ANNA PLAYLIST

lunes, 26 de noviembre de 2012

Cap. 21 Totalmente Inesperado


Recordaba con exactitud la parte del diario de mi madre en la que narraba el momento en el que impidió que mi padre se expusiera al sol para provocar a los Vulturis que, cuando llegué a la plaza en la que se encontraba la torre del reloj, era como si ya hubiese estado allí.
Hacía frío. Demasiado incluso para mí. No me había cambiado de ropa y aun seguía llevando las prendas veraniegas que me había puesto aquella mañana y que no eran exactamente las más indicadas para el gélido clima invernal.
Barrí el desierto lugar con los ojos en busca del callejón donde se ocultó mi padre. Fue por allí por donde les llevaron ante Aro, Marco y Cayo, así que ese era el camino a tomar. Se suponía que estaba al norte de la plaza, justo a la derecha de la torre.
Cuando logré divisar el estrecho emplazamiento, respiré profundamente y cogiendo mi maleta, rodeé la fuente y me encaminé hacia allí. No había absolutamente nadie a mi alrededor. Probablemente por eso me asusté más cuando, a punto ya de internarme en el oscuro callejón, una mano se apoyó en mi hombro. Quise gritar, pero el sonido se atascó en mi garganta y sólo conseguí exhalar. Aterrorizada, me giré para encontrarme de frente con la enorme figura de un desconocido. A pesar de la penumbra, pude ver el destello de su pupila granate. Iba cubierto con una túnica de color gris perla que le llegaba hasta los pies, y me sonreía.
¡Hola, Renesmee! -me saludó con un agradable tono de voz-. Te estábamos esperando.
Extendió su brazo derecho hacia mi. En él llevaba cuidadosamente doblada lo que supuse que sería otra capa. Mis ojos deambulaban de su cara a su brazo y de nuevo a su cara. El desconocido insistió con un ligero movimieto de cabeza instándome a coger su ofrenda, pero yo estaba paralizada. Así que, tras lanzar un suspiro, avanzó hacia mí y rodeó mis hombros con la gruesa capa. Retrocedió un par de pasos y me observó de nuevo con una sonrisa complaciente.
Mucho mejor, ¿no te parece? -alzó una mano con la intención de acariciar mi cara, pero yo di un respingo y me alejé de él, que soltó una armoniosa carcajada-. No tengas miedo, pequeña, nadie va a hacerte daño, te lo prometo.
Volvió a acercarse a mí y pasó un brazo sobre mis hombros, empujándome hacia un lado e instándome a darme la vuelta. Comenzamos a andar. Yo giré mi cara hacia el callejón. ¿A dónde me llevaba? ¿Quiénes me estaban esperando? ¿Para qué? Nadie sabía dónde estaba. Nadie excepto... Alice. Sólo se me ocurría esa explicación. Ella había visto cómo me dirigía hacia los Vulturis y había mandado a un conocido que se encontraba cerca de allí para detenerme. ¡Maldición! Mi plan había fracasado estrepitosamente. Y ahora, ¿qué? ¿Acaso iba ese individuo a enviarme de vuelta a Alaska? ¿O vendría alguien de mi familia a recogerme aquí? Decidí que lo mejor que podía hacer era resignarme y dejar que pasase lo que tuviese que pasar.
Mientras le daba vueltas y más vueltas a todas las cuestiones que burbujeaban en mi cabeza, el desconocido y yo habíamos dejado la plaza atrás. O mejor dicho, la estábamos bordeando. . Caminábamos a ritmo de paseo circunvalando el pequeño castillo medieval. Me guió hacia la entrada, formada por varios arcos de piedra antigua. Sobre el arco del centro ondeaba una bandera de intenso color rojo. Cuando estábamos subiendo las escaleras miré a mi acompañante. La luz de las farolas iluminaba su rostro y un estremecimiento me paralizó. Él fijó en mí sus ojos y me observó con preocupación.
¿Ocurre algo?
Te conozco -siseé casi aliviada-. Tú... Tú me ayudaste en el aeropuerto de Seattle.
Creo que te equivocas.
