Aquella
noche aún estaba despierta cuando se marchó Jacob. Mis padres se
habían ido a su cabaña hacía horas y en el piso de abajo reinaba
un silencio absoluto.
Fuera,
el viento y la lluvia parecían haberse puesto de acuerdo para
derrumbar la casa. Las luces del jardín hacían que las ramas de los
árboles proyectasen espeluznantes sombras en las paredes de mi
habitación. Pero yo no tenía miedo. ¿Cómo iba a tenerlo cuando
las criaturas más peligrosas de la zona eran mis familiares y
amigos?
Me
levanté y miré por la ventana. El viento soplaba con tanta
violencia que parecía estar manteniendo una lucha a muerte con un
pequeño manzano que se doblaba de tal forma que me sorprendió que
no se hubiese tronchado.
Sopesé
durante un rato la posibilidad de ir en busca de la tía Rosalie para
contarle que no podía dormir. Ella era una de las razones por las
que prefería pasar las noches en la enorme casa blanca en lugar de
hacerlo en el acogedor refugio de mis padres. El otro motivo –el
principal- era Jacob, quien detestaba estar conmigo cuando mi padre
estaba cerca escudriñando entre sus pensamientos.
Al
final decidí volver a la cama, situada en el centro del dormitorio
que antes había pertenecido a mi padre. Estaba segura de que mi
falta de sueño se debía a la repentina marcha de Leah y al malestar
que ello me provocaba. Me arropé hasta el cuello y fijé los ojos en
la chimenea. Carlisle la había dejado encendida, no sólo por el
frío. Sabía lo mucho que me gustaba el fuego y el efecto relajante
que éste tenía sobre mí. Era probable que Jasper le hubiera
informado sobre mi estado de ánimo. El fuego siempre me había
resultado algo hipnótico. Podía pasarme horas mirando el restallar
de las llamas casi sin pestañear. Al final, conseguí dormirme.
Pasé
una noche horrible. Me dolían todos y cada uno de los huesos. Me
despertaba cada dos por tres con la sensación de haber tenido una
espantosa pesadilla de la que no lograba recordar nada.
Una
de las veces en las que me desperté sobresaltada, una luz mortecina
entraba por el ventanal iluminando tenuemente la estancia. Estaba
amaneciendo.
Me
dispuse a bajar para tomar un vaso de sangre y aliviar así la
sequedad que me quemaba la garganta. Pero al ponerme en pie todo
comenzó a dar vueltas. Las piernas no me respondieron y me precipité
hacia el suelo logrando llamar a Rosalie justo antes de perder el
conocimiento.
Cuando
volví a despertarme estaba de nuevo en mi cama y tenía a toda mi
familia a mi alrededor. Mis padres y Rosalie estaban a mi lado, junto
a Carlisle; Emmett me miraba fijamente desde la ventana con expresión
contrariada. Pero quien más me preocupaba era Alice que, apoyada en
la puerta con los ojos cerrados y flanqueada por Jasper y Esme,
parecía estar haciendo un esfuerzo titánico por conseguir ver algo
que se le resistía. Intuí que ese algo
tenía
que ver conmigo, pues varias veces la había oído quejarse de que, a
causa de mi fuerte
amistad
con Jacob, le era imposible visualizar nada en relación con mi
futuro.
—Renesmee,
¿estás bien? —Carlisle puso su mano sobre mi frente—. Su
temperatura ha descendido —informó.
Pensé
en lo sencillo que tenía que resultarle constatar este hecho gracias
a su casi inexistente temperatura corporal. Así que a eso se debía
la terrorífica noche que había pasado, a la fiebre. En fin, al
menos mi cerebro parecía estar en perfectas condiciones a pesar de
la banda de percusionistas que se había alojado en mi cabeza.
—Cielo,
¿cómo estás? -esta vez fue mi madre la que habló-. Nos has dado
un susto de muerte.
Sonreí
interiormente ante lo absurda que sonaba esa frase puesta en boca de
un vampiro. Mi padre también sonrió mientras me acariciaba el dorso
de la mano. Todos, excepto Alice que seguía concentrada, me miraban.
Parecían estar impacientes, casi ansioso por algo que no lograba
entender. Yo permanecía allí tumbada, preocupada únicamente por
una cosa
—Tranquila.
Ya viene de camino.
Miré
a mi padre, que sujetaba mi mano con delicadeza, como si temiese
reducirla a cenizas con la más leve presión.
—¿Qué
me ha pasado?
Me
quedé paralizada al escucharme y me llevé la mano que tenía libre
a la garganta. Mi voz era diferente. Había adquirido una tonalidad
distinta. Su sonido infantil había dado paso a uno más armonioso,
más adulto. Todos seguían observándome en completo silencio.
Mis
ojos volaron hacia Carlisle.
—Verás,
Nessie. Esta noche han tenido lugar una serie de cambios en ti.
