Recordaba
con exactitud la parte del diario de mi madre en la que narraba el
momento en el que impidió que mi padre se expusiera al sol para
provocar a los Vulturis que, cuando llegué a la plaza en la que se
encontraba la torre del reloj, era como si ya hubiese estado allí.
Hacía
frío. Demasiado incluso para mí. No me había cambiado de ropa y
aun seguía llevando las prendas veraniegas que me había puesto
aquella mañana y que no eran exactamente las más indicadas para el
gélido clima invernal.
Barrí
el desierto lugar con los ojos en busca del callejón donde se ocultó
mi padre. Fue por allí por donde les llevaron ante Aro, Marco y
Cayo, así que ese era el camino a tomar. Se suponía que estaba al
norte de la plaza, justo a la derecha de la torre.
Cuando
logré divisar el estrecho emplazamiento, respiré profundamente y
cogiendo mi maleta, rodeé la fuente y me encaminé hacia allí. No
había absolutamente nadie a mi alrededor. Probablemente por eso me
asusté más cuando, a punto ya de internarme en el oscuro callejón,
una mano se apoyó en mi hombro. Quise gritar, pero el sonido se
atascó en mi garganta y sólo conseguí exhalar. Aterrorizada, me
giré para encontrarme de frente con la enorme figura de un
desconocido. A pesar de la penumbra, pude ver el destello de su
pupila granate. Iba cubierto con una túnica de color gris perla que
le llegaba hasta los pies, y me sonreía.
—¡Hola,
Renesmee! -me saludó con un agradable tono de voz-. Te estábamos
esperando.
Extendió
su brazo derecho hacia mi. En él llevaba cuidadosamente doblada lo
que supuse que sería otra capa. Mis ojos deambulaban de su cara a su
brazo y de nuevo a su cara. El desconocido insistió con un ligero
movimieto de cabeza instándome a coger su ofrenda, pero yo estaba
paralizada. Así que, tras lanzar un suspiro, avanzó hacia mí y
rodeó mis hombros con la gruesa capa. Retrocedió un par de pasos y
me observó de nuevo con una sonrisa complaciente.
—Mucho
mejor, ¿no te parece? -alzó una mano con la intención de acariciar
mi cara, pero yo di un respingo y me alejé de él, que soltó una
armoniosa carcajada-. No tengas miedo, pequeña, nadie va a hacerte
daño, te lo prometo.
Volvió
a acercarse a mí y pasó un brazo sobre mis hombros, empujándome
hacia un lado e instándome a darme la vuelta. Comenzamos a andar. Yo
giré mi cara hacia el callejón. ¿A dónde me llevaba? ¿Quiénes
me estaban esperando? ¿Para qué? Nadie sabía dónde estaba. Nadie
excepto... Alice. Sólo se me ocurría esa explicación. Ella había
visto cómo me dirigía hacia los Vulturis y había mandado a un
conocido que se encontraba cerca de allí para detenerme. ¡Maldición!
Mi plan había fracasado estrepitosamente. Y ahora, ¿qué? ¿Acaso
iba ese individuo a enviarme de vuelta a Alaska? ¿O vendría alguien
de mi familia a recogerme aquí? Decidí que lo mejor que podía
hacer era resignarme y dejar que pasase lo que tuviese que pasar.
Mientras
le daba vueltas y más vueltas a todas las cuestiones que burbujeaban
en mi cabeza, el desconocido y yo habíamos dejado la plaza atrás. O
mejor dicho, la estábamos bordeando. . Caminábamos a ritmo de paseo
circunvalando el pequeño castillo medieval. Me guió hacia la
entrada, formada por varios arcos de piedra antigua. Sobre el arco
del centro ondeaba una bandera de intenso color rojo. Cuando
estábamos subiendo las escaleras miré a mi acompañante. La luz de
las farolas iluminaba su rostro y un estremecimiento me paralizó. Él
fijó en mí sus ojos y me observó con preocupación.
—¿Ocurre
algo?
—Te
conozco -siseé casi aliviada-. Tú... Tú me ayudaste en el
aeropuerto de Seattle.
—Creo
que te equivocas.
—No,
eras tú. ¡Lo sé! -mi voz iba cobrando fuerza conforme iba
hablando-. Tú me ayudaste a encontrar la salida y me conseguiste un
taxi. Sé que fuiste tú, Adamu.