No, eras tú. ¡Lo sé! -mi voz iba cobrando fuerza conforme iba hablando-. Tú me ayudaste a encontrar la salida y me conseguiste un taxi. Sé que fuiste tú, Adamu.
En cuanto pronuncié el nombre, la mandíbula se le desencajó y sus ojos se cristalizaron.
¿Has dicho Adamu? -asentí-. No es posible -sacudió la cabeza, incrédulo y volvió a fijar sus terroríficos ojos en mí mientras me sujetaba con fuerza por los hombros-. ¿Estás segura de lo que dices?
¡Claro que lo estoy! Me acuerdo perfectamente de tí... Pero tus ojos...
No era yo -le miré con excepticismo. Él alzó una mano antes de que yo pudiese replicar y continuó hablando-. Mi nombre es Akamu. Quién te ayudó fue mi hermano. Hace años que no le veo... Le creía muerto -movió la cabeza con pesadez y me sonrió-. No te imaginas la alegría tan inmensa que me has dado. ¿Él estaba...? ¿Se encontraba bien?
Sí. Parecía un empresario o algo así. Iba trajeado y... Sus ojos eran dorados -comenté ésto último creyendo que podría interesarle, como así me lo indicó su sorpresa.
¿En serio? ¿Dorados? ¡Vaya! No puedo creérmelo.
Pues así era -él asintió pensativo, pero sin dejar de sonreir-. ¿Por qué le creías muerto?
Nada más terminar de preguntarlo, me mordí el labio, arrepentida por ser tan cotilla. Sin embargo, él pareció no darle importancia.
Es una larga historia que prometo contarte -soltó una carcajada-. Nos va a sobrar el tiempo -calló, suspiró profundamente y sujetó mi mano-. Y ahora, sigamos. Debemos entrar. Como ya te dije, te estábamos esperando.
Opté por no preguntar y seguirle. Aquel extraño de pronto me inspiraba una profunda confianza.
Una vez en el interior de aquel edificio, tuve de nuevo la sensación de haber estado allí con anterioridad. Mi madre había estado allí. Volví a recordar lo escrito en el diario con absoluta claridad.
<<Las paredes estaban revestidas de madera y los suelos enmoquetados con gruesas alfombras de color verde oscuro. Cuadros de la campiña de la Toscana intensamente iluminados reemplazaban a las ventanas inexistentes. Habían agrupado de forma muy conveniente sofás de cuero de color claro y mesas relucientes encima de las cuales había jarrones de cristal llenos de ramilletes de colores vívidos. El olor de las flores me recordó al de una casa de pompas fúnebres.
<<Había un mostrador alto de caoba pulida en el centro de la habitación. Miré atónita a la mujer que había detrás...


Sus detalladas descripciones hacían que sintiese que no era la primera vez que estaba en esos lugares. Me pasó en la plaza, me estaba pasando en aquella especie de recepción y estaba convencida de que me seguiría pasando.
Me pregunté qué habría sido de la mujer que mi madre vio tras el mostrador que ahora se encontraba vacío. ¿La habrían transformado o...? Era mejor no pensar en ello. De todas formas, otro pensamiento inundó rápidamente mi cabeza. Mis conjeturas habían vuelto a ser erróneas. Akamu no era ningún conocido de Alice. Probablemente, nadie de mi familia sabía aún dónde me encontraba. Él era, tal y como indicaba su vestimenta, un ayudante de los Vulturis. A pesar de este descubrimiento, la confiaza que sentía hacia él permaneció intacta. Inspiré una gran cantidad de aire, expulsándolo después con un suspiro, y me aferré con fuerza a su mano, que me devolvió el apretón de forma cariñosa.
Iba reconociendo el lugar conforme avanzábamos. El amplio corredor con las dos puertas revestidas de oro al final, por las que sabía que no íbamos a entrar, el panel que se apartó mostrando la vulgar portezuela de madera, la antecámara de piedra y, tras ésta, la enorme estancia circular con los ventanales protegidos por rejas y los tres tronos de madera. Todo estaba iluminado por una enorme araña de cristal situada justo en el centro de la sala y bajo la cual se encontraban los tres Vulturis, en pie y envueltos también en sus características capas negras. Para mi sorpresa, no había nadie más. Esperaba encontrarme allí con Demetri, Félix, Alec... Y con Jane. Pero no había ni rastro de ellos.
