Me
desperté con la certeza de que no había dormido sólo unos minutos.
Tampoco estaba en el prado. Jacob debía de haberme traído a casa.
Fuera llovía a mares. Me dolía la garganta a causa de la sed y
tenía un calor asfixiante. Demasiado calor teniendo en cuenta el
tiempo que hacía en el exterior. Comprendí a qué se debía cuando
intenté incorporarme y vi que el brazo de Jake me tenía
aprisionada. Traté de apartarle sin despertarlo, pero al mirarle vi
que tenía los ojos abiertos.
—¿Qué
hora es? -pregunté con la voz ronca.
—Algo
más de las dos y media.
—¿Cómo?
¡Vaya! Te dije que me despertases.
—Yo
no recuerdo tal cosa.
—¿Cómo
que no? Dije que quería ir a cenar con Charlie.
—Eso
sí que lo recuerdo.
Iba
a replicarle, pero su enorme y perfecta sonrisa me desarmó. Era
incapaz de discutir con él si me sonreía de ese modo. Es más,
apenas sí podía hablar. Me liberó y yo me incorporé, apoyándome
sobre el codo para poder mirarle.
—Siento
no haberte despertado, pero es que la cosa se puso fea -señaló
hacia la ventana, donde seguían cayendo enormes goterones-. Y dudo
mucho que hubiese aguantado despierta durante toda la cena.
—Probablemente
-contesté sin apartar los ojos de él.
—Ya
le verás mañana.
—Hmm.
Sentí
la necesidad de estar muy cerca suya. No estaba segura de si iba a
ser capaz de separarme otra vez de él. Le besé y me cobijé de
nuevo entre sus brazos.
—¿Te
das cuenta de que es la primera vez que estamos realmente solos?
—Jacob,
hemos estado a solas miles de veces.
—Ya
sabes a qué me refiero.
Me
reí, claro que lo sabía. Era la primera vez que estábamos sin la
vigilancia de mi padre.
—La
verdad es que es estupendo no tener que estar todo el tiempo
controlando lo que pensamos -admití.
—Yo
no diría tanto.
Le
miré sin comprenderle. Él fijó sus ojos en mis manos y volvió a
mirarme. Entonces entendí a qué se refería. Había vuelto a
entrelazar las manos y las tenía apretadas contra mi estómago.
—No
sé de qué me hablas.
Eso
no había quien se lo tragase. Desvié mi mirada, pero él sujetó mi
mejilla y la sostuvo hasta que mis ojos volvieron a encontrarse con
los suyos.
—¿Ness?
—En
serio, no ocurre nada.
Cogió
mis manos, pero no las separé ni un milímetro. Él alzó una ceja.
—¿Entonces?
-no contesté-. Nessie, ¿qué hay en tu cabeza?
Respiré
profundamente y me concentré, observando su rostro hasta que fue lo
único que ocupaba mis pensamientos. Alcé las manos y las coloqué a
ambos lados de su cara mientras él cerraba los ojos.
—Esto
es lo único que hay en mi cabeza.
Me
recreé en la imagen, repasando sus ojos, su nariz, sus perfectos
labios, cada poro de su piel… Y no pude evitarlo. La insoportable y
cruel sonrisa de Jane se coló en mis recuerdos. Fue muy fugaz y pese
a que volví a su rostro rápidamente, duró lo suficiente como para
que él también lo viese. Abrió los ojos de golpe, fijándolos en
mí casi con ira, y tensó la mandíbula. Aparté mis manos y volví
la cara. ¿Cómo podía ser tan descuidada? Tan imbécil.
—¿Has
vuelto a tener esa pesadilla?
No
contesté. Seguí mirando por la ventana, donde la lluvia caía sin
intención de amainar. Recordé el día en que sufrí el cambio. Era
la misma sensación. La impresión de que algo no iba bien. El temor
de ver la decepción en su cara. Un relámpago iluminó la habitación
seguido por un ensordecedor trueno. Noté el movimiento del colchón
y supe que se había incorporado.
—¿Alice
ha visto algo?
Su
voz rezumaba tensión e impaciencia. Tenía que contestarle antes de
que su imaginación echase a volar. No debía permitir que se
asustase por algo que no había pasado y que, esperaba, no iba a
pasar.
—Alice
sigue sin ver nada -contesté sin mirarle.
—Pero
tú sigues teniendo esa pesadilla, ¿no?
—Cada
noche -admití-. Hoy es la primera noche desde que te viniste que
duermo del tirón.
Sus
manos se aferraron a mis hombros y me giraron hacia él. Respiraba
agitadamente y seguía apretando los dientes. Acercó su cara hasta
tenerla a unos centímetros de la mía.
—Escúchame,
Ness. No va a pasar nada, ¿de acuerdo? Voy a hacer hasta lo
imposible para convencerte de que vamos a estar bien, ¿me oyes?