En
cuanto pronuncié el nombre, la mandíbula se le desencajó y sus
ojos se cristalizaron.
—¿Has
dicho Adamu? -asentí-. No es posible -sacudió la cabeza, incrédulo
y volvió a fijar sus terroríficos ojos en mí mientras me sujetaba
con fuerza por los hombros-. ¿Estás segura de lo que dices?
—¡Claro
que lo estoy! Me acuerdo perfectamente de tí... Pero tus ojos...
—No
era yo -le miré con excepticismo. Él alzó una mano antes de que yo
pudiese replicar y continuó hablando-. Mi nombre es Akamu. Quién te
ayudó fue mi hermano. Hace años que no le veo... Le creía muerto
-movió la cabeza con pesadez y me sonrió-. No te imaginas la
alegría tan inmensa que me has dado. ¿Él estaba...? ¿Se
encontraba bien?
—Sí.
Parecía un empresario o algo así. Iba trajeado y... Sus ojos eran
dorados -comenté ésto último creyendo que podría interesarle,
como así me lo indicó su sorpresa.
—¿En
serio? ¿Dorados? ¡Vaya! No puedo creérmelo.
—Pues
así era -él asintió pensativo, pero sin dejar de sonreir-. ¿Por
qué le creías muerto?
Nada
más terminar de preguntarlo, me mordí el labio, arrepentida por ser
tan cotilla. Sin embargo, él pareció no darle importancia.
—Es
una larga historia que prometo contarte -soltó una carcajada-. Nos
va a sobrar el tiempo -calló, suspiró profundamente y sujetó mi
mano-. Y ahora, sigamos. Debemos entrar. Como ya te dije, te
estábamos esperando.
Opté
por no preguntar y seguirle. Aquel extraño de pronto me inspiraba
una profunda confianza.
Una
vez en el interior de aquel edificio, tuve de nuevo la sensación de
haber estado allí con anterioridad. Mi madre había estado allí.
Volví a recordar lo escrito en el diario con absoluta claridad.
<<Las
paredes estaban revestidas de madera y los suelos enmoquetados con
gruesas alfombras de color verde oscuro. Cuadros de la campiña de la
Toscana intensamente iluminados reemplazaban a las ventanas
inexistentes. Habían agrupado de forma muy conveniente sofás de
cuero de color claro y mesas relucientes encima de las cuales había
jarrones de cristal llenos de ramilletes de colores vívidos. El olor
de las flores me recordó al de una casa de pompas fúnebres.
<<Había
un mostrador alto de caoba pulida en el centro de la habitación.
Miré atónita a la mujer que había detrás...
Sus
detalladas descripciones hacían que sintiese que no era la primera
vez que estaba en esos lugares. Me pasó en la plaza, me estaba
pasando en aquella especie de recepción y estaba convencida de que
me seguiría pasando.
Me
pregunté qué habría sido de la mujer que mi madre vio tras el
mostrador que ahora se encontraba vacío. ¿La habrían transformado
o...? Era mejor no pensar en ello. De todas formas, otro pensamiento
inundó rápidamente mi cabeza. Mis conjeturas habían vuelto a ser
erróneas. Akamu no era ningún conocido de Alice. Probablemente,
nadie de mi familia sabía aún dónde me encontraba. Él era, tal y
como indicaba su vestimenta, un ayudante de los Vulturis. A pesar de
este descubrimiento, la confiaza que sentía hacia él permaneció
intacta. Inspiré una gran cantidad de aire, expulsándolo después
con un suspiro, y me aferré con fuerza a su mano, que me devolvió
el apretón de forma cariñosa.
Iba
reconociendo el lugar conforme avanzábamos. El amplio corredor con
las dos puertas revestidas de oro al final, por las que sabía que no
íbamos a entrar, el panel que se apartó mostrando la vulgar
portezuela de madera, la antecámara de piedra y, tras ésta, la
enorme estancia circular con los ventanales protegidos por rejas y
los tres tronos de madera. Todo estaba iluminado por una enorme araña
de cristal situada justo en el centro de la sala y bajo la cual se
encontraban los tres Vulturis, en pie y envueltos también en sus
características capas negras. Para mi sorpresa, no había nadie más.
Esperaba encontrarme allí con Demetri, Félix, Alec... Y con Jane.