Buen trabajo, Akamu -murmuró Cayo dirigiéndome una fiera sonrisa.
Aro se acercó a nosotros y, tras palmear el hombro de mi acompañante, sujetó mi cara entre sus ásperas y gélidas manos.
Renesmee, querida, bienvenida a nuestro hogar -el énfasis que puso al pronunciar "nuestro" me dio a entender que yo también formaba parte de esa primera persona del plural-. Todos nos sentimos muy dichosos por tenerte entre nosotros.
Aro, no olvides comentarle...
Cayo, hermano, no te impacientes. Nuestra joven invitada acaba de llegar. Dejemos que se instale y se aclimate antes de... hablar sobre ese tema.
Yo seguía apretando la pétrea mano de Akamu, que no se había separado ni un centímetro de mi lado. Aro tomó mi otra mano y yo me estremecí. Iba a descubrir todo lo que se ocultaba en mi mente, lo que me había conducido hasta allí. Iba a verle a él... Entrecerró los ojos mientras hurgaba entre mis recuerdos. Finalmente, me soltó y me sonrió con tristeza.
Eres una joven fuerte. Vas a recuperarte, ya lo verás. Nosotros nos encargaremos de ayudarte. Aunque... -se giró y lanzó una mirada cargada de significado a sus hermanos, quienes habían ido avanzando hasta colocarse detrás de él. Después volvió a mirarme. Parecía contrariado-. Nunca antes había visto unos lazos tan fuertes como los que te unían a ese... -bajé los ojos y los fijé en el suelo mientras las llamas volvían a reavivarse en el interior de mi pecho-. ¡Oh! ¡Cuánto lo siento, mi querida niña! No volveré a mencionarlo si así lo prefieres.
Le miré tratando de recuperar la compostura y me aclaré la voz.
Aro, yo sólo te pido que...
¡Oh! Tranquila -me interrumpió-. No hay por qué preocuparse. Nadie va a hacerle daño a tu familia. He visto lo que piensas y me parece un acto muy noble por tu parte. De todas formas, hay cuestiones que no pueden ser ignoradas.. Pero, como ya he dicho, es mejor que lo aplacemos hasta que te hayas acomodado.
Noté cómo se aflojaba la mano de Akamu. Aro le miró expectante y yo hice lo propio. Tenía la mirada perdida, como recubierta por una densa neblina. Era la misma mirada que ponía Alice cuando...
Ahora podía entenderlo. Los Vulturis me estaban esperando porque me habían visto llegar mediante las visiones de Akamu.
Cuando éste se recuperó, volvió a apretar mi mano y extendió la otra hacia Aro, que se la estrechó con urgencia. Esperé hasta que Aro le soltó para no interrumpir el flujo de sus pensamientos, y después le envié yo los míos. Era sólo una pregunta: "¿Qué ocurre?". Él trató de disimular y apretó varias veces sus dedos en torno a lo míos, dándome a entender que no podía responder a mi pregunta en ese momento.
Entre tanto, el anciano Vulturi se paseaba delante de nosotros frotándose las sienes bajo la atenta mirada de sus hermanos.
Señor -le interrumpió Akamu-, no quiero molestarle, pero están a punto de llegar. ¿Qué pensáis hacer con ella?
Aunque parecía no haberle oído, le contestó sin mirarle y sin dejar de pasearse.
Llévala a la habitación que mandé a preparar para ella. Después reúne a mi guardia y volved aquí inmediatamente.
Así lo haré.
Salimos de la habitación por una puerta diferente a aquella por la que habíamos entrado, y nos internamos por un corredor apenas iluminado por unas antiquísimas lamparillas que daban un aspecto tenebroso al lugar. A nuestras espaldas empezó a armarse bastante jaleo. Algo importante debía estar a punto de pasar y, al parecer, no iba a ser necesario que Akamu reuniese a la guardia. Aún sin verles, pues mi acompañante me llevaba justo delante de él, impidiéndome ver nada de lo que ocurría, pude reconocer todas y cada una de las voces.
