Varias
cosas habían cambiado aparte de mi aspecto. Como bien suponía, mis
sentidos se habían perfeccionado más aún. Incluso mi fuerza había
aumentado.
Otro
cambio era que había adquirido un repentino pavor a la noche. Desde
mi radical
cambio de imagen me
daba pánico dormir sola. Una terrorífica idea había anidado en mi
cabeza: ¿Y si volvía a sufrir un nuevo crecimiento desmesurado y
una mañana me levantaba convertida en una anciana? Me habían
explicado cientos de veces que eso no iba a pasar, que mi crecimiento
se había detenido y que no volvería a cambiar. Pero de nada les
servía. No estaba tranquila si alguien no pasaba la noche a mi lado
para asegurarme que todo iba bien.
Normalmente
era Rose quien se cargaba de revistas –o de Emmett- y permanecía
junto a mí hasta que llegaba el día y yo comprobaba por mí misma
que todo seguía igual. A ella le encantaba quedarse conmigo por dos
razones: la primera, porque le gustaba hacerlo. Encargarse de mi
cuidado era su pasatiempo favorito; la segunda razón era que tanto
ella como mi padre se negaban a que Jacob se quedase conmigo todas
las noches. Sin embargo, nadie podía evitarle que me hiciese
compañía al menos tres noches a la semana.
Lo
cierto es que estaba encantada de que todos se turnasen para no
dejarme sola mientras dormía. Pero yo ansiaba el momento en el que
llegase el turno de Jake. Podíamos pasarnos la noche entera hablando
y riéndonos sin parar. Lógicamente, al día siguiente estábamos
tan agotados que nos pasábamos todo el tiempo tirados en cualquier
sillón, muertos de sueño.
Me
encantaba estar con él. Sabía hacer desaparecer cualquier
preocupación que me acechase sólo mirándome con sus enormes ojos
negros y sonriéndome mientras me aseguraba que todo iba a salir
bien. Me sentía aliviada sabiendo que iba a estar a mi lado siempre
que le necesitase. Era mucho más que mi mejor amigo y estaba unida a
él por un lazo mucho más fuerte que el fraternal. No había nada
que pudiese definir lo que significaba para mí. Era, simplemente, mi
Jacob.
Pero,
a pesar de ser casi imposible que hubiese en el mundo alguien más
feliz que yo, había algo que empañaba esa felicidad. Algo que me
extrañaba y me molestaba, y que me dolía más que cualquier otra
cosa. La actitud de mi padre hacia mi amigo y viceversa. Siempre me
había dado la sensación de que ninguno de los dos soportaba con
demasiado agrado la cercanía del otro. Cuando le preguntaba a Jacob
acerca de este asunto, él se refugiaba en lo mucho que aborrecía
tenerle siempre dentro de su cabeza. Mi padre se limitaba a decirme
cosas que yo aún no entendía. Y si insistía en saber cuáles eran
esas
cosas,
me
pedía que tuviera paciencia. “Todo
se sabrá a su debido tiempo…”.
Pero
el tiempo seguía pasando y a mí me sacaba de mis casillas ver cómo
cada día que pasaba se llevaban peor. No entendía que era lo que mi
padre veía en la mente de Jacob que tanto le molestaba. Y puesto que
se negaba a contármelo, siempre acababa enfadándome y encerrándome
en mi cuarto.
Las
cosas estuvieron a punto de sobrepasar el límite una tarde, varias
semanas después de mi transformación.
Carlisle
estaba en el hospital, Esme y Rosalie habían salido de compras y mi
madre, Alice y Jasper se encontraban cazando. Así que en casa
estábamos mi padre, Emmett, Charlie, que había venido de visita,
Jake y yo. El abuelo y Emmett estaban inmersos en un partido de
baloncesto al que mi padre parecía estar prestándole demasiada
atención, teniendo en cuenta lo poco que le interesaban los
deportes. Pensé que debía de tratarse de un encuentro muy
interesante.
Mientras
tanto, Jacob y yo, acurrucados junto al ventanal, conversábamos
animadamente sobre las anécdotas que habían tenido lugar ese fin de
semana durante la boda de Sam y Emily. La habían estado posponiendo
alegando diferentes motivos, pero todos sabíamos que la verdadera
razón era Leah.
Ambos
nos reíamos recordando cómo había tenido que hacerme pasar por una
prima de mi madre delante de la gente normal.
