no volvías
-exhaló todo el aire por la nariz-. Me estaba volviendo loco. Ahora
iba a hablar con Sam para salir en tu busca.
Al
oír el nombre del jefe de la manada, volvieron los recuerdos y una
nueva puñalada se clavó en mi estómago. Me llevé las manos a la
tripa y apreté los dientes a causa del dolor. Mi padre me miró unos
segundos, analizando mis pensamientos y mi rostro, y me atrajo hacia
él. Apoyé mi cabeza contra su torso y rompí a llorar de nuevo.
—Esto
tiene que acabarse. No soporto verte así… Tienes que seguir,
Nessie. Avanza. Te has detenido en el lugar equivocado. Lo has
entendido todo mal.
Le
miré tratando en vano de comprender lo que me estaba diciendo.
—¿A
qué te refieres? ¿Cómo que me he detenido en el lugar equivocado?
Me
acarició la cara y movió la cabeza con resignación.
—Es
todo lo que puedo decirte. Ahora ve a ducharte. Todos te están
esperando.
Me
dejó sumida en un océano de dudas. ¿Qué intentaba decirme con
eso?
Entré
en la ducha dándole vueltas a sus últimas palabras. “Todos
te están esperando”. En
realidad, nadie me esperaba. Mejor dicho, nadie a quien yo realmente
necesitase ver en ese momento. Ahogué el llanto, no sin esfuerzo. No
podía seguir así. Estaba sufriendo yo y estaba haciendo sufrir a
quienes de verdad me querían. Alguien como Jacob Black no merecía
que derramara por él ni una sola de mis lágrimas. Incluso aunque la
sola mención de su nombre me desgarrase el alma. Tenía que ser
fuerte. Y lo más importante, tenía que olvidarme de él.
El
calor del agua me fue desentumeciendo las articulaciones y cargándome
de una nueva energía.
Mañana
abandonaríamos Forks y con ello mi anterior vida. Iba a conservar a
todas aquellas personas a las que apreciaba, pero no quería saber
nada más de mi pasado. Ligado dolorosamente a su recuerdo.
La
voz de Leah volvió a sonar de nuevo en mi cabeza haciéndome
sonreír. “La
distancia hace el olvido”. Ojalá
tuviese razón.
Me
vestí, me recogí el pelo en una coleta y bajé. Todos me miraban.
La mayoría preocupados, como si estuviesen esperando que me echase a
llorar en cualquier momento. Sólo Alice, que posiblemente seguía
sin poder ver nada sobre mí, frunció el ceño mientras sus ojos me
recorrían de arriba abajo evaluando mi vestimenta. Al parecer no era
la adecuada para la ocasión. Le saqué la lengua de forma burlona.
Eso de estar ciega en cuanto a mi futuro se iba a terminar. Si la
causa de ello era la que todos creían, ya no habría ningún
obstáculo,
por llamarlo de alguna manera. Me estaba encargando de eliminarlo.
Saludé
a todos y tomé asiento entre mi padre y Carlisle quien, mirándome
con una gran sonrisa, sujetó mi cara y me besó en la frente. Miré
a Esme, que también me sonreía. Sin lugar a dudas, le había
contado nuestra conversación de esa mañana... Era como si hubiesen
pasado meses desde entonces.
Fue
en ese momento cuando me di cuenta de que mi madre no estaba. Mi
padre se envaró. Parecía molesto. Mi respiración se aceleró
tanto, que la mayoría de los allí presentes, cuyos oídos eran
demasiado agudos, pudieron notar el cambio de cadencia. Disimulé
tanto como pude, pero una nueva puñalada me hizo tensarme cuando me
vi obligada a pensar en él. Mi padre se frotó la sien mientras
asentía una sola vez de forma casi imperceptible. El dolor se
transformó en rabia. Así que mi madre estaba con él. Me devané el
cráneo intentando encontrar el modo de ir a buscarla. Entonces la
rabia dio paso a la impotencia. No podría hacerlo. En cuanto le
tuviese frente a mí me derrumbaría. Y lo último que deseaba era
mostrarle lo mucho que estaba sufriendo por su culpa.
