ANNA PLAYLIST

lunes, 26 de noviembre de 2012

Cap. 20 Se Veía Venir


Le observaba en silencio mientras desayunábamos. Solomon y Rebecca aun no se habían levantado. Llevaba ya dos días comportándose de forma extraña y no sabía cuanto más iba a poder soportarlo. Mis miedos habían vuelto a la carga y no se me ocurría nada más que pudiera espantarlos. Sin su ayuda, me parecía un trabajo de titanes.
¿Te importaría dejar de hacer eso?
Del sobresalto, la cuchara calló de mis manos poniéndolo todo perdido de leche y cereales.
¿El qué? -pregunté confusa-. Pero si yo no estoy haciendo nada.
Ah, ¿no? Pues lo estás haciendo otra vez.
¿Qué es lo que estoy haciendo? -mi voz sonó cansada.
-Mirarme como si no fueses a volver a verme.
Bajé la mirada y empecé a limpiar la mesa fingiendo no haberle oido. Él golpeó la tabla y se puso en pie. Sus ojos estaban cargados de furia.
¿Es que nunca me va a salir nada bien? ¿Es que estoy condenado a estar siempre amargado? -aunque hablaba a voces, no estaba segura de si hablaba conmigo o consigo mismo-. ¡Maldita sea! ¿Es que nunca vamos a poder ser una pareja normal? En el tiempo que llevamos juntos, apenas hemos estado bien un par de días... ¿Crees que eso es normal? Porque desde luego que a mi no me lo parece.
No le contesté. Había enmudecido. Por suerte, Rebecca entró justo en ese momento.
¿Se puede saber qué pasa? ¿A qué vienen esas voces, Jacob?
Ignoró a su hermana y, tras mirarme durante varios segundos con la mandíbula tensa y la mirada llameante, se dio la vuelta y salió a la calle dando un sonoro portazo.
Apoyé los codos en la mesa y oculté la cara entre mis manos tratando de recuperar la compostura. Rebecca me acarició el pelo.
¿Estás bien, cielo?
Sí, sólo ha sido... -alcé la cabeza y le miré intentando parecer despreocupada-. En realidad no ha sido nada.
Pues no parecía nada precisamente... ¿Sabes qué? Nos vamos de compras. No hay nada mejor para olvidarse de los problemas.
Acepté. Ir de compras era lo último que me apetecía hacer en ese momento, pero al menos me serviría para alejarme de él y dejar que se tomase un respiro y viese las cosas con más calma. Quizás le había agobiado demasiado y lo único que necesitaba era un poco de espacio y de soledad.
Nos pasamos toda la mañana entre probadores. Al principio no quería probarme nada, pero poco a poco me fui animando. Rebecca era incansable. Todo le gustaba y todo tenía que probárselo. Decidí que tenía que presentarle a Alice. Seguro que se caerían genial.
Debo reconocer que me animé bastante, incluso que me divertí. La alegría de Rebecca era contagiosa. Debía de tratarse de algo que todos los Blacks llevaban en su genética.
Llegamos a casa cargadas de bolsas y charlando animadamente. Jacob estaba en la puerta. Su expresión hizo que mi buen humor se esfumase tan rápido como había aparecido. Por lo visto, mi distanciamiento no había servido para nada. Si bien podía decirse que la situación parecía estar aún peor.
Su hermana se pasó todas sus bolsas a una mano para poder rodearme los hombros con el brazo libre. Al llegar junto a él, Rebecca cogió mis bolsas y entró dejándonos a solas.
Permanecimos mucho rato observándonos en silencio. Era como si ninguno nos atreviésemos a decir nada. Alcé la mano para acariciar su cara, pero él se apartó e hizo una mueca. Sentí una extraña presión en la yema de los dedos...
