Akamu
nos condujo a traves del estrecho pasillo, tenuemente iluminado por
elegantes lámparas de pared colocadas a intervalos regulares, hasta
la que iba a ser mi nueva habitación. O, mejor dicho, nuestra
habitación, pues Jasper se negaba completamente a marcharse. Tres
veces había sujetado su mano y le había pedido, mentalmente, por
supuesto, que regresase. Y tres veces se había soltado bruscamente y
había continuado andando en silencio. A la cuarta, me miró
exasperado y se cruzó de brazos y aceleró el paso hasta estar lo
suficientemente alejado de mí como para que no pudiese tocarle.
Akamu
se detuvo junto a una enorme puerta negra con el pomo y las bisagras
de oro, la abrió y se hizo a un lado para cedernos el paso. Fui a
entrar, pero Jasper me detuvo y entró delante, transmitiéndome al
pasar un espeso flujo de desconfianza. Todo estaba en penumbras,
apenas podía distinguir un gran bulto situado en el centro, que
intuí que sería la cama.
Nuestro
acompañante entró detrás de nosotros y se encaminó hacia la pared
lateral. Cuatro lamparillas, estratégicamente colocadas, iluminaron
la estancia. Las paredes, exentas de cualquier tipo de decoración,
estaban pintadas de un luminoso color blanco que desentonaban con el
resto del tenebroso edificio. También era blanca la colcha y el
dosel que cubrían la gigantesca cama que estaba, como había creído
ver, en el centro del dormitorio, y la gruesa alfombra sobre la que
estaba colocada y junto a la que se encontraba de forma inexplicable
mi equipaje. Y blancas eran también las cortinas y el elegante
tocador, así como los dos sofás de cuero y la mesita
convenientemente situados frente al balcón de piedra antigua. Sobre
la mesa había un jarrón con rosas blancas, como no podía ser de
otro modo. El suelo era de madera pero, en lugar de blanco, era de un
discreto color avainillado.
—Esta
será tu habitación, Renesmee. Por ahora, tú tío permanecerá contigo hasta que acondicionemos un cuarto para él -le miró con
gesto de disculpa-. Tu visita ha sido del todo inesperada para
nosotros.
—No
os preocupéis por mí. Yo prefiero quedarme aquí. Quiero estar con
ella en todo momento -pude notar el énfasis que dio a esa última
frase-. No necesito que preparéis ningún otro lugar para mí.
—Como
desees -se encogió de hombros y volvió a girarse hacia mí-. Tengo
entendido que el blanco es tu color favorito. Espero que todo sea de
tu agrado. Especialmente la cama. Es la primera vez que entra una en
este lugar y no estábamos muy seguros de si sería lo
suficientemente cómoda.
—Muchas
gracias- balbuceé-. Es todo... precioso. No os tendríais que haber
molestado.
—No
ha sido ninguna molestia -contestó con una cálida sonrisa-. Y
ahora, si me seguís, os enseñaré el resto de las estancias.
—Si
no es mucho pedir, preferiría verlas mañana -sugerí-. Ha sido un
día muy... largo y necesito descansar.
Jasper
se acercó a mi lado y rodeó mi cintura con un brazo.
—Entonces
acuéstate. Mañana iremos juntos a verlas.
—¡No!
Yo... Ve con él, ¿sí? Necesito estar a solas. Aunque sólo sea un
rato. Por favor.
—¿Estás
segura? Te noto algo... inquieta. No sé si es buena idea alejarme de
tí ahora.
—No
te preocupes. Estaré bien, de verdad.
Había
perdido la cuenta de cuántas veces había repetido esa frase a lo
largo del día.
—Volveré
enseguida -prometió.
Me
besó en la frente y salió detrás de Akamu.
En
cuanto me quedé a solas, todo el miedo que Jasper había estado
manteniendo a raya cayó sobre mí. Retrocedí hacia atrás aunque
apenas era consciente de estar moviéndome. Mi espalda chocó contra
la pared del fondo de la habitación. Me fui resbalando lentamente
hacia el suelo hasta quedar sentada. Me abracé a mis piernas, con
las manos enroscadas en los tobillos, y dejé que los recuerdos me
fuesen golpeando. Se me había clavado especialmente la expresión de
Emmett cuando quise despedirme de él. Nunca le había visto tan
enfadado, al menos no conmigo.
Visualicé
la cara de mi madre, con su dulce mirada dorada. Debía de estar
pasándolo realmente mal. Toda mi familia estaría hundida, pero
sobre todo ella... Y mi padre. Había visto el dolor en su cara
cuando nos despedimos. Y era precisamente ese dolor, tanto el suyo
como el del resto de mi familia, el que me estaba matando. Era como
si algo maligno me hubiese poseído, algo que me empujaba a hacer
sufrir a cuantos me rodeaban.
La
imagen de cada uno de ellos se paseaba por mi mente como si fuese
una proyección de diapositivas. Pensé en Alice y me juré a mí
misma que haría hasta lo imposible por que Jasper regresase con
ellos. Pensé también en Leah, Seth, Paul, Jared, Embry, Quil...
Intenté imaginar cuál iba a ser la reacción de cada uno cuando
descubriesen que yo era ahora un miembro más del "enemigo".
Me
pregunté que le contarían A Charlie y a René para explicarles mi
repentina desaparición...
Y
entonces se apareció su rostro. A excepción del pequeño desliz
mientras me despedía de mi padre, no había pensado en él en todo
el día. Había estado evitando hacerlo, pero ahí estaba ahora.
Rompiendo mi burbuja y devolviéndome a la cruda realidad. El
torrente de recuerdos se había desatado y me arrastraba
irremediablemente hacia las profundidades del dolor más crudo.
