ANNA PLAYLIST

lunes, 26 de noviembre de 2012

Cap. 22 La Cruda Realidad


Akamu nos condujo a traves del estrecho pasillo, tenuemente iluminado por elegantes lámparas de pared colocadas a intervalos regulares, hasta la que iba a ser mi nueva habitación. O, mejor dicho, nuestra habitación, pues Jasper se negaba completamente a marcharse. Tres veces había sujetado su mano y le había pedido, mentalmente, por supuesto, que regresase. Y tres veces se había soltado bruscamente y había continuado andando en silencio. A la cuarta, me miró exasperado y se cruzó de brazos y aceleró el paso hasta estar lo suficientemente alejado de mí como para que no pudiese tocarle.
Akamu se detuvo junto a una enorme puerta negra con el pomo y las bisagras de oro, la abrió y se hizo a un lado para cedernos el paso. Fui a entrar, pero Jasper me detuvo y entró delante, transmitiéndome al pasar un espeso flujo de desconfianza. Todo estaba en penumbras, apenas podía distinguir un gran bulto situado en el centro, que intuí que sería la cama.
Nuestro acompañante entró detrás de nosotros y se encaminó hacia la pared lateral. Cuatro lamparillas, estratégicamente colocadas, iluminaron la estancia. Las paredes, exentas de cualquier tipo de decoración, estaban pintadas de un luminoso color blanco que desentonaban con el resto del tenebroso edificio. También era blanca la colcha y el dosel que cubrían la gigantesca cama que estaba, como había creído ver, en el centro del dormitorio, y la gruesa alfombra sobre la que estaba colocada y junto a la que se encontraba de forma inexplicable mi equipaje. Y blancas eran también las cortinas y el elegante tocador, así como los dos sofás de cuero y la mesita convenientemente situados frente al balcón de piedra antigua. Sobre la mesa había un jarrón con rosas blancas, como no podía ser de otro modo. El suelo era de madera pero, en lugar de blanco, era de un discreto color avainillado.
Esta será tu habitación, Renesmee. Por ahora, tú tío permanecerá contigo hasta que acondicionemos un cuarto para él -le miró con gesto de disculpa-. Tu visita ha sido del todo inesperada para nosotros.
No os preocupéis por mí. Yo prefiero quedarme aquí. Quiero estar con ella en todo momento -pude notar el énfasis que dio a esa última frase-. No necesito que preparéis ningún otro lugar para mí.
Como desees -se encogió de hombros y volvió a girarse hacia mí-. Tengo entendido que el blanco es tu color favorito. Espero que todo sea de tu agrado. Especialmente la cama. Es la primera vez que entra una en este lugar y no estábamos muy seguros de si sería lo suficientemente cómoda.
Muchas gracias- balbuceé-. Es todo... precioso. No os tendríais que haber molestado.
No ha sido ninguna molestia -contestó con una cálida sonrisa-. Y ahora, si me seguís, os enseñaré el resto de las estancias.
Si no es mucho pedir, preferiría verlas mañana -sugerí-. Ha sido un día muy... largo y necesito descansar.
Jasper se acercó a mi lado y rodeó mi cintura con un brazo.
Entonces acuéstate. Mañana iremos juntos a verlas.
¡No! Yo... Ve con él, ¿sí? Necesito estar a solas. Aunque sólo sea un rato. Por favor.
¿Estás segura? Te noto algo... inquieta. No sé si es buena idea alejarme de tí ahora.
No te preocupes. Estaré bien, de verdad.
Había perdido la cuenta de cuántas veces había repetido esa frase a lo largo del día.
Volveré enseguida -prometió.
Me besó en la frente y salió detrás de Akamu.
En cuanto me quedé a solas, todo el miedo que Jasper había estado manteniendo a raya cayó sobre mí. Retrocedí hacia atrás aunque apenas era consciente de estar moviéndome. Mi espalda chocó contra la pared del fondo de la habitación. Me fui resbalando lentamente hacia el suelo hasta quedar sentada. Me abracé a mis piernas, con las manos enroscadas en los tobillos, y dejé que los recuerdos me fuesen golpeando. Se me había clavado especialmente la expresión de Emmett cuando quise despedirme de él. Nunca le había visto tan enfadado, al menos no conmigo.
Visualicé la cara de mi madre, con su dulce mirada dorada. Debía de estar pasándolo realmente mal. Toda mi familia estaría hundida, pero sobre todo ella... Y mi padre. Había visto el dolor en su cara cuando nos despedimos. Y era precisamente ese dolor, tanto el suyo como el del resto de mi familia, el que me estaba matando. Era como si algo maligno me hubiese poseído, algo que me empujaba a hacer sufrir a cuantos me rodeaban.
La imagen de cada uno de ellos se paseaba por mi mente como si fuese una proyección de diapositivas. Pensé en Alice y me juré a mí misma que haría hasta lo imposible por que Jasper regresase con ellos. Pensé también en Leah, Seth, Paul, Jared, Embry, Quil... Intenté imaginar cuál iba a ser la reacción de cada uno cuando descubriesen que yo era ahora un miembro más del "enemigo". Me pregunté que le contarían A Charlie y a René para explicarles mi repentina desaparición...
Y entonces se apareció su rostro. A excepción del pequeño desliz mientras me despedía de mi padre, no había pensado en él en todo el día. Había estado evitando hacerlo, pero ahí estaba ahora. Rompiendo mi burbuja y devolviéndome a la cruda realidad. El torrente de recuerdos se había desatado y me arrastraba irremediablemente hacia las profundidades del dolor más crudo.
Entre sollozos rememoré el tacto de su ardiente piel oscura, su pelo, casi siempre despeinado, el brillo de sus expresivos ojos negros, su nariz y sus altos pómulos, esos labios que me hacían perder el control cada vez que se acercaban a mí, esas manos que ya nunca volverían a tocarme...
Los sollozos se convirtieron en gemidos y los gemidos en gritos ahogados. No había llorado en todo el día, pero había estado esperando todo el tiempo a que llegase este momento, el momento en el que me derrumbaría y me rompería en pedazos irreparables.
Me dejé caer de lado hasta tener la mejilla apoyada sobre las frías láminas de madera.
Y así me encontró Jasper, quien me levantó del suelo y me tumbó en la cama, sentándose a mi lado y acariciándome la frente mientras me enviaba una sobredosis de calma.
No salí de la habitación durante los cuatro días siguientes, en los que no me acordé ni de beber, ni de comer... Incluso de hablar. Me limité a permanecer tumbada en la cama, con los ojos fijos en el dosel.
La primera noche que pasamos en aquel frío lugar, mi tío, creyéndome dormida, aprovechó para salir de la habitación. En cuanto se alejó lo suficiente para que su poder no me afectase, la angustia me hizo dar terribles alaridos. No había vuelto a dejarme sola ni dos segundos. Se pasaba las horas dando vueltas por la habitación. De vez en cuando me preguntaba si tenía hambre o sed y tras esperar una respuesta que no llegaba, se sentaba en mi cama y, sujetando mis manos, me hablaba dulcemente de cualquier cosa.




