Le
observaba en silencio mientras desayunábamos. Solomon y Rebecca aun
no se habían levantado. Llevaba ya dos días comportándose de forma
extraña y no sabía cuanto más iba a poder soportarlo. Mis miedos
habían vuelto a la carga y no se me ocurría nada más que pudiera
espantarlos. Sin su ayuda, me parecía un trabajo de titanes.
—¿Te
importaría dejar de hacer eso?
Del
sobresalto, la cuchara calló de mis manos poniéndolo todo perdido
de leche y cereales.
—¿El
qué? -pregunté confusa-. Pero si yo no estoy haciendo nada.
—Ah,
¿no? Pues lo estás haciendo otra vez.
—¿Qué
es lo que estoy haciendo? -mi voz sonó cansada.
-Mirarme
como si no fueses a volver a verme.
Bajé
la mirada y empecé a limpiar la mesa fingiendo no haberle oido. Él
golpeó la tabla y se puso en pie. Sus ojos estaban cargados de
furia.
—¿Es
que nunca me va a salir nada bien? ¿Es que estoy condenado a estar
siempre amargado? -aunque hablaba a voces, no estaba segura de si
hablaba conmigo o consigo mismo-. ¡Maldita sea! ¿Es que nunca vamos
a poder ser una pareja normal? En el tiempo que llevamos juntos,
apenas hemos estado bien un par de días... ¿Crees que eso es
normal? Porque desde luego que a mi no me lo parece.
No
le contesté. Había enmudecido. Por suerte, Rebecca entró justo en
ese momento.
—¿Se
puede saber qué pasa? ¿A qué vienen esas voces, Jacob?
Ignoró
a su hermana y, tras mirarme durante varios segundos con la mandíbula
tensa y la mirada llameante, se dio la vuelta y salió a la calle
dando un sonoro portazo.
Apoyé
los codos en la mesa y oculté la cara entre mis manos tratando de
recuperar la compostura. Rebecca me acarició el pelo.
—¿Estás
bien, cielo?
—Sí,
sólo ha sido... -alcé la cabeza y le miré intentando parecer
despreocupada-. En realidad no ha sido nada.
—Pues
no parecía nada
precisamente... ¿Sabes qué? Nos vamos de compras. No hay nada mejor
para olvidarse de los problemas.
Acepté.
Ir de compras era lo último que me apetecía hacer en ese momento,
pero al menos me serviría para alejarme de él y dejar que se tomase
un respiro y viese las cosas con más calma. Quizás le había
agobiado demasiado y lo único que necesitaba era un poco de espacio
y de soledad.
Nos
pasamos toda la mañana entre probadores. Al principio no quería
probarme nada, pero poco a poco me fui animando. Rebecca era
incansable. Todo le gustaba y todo tenía que probárselo. Decidí
que tenía que presentarle a Alice. Seguro que se caerían genial.
Debo
reconocer que me animé bastante, incluso que me divertí. La alegría
de Rebecca era contagiosa. Debía de tratarse de algo que todos los
Blacks llevaban en su genética.
Llegamos
a casa cargadas de bolsas y charlando animadamente. Jacob estaba en
la puerta. Su expresión hizo que mi buen humor se esfumase tan
rápido como había aparecido. Por lo visto, mi distanciamiento no
había servido para nada. Si bien podía decirse que la situación
parecía estar aún peor.
Su
hermana se pasó todas sus bolsas a una mano para poder rodearme los
hombros con el brazo libre. Al llegar junto a él, Rebecca cogió mis
bolsas y entró dejándonos a solas.
Permanecimos
mucho rato observándonos en silencio. Era como si ninguno nos
atreviésemos a decir nada. Alcé la mano para acariciar su cara,
pero él se apartó e hizo una mueca. Sentí una extraña presión en
la yema de los dedos...
...
Y entonces lo supe. El momento que tanto temía había llegado. Ni
siquiera me cogió por sorpresa. Sabía con tanta certeza que
acabaría pasando que apenas me afectó.
—Tenemos
que hablar -murmuró mientras echaba a andar.
Inhalé
una gran cantidad de aire y le seguí casi inconscientemente.. No
volvió a decir una palabra más hasta que llegamos a la playa. Una
vez allí, se detuvo y se giró para poder mirarme. Estudiaba mi cara
tratando de averiguar qué sentía. Ni yo misma podía decir con
exactitud cuál era mi expresión.