... Y entonces lo supe. El momento que tanto temía había llegado. Ni siquiera me cogió por sorpresa. Sabía con tanta certeza que acabaría pasando que apenas me afectó.
Tenemos que hablar -murmuró mientras echaba a andar.
Inhalé una gran cantidad de aire y le seguí casi inconscientemente.. No volvió a decir una palabra más hasta que llegamos a la playa. Una vez allí, se detuvo y se giró para poder mirarme. Estudiaba mi cara tratando de averiguar qué sentía. Ni yo misma podía decir con exactitud cuál era mi expresión.
Ness, yo...
Vaciló un instante y volvió a cerrar la boca. Parecía incapaz de hacerlo.
Di lo que sea de una vez, Jacob -le apremié con un hilo de voz. No quería alargar más aquel momento. Cuanto más deprisa acabase con todo, mejor.
No sé cómo voy a decirlo y...
No necesito que me digas nada. Sólo quiero saber por qué —la dureza y la calma de mi voz parecieron sorprenderle casi tanto como a mi-. Sólo dime que error he cometido y si hay algo que pueda hacer para no sentirme tan... mal.
La voz se me quebró, pero el llanto seguía bajo control. Jacob apretó fuertemente los puños a ambos lados de su cuerpo y sacudió la cabeza con lentitud sin dejar de mirarme.
Tú no has hecho nada, Ness. Simplemente, ésto no... -suspiró y desvió sus ojos-. Esto no funciona. Ha ido mal desde el principio y alargándolo sólo hemos conseguido hacernos aún más daño ahora -volvió a mirarme y descubrí que tenía los ojos llenos de lágrimas-. No tenía que haber dejado que esto llegase tan lejos.
Dijiste que la imprimación era para siempre -susurré sabiendo que me estaba agarrando a un clavo ardiendo.
Por lo que se ve, vuelvo a ser a excepción.
Se encogió de hombros y perdió la mirada en el océano. Yo no podía dejar de mirarle. La presión de mis dedos se convirtió en un sinfin de dolorosas punzadas. Pero eran como delicadas caricias si las comparaba con la tremenda quemazón que sentía en el pecho.
Cerré los ojos, inspiré y expiré varias veces y me di la vuelta, abriendo nuevamente los ojos cuando le tuve a mi espalda para no tener que volver a verle.
No intentó seguirme cuando me encaminé de vuelta a casa. Rebecca tampoco me dijo nada al verme entrar. Se limitó a darme un prolongado abrazo y dejó que me fuese a la habitación.
Eché el cerrojo y me senté en la cama abrazada a mis rodillas. Intenté normalizar mi respiración y asimilar lo que estaba pasando. Ni lloraba ni tenía ganas de hacerlo. Me preocupaba la relativa tranquilidad con la que me lo estaba tomando. ¿Tan preparada estaba para ésto? Eso parecía. Era como si mi cerebro se hubiese estado entrenando en secreto desde que presentí que ésto ocurriría. Y ahora apenas me afectaba. El único inconveniente era el incendio que se había desatado en mi interior y que estaba abrasándome, provocándome un dolor insoportable. A pesar de eso, mi mente permanecía intacta, como si me hubiesen realizado una lobotomía y extirpado la parte del cerebro que maneja las emociones.
Pero el fuego se extendía y llegó un momento en el que empezó a costarme trabajo respirar. El aire entraba en mis pulmones con enorme dificultad. Y me entró el pánico. Intenté ponerme en pie para poder ira hasta la ventana y abrirla, pero perdí el conocimiento y me desplomé.