Cuando desperté al cuarto día, Jasper estaba asomado al balcón. Me incorporé y fui junto a él. Aún no había amanecido. La visión me dejó casi sin aliento. Se veía toda la ciudad desde allí. Akamu no exageró cuando dijo que las vistas eran magníficas. Todo estaba envuelto en una espesa niebla que se enrollaba entre los edificios como si estuviese abrazándolos. La temperatura de mi cuerpo no me permitía apreciar con claridad el clima exterior, pero debía de hacer bastante frío. El olor de la humedad era exquisito.
Es precioso, ¿verdad?
Me giré para responderle, pero su rostro hizo que se me olvidara incluso lo que iba a decir. Sus ojos, negros como el azabache, estaban enmarcados por unas enormes ojeras prácticamente del mismo color. Alcé un dedo y se las acaricé.
¿Cuánto hace que no... comes?
Un recuerdo me abofeteó y Jasper notó el cambio en mi ánimo. Se acercó a mí e imitó mi gesto.
Creo que no tanto como tú.
Intenté recordar cuánto hacía que no comía... La última vez había sido aquel desastroso desayuno en casa de Rebecca. Y en lo que a sangre se refería... Era incapaz de recordarlo. Mi cuerpo reaccionó ante el recuerdo de la sangre. La garganta empezó a dolerme como si la estuviesen aguijoneando y las piernas me flaquearon. Tuve que aferrarme con fuerza al frío balcón y disimular lo mejor que pude para no preocupar a mi tío. Olvidaba que el disimulo no servía de nada cuando se trataba de Jasper, que se giró velozmente y me sujetó.
¿Estás bien?
Tranquilo, sólo es el hambre. Has hablado de sangre y... Por cierto, eso me recuerda que debería alejarme de tí -me observó con la cabeza ladeada y una ceja alzada. Me había explicado mal-. Lo que quiero decir es que tú también llevas días sin comer y no creo que te venga bien estar tan cerca de mí.
No voy a hacerte daño, Renesmee -puse los ojos en blanco. Eso ya lo sabía-. Prefiero enloquecer de hambre a ponerte un dedo encima.
Bufé frustrada. Seguía sin comprenderme.
Ya sé que no vas a hacerme daño. Lo que quiero decir es... -hice una pausa en busca de las palabras adecuadas-. A ver. Sé lo sensible que eres con respecto a la sangre. También soy consciente de que, desde que nací yo, el estar en contacto permanente con el abuelo Charlie, Sue, René y demás, te ha ayudado a controlarte más y a tolerar mejor la sangre humana. Pero el estar cerca de tí cuando tienes tanta sed me parece... No sé... Cruel. Hace que me sienta mal. Como si estuviera torturándote o algo así. ¿Me sigues?
Sujetó mis hombros y me miró con una amplia sonrisa.
Recuerda que estoy aquí por decisión propia, cariño. Puedes estar todo lo cerca de mí que quieras. Estoy tan acostumbrado a tu olor que ya ni siquiera me despierta el apetito.
Le devolví la sonrisa y le abracé. Quería a todos mis tíos por igual, pero era con Jasper con quien menos contacto había tenido. Aunque esperaba que su estancia en Volterra no fuese muy larga, aprovecharía para estrechar mis lazos con él.
Eso está mucho mejor.
¿El qué? -pregunté confundida.
Tu estado de ánimo. No sé a qué se debe esta repentina paz, pero es realmente agradable.
Apreté aún más mi abrazo y permanecimos así durante largo rato... Hasta que mis tripas burbujearon.
Será mejor que vaya a buscar a Akamu. Necesitas comer.
Necesitamos -puntualicé.
Sí, eso -me sonrió de nuevo, pero su gesto se tornó precavido cuando puso su mano en mi mejilla-. ¿Crees que podrías quedarte a solas unos minutos?
Sin problemas.
Me besó en la parte superior de la cabeza y desapareció.

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