Más de una vez se me había escapado llamarla “mamá”,
provocando que cualquiera de los licántropos que anduviera por allí
en ese momento rompiera a reír a carcajadas.
—Estabas
realmente preciosa con aquel vestido rojo. Levantaste casi más
expectación que la propia Emily. ¿Qué has hecho con él?
—Guardarlo,
¿por…?
—Porque
pienso que deberías ponértelo más a menudo.
—Sí,
debe de ser muy cómodo salir a cazar con él -ironicé-. Recuérdame
que me lo ponga la próxima vez que vayamos al bosque.
Miró
al exterior sonriente. Pude oir cómo se alteraba la respiración de
mi padre. En un primer momento pensé que se debía a algún lance
del partido, pues Emmett y el abuelo saltaron del sillón en ese
mismo instante, pero vi cómo miraba a Jacob con el rabillo del ojo.
Intenté no darle importancia y seguir con nuestra conversación.
—Voy
a pedirle a Rose que me corte el pelo.
Pese
a que me esforcé por usar el tono más casual posible, hubo una leve
nota de preocupación en mi voz.
—¿Cómo?
¿Estás de guasa? No se te ocurra hacerlo.
Tuve
que reírme al verle. Se había incorporado a medias y me miraba con
los ojos muy abiertos y sin parar de gesticular. Mi pelo era su punto
débil.
—¿Cómo
que no? Tú te lo cortaste la semana pasada.
—No
es lo mismo. Lo mío es por comodidad -me
incorporé para mirarle más de cerca-.
Lo es y lo sabes.
—Ya,
pues Quil y Brady lo llevan bastante largo.
—Sí,
y pregúntales cómo se lo pasan cuando tienen que peinarse.
—Siempre
usas la misma excusa. Mamá me contó que cuando ella llegó a Forks,
lo tenías larguísimo.
Puso
los ojos en blanco y me dio tres toquecitos en la sien con el dedo
índice.
—¿Tengo
que recordarte que hace
mucho,
cuando tu madre llagó a Forks, yo aún no era un licántropo?
Imité
su gesto.
—¿Y
yo tengo que recordarte que a mí me gustas más con el pelo largo?
Su
cara se expandió en una enorme sonrisa.
—¿En
serio? -entorné los ojos viéndole venir-. ¿Te gusto?
—¡Tú
no, idiota! Lo que me gusta es tu pelo… Cuando lo tienes largo,
claro, no ahora que pareces una… bombilla.
—Vale,
vale. Me dejaré el pelo algo más largo. Lo que sea con tal de que
mi
princesita esté
contenta. Pero tú deja el tuyo como está, ¿entendido?
Asentí,
intenté copiar su sonrisa y volví a acomodarme entre sus cálidos
brazos. A pesar de que el día no era frío en absoluto, me sentía a
gusto pegada a él. Últimamente notaba como su temperatura corporal
estaba descendiendo de forma sutil. Era un cambio minúsculo que
nadie habría podido notar con facilidad. Nadie excepto yo, que
estaba tan acostumbrada a su cercanía que podría notar enseguida
cualquier cambio que se produjera en él por insignificante que
fuese.
Una
de las noches en las que se quedó conmigo le pregunté a qué podía
deberse el enfriamiento de su piel.
<<—Tengo
dos teorías al respecto. La primera es que pasar tanto tiempo
rodeado de chupasang… ¡ay! -le
asesté un codazo en las costillas-,
es decir, de tu familia, está haciendo que me transforme en uno de
ellos. La segunda teoría es que mi organismo se está normalizando.
Sinceramente, espero que sea lo segundo.
Mientras
recordaba esto, permanecimos abrazados en silencio. Él acariciaba mi
pelo y yo hacía dibujos en su pecho con mi dedo. Entonces mi padre
se levantó y se acercó a nosotros a una velocidad vertiginosa. Sus
ojos se habían oscurecido y tenía las aletas de la nariz dilatadas.
Emmett y Charlie habían dejado de prestarle atención al partido y
paseaban sus ojos de él a nosotros con una mezcla de sorpresa y
miedo en ellos.
—¡Ya
está bien, perro! -rugió.
—¡Eso
mismo digo yo! -Jacob me soltó y se puso en pie frente a él-. ¡Son
mis pensamientos!
—¡Y
ella es mi hija!