Varios golpes me despertaron. Sonaban muy lejos, pero supe enseguida que alguien, Solomon o Rebecca, estaba golpeando la puerta. Una conversación desde el otro lado, terminó dándome la razón.
¿Crees que le habrá pasado algo?
No seas exagerado, Solly. Sólo quiere estar sola. Es normal.
¿Normal? Ipo, lleva casi cinco horas encerrada -¿en serio?¿Había pasado tanto tiempo?-. Ni siquiera ha salido a comer.
No creo que tenga mucho apetito. Déjala sola un poco más, ¿sí?
Pero Solomon volvió a golpear la puerta una vez más.
Renesmee, tesoro, solo dinos que estás bien. Te prometo que después te dejaremos tranquila.
Me aclaré la voz y contesté.
Estoy bien. Sólo me había quedado dormida.
¿Pregúntale si tiene hambre? -cuchicheó Rebecca.
¿Quieres comer algo? ¡Hay hamburguesas!
Lo dijo como si eso pudiese solucionar cualquier tipo de problema. En cualquier otro momento me habría echado a reir por su entusiasmo.
No, gracias. No tengo hambre.
Como quieras. Entonces, estás bien, ¿verdad? Lo siento. Sé que soy muy pesado, pero es que nos tienes muy preocupados.
De verdad, estoy bien.
Vale. Pues... Te dejamos sola otra vez. Si quieres algo dilo, ¿si?
Gracias.
Les oí alejarse y me incorporé.Estaba algo mareada y me dolía la cabeza. Debía de haberme dado un buen golpe al caer. Abrí la maleta sobre la cama y comencé a recoger mis cosas. Ya no pintaba nada en aquel lugar, así que sería mejor que volviese a casa.
¿Podríais pedirme un taxi?
Rebecca se levantó del sillón y me miró con los ojos dilatados.
¿Te vas? ¡Oh, no! ¡No, por favor! Quédate esta noche y te vuelves mañana, cuando estés más tranquila.
Estoy muy tranquila, Rebecca, de verdad. Quiero volver a casa y estar con mis padres.
Solomon se levantó también y se acercó a mí para tomarme de las manos.
Yo te acompañaré al aeropuerto.
¿Os acompaño? -preguntó su esposa.
No, tú quédate por... -me miró dudando sobre si continuar o no. Finalmente lo hizo-. Quédate por si regresa.
Obvié el comentario, sabiendo de sobra a quien se refería, me despedí de Rebecca y seguí a Solomon hasta el coche.
Mientras nos dirigíamos al aeropuerto le vi. Estaba en la playa, justo en el mismo sitio donde le había dejado, a unos trescientos metros de nosotros. Se había sentado en el suelo y tenía las manos hundidas en la arena. Reconoció el sonido del coche y se levantó a toda velocidad. Giré la cara en cuanto sus ojos se toparon con los míos.
¿Quieres que pare? -me preguntó disminuyendo la velocidad cuando le reconoció.
No. Quiero llegar a casa cuanto antes.
Aceleró y nos alejamos. Ni siquiera me giré para mirarle por última vez. Ni necesitaba ni quería hacerlo. Mi vida iba a sufrir un cambio radical. Nada de llantos ni lamentaciones. Por el motivo que fuese, Jacob había decidido salir de mi vida, y eso era algo que yo debía asumir.
Llegamos al aeropuerto y me despedí de Solomon. Le pedí que volviese a casa asegurándole que sabría arreglármelas bien sin su ayuda.
Cuando me quedé a solas, me encaminé a facturar el equipaje. Pero entonces un pensamiento se cruzó por mi mente. Nada iba a cambiar si regresaba con mi familia. Todo estaba impregnado de su presencia y de sus recuerdos. E irme a Forks sería aún peor.
No sabía qué hacer. Desolada, me senté en un banco. Fue en ese momento cuando mis ojos se posaron involuntariamente en un enorme cartel de una agencia de viajes que anunciaba una ruta por la Toscana.
Italia.
Fue como si alguien hubiese puesto ese cartel adrede frente a mí. Varias piezas encajaron y una idea cobró fuerza en mi mente.
Quería cambiar de vida. Quería alejarme y olvidarme de Jacob. Pero, sobre todo, quería mantener a salvo a mi familia. Y había un modo fácil, rápido y eficaz de hacer que todo eso fuese posible. A cambio, mi libertad. Un precio muy bajo si tenía en cuenta todo lo que podía ganar si mi jugada salía bien.
Hacía tiempo que me estaba inquietando la idea de que mi familia podía estar en peligro y, de un modo u otro, sentía que estaba en mis manos el poder ayudarles.
Varias veces había oído hablar de lo mucho que valoraba Aro a los vampiros que poseían algún don. Era consciente de que el mío probablemente no sería un poder muy útil para él, pero sabía lo impresionado que el líder de los Vulturis había quedado conmigo.
Me pondría a su disposición si, a cambio, él prometía dejar en paz a mi familia.
Sólo esperaba que llevar a cabo mi plan resultase tan sencillo como lo había sido pensarlo.
Pero tenía que darme prisa. Era posible que Alice ya pudiese verme y no iban a tardar mucho en ponerse en marcha para estropearme las cosas.

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