ANNA PLAYLIST

lunes, 26 de noviembre de 2012

Cap. 3 Cambios


Aquella noche aún estaba despierta cuando se marchó Jacob. Mis padres se habían ido a su cabaña hacía horas y en el piso de abajo reinaba un silencio absoluto.
Fuera, el viento y la lluvia parecían haberse puesto de acuerdo para derrumbar la casa. Las luces del jardín hacían que las ramas de los árboles proyectasen espeluznantes sombras en las paredes de mi habitación. Pero yo no tenía miedo. ¿Cómo iba a tenerlo cuando las criaturas más peligrosas de la zona eran mis familiares y amigos?
Me levanté y miré por la ventana. El viento soplaba con tanta violencia que parecía estar manteniendo una lucha a muerte con un pequeño manzano que se doblaba de tal forma que me sorprendió que no se hubiese tronchado.
Sopesé durante un rato la posibilidad de ir en busca de la tía Rosalie para contarle que no podía dormir. Ella era una de las razones por las que prefería pasar las noches en la enorme casa blanca en lugar de hacerlo en el acogedor refugio de mis padres. El otro motivo –el principal- era Jacob, quien detestaba estar conmigo cuando mi padre estaba cerca escudriñando entre sus pensamientos.
Al final decidí volver a la cama, situada en el centro del dormitorio que antes había pertenecido a mi padre. Estaba segura de que mi falta de sueño se debía a la repentina marcha de Leah y al malestar que ello me provocaba. Me arropé hasta el cuello y fijé los ojos en la chimenea. Carlisle la había dejado encendida, no sólo por el frío. Sabía lo mucho que me gustaba el fuego y el efecto relajante que éste tenía sobre mí. Era probable que Jasper le hubiera informado sobre mi estado de ánimo. El fuego siempre me había resultado algo hipnótico. Podía pasarme horas mirando el restallar de las llamas casi sin pestañear. Al final, conseguí dormirme.
Pasé una noche horrible. Me dolían todos y cada uno de los huesos. Me despertaba cada dos por tres con la sensación de haber tenido una espantosa pesadilla de la que no lograba recordar nada.
Una de las veces en las que me desperté sobresaltada, una luz mortecina entraba por el ventanal iluminando tenuemente la estancia. Estaba amaneciendo.
Me dispuse a bajar para tomar un vaso de sangre y aliviar así la sequedad que me quemaba la garganta. Pero al ponerme en pie todo comenzó a dar vueltas. Las piernas no me respondieron y me precipité hacia el suelo logrando llamar a Rosalie justo antes de perder el conocimiento.
Cuando volví a despertarme estaba de nuevo en mi cama y tenía a toda mi familia a mi alrededor. Mis padres y Rosalie estaban a mi lado, junto a Carlisle; Emmett me miraba fijamente desde la ventana con expresión contrariada. Pero quien más me preocupaba era Alice que, apoyada en la puerta con los ojos cerrados y flanqueada por Jasper y Esme, parecía estar haciendo un esfuerzo titánico por conseguir ver algo que se le resistía. Intuí que ese algo tenía que ver conmigo, pues varias veces la había oído quejarse de que, a causa de mi fuerte amistad con Jacob, le era imposible visualizar nada en relación con mi futuro.
Renesmee, ¿estás bien? —Carlisle puso su mano sobre mi frente—. Su temperatura ha descendido —informó.
Pensé en lo sencillo que tenía que resultarle constatar este hecho gracias a su casi inexistente temperatura corporal. Así que a eso se debía la terrorífica noche que había pasado, a la fiebre. En fin, al menos mi cerebro parecía estar en perfectas condiciones a pesar de la banda de percusionistas que se había alojado en mi cabeza.
Cielo, ¿cómo estás? -esta vez fue mi madre la que habló-. Nos has dado un susto de muerte.
Sonreí interiormente ante lo absurda que sonaba esa frase puesta en boca de un vampiro. Mi padre también sonrió mientras me acariciaba el dorso de la mano. Todos, excepto Alice que seguía concentrada, me miraban. Parecían estar impacientes, casi ansioso por algo que no lograba entender. Yo permanecía allí tumbada, preocupada únicamente por una cosa
Tranquila. Ya viene de camino.
Miré a mi padre, que sujetaba mi mano con delicadeza, como si temiese reducirla a cenizas con la más leve presión.
¿Qué me ha pasado?
Me quedé paralizada al escucharme y me llevé la mano que tenía libre a la garganta. Mi voz era diferente. Había adquirido una tonalidad distinta. Su sonido infantil había dado paso a uno más armonioso, más adulto. Todos seguían observándome en completo silencio.
Mis ojos volaron hacia Carlisle.