La
mano de mi padre se aferró a la mía. Apoyó su frente en mi mejilla
y me habló al oído, casi para sí mismo.
—Todo
va a salir bien, mi vida. Te lo prometo. Sólo tienes que seguir
buscando. No te pares ahí.
Ya
estaba otra vez con lo mismo. Ahí.
Sí,
pero, ¿dónde? Quizá se refería a que la vida no acababa ahí. Que
no podía pararme y que tenía que seguir buscando mi felicidad. Él
soltó mi mano y fijó los ojos en la mesa. Parecía casi tan apenado
como yo. A lo mejor se debía a la impotencia de no poder prohibir a
mi madre que fuese a verle. Pero también podía ser que yo me
estuviese equivocando y que eso no fuese lo que quería decirme. En
ese caso, ¿qué era?
Iba
a pedirle que no se preocupase, que yo iba a estar siempre a su lado,
pasase lo que pasase. Pero Quil y Jared llamaron mi atención desde
el otro lado de la mesa y me inmiscuyeron en su conversación.
De
pronto, empecé a sentir una cálida sensación de tranquilidad. Miré
a Jasper con una débil sonrisa y él asintió devolviéndomela. A
veces, su don podía ser realmente gratificante.
Pasé
el resto de la tarde bastante animada. Siempre había alguien
dispuesto a mantener una conversación conmigo. Tras discutir con
Embry sobre cuál de los dos ganaría una carrera de larga distancia
y haber apostado para comprobarlo cuando volviésemos a vernos –pues
mi padre, sin dar explicación alguna, no me dejó hacerlo en ese
momento-, me levanté y fui a la cocina en busca de algo de beber.
Tenía tanta sed que notaba como si cientos de agujas estuviesen
atravesándome la garganta. Cogí un vaso y al girarme para buscar
una de las bolsas de sangre que Carlisle traía para mí, descubrí
que no estaba sola. Emily me había seguido y se encontraba junto a
la puerta. Me esforcé por sonreírle.
—¿Puedo
hablar un segundo contigo?
—Sí,
claro. ¿Ocurre algo?
—No.
Verás, es sólo que… Renesmee, nuestra relación nunca ha ido más
allá de la mera cordialidad. Y lo entiendo. Mantienes una gran
amistad con Leah y es lógico que no puedas ser también amiga mía.
Pero quiero que sepas que te aprecio muchísimo y que… Creo que
eres muy especial, y nada me gustaría más que… -suspiró y me
sonrió a medias-. Lo siento. Estoy dejando las frases sin acabar y
creo que no debes estar entendiendo absolutamente nada, pero… Tengo
que decirte algo y no sé por dónde empezar.
—¿Y
qué tal si lo haces por el principio? -le animé.
—Sí,
supongo que eso sería lo normal. Quizás pienses que me estoy
metiendo donde no me importa pero… Jacob lo está pasando muy mal
-tuve que reprimir las ganas de ponerme a gritar cuando oí
pronunciar su nombre-. Y por lo que veo, esta tampoco es una
situación fácil para ti.
Estuve
varios segundos paralizada. Notaba una extraña presión en los
oídos, como si toda la sangre de mi cuerpo se hubiese agolpado ahí,
y una bola de metal se instaló en mi estómago. Me tambaleé y tuve
que sujetarme a la encimera con los ojos cerrados para poder combatir
el intenso mareo. ¿Qué él lo estaba pasando mal? Era evidente que
Emily desconocía muchos detalles.
Preocupada
por mi aspecto, se acercó a mí y sostuvo con fuerza mi brazo.
—¿Te
encuentras bien? Te has puesto aún más pálida de lo que ya
estabas.
Ignoré
su broma y solté mi brazo intentando aparentar una seguridad que, en
ese momento, brillaba por su ausencia.