Va a ser de lo más divertido -se carcajeó Félix.
Sí, ésto pinta pero que muy bien -convino Alec-. Sólo espero que esta vez Aro no se contenga.
Espero que te guste tu cuarto -comentó Akamu sin venir a cuento. Yo no contesté, pero él continuó hablando, por lo que intuí que lo único que pretendía era impedirme oir lo que pasaba en la habitación que acabábamos de dejar atrás-. Es muy amplio y luminoso. Y tiene unas vistas magníficas.
Seguíamos andando a través de aquel oscuro pasillo cuando una voz me hizo detenerme en seco.
¿Dónde está? -aulló mi padre-. ¿Qué has hecho con ella?
Tranquilízate, amigo, y sed bienvenidos a mi hogar.
¡Déjate de falsos cumplidos y tráela ahora mismo!
Aro había hablado en plural. Había dicho "sed bienvenidos". ¿Quién más había venido? ¿Alice? ¿Mi madre? Esperaba que no. Habría sido una locura por su parte meterse justo en la boca del lobo (¡maldita frase hecha!). Giré sobre mis talones y reemprendí la marcha en la dirección contraria. Akamu no tardó en detenerme.
No puedes ir.
¿Cómo que no puedo ir? ¿Por qué?
Es mejor que no te vean.
Pero... ¡Es mi padre!
Me pidió mediante gestos que bajase la voz.
Y eres tú quien ha decidido venir. Has de acatar las normas.
Lo sé... Mira, no voy a cambiar de idea, te lo prometo. Yo sólo... Deja que se lo explique, por favor.
Lo siento.
Por favor, Akamu, te lo ruego. Sólo a mí me creerá. Si no me ve... A saber lo que puede pensar que me habéis hecho. Lo único que deseo es evitar un conflicto.
No sé si es buena idea.
Lo es. Es una idea increíble.
Aro va a enfadarse si...
Yo me encargo.
Suspiró y me liberó. Aceleré el paso con él pegado a mis talones. Llegué frente a la puerta de la sala, donde se había formado un incómodo silencio, y la abrí con decisión. Los tres ancianos seguían en el centro, pero esta vez estaban escoltados por la guardia al completo. Un escalofrío se deslizó por mi espalda cuando vi a Jane observándome con curiosidad, como una sombra diminuta entre los gigantescos Félix y Demetri. Alec estaba justo detrás de ella, con una mano sobre sus hombros. Pero apenas la observé durante unas décimas de segundo, justo lo que tardó mi padre en estrecharme entre sus brazos. Emmett y Jasper acudieron tras él.
Lo siento, señor -se excusó Akamu-. No he podido impedírselo.
No te preocupes -le contestó con la voz inexpresiva-. Mejor así.
Casi ni les oía. Era como si todos, excepto mi padre y yo, estuviesen al final de un largo túnel. Intenté regular mi respiración y relajarme todo lo que me fuese posible. No podría convencerles de que quedarme era la mejor opción si me alteraba o me venía abajo.
Mi padre encerró mi cara entre sus manos y fijó sus ojos en los míos, forzándome a hacer lo mismo. Le expliqué sin palabras el motivo de mi decisión e intenté que comprendiese y aceptase que era algo irrevocable. Él cerró los ojos y apretó la mandíbula.
¡No seas estúpida! ¡No seas estúpida! ¡No seas estúpida! -me pidió entre dientes-. Ésta no es la solución, ¿No te das cuenta? -abrió de nuevo los ojos y me miró con amargura-. Vuelve con nosotros.
Negué una sola vez con la cabeza. Él suspiró, me soltó y se giró para poder enfrentarse a Aro, quien le miraba expectante. Cuando volvió a hablar, su voz sonó cascada. Parecía haber envenjecido de repente.
Aro, por favor, te lo suplico. Deja que nos la llevemos. Déjala marchar. Éste no es su lugar. Ella está confundida y... Por favor, déjala ir.
Me temo que eso no es posible -contestó con su habitual calma-. No tengo por costumbre retener a nadie en contra de su voluntad. Todos los que se encuentran entre estos muros lo hacen por decisión propia. Ella acudió a nosotros porque quiso y podrá marcharse si es su deseo.