Verás, Nessie. Esta noche han tenido lugar una serie de cambios en ti.
El acelerado sonido de mi corazón me indicó que el cambio al que se refería no era el que yo había temido en un primer momento.
Pero, ¿qué cambios? -pregunté aterrada-. Hay algo mas además de mi voz, imagino…
Más silencio.
Bueno…-todos parecían dudar acerca de qué y cómo decirme lo que pasaba, así que fue Emmett quien tomó la palabra-. Pareces haber crecido diez años de golpe.
Le miré aterrada. ¿Diez años? ¿De golpe? Intenté ponerme en pie, pero Carlisle me lo impidió empujándome suavemente, pero con firmeza, hasta que volví a tumbarme.
Es mejor que sigas acostada, cariño. Aún estás muy débil.
¿Débil? Eso no podía ser verdad. Sentía fluir una fuerza demoledora por cada terminación nerviosa de mi cuerpo.
Quiero verme —insistí—. Por favor, necesito hacerlo.
Ya tendrás tiempo. Ahora debes descansar.
La voz de Esme tuvo sobre mí un extraño efecto calmante. Aunque lo más probable es que Jasper estuviese haciendo de las suyas.
Mi padre se levantó de golpe.
Jacob está llegando -anunció.
Se dirigió a la puerta. Mi madre fue tras él y le detuvo.
Edward, hazlo con delicadeza, por favor.
Él la besó y salió, y ella volvió a sentarse en la cama, a mi lado. La habitación volvió a quedarse en silencio, por lo que me resultó más sencillo escuchar la conversación que mi padre y mi amigo estaban manteniendo.
¿Y ahora qué pasa? -le oí preguntar- ¿Es que he vuelto a pensar en algo que te ha molestado? Ya estoy empezando a hartarme de tus excursiones por mi mente.
Jacob, antes de que veas a Renesmee tengo que hablar contigo. Esta noche ha pasado algo y…
¿Qué le ha pasado? ¿Está bien? -parecía estar al borde de la histeria-. Si ha sido por el frío de ayer, yo…
Tranquilízate, Renesmee está bien. Es sólo que está algo… cambiada.
Explícate, ¿quieres? No estoy de humor para adivinanzas.
Lo siento. Estoy intentando hacerlo lo mejor que puedo.
Pues esfuérzate un poco más, si no es mucho pedir.
Su voz sonaba excesivamente alterada. Podía oír el sonido de su respiración. Tenía el corazón desbocado. Ambos sonidos me llegaban con absoluta nitidez, como si tuviese la cabeza apoyada en su pecho. Seguramente mis sentidos, ya desarrollados de por sí, se habían agudizado.
De acuerdo -continuó mi padre-, iré al grano si es lo que prefieres.
Bien, parece que nos vamos entendiendo.
Voy a pedirte que no me interrumpas hasta que haya terminado. Después podrás hacer todas las preguntas que quieras, ¿entendido? -se produjo un breve paréntesis que traduje como una afirmación de Jake-. Esta noche Nessie ha sufrido una serie de cambios. Carlisle está intentando averiguar cómo se han producido tan deprisa, pero aún no ha llegado a ninguna conclusión -una risa ronca estalló en su pecho-. Tranquilo. No le han salido tres ojos ni nada por el estilo. Es sólo que… Digamos que ha dado un pequeño estirón.
Pero eso le lleva pasando desde que nació. Ya estoy más que acostumbrado. No entiendo que hayas montado este circo por una bobada como esa.
Esta vez el cambio ha sido un poco más… brusco.
Otra pausa. Mi padre debía estar estudiando las reacciones de Jacob. Yo temblaba de los nervios. ¿Tanto había cambiado? Miré mis manos. Mis dedos se entremezclaban con los de mi madre y a duras penas podía distinguir cuáles eran los de cada una.
¿Cómo de brusco?
Bastante… Jacob, te ruego que seas discreto. Está muy asustada y no le haría ningún bien que la alterases aún más… No te preocupes, ella está perfecta. Te lo prometo.
Tras una nueva pausa, le oí subir las escaleras y aproximarse. El pomo de la puerta giró con una desquiciante lentitud. Clavé los ojos en la ventana. Mi madre soltó mi mano y me acarició la cabeza antes de salir seguida por todos los demás.
La puerta se cerró.
Yo me negaba a volver la vista. Temía ver la reacción de Jacob ante mi nuevo cambio. El silencio, la tensión y el persistente golpeteo de los tambores en mi cabeza junto con el dolor que éstos me producían, me estaban volviendo loca. Podía oir sus latidos acompañando a los míos en una desenfrenada sinfonía y el sonido de su saliva bajando atropelladamente por su garganta. Oía también sus pasos acercándose a mi cama. Carraspeó y volvió a tragar saliva.