Entre
sollozos rememoré el tacto de su ardiente piel oscura, su pelo, casi
siempre despeinado, el brillo de sus expresivos ojos negros, su nariz
y sus altos pómulos, esos labios que me hacían perder el control
cada vez que se acercaban a mí, esas manos que ya nunca volverían a
tocarme...
Los
sollozos se convirtieron en gemidos y los gemidos en gritos ahogados.
No había llorado en todo el día, pero había estado esperando todo
el tiempo a que llegase este momento, el momento en el que me
derrumbaría y me rompería en pedazos irreparables.
Me
dejé caer de lado hasta tener la mejilla apoyada sobre las frías
láminas de madera.
Y
así me encontró Jasper, quien me levantó del suelo y me tumbó en
la cama, sentándose a mi lado y acariciándome la frente mientras me
enviaba una sobredosis de calma.
No
salí de la habitación durante los cuatro días siguientes, en los
que no me acordé ni de beber, ni de comer... Incluso de hablar. Me
limité a permanecer tumbada en la cama, con los ojos fijos en el
dosel.
La
primera noche que pasamos en aquel frío lugar, mi tío, creyéndome
dormida, aprovechó para salir de la habitación. En cuanto se alejó
lo suficiente para que su poder no me afectase, la angustia me hizo
dar terribles alaridos. No había vuelto a dejarme sola ni dos
segundos. Se pasaba las horas dando vueltas por la habitación. De
vez en cuando me preguntaba si tenía hambre o sed y tras esperar una
respuesta que no llegaba, se sentaba en mi cama y, sujetando mis
manos, me hablaba dulcemente de cualquier cosa.
Cuando
desperté al cuarto día, Jasper estaba asomado al balcón. Me
incorporé y fui junto a él. Aún no había amanecido. La visión me
dejó casi sin aliento. Se veía toda la ciudad desde allí. Akamu no
exageró cuando dijo que las vistas eran magníficas. Todo estaba
envuelto en una espesa niebla que se enrollaba entre los edificios
como si estuviese abrazándolos. La temperatura de mi cuerpo no me
permitía apreciar con claridad el clima exterior, pero debía de
hacer bastante frío. El olor de la humedad era exquisito.
—Es
precioso, ¿verdad?
Me
giré para responderle, pero su rostro hizo que se me olvidara
incluso lo que iba a decir. Sus ojos, negros como el azabache,
estaban enmarcados por unas enormes ojeras prácticamente del mismo
color. Alcé un dedo y se las acaricé.
—¿Cuánto
hace que no... comes?
Un
recuerdo me abofeteó y Jasper notó el cambio en mi ánimo. Se
acercó a mí e imitó mi gesto.
—Creo
que no tanto como tú.
Intenté
recordar cuánto hacía que no comía... La última vez había sido
aquel desastroso desayuno en casa de Rebecca. Y en lo que a sangre se
refería... Era incapaz de recordarlo. Mi cuerpo reaccionó ante el
recuerdo de la sangre. La garganta empezó a dolerme como si la
estuviesen aguijoneando y las piernas me flaquearon. Tuve que
aferrarme con fuerza al frío balcón y disimular lo mejor que pude
para no preocupar a mi tío. Olvidaba que el disimulo no servía de
nada cuando se trataba de Jasper, que se giró velozmente y me
sujetó.
—¿Estás
bien?
—Tranquilo,
sólo es el hambre. Has hablado de sangre y... Por cierto, eso me
recuerda que debería alejarme de tí -me observó con la cabeza
ladeada y una ceja alzada. Me había explicado mal-. Lo que quiero
decir es que tú también llevas días sin comer y no creo que te
venga bien estar tan cerca de mí.
—No
voy a hacerte daño, Renesmee -puse los ojos en blanco. Eso ya lo
sabía-. Prefiero enloquecer de hambre a ponerte un dedo encima.
Bufé
frustrada. Seguía sin comprenderme.
—Ya
sé que no vas a hacerme daño. Lo que quiero decir es... -hice una
pausa en busca de las palabras adecuadas-. A ver. Sé lo sensible que
eres con respecto a la sangre. También soy consciente de que, desde
que nací yo, el estar en contacto permanente con el abuelo Charlie,
Sue, René y demás, te ha ayudado a controlarte más y a tolerar
mejor la sangre humana. Pero el estar cerca de tí cuando tienes
tanta sed me parece... No sé... Cruel. Hace que me sienta mal. Como
si estuviera torturándote o algo así. ¿Me sigues?
Sujetó
mis hombros y me miró con una amplia sonrisa.
—Recuerda
que estoy aquí por decisión propia, cariño. Puedes estar todo lo
cerca de mí que quieras. Estoy tan acostumbrado a tu olor que ya ni
siquiera me despierta el apetito.
Le
devolví la sonrisa y le abracé. Quería a todos mis tíos por
igual, pero era con Jasper con quien menos contacto había tenido.
Aunque esperaba que su estancia en Volterra no fuese muy larga,
aprovecharía para estrechar mis lazos con él.
—Eso
está mucho mejor.
—¿El
qué? -pregunté confundida.
—Tu
estado de ánimo. No sé a qué se debe esta repentina paz, pero es
realmente agradable.
Apreté
aún más mi abrazo y permanecimos así durante largo rato... Hasta
que mis tripas burbujearon.
—Será
mejor que vaya a buscar a Akamu. Necesitas comer.
—Necesitamos
-puntualicé.
—Sí,
eso -me sonrió de nuevo, pero su gesto se tornó precavido cuando
puso su mano en mi mejilla-. ¿Crees que podrías quedarte a solas
unos minutos?
—Sin
problemas.
Me
besó en la parte superior de la cabeza y desapareció.
No hay comentarios:
Publicar un comentario