—Veinte
pavos por Edward -oí murmurar a Emmett.
—Yo
apuesto por Jacob -le rebatió Charlie.
Mi
padre retiró los labios para dejar a la vista su reluciente
dentadura. Fue como una señal para que mi tío se dejase de bromas y
volase literalmente a su lado para intentar calmar los ánimos. Yo me
sacudí el miedo que me atenazaba cada uno de mis músculos y me
coloqué entre ambos.
—¿Alguien
va a hacer el favor de explicarme qué demonios está pasando aquí?
Miré
primero a uno y luego al otro con la esperanza de que dejasen de
matarse con la mirada y me prestasen atención. Pero era como si me
hubiera vuelto invisible de repente. Comencé a dar saltitos y a
agitar los brazos delante de sus narices para ver si, aunque fuese
haciendo el payaso, conseguía que me mirasen
—¡Eo!
Estoy aquí. ¿Es que no me veis? -después de todo, conseguí mi
objetivo y ambos me miraron-. Decidme qué es lo que pasa.
—Eso
pregúntaselo a tu mascota.
—¡Ya
vale, papá! Ten al menos un poco de respeto. Yo no sé qué es lo
que ha podido hacer Jacob. Pero lo que tengo claro es que él no te
ha ofendido.
—No
hace falta insultar para ofender -ambos volvieron a mirarse con
furia-. Hay muchas otras formas de hacerlo y él parece saber cómo
emplearlas.
—El
primero que falta al respeto eres tú entrometiéndote en lo que no
te importa.
—¿Qué
no me importa? -daba la sensación de que iban a atacarse de un
momento a otro y no se me ocurría forma alguna de evitarlo-. ¿Lo
dices en serio? ¿Cómo puede no importarme que…?
—¡Se
acabó! -grité temblando de rabia-. Mirad, no sé qué clase de
problema tenéis, pero ya no lo soporto más. O cambiáis o no quiero
saber nada más de ninguno de vosotros.
Me
di la vuelta para irme. Jacob intentó detenerme, pero esquivé su
mano y subí a mi cuarto. Cerré con un portazo y me tumbé en la
cama poniéndome los cascos y subiendo el volumen del reproductor al
máximo. Si iban a seguir discutiendo, prefería no enterarme.
Unos
minutos después la puerta se abrió. Era Jacob. Me quité los
auriculares y dejé el reproductor sobre la mesilla. Me incorporé
hasta quedar sentada y fijé los ojos en el suelo. Estaba tan
enfadada que ni siquiera quería mirarle.
—¿Puedo
pasar?
—Ya
estás dentro -le respondí con sequedad.
Ladeó
la mandíbula inferior en un gesto de absoluta contrariedad. No hacía
falta leerle la mente para saber que no tenía ni idea de lo que iba
a decirme.
—Creí
que había quedado claro que no quiero saber nada de vosotros hasta
que hubieseis solucionado vuestras diferencias. ¿Es que ahora
resulta que no hablamos el mismo idioma?
Le
di la espalda con el único fin de hacerle sentir incómodo y que
volviese a dejarme sin más compañía que la de mi música. No
funcionó.
—Oye,
Ness, no seas así, ¿vale? He venido en son de paz.
—No
quiero una tregua, sino el final de esta guerra -le miré reticente-.
¿Crees que sería posible?
—¡Mi
teniente! -se colocó totalmente erguido y colocó su mano derecha en
la sien, imitando la pose de un soldado-. Pido permiso para hablar,
señor.
Haciendo
un enorme esfuerzo por no reírme, asentí.
—Señor,
los contendientes hemos firmado un tratado de paz. La guerra ha
terminado, señor.
—¿Está
seguro de que no es una burda tregua, soldado?
—Totalmente
seguro, señor. El enemigo se ha mostrado dispuesto a dialogar y
ambos bandos hemos acordado las condiciones de paz, señor.
Ya
sin poder aguantarme, esbocé una sonrisa y moví la cabeza con
resignación. Se sentó a mi lado y me pasó el brazo sobre los
hombros, acercándome a él. Apoyé la cabeza en su pecho, dejando
que su calor me invadiera. Empezó a hablar tan bajo que me hizo
dudar sobre si se dirigía a mí o a sí mismo.
—Te
aseguro que a mí todo esto me gusta casi tan poco como a ti. Pero no
soporto que esté continuamente controlando todo lo que pienso.