¿Ness?
Era incapaz de mirarle. Finalmente llegó a mi lado. Como ya me había ocurrido en otras ocasiones, noté cómo sus ojos se incrustaban en mí intentando atraer mi mirada. Pero los míos seguían fijos en el bosque del exterior. Se sentó a mi lado y sujetó mi barbilla con la misma delicadeza con la que mi padre había tomado antes mi mano. Era como si temiesen romperme. Giró mi cabeza y me obligó a mirarle. Yo intenté resistirme, pero acabé cediendo. Con una dulzura infinita limpió las lágrimas que resbalaban por mi cara. Ni siquiera me había dado cuenta de que estaba llorando. Al encontrarme con sus ojos, vi que tenían un brillo indescifrable. Estaba sonriendo.
¡Jo, tío! Cuando tu padre me dijo que estabas perfecta, no tenía ni idea de que se refería a esto.
Jacob, por favor -me esforcé por volver la cara, pero él la tenía sujeta con firmeza entre sus manos-. No tengo ganas de bromas.
¿Y quién está bromeando? ¡Mírate! Estás… ¡Guau! No tengo palabras para poder expresarlo con justicia.
No seas exagerado.
Exagerado, ¡ja! ¿Tú te has visto?
Ante mi negativa, echó la cabeza hacia atrás y me miró estrechando tanto los ojos que se convirtieron en dos finas líneas bajo sus gruesas cejas.
¿Lo dices en serio? ¿Aún no te has visto? -me encogí levemente de hombros-. Pues eso tiene fácil solución.
Pasó su brazo por mi cintura y me ayudó a levantarme. Suspiré aliviada cuando descubrí que Rosalie me había vestido con uno de sus elegantes camisones. El suelo se encontraba más lejos de mí de lo que solía estarlo. Me detuve y cerré los ojos tratando de combatir el intenso mareo que sentía.
¿Te encuentras bien? -preguntó preocupado mientras me sostenía-. ¿Quieres volver a tumbarte?
¡No! No. Quiero verme. Estoy bien.
Abrí los ojos y me concentré en caminar. Carlisle tenía razón. Me sentía muy débil. Lo de la fuerza parecía ahora una mera ilusión. Las rodillas me temblaban tanto que tuve que sujetarme con fuerza a su brazo para no caerme. Con paso lento nos acercamos hasta el enorme armario, regalo de Alice, cuyas puertas eran espejos.
Al verme reflejada estuve a punto de volver a desmayarme a causa de la impresión. Jacob aumentó la fuerza con la que me sujetaba y me pegó a su costado. Si me comparaba con él, podía constatar que mi estatura había aumentado en bastante más de medio metro. Ahora mi cabeza le llegaba exactamente a la mitad del pecho. No podía decirse que fuera alta, a duras penas sobrepasaría el metro sesenta y cinco, pero era deslumbrantemente hermosa. Una perfecta sincronía entre las características de mis padres. Aunque lo cierto es que mi reflejo se asemejaba mucho más al de mi madre, a excepción de su pelo y el color de sus ojos. Mis tirabuzones habían desaparecido. Mi pelo era abundante y liso, del mismo color broncíneo que el de mi padre y caía hasta la mitad de mi espalda. Sólo mis ojos seguían siendo los mismos. Lo cierto es que eso me decepcionó. Esperaba que hubiesen adquirido el tono dorado que tanto me gustaba de los ojos de mi familia, pero mantenían su marrón oscuro anterior. Mi piel, que ya era bastante clara, había empalidecido aún más, pero mis mejillas eran rosadas.
Mientras analizaba mi nuevo aspecto, me pregunté cómo habrían podido reconocerme mis padres, abuelos y tíos. También me asaltó la duda de cómo iba a encajar todo aquello Charlie, que seguía sin querer saber más de lo necesario, y cómo iba a decírselo a René y al resto de mis conocidos.
Mis ojos se toparon con los de Jacob a través del espejo. Me observaba boquiabierto, maravillado, como si estuviese viendo a un ángel.
Eso es lo que pareces.
Me sonrojé por completo. Había estado mostrándole mis pensamientos de forma inconsciente a través de la mano que tenía apoyada en su brazo.
¿Sabes? Si no fuese porque estoy oyendo cómo late tu corazón y porque estás roja como un tomate, juraría que te has convertido en… uno de ellos.
¿Y eso sería un problema? -le desafié.
El único problema sería que me despertase y tú sólo hubieses sido un sueño.
Si tenía alguna duda acerca de si era posible enrojecer hasta los dedos de los pies, en ese momento quedó resuelta.

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