Pero no había ni rastro de ellos.
—Buen
trabajo, Akamu -murmuró Cayo dirigiéndome una fiera sonrisa.
Aro
se acercó a nosotros y, tras palmear el hombro de mi acompañante,
sujetó mi cara entre sus ásperas y gélidas manos.
—Renesmee,
querida, bienvenida a nuestro
hogar -el
énfasis que puso al pronunciar "nuestro" me dio a entender
que yo también formaba parte de esa primera persona del plural-.
Todos nos sentimos muy dichosos por tenerte entre nosotros.
—Aro,
no olvides comentarle...
—Cayo,
hermano, no te impacientes. Nuestra joven invitada acaba de llegar.
Dejemos que se instale y se aclimate antes de... hablar sobre ese
tema.
Yo
seguía apretando la pétrea mano de Akamu, que no se había separado
ni un centímetro de mi lado. Aro tomó mi otra mano y yo me
estremecí. Iba a descubrir todo lo que se ocultaba en mi mente, lo
que me había conducido hasta allí. Iba a verle a él... Entrecerró
los ojos mientras hurgaba entre mis recuerdos. Finalmente, me soltó
y me sonrió con tristeza.
—Eres
una joven fuerte. Vas a recuperarte, ya lo verás. Nosotros nos
encargaremos de ayudarte. Aunque... -se giró y lanzó una mirada
cargada de significado a sus hermanos, quienes habían ido avanzando
hasta colocarse detrás de él. Después volvió a mirarme. Parecía
contrariado-. Nunca antes había visto unos lazos tan fuertes como
los que te unían a ese... -bajé los ojos y los fijé en el suelo
mientras las llamas volvían a reavivarse en el interior de mi
pecho-. ¡Oh! ¡Cuánto lo siento, mi querida niña! No volveré a
mencionarlo si así lo prefieres.
Le
miré tratando de recuperar la compostura y me aclaré la voz.
—Aro,
yo sólo te pido que...
—¡Oh!
Tranquila -me interrumpió-. No hay por qué preocuparse. Nadie va a
hacerle daño a tu familia. He visto lo que piensas y me parece un
acto muy noble por tu parte. De todas formas, hay cuestiones que no
pueden ser ignoradas.. Pero, como ya he dicho, es mejor que lo
aplacemos hasta que te hayas acomodado.
Noté
cómo se aflojaba la mano de Akamu. Aro le miró expectante y yo hice
lo propio. Tenía la mirada perdida, como recubierta por una densa
neblina. Era la misma mirada que ponía Alice cuando...
Ahora
podía entenderlo. Los Vulturis me estaban esperando porque me habían
visto llegar mediante las visiones de Akamu.
Cuando
éste se recuperó, volvió a apretar mi mano y extendió la otra
hacia Aro, que se la estrechó con urgencia. Esperé hasta que Aro le
soltó para no interrumpir el flujo de sus pensamientos, y después
le envié yo los míos. Era sólo una pregunta: "¿Qué
ocurre?". Él
trató de disimular y apretó varias veces sus dedos en torno a lo
míos, dándome a entender que no podía responder a mi pregunta en
ese momento.
Entre
tanto, el anciano Vulturi se paseaba delante de nosotros frotándose
las sienes bajo la atenta mirada de sus hermanos.
—Señor
-le interrumpió Akamu-, no quiero molestarle, pero están a punto de
llegar. ¿Qué pensáis hacer con ella?
Aunque
parecía no haberle oído, le contestó sin mirarle y sin dejar de
pasearse.
—Llévala
a la habitación que mandé a preparar para ella. Después reúne a
mi guardia y volved aquí inmediatamente.
—Así
lo haré.
Salimos
de la habitación por una puerta diferente a aquella por la que
habíamos entrado, y nos internamos por un corredor apenas iluminado
por unas antiquísimas lamparillas que daban un aspecto tenebroso al
lugar. A nuestras espaldas empezó a armarse bastante jaleo. Algo
importante debía estar a punto de pasar y, al parecer, no iba a ser
necesario que Akamu reuniese a la guardia. Aún sin verles, pues mi
acompañante me llevaba justo delante de él, impidiéndome ver nada
de lo que ocurría, pude reconocer todas y cada una de las voces.
—Va
a ser de lo más divertido -se carcajeó Félix.