—A
veces me gustaría haber heredado ese don y poder saber qué es eso
en lo que piensas que tanto le molesta.
—La
mayoría de las veces no son más que bobadas.
—¿Y
las demás veces? Jake, mi padre no es precisamente de los que se
enfadan porque sí. Debe de haber algo en esa cabezota tuya que él
no soporta.
Alargué
la mano y le di unos golpecitos en la frente.
—Pues
tú dirás… -se removió incómodo-. Yo sólo puedo decirte lo que
sé. Pregúntale a él para conocer su versión.
—¿Y
antes?
—¿Antes?
—Bueno,
por lo poco que pude entender, creo que lo que le ofendió fue algo
que pensaste sobre mí.
—¿Sobre
ti? Esto… ¡No! Yo no… No estaba pensando en nada que… No
estaba pensando en ti, de verdad.
Oí
cómo su corazón se disparaba. Separé mi cabeza de él para poder
mirarle a los ojos. Los apartó enseguida de los míos, ligeramente
sonrojado.
—¿Jake?
—En
serio, no era nada.
—¿Eres
consciente de lo mal que se te da mentir? ¿Es que no confías en mí?
—¡Eh!
Eso no es justo. No estás jugando limpio.
—Tú
tampoco lo haces al ocultarme cosas. Se supone que eres mi mejor
amigo, y los amigos se lo cuentan todo.
—Vale,
vale. He caído en la trampa. Verás, yo… Bueno, pensaba en… Me
estaba acordando de tu vestido rojo.
—¡Deja
de mentirme, Jacob!
—¡Pero
si es la verdad!
—¿Acaso
crees que voy a tragarme que mi padre ha estado a punto de lanzarse a
tu garganta sólo porque has pensado en mi vestido?
—Eres
su hija, Nessie. Su única
hija.
Ya sabes lo q eso significa.
Me
arrodillé sobre la cama para tener mis ojos a la altura de los suyos
y le miré con gesto asesino.
—¿Qué
estás insinuando?
—No
insinúo nada. Ya sabes lo que pasa con los hijos únicos. Sabes cómo
son de…
Salté
sobre él sin dejarle terminar, haciéndole caer de espaldas y
golpeándole mientras él se partía de risa sin intentar siquiera
defenderse. Aunque emplease todas mis fuerzas, él apenas lo notaría.
Estaba tan pendiente de buscarle un punto débil que no me di cuenta
de que mi padre nos miraba desde la puerta hasta que le oí
carraspear. Me incorporé a toda velocidad y tiré de la camiseta de
Jacob para que hiciese lo mismo.
—Perdón
—mi padre parecía casi
tan incómodo como yo-. Siento molestar, pero Charlie se va y quería
despedirse.
—Ahora
mismo bajamos.
Observó
a Jacob de forma interrogante durante unos segundos, suspiró y
volvió a salir. Examiné la cara de mi amigo y comprobé que su
expresión había cambiado por completo. Estaba serio, casi molesto.
Sus uñas se clavaban en mi edredón con tal fuerza que temí que
fuese a desgarrarlo. Enrosqué mis manos alrededor de sus muñecas
hasta que sus músculos volvieron a relajarse.
—¿Ocurre
algo?
—No.
—¿Más
mentiras, Jacob?
—Tengo
que irme.
Se
levantó y se encaminó a la puerta. Yo me adelanté y me coloqué
frente a él cortándole el paso.
—Primero
dime qué es lo que pasa.
—Ahora
no, Ness, por favor. Llevo todo el día sin pasarme por casa y mi
viejo se preguntará dónde ando.
—¿Desde
cuándo te importa llegar pronto a casa?
—He
notado a Billy algo molesto conmigo. No paso mucho tiempo con él y
hay cosas que no puede hacer sólo.
—¿Y
qué hay de Paul y Rachel? Ellos también pueden ayudarle con esas
cosas, ¿no?
Dudó
unos instantes. Finalmente se inclinó sobre mí, me besó en la
frente y me rodeó para llegar a la puerta.
—Mañana
nos vemos… Supongo.
Fue
lo único que dijo antes de salir y volver a cerrar dejándome sumida
en la certeza de que me estaba ocultando algo importante.
Aunque
bajé a los pocos segundos, cuando llegué al salón él ya se había
ido.