—Ness,
yo...
Vaciló
un instante y volvió a cerrar la boca. Parecía incapaz de hacerlo.
—Di
lo que sea de una vez, Jacob -le apremié con un hilo de voz. No
quería alargar más aquel momento. Cuanto más deprisa acabase con
todo, mejor.
—No
sé cómo voy a decirlo y...
—No
necesito que me digas nada. Sólo quiero saber por qué —la dureza
y la calma de mi voz parecieron sorprenderle casi tanto como a mi-.
Sólo dime que error he cometido y si hay algo que pueda hacer para
no sentirme tan... mal.
La
voz se me quebró, pero el llanto seguía bajo control. Jacob apretó
fuertemente los puños a ambos lados de su cuerpo y sacudió la
cabeza con lentitud sin dejar de mirarme.
—Tú
no has hecho nada, Ness. Simplemente, ésto no... -suspiró y desvió
sus ojos-. Esto no funciona. Ha ido mal desde el principio y
alargándolo sólo hemos conseguido hacernos aún más daño ahora
-volvió a mirarme y descubrí que tenía los ojos llenos de
lágrimas-. No tenía que haber dejado que esto llegase tan lejos.
—Dijiste
que la imprimación era para siempre -susurré sabiendo que me estaba
agarrando a un clavo ardiendo.
—Por
lo que se ve, vuelvo a ser a excepción.
Se
encogió de hombros y perdió la mirada en el océano. Yo no podía
dejar de mirarle. La presión de mis dedos se convirtió en un sinfin
de dolorosas punzadas. Pero eran como delicadas caricias si las
comparaba con la tremenda quemazón que sentía en el pecho.
Cerré
los ojos, inspiré y expiré varias veces y me di la vuelta, abriendo
nuevamente los ojos cuando le tuve a mi espalda para no tener que
volver a verle.
No
intentó seguirme cuando me encaminé de vuelta a casa. Rebecca
tampoco me dijo nada al verme entrar. Se limitó a darme un
prolongado abrazo y dejó que me fuese a la habitación.
Eché
el cerrojo y me senté en la cama abrazada a mis rodillas. Intenté
normalizar mi respiración y asimilar lo que estaba pasando. Ni
lloraba ni tenía ganas de hacerlo. Me preocupaba la relativa
tranquilidad con la que me lo estaba tomando. ¿Tan preparada estaba
para ésto? Eso parecía. Era como si mi cerebro se hubiese estado
entrenando en secreto desde que presentí que ésto ocurriría. Y
ahora apenas me afectaba. El único inconveniente era el incendio que
se había desatado en mi interior y que estaba abrasándome,
provocándome un dolor insoportable. A pesar de eso, mi mente
permanecía intacta, como si me hubiesen realizado una lobotomía y
extirpado la parte del cerebro que maneja las emociones.
Pero
el fuego se extendía y llegó un momento en el que empezó a
costarme trabajo respirar. El aire entraba en mis pulmones con enorme
dificultad. Y me entró el pánico. Intenté ponerme en pie para
poder ira hasta la ventana y abrirla, pero perdí el conocimiento y
me desplomé.
Varios
golpes me despertaron. Sonaban muy lejos, pero supe enseguida que
alguien, Solomon o Rebecca, estaba golpeando la puerta. Una
conversación desde el otro lado, terminó dándome la razón.
—¿Crees
que le habrá pasado algo?
—No
seas exagerado, Solly. Sólo quiere estar sola. Es normal.
—¿Normal?
Ipo,
lleva
casi cinco horas encerrada -¿en
serio?¿Había pasado tanto tiempo?-.
Ni siquiera ha salido a comer.
—No
creo que tenga mucho apetito. Déjala sola un poco más, ¿sí?
Pero
Solomon volvió a golpear la puerta una vez más.
—Renesmee,
tesoro, solo dinos que estás bien. Te prometo que después te
dejaremos tranquila.
Me
aclaré la voz y contesté.
—Estoy
bien. Sólo me había quedado dormida.
—¿Pregúntale
si tiene hambre? -cuchicheó Rebecca.
—¿Quieres
comer algo? ¡Hay hamburguesas!
Lo
dijo como si eso pudiese solucionar cualquier tipo de problema. En
cualquier otro momento me habría echado a reir por su entusiasmo.