¡Todos vamos a estar bien!
Las
lágrimas rebosaron mis ojos. ¿Es que nunca iba a dejar de crear
problemas? Acarició mi mejilla y yo sujeté su cuello y le atraje
hacia mí para poder besarle. Me devolvió el beso con un jadeo
sofocado. De pronto, todo empezó a teñirse de rojo. Quizá fuese
por el terrible calor. Sentía estallar mi piel en llamas cada vez
que sus manos me rozaban. Mi corazón estaba desbocado. Jacob apartó
su cabeza para poder observarme. Sus ojos tenían un brillo salvaje.
Y temblaba. Pero no era el mismo temblor que precedía a su
transformación. Era muy diferente. Esta vez los espasmos que
recorrían su cuerpo eran provocados por la emoción o tal vez por
los nervios. Incluso puede que fuesen por el deseo.
—Te
amo, princesita -susurró antes de volver a colocar su boca sobre la
mía.
Y
en ese momento perdí la capacidad de pensar y sentir cualquier cosa
que no fuera él. Ni siquiera podía oír la tormenta del exterior.
Probablemente porque la que se estaba desatando en mi interior era
aún más violenta.
Todo
estaba en penumbras. Jake estaba tumbado de espaldas a mí, roncando
suavemente. Con la punta de los dedos, repasé con delicadeza la
línea de su columna, su espalda, ascendí hasta sus hombros, su
cuello… Los ronquidos se interrumpieron y él sujetó mi mano
besándola y colocándola sobre su mejilla después. La retiré con
lentitud y se dio la vuelta, quedando de frente a mí. Noté el calor
del bochorno quemando mi cara.
—¿Se
puede saber por qué estás tan roja?
—Yo
no… No estoy roja.
Se
rió y acarició mi nariz.
—Ah,
¿no? -se acercó un poco más y yo me incliné en la dirección
contraria. Su expresión se tornó divertida-. ¿Tienes vergüenza de
mí?
—¿Yo?
¿De ti? ¡No! ¿Por qué iba a…? -era tan obvio que mentía que
finalmente exhalé todo el aire de golpe, aparté la mirada y acabé
admitiéndolo-. Un poco, quizás.
—No
me lo puedo creer -se carcajeó-. Anda, ven aquí -me abrazó con
fuerza y me besó en la frente-. No tienes por qué avergonzarte,
Ness. Lo de anoche fue… maravilloso… -me apartó y me miró
frunciendo el ceño- ¿O es que tú no piensas lo mismo?
—¡Claro
que pienso lo mismo! -le miré alarmada-. Aunque yo no diría que
fuese maravilloso. No, esa no es la expresión adecuada. Creo que no
existe una palabra capaz de describir lo que… Fue increíble, Jake.
En serio.
—Entonces,
¿Por qué no me tocas?
Cogió
mis manos, cerradas en puños, y las colocó sobre su pecho. Las abrí
lentamente mientras rememoraba cada una de sus caricias, todos sus
besos, la dulzura de sus palabras… Sus dedos se clavaron en mi
cintura y me acercó hasta que me tuvo completamente pegada a él.
Buscó mi boca de forma casi violenta y yo no fui más cuidadosa a la
hora de devolverle el beso.
Los
bordes de mi visión estaban empezando a volverse rojos cuando se
apartó y movió la cabeza con amargura.
—¿Qué
pasa?
—No,
no pasa nada. Es sólo que… Tus padres van a matarme.
—¿Mis
padres? Jake, ellos no tienen por qué… -me miró abriendo
exageradamente los ojos y enmudecí. Ninguno de los dos íbamos a
poder sacarnos lo ocurrido de la cabeza. Al menos yo no podría.
Sujeté su barbilla y le besé-. No me importa lo que digan mis
padres. Soy mayorcita y sé lo que me hago.
—¿Mayorcita?
Ness, tienes ocho años.
—¿A
ti te parece que los tenga? -pregunté con indignación-. Mírame.
Hace ocho años que nací, pero esa no es ni de lejos mi edad real. Y
tanto tú como mis padres lo sabéis.
—Ya,
pero…
—No,
Jacob. No hay peros.
Se supone que mis padres quieren lo mejor para mí, ¿no? Bien. Pues
lo mejor para mí eres tú.
Se
mordió el labio inferior y volvió a sacudir la cabeza. Esta vez,
con una media sonrisa.
—Puedes
llegar a ser realmente frustrante, ¿lo sabías?
—¿Yo?
¿Por qué?
—Porque
de un modo u otro, siempre consigues salirte con la tuya.
Volvió
a besarme y esta vez fui yo quien le paró los pies antes de que la
cosa fuese a más.
—Charlie
-farfullé entre sus labios mientras intentaba quitarle de encima.
—¡Oh,
vamos! Seguro que está trabajando.