Charlie
me recibió con expresión divertida y aprovechó mientras me
abrazaba para hablarme al oído.
—Cariño,
tenías que haberte quedado. El lobo ha conseguido amaestrar al
murciélago.
Mi
padre gruñó y Emmett no pudo reprimir una carcajada. Charlie les
miró sorprendido de que le hubiesen oído. Aún no sabía que, por
muy bajo que hablase, en aquella casa se le oiría como si estuviese
gritando.
—Abuelo,
no seas cruel -le di un beso-. Vuelve pronto, ¿sí?
—El
viernes hay partido -informó Emmett desde el sofá.
Charlie
asintió complacido. Entre ellos había nacido una gran amistad
alentada por la pasión que ambos sentían por el deporte.
—Entonces
te veo el viernes —apretó su abrazo—. Cuídate.
Le
vi desaparecer tras la puerta de la cocina, donde mi madre y Esme le
estaban preparando unos espaguetis especiales
que olían de miedo. Su olor me recordó a Jacob. Era su comida
favorita. Sobre todo los que llevaban el ingrediente
secreto
de Esme, que no era otra cosa que salsa barbacoa.
¿Qué
le habría pasado? ¿Por qué se había marchado con tanta urgencia?
Miré a mi padre en busca de respuestas, pero se limitó a encogerse
de hombros y meterse también en la cocina. Menudo momento había
escogido para dejar de interesarse por los pensamientos de mi amigo…
Enfurruñada, me senté junto a Emmett, que seguía ensimismado
viendo el resumen del partido, y esperé a que la cocina quedase
vacía.
Me
comí un enorme plato de espaguetis. La fobia que sentía hacia la
comida cuando era pequeña había pasado a la historia. Fregué mi
plato y decidí irme a la cama.
—Tía
Rose, hoy no hace falta que subas.
Todos
me miraron. Unos sorprendidos y otros extrañados. Rosalie frunció
el ceño.
—¿Estás
segura?
—Sí,
tranquila. Estoy agotada. Hoy ni siquiera creo que me despierte.
—De
acuerdo, como quieras. Pero si necesitas algo avísanos, ¿de
acuerdo?
—Lo
haré. Buenas noches.
—Buenas
noches -contestaron todos a la vez. Ni un coro lo habría hecho
mejor.
Apenas
había apagado la luz cuando oí a alguien subiendo las escaleras. La
puerta se abrió y pude distinguir en la oscuridad la perfecta
sonrisa de mi padre. Cerró y vino a sentarse a mi lado.
—¿Va
todo bien?
—Como
la seda, ¿por qué?
—Por
nada en especial. Sólo quería asegurarme de que no había ningún
problema.
Nos
quedamos en silencio. El tono de su voz me indicaba que estaba
preocupado. Me incorporé y apoyé la mejilla en su hombro.
—Cielo,
me gustaría disculparme por lo ocurrido esta tarde. Nos hemos
comportado como niños y te hemos ofendido. Jacob y yo hemos hablado
y hemos intentado buscar la solución más adecuada. Yo no me
entrometeré en sus pensamientos y él intentará no pensar en…
ciertas cosas.
—¿Y
cómo sabes si él va a estar pensando en
esas cosas si
no vas a leerle el pensamiento?
—Va
a ser imposible cumplir del todo mi parte del trato -hice un
mohín-.Te prometo que intentaré actuar de modo que él ni lo
notará… Siempre y cuando él cumpla su parte.
—Espero
que así sea. No me gusta que estéis siempre como el perro y el
gato. Detesto veros discutir.
—Lo
sé. Y una vez más, te pido disculpas.
—Disculpas
aceptadas.
Acarició
mi mejilla con la punta de su nariz y se levantó para irse. Sujeté
su mano.
—Papá,
¿me harías un favor?
—Claro
que sí, lo que quieras.
—¿Podrías
quedarte conmigo hasta que me duerma?
—Nada
me gustaría más.
Se
tumbó sobre la colcha y yo me refugié entre sus brazos. Sentía el
frío de su piel traspasando la ropa de cama pero, al igual que me
ocurría con la calidez de Jacob, era algo a lo que ya estaba
acostumbrada y que no me molestaba en absoluto.
Con
su dulce voz comenzó a tararear la melodía que le pedí que
compusiera para mí años atrás, cuando mi madre me habló de su
nana.
Mis
ojos comenzaron a cerrarse.
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