—Sí,
ésto pinta pero que muy bien -convino Alec-. Sólo espero que esta
vez Aro no se contenga.
—Espero
que te guste tu cuarto -comentó Akamu sin venir a cuento. Yo no
contesté, pero él continuó hablando, por lo que intuí que lo
único que pretendía era impedirme oir lo que pasaba en la
habitación que acabábamos de dejar atrás-. Es muy amplio y
luminoso. Y tiene unas vistas magníficas.
Seguíamos
andando a través de aquel oscuro pasillo cuando una voz me hizo
detenerme en seco.
—¿Dónde
está? -aulló mi padre-. ¿Qué has hecho con ella?
—Tranquilízate,
amigo, y sed bienvenidos a mi hogar.
—¡Déjate
de falsos cumplidos y tráela ahora mismo!
Aro
había hablado en plural. Había dicho "sed
bienvenidos". ¿Quién
más había venido? ¿Alice? ¿Mi madre? Esperaba que no. Habría
sido una locura por su parte meterse justo en la boca del lobo
(¡maldita frase hecha!). Giré sobre mis talones y reemprendí la
marcha en la dirección contraria. Akamu no tardó en detenerme.
—No
puedes ir.
—¿Cómo
que no puedo ir? ¿Por qué?
—Es
mejor que no te vean.
—Pero...
¡Es mi padre!
Me
pidió mediante gestos que bajase la voz.
—Y
eres tú quien ha decidido venir. Has de acatar las normas.
—Lo
sé... Mira, no voy a cambiar de idea, te lo prometo. Yo sólo...
Deja que se lo explique, por favor.
—Lo
siento.
—Por
favor, Akamu, te lo ruego. Sólo a mí me creerá. Si no me ve... A
saber lo que puede pensar que me habéis hecho. Lo único que deseo
es evitar un conflicto.
—No
sé si es buena idea.
—Lo
es. Es una idea increíble.
—Aro
va a enfadarse si...
—Yo
me encargo.
Suspiró
y me liberó. Aceleré el paso con él pegado a mis talones. Llegué
frente a la puerta de la sala, donde se había formado un incómodo
silencio, y la abrí con decisión. Los tres ancianos seguían en el
centro, pero esta vez estaban escoltados por la guardia al completo.
Un escalofrío se deslizó por mi espalda cuando vi a Jane
observándome con curiosidad, como una sombra diminuta entre los
gigantescos Félix y Demetri. Alec estaba justo detrás de ella, con
una mano sobre sus hombros. Pero apenas la observé durante unas
décimas de segundo, justo lo que tardó mi padre en estrecharme
entre sus brazos. Emmett y Jasper acudieron tras él.
—Lo
siento, señor -se excusó Akamu-. No he podido impedírselo.
—No
te preocupes -le contestó con la voz inexpresiva-. Mejor así.
Casi
ni les oía. Era como si todos, excepto mi padre y yo, estuviesen al
final de un largo túnel. Intenté regular mi respiración y
relajarme todo lo que me fuese posible. No podría convencerles de
que quedarme era la mejor opción si me alteraba o me venía abajo.
Mi
padre encerró mi cara entre sus manos y fijó sus ojos en los míos,
forzándome a hacer lo mismo. Le expliqué sin palabras el motivo de
mi decisión e intenté que comprendiese y aceptase que era algo
irrevocable. Él cerró los ojos y apretó la mandíbula.
—¡No
seas estúpida! ¡No seas estúpida! ¡No seas estúpida! -me pidió
entre dientes-. Ésta no es la solución, ¿No te das cuenta? -abrió
de nuevo los ojos y me miró con amargura-. Vuelve con nosotros.
Negué
una sola vez con la cabeza. Él suspiró, me soltó y se giró para
poder enfrentarse a Aro, quien le miraba expectante. Cuando volvió a
hablar, su voz sonó cascada. Parecía haber envenjecido de repente.
—Aro,
por favor, te lo suplico. Deja que nos la llevemos. Déjala marchar.
Éste no es su lugar. Ella está confundida y... Por favor, déjala
ir.
—Me
temo que eso no es posible -contestó con su habitual calma-. No
tengo por costumbre retener a nadie en contra de su voluntad. Todos
los que se encuentran entre estos muros lo hacen por decisión
propia. Ella acudió a nosotros porque quiso y podrá marcharse si es
su deseo.