—No,
gracias. No tengo hambre.
—Como
quieras. Entonces, estás bien, ¿verdad? Lo siento. Sé que soy muy
pesado, pero es que nos tienes muy preocupados.
—De
verdad, estoy bien.
—Vale.
Pues... Te dejamos sola otra vez. Si quieres algo dilo, ¿si?
—Gracias.
Les
oí alejarse y me incorporé.Estaba algo mareada y me dolía la
cabeza. Debía de haberme dado un buen golpe al caer. Abrí la maleta
sobre la cama y comencé a recoger mis cosas. Ya no pintaba nada en
aquel lugar, así que sería mejor que volviese a casa.
—¿Podríais
pedirme un taxi?
Rebecca
se levantó del sillón y me miró con los ojos dilatados.
—¿Te
vas? ¡Oh, no! ¡No, por favor! Quédate esta noche y te vuelves
mañana, cuando estés más tranquila.
—Estoy
muy tranquila, Rebecca, de verdad. Quiero volver a casa y estar con
mis padres.
Solomon
se levantó también y se acercó a mí para tomarme de las manos.
—Yo
te acompañaré al aeropuerto.
—¿Os
acompaño? -preguntó su esposa.
—No,
tú quédate por... -me miró dudando sobre si continuar o no.
Finalmente lo hizo-. Quédate por si regresa.
Obvié
el comentario, sabiendo de sobra a quien se refería, me despedí de
Rebecca y seguí a Solomon hasta el coche.
Mientras
nos dirigíamos al aeropuerto le vi. Estaba en la playa, justo en el
mismo sitio donde le había dejado, a unos trescientos metros de
nosotros. Se había sentado en el suelo y tenía las manos hundidas
en la arena. Reconoció el sonido del coche y se levantó a toda
velocidad. Giré la cara en cuanto sus ojos se toparon con los míos.
—¿Quieres
que pare? -me preguntó disminuyendo la velocidad cuando le
reconoció.
—No.
Quiero llegar a casa cuanto antes.
Aceleró
y nos alejamos. Ni siquiera me giré para mirarle por última vez. Ni
necesitaba ni quería hacerlo. Mi vida iba a sufrir un cambio
radical. Nada de llantos ni lamentaciones. Por el motivo que fuese,
Jacob había decidido salir de mi vida, y eso era algo que yo debía
asumir.
Llegamos
al aeropuerto y me despedí de Solomon. Le pedí que volviese a casa
asegurándole que sabría arreglármelas bien sin su ayuda.
Cuando
me quedé a solas, me encaminé a facturar el equipaje. Pero entonces
un pensamiento se cruzó por mi mente. Nada iba a cambiar si
regresaba con mi familia. Todo estaba impregnado de su presencia y
de sus recuerdos. E irme a Forks sería aún peor.
No
sabía qué hacer. Desolada, me senté en un banco. Fue en ese
momento cuando mis ojos se posaron involuntariamente en un enorme
cartel de una agencia de viajes que anunciaba una ruta por la
Toscana.
Italia.
Fue
como si alguien hubiese puesto ese cartel adrede frente a mí. Varias
piezas encajaron y una idea cobró fuerza en mi mente.
Quería
cambiar de vida. Quería alejarme y olvidarme de Jacob. Pero, sobre
todo, quería mantener a salvo a mi familia. Y había un modo fácil,
rápido y eficaz de hacer que todo eso fuese posible. A cambio, mi
libertad. Un precio muy bajo si tenía en cuenta todo lo que podía
ganar si mi jugada salía bien.
Hacía
tiempo que me estaba inquietando la idea de que mi familia podía
estar en peligro y, de un modo u otro, sentía que estaba en mis
manos el poder ayudarles.
Varias
veces había oído hablar de lo mucho que valoraba Aro a los vampiros
que poseían algún don. Era consciente de que el mío probablemente
no sería un poder muy útil para él, pero sabía lo impresionado
que el líder de los Vulturis había quedado conmigo.
Me
pondría a su disposición si, a cambio, él prometía dejar en paz a
mi familia.
Sólo
esperaba que llevar a cabo mi plan resultase tan sencillo como lo
había sido pensarlo.
Pero
tenía que darme prisa. Era posible que Alice ya pudiese verme y no
iban a tardar mucho en ponerse en marcha para estropearme las cosas.
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