—Sí,
no es nada. Sólo estoy algo cansada -tomé aire y volví a tratar de
sonreírle-. No pretendo ofenderte ni mucho menos. Yo también te
aprecio mucho pero lo que pasa entre… Jacob… y yo... -un nuevo
pinchazo en el estómago me indicó que sería mejor no pronunciar su
nombre-. Bueno, eso es cosa nuestra.
—Lo
entiendo. Yo sólo digo que, antes de que os vayáis, estará bien
que hablases con él.
—Emily,
yo lo único que quiero es hacerle desaparecer de mi vida.
—Eso
no es muy justo por tu parte. Él ha hecho… lo que ha hecho de
forma involuntaria. En ningún momento quiso hacerte daño. Créeme,
sé de lo que te hablo.
—Pues
daño es lo único que ha hecho -me miró compungida-. ¿Puedo
pedirte algo?
—Lo
que quieras.
—Dile
que no quiero volver a verle. Que se olvide de que existo como haré
yo con él. Que no intente llamarme y mucho menos ir a verme. Quiero
que actúe como si jamás nos hubiésemos conocido. Y que deje en paz
a mi familia… a toda
mi
familia.
Salí
de la cocina tratando de mantenerme serena y con la mente en blanco.
Pero a juzgar por el modo en el que todos me observaban, no sirvió
de nada, así que dejé de fingir. Sam miró por encima de mi hombro,
probablemente a Emily, después me miró a mí y por último, fijó
la vista en sus manos haciendo una mueca de disgusto. Volví a
sentarme junto a mi padre, ignorando los intentos de conversación.
No noté que Jasper intentase influir en mi estado de ánimo y lo
agradecí, pues no me apetecía sentirme bien en contra de mi
voluntad.
Era
ya muy tarde cuando nuestros invitados decidieron irse. Uno a uno
fueron despidiéndose. Los jóvenes licántropos bromeaban con todo
el mundo y la casa se llenó de una repentina algarabía, aún mayor
de la que había reinado durante todo el día. Pese al
atolondramiento que tenía, fui consciente de lo mucho que iba a
echarles de menos.
Como
mi madre seguía sin venir, Charlie decidió que se despediría de
ella por la mañana.
—Os
espera un viaje muy largo y tenéis que descansar -alegó.
Emmett
soltó una risotada. Obviamente, Charlie seguía sin comprender
muchas cosas.
Me
despedí también de Seth y Sue con la promesa de verles pronto. Al
agacharme para darle un abrazo a Billy, éste aprovechó para
hablarme al oído.
—Dale
a mi chico la oportunidad de explicarse. Él también lo está
pasando mal con todo esto.
Me
incorporé con un nudo en la garganta y notando cómo la bola de
metal había duplicado su tamaño.
—Adiós
Billy. Espero verte pronto.
Fue
lo único que conseguí decir antes de subir a mi cuarto para impedir
que me viesen llorar.
Con
las lágrimas cegándome, empecé a guardar mis cosas en la enorme
maleta que Rosalie me había regalado. Antes de recoger también los
diarios, los revisé y comprobé con alivio que no habían sufrido
ningún daño. Ya encontraría el momento adecuado para devolverlos
sin ser descubierta cuando estuviésemos en Fairbanks.
Cuando
terminé, me metí en la cama y luché por conciliar el sueño.
No
sé en qué momento exacto me quedé dormida ni si alguien vino a
verme para asegurarse de que estaba bien antes de empezar a soñar.
Era un sueño de lo más raro. En él yo seguía en mi cama con los
ojos cerrados. Escuché cómo alguien intentaba abrir la ventana. Mis
párpados no se abrían, tenía la vista muy cansada. El intruso
consiguió meterse en mi cuarto. Era extraño, pero no tenía miedo.
Continué tumbada, oyendo cómo quien fuese se acercaba a mi cama.
Uno de los laterales del colchón se hundió cuando el invasor se
sentó a mi lado. Su mano me apartó el pelo de la cara y la ardiente
temperatura de ésta me hizo estremecer de dolor. Un dolor
excesivamente real para ser parte de un sueño. El extraño acercó
su boca a mi oído.