Todas
las miradas se posaron sobre mí. Aro sabía cómo jugar sus cartas.
Habría podido retenerme a la fuerza si hubiese querido. Es más,
podía haber retenido también a mi padre y a mis tíos. Sin embargo,
sabiendo con certeza que yo no iba a marcharme, estaba manejando la
situación de tal forma que iba a salirse con la suya y, además, iba
a salir de ella de forma elegante.
—¿Renesmee?
Mi
padre pronunció mi nombre sin ni siquiera mirarme. Mejor. Me armé
de valor, alcé la cara mirando al vacío para evitar evitarme con
cualquiera de los ojos allí presentes y contesté con la voz alta y
clara:
—Me
quedo.
—Bien.
Pues, en ese caso, yo también me quedo.
El
aire se escapó de mis pulmones atropelladamente. La sonrisa del
líder de los Vulturis era un reflejo del triunfo que suponían para
él las palabras dichas por mi padre. Un creciente murmullo se
extendió entre los miembros de la guardia. Aro lo acalló
simplemente levantando su mano.
—Magnífico
-le oí murmurar entre dientes-. Toda una sorpresa.
"—¡No!
-pensé-. ¡No puedes quedarte! Tú... ¡Piensa en mamá!"
Él
me miró alzando una ceja. Estaba intentando aplicarme a mí lo que
yo acababa de decirle. ¿Acaso se creía que no había pensado en
ella? Tanto la seguridad de mi madre como la del resto de mi familia
era uno de los motivos de que me encontrase en aquel lugar. Sacudió
la cabeza una vez más. Iba a ser realmente difícil hacerle entender
mis razones. Pero entonces se dió la vuelta y sus ojos se achicaron
mientras observaba a mis tíos. No me costó mucho averiguar con cual
de los dos estaba hablando.
Jasper le miraba fijamente. Me sorprendió que fuesen tan
indiscretos. Todo el mundo les observaba. Paseé mi vista por cada
uno de los allí presentes para comprobar cómo estaban reaccionando
ante aquella escena. Emmett parecía estar a punto de ponerse a
gritar. Tenía la mandíbula tensa y los brazos cruzados a la altura
del pecho con los puños fuertemente apretados. Los miembros de la
guardia permanecían impasibles, eran como estatuas. Akamu me miraba
sin ocultar su preocupación. Cayo se impacientaba por segundos.
Cambiaba continuamente el peso de su cuerpo de un pie a otro. El
gesto de Marco era el habitual. Era como si intentase que su aparente
aburrimiento fuese suficiente para disolver aquella grotesca reunión.
Y Aro... Estaba eufórico. Ni en sus mejores sueños (de haber podido
soñar) habría imaginado algo así.
—Por
favor, Edward, hazme caso -la voz de Jasper me hizo volver a centrar
mi atención en ellos dos-. Es lo mejor.
—No,
Jasper, tú...
—Yo
puede serle de más ayuda que tú.
¿Serme
de ayuda? Estaban hablando de mí, ¿verdad? Era a mí a quien
querían ayudar, ¿no? Aunque no podía ser. No lograba entender qué
tipo de ayuda podría necesitar yo. Estaba perfectamente. No, no
necesitaba que ninguno de ellos se quedase conmigo.
Aro
les observaba entre curioso y divertido. Nadie más hablaba.
—Alice
-dijo mi padre sin voz-. ¿Qué pasará con ella?
Jasper
se estremeció, pero de nuevo parecía calmado cuando contestó.
—Ella
lo entenderá. Tú sabrás hacer que lo entienda.
—¡Esto
es de locos! -bramó Emmett, quien no había dicho ni una sola
palabra desde que llegaron-. Nadie va a quedarse aquí -me taladró
con la mirada-. ¿Me has entendido? Na-die.
La
expresión del anciano líder se tornó precavida mientras todos los
demás optaban por una actitud defensiva avanzando un paso hacia él,
que les detuvo volviendo a alzar su mano. Incluso Marco parecía
estar ahora interesado.
—Haya
calma, amigos -pidió Aro mirando a Emmett con una amplia sonrisa a
la que éste respondió dejando sus dientes al descubierto-. La
violencia no conduce a nada bueno.