Todas las miradas se posaron sobre mí. Aro sabía cómo jugar sus cartas. Habría podido retenerme a la fuerza si hubiese querido. Es más, podía haber retenido también a mi padre y a mis tíos. Sin embargo, sabiendo con certeza que yo no iba a marcharme, estaba manejando la situación de tal forma que iba a salirse con la suya y, además, iba a salir de ella de forma elegante.
¿Renesmee?
Mi padre pronunció mi nombre sin ni siquiera mirarme. Mejor. Me armé de valor, alcé la cara mirando al vacío para evitar evitarme con cualquiera de los ojos allí presentes y contesté con la voz alta y clara:
Me quedo.
Bien. Pues, en ese caso, yo también me quedo.
El aire se escapó de mis pulmones atropelladamente. La sonrisa del líder de los Vulturis era un reflejo del triunfo que suponían para él las palabras dichas por mi padre. Un creciente murmullo se extendió entre los miembros de la guardia. Aro lo acalló simplemente levantando su mano.
Magnífico -le oí murmurar entre dientes-. Toda una sorpresa.
"—¡No! -pensé-. ¡No puedes quedarte! Tú... ¡Piensa en mamá!"
Él me miró alzando una ceja. Estaba intentando aplicarme a mí lo que yo acababa de decirle. ¿Acaso se creía que no había pensado en ella? Tanto la seguridad de mi madre como la del resto de mi familia era uno de los motivos de que me encontrase en aquel lugar. Sacudió la cabeza una vez más. Iba a ser realmente difícil hacerle entender mis razones. Pero entonces se dió la vuelta y sus ojos se achicaron mientras observaba a mis tíos. No me costó mucho averiguar con cual de los dos estaba hablando. Jasper le miraba fijamente. Me sorprendió que fuesen tan indiscretos. Todo el mundo les observaba. Paseé mi vista por cada uno de los allí presentes para comprobar cómo estaban reaccionando ante aquella escena. Emmett parecía estar a punto de ponerse a gritar. Tenía la mandíbula tensa y los brazos cruzados a la altura del pecho con los puños fuertemente apretados. Los miembros de la guardia permanecían impasibles, eran como estatuas. Akamu me miraba sin ocultar su preocupación. Cayo se impacientaba por segundos. Cambiaba continuamente el peso de su cuerpo de un pie a otro. El gesto de Marco era el habitual. Era como si intentase que su aparente aburrimiento fuese suficiente para disolver aquella grotesca reunión. Y Aro... Estaba eufórico. Ni en sus mejores sueños (de haber podido soñar) habría imaginado algo así.
Por favor, Edward, hazme caso -la voz de Jasper me hizo volver a centrar mi atención en ellos dos-. Es lo mejor.
No, Jasper, tú...
Yo puede serle de más ayuda que tú.
¿Serme de ayuda? Estaban hablando de mí, ¿verdad? Era a mí a quien querían ayudar, ¿no? Aunque no podía ser. No lograba entender qué tipo de ayuda podría necesitar yo. Estaba perfectamente. No, no necesitaba que ninguno de ellos se quedase conmigo.
Aro les observaba entre curioso y divertido. Nadie más hablaba.
Alice -dijo mi padre sin voz-. ¿Qué pasará con ella?
Jasper se estremeció, pero de nuevo parecía calmado cuando contestó.
Ella lo entenderá. Tú sabrás hacer que lo entienda.
¡Esto es de locos! -bramó Emmett, quien no había dicho ni una sola palabra desde que llegaron-. Nadie va a quedarse aquí -me taladró con la mirada-. ¿Me has entendido? Na-die.
La expresión del anciano líder se tornó precavida mientras todos los demás optaban por una actitud defensiva avanzando un paso hacia él, que les detuvo volviendo a alzar su mano. Incluso Marco parecía estar ahora interesado.
Haya calma, amigos -pidió Aro mirando a Emmett con una amplia sonrisa a la que éste respondió dejando sus dientes al descubierto-. La violencia no conduce a nada bueno.