—Lo
siento mucho -me susurró-. Espero que algún día puedas perdonarme.
La
voz del intruso era idéntica a la de Jacob, pero sonaba cargada de
amargura. Se le quebró justo al final de la frase y yo volví a
estremecerme mientras sentía cómo se clavaba otro puñal en mi
pecho. ¿Cuántas puñaladas se supone que puede aguantar alguien
antes de morir desangrado?
Su
cálida mano recorría lentamente cada rincón de mi cara. Noté sus
dedos deslizándose por mi frente, mis párpados, mis mejillas,
siguiendo el contorno de mis labios… Estaba petrificada. No quería
abrir los ojos. Me negaba a ver el rostro de esa persona, aunque
sabía de sobra cuál era su identidad.
Dentro
de mi sueño me imaginé retrocediendo en el tiempo. Volví a tener
dos años, volví a ser una niña. Mi mejor amigo estaba junto a mí,
haciéndome compañía hasta que me durmiese. Era él quien me
acariciaba. Podía incluso percibir su dulce aroma.
Entonces
su respiración se agitó. Su ardiente aliento azotaba mi cara y su
mano se aferró con fuerza a mi cuello. Algunas lágrimas cayeron
sobre mi frente…
…Y
me besó. Fue algo sublime. Sus labios, calientes como el fuego, se
apretaron contra los míos con suavidad. Aunque solo fuese un sueño,
me estaban besando… ¡Mi primer beso! Entreabrí la boca y su
cálido aliento entró en mí como una llamarada. Nuestros corazones
adquirieron un ritmo desenfrenado. Mi cabeza parecía a punto de
estallar. Pero no quería que acabase. Quería seguir soñando y
prolongar aquella maravillosa sensación durante el mayor tiempo
posible.
Pero
acabó. Sus labios se evaporaron y, cuando por fin mis manos se
decidieron a reaccionar, se cerraron en el aire al no encontrar dónde
sujetarse.
Me
incorporé hasta quedar sentada en la cama. Estaba hiperventilando y
lloraba. Me sentía mal. Sentía mi pecho vacío, como si me hubiesen
arrancado el corazón y lo hubiesen arrojado contra la pared. ¿Por
qué me había despertado? ¿Por qué ahora que estaba siendo feliz
de nuevo? Era injusto.
Una
corriente de aire me sobresaltó e hizo que me invadiera el pánico.
La ventana estaba abierta de par en par. Estaba segura de haberla
cerrado antes de meterme en la cama. Toqué mi frente, aún mojadas
por unas lágrimas que, supuestamente, no eran mías. Me levanté a
toda velocidad y me asomé al jardín con la esperanza de ver algo…
O a alguien. Pero fuera sólo había silencio. Una profunda calma
apenas rotas por el ulular del viento y el sonido de algún que otro
animal. Cerré los cristales y volví a la cama. Sentía una mezcla
de curiosidad y pavor. Curiosidad porque no sabía si había sido
realmente un sueño. Y pavor porque si era real… No, no podía ser.
Mi padre le habría escuchado y le habría impedido entrar. Además,
él amaba a mi madre, ¿por qué iba entonces a besarme a mí? Aún
podía notar el rastro que había dejado su aroma pero, aun así, no
podía haber sido real. No tendría sentido alguno que lo fuese. Lo
más probable es que estuviese volviéndome majareta. Nadie habría
podido entrar en la casa sin ser descubierto. Sólo había sido un
sueño. Alguien de mi familia habría abierto la ventana y las
lágrimas de mi frente eran simplemente las mías, que se habían
resbalado hasta ahí. Eso era. Sólo había sido un sueño demasiado
real. Un estúpido sueño que había hecho que me despertase alterada
y muy, pero que muy confusa.
Grabé
esa idea en mi mente y una vez que logré convencerme a mí misma,
volví a quedarme dormida de nuevo.
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