—Aro,
acaba con esto de una vez -Cayo miró a mi imponente tío imitando su
gesto. Pero ambos se relajaron de golpe. Una enorme oleada de paz
invadió la habitación. Emmett comenzó a golpearse la cadera con el
puño y Cayo miró a Jasper con curiosidad durante unos segundos para
luego volver a dirigirse a su hermano-. Ponle fin de una vez a esta
charada.
—Cayo,
mi querido e impaciente hermano, como ya he dicho, no soy yo quien
tiene que decidir nada.
—Ya
está todo decidido -Jasper caminó hasta colocarse a mi lado y cogió
mi mano-. Renesmee quiere quedarse y yo me quedaré con ella -esta
vez, mi padre se mantuvo en silencio. Emmett bufó y sacudió la
cabeza-. Edward, volved a casa y explicadle al resto lo ocurrido.
Vamos a estar bien, de verdad.
—Por
supuesto que estaréis bien. Entonces, ¿está todo decidido?
Mi
padre intentó hablar, pero Jasper volvió a tomar la palabra.
—Así
es. Renesmee y yo nos quedamos. No hay nada más que hablar.
—Bien.
Pues, Akamu, acompáñales a la habitación que preparamos para la
joven Renesmee -hizo una nueva pausa y cuando volvió a hablar, quedó
más que claro que se dirigía a mi padre-. ¿Vamos a contar con
algun otro invitado o...?
—No
-de nuevo, Jasper impidió que mi padre hablase-. Sólo nos quedamos
nosotros. Ellos se van.
—Muy
bien. Pues me temo que aquí termina nuestra breve reunión. Mis
queridos Edward y Emmett, espero que tengáis un buen viaje de
vuelta. Enviad mis más sinceros saludos a vuestra familia y decidles
que esperamos verles... pronto -Emmett le miró desafiante y Aro le
sonrió con suficiencia mientras se acercaba a mí y me acariciaba el
pelo-. Ahora tenemos una buena excusa para encontrarnos más a menudo,
¿no es cierto?
Mi
padre apretó los dientes. Su expresión se tornó desesperada cuando
volvió a mirarme. Solté la mano de Jasper y me dirigí hacia él,
que me estrechó fuertemente entre sus marmóreos brazos. La calma
había desaparecido y una horrible sensación de pánico ocupó su
lugar. Intuí que mi tío estaba tratando de hacerme cambiar de idea,
pero no soportó mi miedo durante mucho tiempo. Sólo un minuto
después noté el poder de su don anestesiándome.
—No
te preocupes papá -le pedí intentando infundirle a mi voz toda la
seguridad que yo no sentía-. Todo va a salir bien.
—Piénsatelo,
cielo. Aún estás a tiempo de cambiar de idea. Puedes venirte con
nosotros.
"—No,
papá -pensé. Había decidido que despedirme de mi padre era un
asunto demasiado íntimo. Me negaba a compartir aquel momento con
todos aquellos peligrosos desconocidos-. Os quiero mucho a todos y
siento lo que os estoy haciendo. Sé que no me comprendes, pero esto
es lo mejor. Dile a mamá que la adoro, que junto contigo sois lo más
importante que tengo en mi vida- la cara de Jacob relampagueó en mi
memoria, pero lo ignoré. Ambos lo hicimos-. No quiero que Esme se
preocupe por mí. Hazle saber que estoy bien. Pídeles perdón a
Carlisle y a Rosalie. Es probable que se sientan defraudados -negó
con la cabeza y quiso hablar, pero yo sujeté su cara entre mis manos
y continué-. Y lo más importante: dile a Alice que no se preocupe
por Jazz. Me las arreglaré para que regrese cuanto antes. Os quiero
-le repetí mientras besaba sus mejillas-. Os quiero muchísimo. No
lo olvidéis."
Le
solté para ir a abrazar a Emmett, pero éste alzó las manos para
detenerme sin ni siquiera mirarme. Estaba muy enfadado.
—Lo
siento -farfullé herida por su reacción.
Agaché
la cabeza y volví junto a Jasper, pegándome a sus costados mientras
él rodeaba mis hombros con firmeza. De no ser por él, me habría
derrumbado. Con el rabillo del ojo vi cómo Aro le hacía un gesto
con la mano a Akamu, que se acercó a nosotros y nos pidió que le
acompañásemos.
Antes
de salir por la misma puerta por donde había entrado, miré a mi
padre por última vez.
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