El
acelerado sonido de mi corazón me indicó que el cambio al que se
refería no era el que yo había temido en un primer momento.
—Pero,
¿qué cambios? -pregunté aterrada-. Hay algo mas además de mi voz,
imagino…
Más
silencio.
—Bueno…-todos
parecían dudar acerca de qué y cómo decirme lo que pasaba, así
que fue Emmett quien tomó la palabra-. Pareces haber crecido diez
años de golpe.
Le
miré aterrada. ¿Diez
años? ¿De golpe? Intenté
ponerme en pie, pero Carlisle me lo impidió empujándome suavemente,
pero con firmeza, hasta que volví a tumbarme.
—Es
mejor que sigas acostada, cariño. Aún estás muy débil.
¿Débil?
Eso
no podía ser verdad. Sentía fluir una fuerza demoledora por cada
terminación nerviosa de mi cuerpo.
—Quiero
verme —insistí—. Por favor, necesito hacerlo.
—Ya
tendrás tiempo. Ahora debes descansar.
La
voz de Esme tuvo sobre mí un extraño efecto calmante. Aunque lo más
probable es que Jasper estuviese haciendo de las suyas.
Mi
padre se levantó de golpe.
—Jacob
está llegando -anunció.
Se
dirigió a la puerta. Mi madre fue tras él y le detuvo.
—Edward,
hazlo con delicadeza, por favor.
Él
la besó y salió, y ella volvió a sentarse en la cama, a mi lado.
La habitación volvió a quedarse en silencio, por lo que me resultó
más sencillo escuchar la conversación que mi padre y mi amigo
estaban manteniendo.
—¿Y
ahora qué pasa? -le oí preguntar- ¿Es que he vuelto a pensar en
algo que te ha molestado? Ya estoy empezando a hartarme de tus
excursiones por mi mente.
—Jacob,
antes de que veas a Renesmee tengo que hablar contigo. Esta noche ha
pasado algo y…
—¿Qué
le ha pasado? ¿Está bien? -parecía estar al borde de la histeria-.
Si ha sido por el frío de ayer, yo…
—Tranquilízate,
Renesmee está bien. Es sólo que está algo… cambiada.
—Explícate,
¿quieres? No estoy de humor para adivinanzas.
—Lo
siento. Estoy intentando hacerlo lo mejor que puedo.
—Pues
esfuérzate un poco más, si no es mucho pedir.
Su
voz sonaba excesivamente alterada. Podía oír el sonido de su
respiración. Tenía el corazón desbocado. Ambos sonidos me llegaban
con absoluta nitidez, como si tuviese la cabeza apoyada en su pecho.
Seguramente mis sentidos, ya desarrollados de por sí, se habían
agudizado.
—De
acuerdo -continuó mi padre-, iré al grano si es lo que prefieres.
—Bien,
parece que nos vamos entendiendo.
—Voy
a pedirte que no me interrumpas hasta que haya terminado. Después
podrás hacer todas las preguntas que quieras, ¿entendido? -se
produjo un breve paréntesis que traduje como una afirmación de
Jake-.
Esta noche Nessie ha sufrido una serie de cambios. Carlisle está
intentando averiguar cómo se han producido tan deprisa, pero aún no
ha llegado a ninguna conclusión -una
risa ronca estalló en su pecho-.
Tranquilo. No le han salido tres ojos ni nada por el estilo. Es sólo
que… Digamos que ha dado un pequeño
estirón.
—Pero
eso le lleva pasando desde que nació. Ya estoy más que
acostumbrado. No entiendo que hayas montado este circo por una bobada
como esa.
—Esta
vez el cambio ha sido un poco más… brusco.
Otra
pausa. Mi padre debía estar estudiando las reacciones de Jacob. Yo
temblaba de los nervios. ¿Tanto había cambiado? Miré mis manos.
Mis dedos se entremezclaban con los de mi madre y a duras penas podía
distinguir cuáles eran los de cada una.
—¿Cómo
de brusco?
—Bastante…
Jacob, te ruego que seas discreto. Está muy asustada y no le haría
ningún bien que la alterases aún más… No te preocupes, ella está
perfecta. Te lo prometo.
Tras
una nueva pausa, le oí subir las escaleras y aproximarse. El pomo de
la puerta giró con una desquiciante lentitud. Clavé los ojos en la
ventana. Mi madre soltó mi mano y me acarició la cabeza antes de
salir seguida por todos los demás.
La
puerta se cerró.
Yo
me negaba a volver la vista. Temía ver la reacción de Jacob ante mi
nuevo cambio.
El
silencio, la tensión y el persistente golpeteo de los tambores en mi
cabeza junto con el dolor que éstos me producían, me estaban
volviendo loca. Podía oir sus latidos acompañando a los míos en
una desenfrenada sinfonía y el sonido de su saliva bajando
atropelladamente por su garganta. Oía también sus pasos acercándose
a mi cama. Carraspeó y volvió a tragar saliva.