Aro, acaba con esto de una vez -Cayo miró a mi imponente tío imitando su gesto. Pero ambos se relajaron de golpe. Una enorme oleada de paz invadió la habitación. Emmett comenzó a golpearse la cadera con el puño y Cayo miró a Jasper con curiosidad durante unos segundos para luego volver a dirigirse a su hermano-. Ponle fin de una vez a esta charada.
Cayo, mi querido e impaciente hermano, como ya he dicho, no soy yo quien tiene que decidir nada.
Ya está todo decidido -Jasper caminó hasta colocarse a mi lado y cogió mi mano-. Renesmee quiere quedarse y yo me quedaré con ella -esta vez, mi padre se mantuvo en silencio. Emmett bufó y sacudió la cabeza-. Edward, volved a casa y explicadle al resto lo ocurrido. Vamos a estar bien, de verdad.
Por supuesto que estaréis bien. Entonces, ¿está todo decidido?
Mi padre intentó hablar, pero Jasper volvió a tomar la palabra.
Así es. Renesmee y yo nos quedamos. No hay nada más que hablar.
Bien. Pues, Akamu, acompáñales a la habitación que preparamos para la joven Renesmee -hizo una nueva pausa y cuando volvió a hablar, quedó más que claro que se dirigía a mi padre-. ¿Vamos a contar con algun otro invitado o...?
No -de nuevo, Jasper impidió que mi padre hablase-. Sólo nos quedamos nosotros. Ellos se van.
Muy bien. Pues me temo que aquí termina nuestra breve reunión. Mis queridos Edward y Emmett, espero que tengáis un buen viaje de vuelta. Enviad mis más sinceros saludos a vuestra familia y decidles que esperamos verles... pronto -Emmett le miró desafiante y Aro le sonrió con suficiencia mientras se acercaba a mí y me acariciaba el pelo-. Ahora tenemos una buena excusa para encontrarnos más a menudo, ¿no es cierto?
Mi padre apretó los dientes. Su expresión se tornó desesperada cuando volvió a mirarme. Solté la mano de Jasper y me dirigí hacia él, que me estrechó fuertemente entre sus marmóreos brazos. La calma había desaparecido y una horrible sensación de pánico ocupó su lugar. Intuí que mi tío estaba tratando de hacerme cambiar de idea, pero no soportó mi miedo durante mucho tiempo. Sólo un minuto después noté el poder de su don anestesiándome.
No te preocupes papá -le pedí intentando infundirle a mi voz toda la seguridad que yo no sentía-. Todo va a salir bien.
Piénsatelo, cielo. Aún estás a tiempo de cambiar de idea. Puedes venirte con nosotros.
"—No, papá -pensé. Había decidido que despedirme de mi padre era un asunto demasiado íntimo. Me negaba a compartir aquel momento con todos aquellos peligrosos desconocidos-. Os quiero mucho a todos y siento lo que os estoy haciendo. Sé que no me comprendes, pero esto es lo mejor. Dile a mamá que la adoro, que junto contigo sois lo más importante que tengo en mi vida- la cara de Jacob relampagueó en mi memoria, pero lo ignoré. Ambos lo hicimos-. No quiero que Esme se preocupe por mí. Hazle saber que estoy bien. Pídeles perdón a Carlisle y a Rosalie. Es probable que se sientan defraudados -negó con la cabeza y quiso hablar, pero yo sujeté su cara entre mis manos y continué-. Y lo más importante: dile a Alice que no se preocupe por Jazz. Me las arreglaré para que regrese cuanto antes. Os quiero -le repetí mientras besaba sus mejillas-. Os quiero muchísimo. No lo olvidéis."
Le solté para ir a abrazar a Emmett, pero éste alzó las manos para detenerme sin ni siquiera mirarme. Estaba muy enfadado.
Lo siento -farfullé herida por su reacción.
Agaché la cabeza y volví junto a Jasper, pegándome a sus costados mientras él rodeaba mis hombros con firmeza. De no ser por él, me habría derrumbado. Con el rabillo del ojo vi cómo Aro le hacía un gesto con la mano a Akamu, que se acercó a nosotros y nos pidió que le acompañásemos.
Antes de salir por la misma puerta por donde había entrado, miré a mi padre por última vez.

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