—Es
sábado. Los sábados no trabaja.
—Pues
habrá salido de pesca.
—No,
no ha salido de pesca. ¡Venga, Jake! -con un último esfuerzo,
conseguí zafarme y salté de la cama arrastrando la colcha conmigo
para poder cubrirme-. ¡Oh, no! Tengo el coche aparcado en tu puerta.
—Ya
ves tú. Tienes al menos cuatro coches más para elegir.
—En
realidad son seis -puntualicé. Jacob bufó y se sentó en el borde
de la cama. Intenté no mirarle o volvería a perderme-. Pero no
pienso ir a Forks con ninguno de ellos.
—¿Cuál
es el problema?
—¿El
problema? El problema es la gente. Odio llamar la atención. Y esos
coches parecen estar gritando: “¡Miradnos!”.
—No
puedes negar que eres hija de Bella.
Se
levantó y comenzó a buscar sus pantalones entre el barullo de ropa
que había esparcido por el suelo. Le di la espalda con el pulso
acelerado, tratando de calmarme y pensar en otra cosa antes de que
mis descontrolados latidos me delatasen. Abrí la ventana y me asomé
al exterior. El cielo estaba cubierto y, aunque había dejado de
llover, no tardaría en empezar de nuevo. Jacob me abrazó desde
atrás y me besó en el cuello.
—Dame
quince minutos, ¿sí?
—¿Vas
a buscar mi coche?
—¡Qué
remedio!
—¡Gracias!
-me giré y le abracé-. Pero no hace falta que corras, ¿vale? Yo
voy a darme una ducha.
—Hmm.
—¿Qué
ocurre?
—Estoy
pensando que el coche puede esperar.
—Jake,
por favor -me distancié y le miré suplicante. Quiero ver al abuelo.
—¡Ahg!
Está bien. Voy a por tu coche.
Se
giró y desapareció tras la puerta.
—¡Gracias!
-le grité-. ¡Te quiero!
No
me contestó, pero le oí reírse. Dejé la colcha sobre la cama. Aún
no había deshecho la maleta. Por lo que la abrí en busca de algo
para ponerme y mi neceser. Ya lo ordenaría todo por la tarde.
Me
tomé mi tiempo para ducharme, dejando que el agua resbalase por mi
piel, relajándome. Me sequé, me vestí y me coloqué frente al
espejo. Necesitaba verme reflejada, comprobar que seguía siendo la
misma persona a pesar de lo distinta que me sentía. Pero, si algo
había cambiado, habría sido en mi interior, porque el exterior era
el de siempre. Sólo dos cosas eran distintas: el intenso brillo de
mis ojos y una sonrisa que se extendía por toda mi cara. No se
trataba de una sonrisa normal. Era la típica sonrisa que sólo
aparecía cuando Jacob estaba cerca. Y ahora lo estaba. ¡Vaya si lo
estaba! Lo sentía por todas partes, hasta en el aire que respiraba.
Pero lo realmente importante no era que estuviese, en presente, sino
que siempre, futuro, iba a estar ahí. Era completamente mío y yo
era suya por completo. Y nada iba a cambiar ese hecho… Ni nadie. La
felicidad que me embargaba era casi tangible. Ya no sólo sonreían
mis labios. Todo mi cuerpo se reía a carcajadas.
Me
maquillé, me alisé el pelo y, tras limpiar el cuarto de baño,
regresé a mi habitación. Jacob ya estaba allí. Lo había recogido
todo y estaba acabando de hacer la cama.
—He
dejado tu maleta en ese rincón -comentó sin mirarme mientras
colocaba el almohadón-. No sabía dónde colocar las cosas, así que
de eso te encargas tú.
Sin
despegar los ojos de él, me encaminé hacia la ventana y me senté
en el alféizar, abrazada a mis rodillas. Ante mi silencio, se giró
y me miró estrechando los ojos.
—¿Va
todo bien? -asentí-. ¿Entonces?
Caminó
despacio hasta estar frente a mí, sujetó mi mentón e inclinó la
cabeza, acercando su cara a la mía. Yo rodeé su cintura con mis
piernas y lancé mis brazos a su cuello. Le besé como si no fuese a
poder hacerlo nunca más, pero con la seguridad de saber que podría
hacerlo cada vez que quisiese.
—Creía
que querías ir a ver a Charlie -murmuró sin despegar sus labios de
los míos-. ¿Has cambiado de idea?
Tenía
las manos apoyadas en la ventana, a ambos lados de mi cuerpo. Le besé
una vez más y me colé por debajo de su brazo, colocándome a su
espalda. Lo hice tan deprisa que no le di tiempo a reaccionar.
—No,
no he cambiado de idea -rodeé su cintura y le di un beso en el
hombro-. De hecho, me voy ya.
—Soy
un bocazas -se quejó.
—¿Te
apetecería que fuésemos a cenar esta noche por ahí?
Se
giró para poder encararme y colocó sus manos sobre mis mejillas.
—Ness,
estoy sin blanca.
—¿Quién
ha dicho que tengas que pagar tú?
—Lo
normal es que sea el chico quien invita, ¿no?
—¿Quieres
que hablemos sobre normalidades?
Bien. Pues, corrigiendo tu frase, “lo normal es que sea el chico el
que invita a… la chica. Yo no soy exactamente una
chica,
así que no tienes por qué invitarme.
—No
pienso dejar que pagues tú.
—¿Qué
problema tienes? ¿Es que ofende a tu masculinidad que sea yo quien
te invite? -bromeé-. Puedo dejarte mi tarjeta de crédito para que
finjas que es tuya si eso va a hacer que te sientas más hombre.
Puso
los ojos en blanco mientras paseaba sus dedos por mi cuello.
—Puedo
cocinar yo -ofreció-. Se me da bastante bien.
—¡Déjate
de bobadas, Jacob! Lo que me apetece es salir por ahí y cenar en un
sitio elegante. Como en las películas.
—En
Forks no hay restaurantes como los de las películas. Y de La Push,
ni hablemos.
—¿Y
qué me dices de Port Angeles? También podríamos ir a Seattle.
—Tú-estás-chiflada.
¿Cómo vamos a ir a Seattle?
—¿En
coche? -ironicé-. Había pensado que, tal vez, te gustaría llevar
el Porsche de Alice.
Se
le desencajó la mandíbula y sus ojos se abrieron como platos.
Sonreí al comprender que había tocado su punto débil. Jaque
mate. La
partida estaba ganada. Volvió a cerrar la boca y frunció el ceño.
—Eso
no es justo.
—¿El
qué? ¿Qué he hecho? -abrí mucho los ojos para parecer más
inocente-. ¿No quieres llevarlo?
—¡Claro
que quiero! ¿Cómo no iba a…? -se separó de mi lado y se llevó
la mano a la nuca, dejándola caer de golpe varios segundos después-.
En serio. A veces eres de lo peor. Haces conmigo lo que quieres.
Eso
era un “sí”.
Se había rendido. Salté de nuevo a sus brazos y él me alzó del
suelo.
—Tienes
que ponerte guapo, ¿vale?
—Define
“guapo”.
—Guapo
quiere decir que no se te ocurra venir a buscarme en pantalones
cortos y con deportivas -me
dejó en el suelo-.
¿Entendido? Tienes que ponerte elegante.
—¿Y
qué me pongo? No tengo nada elegante.
—Sí
que lo tienes. Tienes el traje de chaqueta y los zapatos que te
pusiste en la boda de Sam y Emily.
—¿Traje
de chaqueta? ¡Ni lo sueñes! -me crucé de brazos, enfurruñada y
con la vista fija en el suelo-. Ness, ni siquiera creo que me esté
bien ya.
—Excusas.
No has cambiado ni un ápice. Dime la verdad, ¿es que no quieres ir
a cenar conmigo?
—¿Cómo?
¡No! No digas eso, ¿vale? Sabes que me iría contigo al mismo
infierno si me lo pidieras. Es sólo que… -le miré compungida-.
¡Está bien! Me pondré el estúpido traje y los estúpidos zapatos
e iré contigo a ese estúpido restaurante.
—¿De
verdad?
—De
verdad. Pero nada de Seattle, ¿de acuerdo?
Le
besé mientras él acariciaba mi cara.
—Te
quiero -susurré en su oído.
—Pues
yo te odio. Eres insoportable.
Le
saqué la lengua tratando de dibujar una sonrisa en su gesto de
enfado. Y eso también lo conseguí.
Salimos
a la calle y me acerqué al coche, cogiendo al vuelo las llaves que
él me lanzó.
—¿Quieres
que te acerque a casa?
—No
gracias. Llegaré antes corriendo.
—Fantasma
-murmuré entre dientes sabiendo que él lo oiría-. ¿Vienes a
buscarme a las siete?
—Aquí
estaré -me lanzó un beso y echó a correr-. ¡Te quiero!
No
subí al coche hasta perderle de vista. Arranqué el motor y me
dirigí a casa de Charlie. De pronto tenía muchísimas ganas de
verle. Tantas que el viaje, que apenas me llevó cinco minutos, se me
hizo interminable. Aparqué frente a su puerta y bajé. Una fría
corriente me hizo estremecer y arrojó varias gotas de lluvia contra
mi cara. Me apresuré hacia la entrada y llamé al timbre. Pocos
segundos después, tuve delante de mí la cálida sonrisa de Seth.
—¡Nessie!
-me abrazó eufórico-. ¡Qué bien! ¡Ha venido Nessie! —anunció
elevando la voz.
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