—¿Ness?
Era
incapaz de mirarle. Finalmente llegó a mi lado. Como ya me había
ocurrido en otras ocasiones, noté cómo sus ojos se incrustaban en
mí intentando atraer mi mirada. Pero los míos seguían fijos en el
bosque del exterior. Se sentó a mi lado y sujetó mi barbilla con la
misma delicadeza con la que mi padre había tomado antes mi mano. Era
como si temiesen romperme. Giró mi cabeza y me obligó a mirarle. Yo
intenté resistirme, pero acabé cediendo. Con una dulzura infinita
limpió las lágrimas que resbalaban por mi cara. Ni siquiera me
había dado cuenta de que estaba llorando. Al encontrarme con sus
ojos, vi que tenían un brillo indescifrable. Estaba sonriendo.
—¡Jo,
tío! Cuando tu padre me dijo que estabas perfecta, no tenía ni idea
de que se refería a esto.
—Jacob,
por favor -me esforcé por volver la cara, pero él la tenía sujeta
con firmeza entre sus manos-. No tengo ganas de bromas.
—¿Y
quién está bromeando? ¡Mírate! Estás… ¡Guau! No tengo
palabras para poder expresarlo con justicia.
—No
seas exagerado.
—Exagerado,
¡ja! ¿Tú te has visto?
Ante
mi negativa, echó la cabeza hacia atrás y me miró estrechando
tanto los ojos que se convirtieron en dos finas líneas bajo sus
gruesas cejas.
—¿Lo
dices en serio? ¿Aún no te has visto?
-me
encogí levemente de hombros-.
Pues eso tiene fácil solución.
Pasó
su brazo por mi cintura y me ayudó a levantarme. Suspiré aliviada
cuando descubrí que Rosalie me había vestido con uno de sus
elegantes camisones. El suelo se encontraba más lejos de mí de lo
que solía estarlo. Me detuve y cerré los ojos tratando de combatir
el intenso mareo que sentía.
—¿Te
encuentras bien? -preguntó preocupado mientras me sostenía-.
¿Quieres volver a tumbarte?
—¡No!
No. Quiero verme. Estoy bien.
Abrí
los ojos y me concentré en caminar. Carlisle tenía razón. Me
sentía muy débil. Lo de la fuerza parecía ahora una mera ilusión.
Las rodillas me temblaban tanto que tuve que sujetarme con fuerza a
su brazo para no caerme. Con paso lento nos acercamos hasta el enorme
armario, regalo de Alice, cuyas puertas eran espejos.
Al
verme reflejada estuve a punto de volver a desmayarme a causa de la
impresión. Jacob aumentó la fuerza con la que me sujetaba y me pegó
a su costado. Si me comparaba con él, podía constatar que mi
estatura había aumentado en bastante más de medio metro. Ahora mi
cabeza le llegaba exactamente a la mitad del pecho. No podía decirse
que fuera alta, a duras penas sobrepasaría el metro sesenta y cinco,
pero era deslumbrantemente hermosa. Una perfecta sincronía entre las
características de mis padres. Aunque lo cierto es que mi reflejo se
asemejaba mucho más al de mi madre, a excepción de su pelo y el
color de sus ojos. Mis tirabuzones habían desaparecido. Mi pelo era
abundante y liso, del mismo color broncíneo que el de mi padre y
caía hasta la mitad de mi espalda. Sólo mis ojos seguían siendo
los mismos. Lo cierto es que eso me decepcionó. Esperaba que
hubiesen adquirido el tono dorado que tanto me gustaba de los ojos de
mi familia, pero mantenían su marrón oscuro anterior. Mi piel, que
ya era bastante clara, había empalidecido aún más, pero mis
mejillas eran rosadas.
Mientras
analizaba mi nuevo aspecto, me pregunté cómo habrían podido
reconocerme mis padres, abuelos y tíos. También me asaltó la duda
de cómo iba a encajar todo aquello Charlie, que seguía sin querer
saber más de lo necesario, y cómo iba a decírselo a René y al
resto de mis conocidos.
Mis
ojos se toparon con los de Jacob a través del espejo. Me observaba
boquiabierto, maravillado, como si estuviese viendo a un ángel.
—Eso
es lo que pareces.
Me
sonrojé por completo. Había estado mostrándole mis pensamientos de
forma inconsciente a través de la mano que tenía apoyada en su
brazo.
—¿Sabes?
Si no fuese porque estoy oyendo cómo late tu corazón y porque estás
roja como un tomate, juraría que te has convertido en… uno de
ellos.
—¿Y
eso sería un problema? -le desafié.
—El
único problema sería que me despertase y tú sólo hubieses sido un
sueño.
Si
tenía alguna duda acerca de si era posible enrojecer hasta los dedos
de los pies, en ese momento quedó resuelta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario