Como
modo de no sentirme tan culpable, hice un trato conmigo misma: sólo
leería aquello que fuese realmente indispensable, aquello en lo que,
de un modo u otro, me viese aludida. Todo lo demás lo pasaría por
alto.
Me
senté sobre la cama con los libros apilados junto a mí y rebusqué
entre las fechas escritas en el interior hasta dar con el primero.
Volví a dudar durante unos segundos, así que decidí que lo mejor
sería abrirlo de golpe. Ya no había marcha atrás.
El
principio narraba su llegada a Forks. Contaba cómo antes de
emprender el viaje, la abuela René intentó convencerla para que se
quedase con ella.
La
abuela René… Sonreí al recordarla. Cuando mi madre le confesó –a
medias- el secreto de mi familia, en lugar de asustarse o creer que
le estábamos tomando el pelo, ella sonrió de oreja a oreja y
contestó:
<<—Sabía
que pasaba algo raro, pero no esperaba que fuese tan emocionante.
Al
contrario que Charlie, que se negaba rotundamente a saber cualquier
detalle, ella se dedicaba a asediarnos con miles de preguntas. Solía
venir de visita cada vez que se acercaba mi cumpleaños, siempre
cargada con decenas de regalos. Era una mujer realmente divertida.
Poco después de mi transformación,
le
escribí una carta en la que le expliqué lo ocurrido y le mandé
algunas fotos para que pudiese verme. Me llamó en cuanto la recibió,
no extrañada ni preocupada, sino ofendida porque ella iba a ser la
única mujer poco
agraciada
de la familia…
Estaba
deseando verla.
Traté
de concentrarme y seguir leyendo. Pasé por encima de las partes en
las que hablaba del instituto y de los amigos que había hecho allí:
Jessica, Mike, Lauren… Excepto Angela, que solía escribirle a
menudo y que nos había visitado en un par de ocasiones, no me caía
bien ninguno de los demás. Miraban a mi familia con un recelo
odioso, fruto de la envidia, y eso me sacaba de mis casillas.
La
forma en que conoció a mi padre y al resto de los
Cullen, y
lo extrañamente atraída que se sintió por ellos desde el primer
momento, me pareció de lo más interesante.
Más
adelante narraba su primer encuentro con Jacob, a quien conocía
desde niña, en una excursión que hizo con sus amigos a La Push y
cómo, intrigada por el comportamiento de mi padre, le convenció
para que le contase la leyenda de los
fríos,
una de las antiguas historias de su tribu en las que ni él mismo
creía en aquel momento.
El
enfrentamiento contra el aquelarre de James y Victoria fue
estremecedor. Mi madre me había hablado de ellos en alguna ocasión,
pero al tratarse de recuerdos de su vida humana, había muchos
detalles que se le escapaban. Sin embargo, en aquel libro, lo
explicaba todo con una precisión espeluznante.
Apenas
me llevó una hora leerme el primer diario y no saqué nada en claro.
Nada
más abrir el segundo, llamaron a la puerta. Me eché a temblar. Si
era mi padre, sabría lo que estaba pensando y estaba perdida. Me
habría descubierto. De forma automática escondí los libros en el
interior del baúl que había bajo el alféizar de la ventana. Cogí
una revista que Rosalie había dejado sobre mi escritorio y abrí la
puerta mientras adoptaba un aire despistado e inocente.
—¡Buenos
días! -mi calma se tornó real en cuanto me encontré con las
perfectas facciones de mi madre-. ¿No pensabas bajar a saludar?
—¡Buenos
días, mami! -la abracé-. Siento mucho lo que pasó ayer. Me
comporté cómo una idiota. Sé que es necesario que nos vayamos y
prometo no protestar más.
—No
va a ser tan malo, ya verás.
—Lo
sé. Todo va a salir bien. Estoy convencida.
—Me
alegro de verte tan animada -sonrió y, tras mirar el reloj de su
muñeca, entornó los ojos-. ¿Aún no ha venido Jacob? Qué raro…
Yo
también miré el reloj. Eran casi las doce del mediodía.
Normalmente, Jacob llevaría horas dando vueltas por la casa. Claro,
olvidaba que últimamente nada era normal en lo que a él se refería.
Sentí cómo se formaba un gigantesco nudo en mi garganta y cómo mis
ojos se llenaban de lágrimas. Me debatí contra las ganas de llorar,
pero fue inútil. Apoyé la cara en su hombro y me cubrí con su pelo
cómo solía hacer de pequeña.
—No
te preocupes. Ya verás cómo se le pasa. Seguro que aún sigue
enfadado por todo esto de nuestra marcha. Pero no va a permitir que
nos vayamos sin despedirse. Ya lo verás.
—¿Y
antes de saber que nos íbamos? Mamá, sé que a Jake le pasa algo. Y
lo que más me duele es que todos parecéis saber de qué se trata
menos yo… Dime qué es, por favor. Y no me vengas con eso de que ya
lo entenderé.
—No
puedo decírtelo -me aparté de ella y la miré con rabia. Ella alzó
ambas manos pidiéndome calma-. Deja que te lo explique. No es algo
sencillo de comprender. Ni yo misma lo entiendo del todo. Es muy…
complejo y, de verdad, estoy segura de que él te lo dirá. Prometí
no hacerlo y debo mantener mi palabra. Pero creo que ha llegado el
momento de aclarar las cosas… Ahora baja, ¿sí? El abuelo Charlie
ha venido y pregunta por ti. También están Sue, Seth y Billy.
¡Seth!
Me sequé las lágrimas, forcé una sonrisa y salí a toda mecha
rogando que no hubiese hablado con Rosalie todavía. Saludé
precipitadamente a todo el mundo y, cogiéndole de la mano, me lo
llevé lejos del barullo. Cuando salimos al jardín, me miró con los
ojos empequeñecidos.
—¿Qué
es lo que pasa?
—Pasa
que… Tú no has hablado con Rose, ¿verdad?
—Acabo
de llegar. No me ha dado tiempo de hablar con nadie aún.
Mi
alivio fue tan mayúsculo que tuve que controlarme para no abrazarme
a él gritando de alegría.
—Bien.
Si te pregunta, dile que los libros que me has dejado son de
misterio, ¿vale?
Me
dieron ganas de aplaudirme a mí misma. Sabía lo mucho que Rosalie
odiaba ese género, por lo que así me aseguraba que no me los
pidiese.
—¿Libros?
¿De qué me estás hablando?
—Ya
te lo explicaré. Tú sólo haz lo que te he pedido, por favor.
—Está
bien. “Los
libros que te he dejado son de misterio”
-citó-.
Lo recordaré.
Esta
vez no intenté controlarme y le abracé. Recurrir a él había sido
apostar sobre seguro. Cualquiera de los otros no me lo habría puesto
ni la mitad de sencillo.
Volvimos
dentro. Por el camino intenté concentrarme en cualquier otra cosa y
fui fijándome en los distintos cuadros y fotografías de las paredes
con tal de tener la mente ocupada en algo que no fuesen los diarios y
así impedir que mi padre me descubriese.
Entré
en la cocina y me ofrecí para echar una mano con los preparativos de
la comida. Carlisle y Esme habían invitado a todos nuestros amigos a
una especie de fiesta
de despedida.
Me situé junto a Alice y comencé a hablar sin parar mientras
ayudaba a empanar unos filetes. Ella seguía mi alocado ritmo como si
fuese lo más normal del mundo, pero mi madre me miraba con
suspicacia desde el otro lado de la encimera. A ella no era tan fácil
engañarla.
Cuando
la comida estuvo lista y la cocina quedó limpia y vacía, me dispuse
a volver al salón junto al resto, pero mi madre me cerró el paso.
—Está
bien, ¿qué ocurre?
—Nada,
mamá, ¿por qué?
—¿Por
qué? ¿Quieres hacerme creer que esa frenética forma de hablar es
algo normal en ti?- no supe qué decir, así que permanecí en
silencio, retorciéndome los dedos mientras ella tamborileaba sobre
la encimera-. ¿Es por Jacob?
La
simple mención de su nombre hizo que se me encogiera el estómago.
Mis ojos se posaron involuntariamente sobre el reloj de pared. Ya era
casi la una y media y él seguía sin aparecer. Además, Billy había
venido sólo –bueno, con Charlie-, así que estaba claro que no iba
a venir.
—Vendrá
-mi padre entró en la cocina y me apretó contra su pecho-. Hay
mucho que aclarar y no pienso permitir que siga ocultándotelo
durante más tiempo. Si no lo hace él, me veré obligado a decírtelo
yo. Aunque, de todos modos -me separó de él, sujetándome por los
hombros-, estoy seguro de que lo acabarás descubriendo por ti misma
muy pronto.
El
timbre sonó y me sobresalté. Mi padre suspiró.
—No
es él.
Pude
reconocer la voz ronca de Paul y la risa escandalosa de Rachel. Con
ellos venían el resto de la manada, Sam y Emily. Todos habían
llegado. Y a pesar del gentío que se encontraba reunido en el salón,
yo me sentía sola. Como si fuese la única criatura sobre la faz de
la Tierra. La única superviviente de una hecatombe mundial.
Notaba
un dolor punzante en el pecho. Un dolor muy similar al que debe de
sentirse cuando recibes una puñalada. Y lo cierto es que eso me
parecía el comportamiento de Jacob: un apuñalamiento en toda regla.
Subí
a mi cuarto, pasando obligatoriamente por el salón y evitando mirar
a nadie. Volví a encerrarme y me dejé caer sobre la cama, llorando.
Notaba cómo me ahogaba. Me dolía cada desprecio que me había
hecho. Y el de hoy era la gota que colmaba el vaso. No tenía
bastante con todo el daño que me estaba haciendo sino que, además,
ni siquiera iba a dignarse en aparecer para despedirse. ¿Cómo podía
ser tan egoísta? ¿Tan malo era lo que fuese que yo le había hecho?
Mi
mirada se detuvo en el baúl. Me incorporé y permanecí varios
segundos con la vista fija en esa dirección. Restañé las lágrimas
que estaban empezando a secarse en mi cara, provocándome un
desagradable picor, y me dirigí hacia la ventana tan despacio que
cualquiera que hubiese estado mirándome, habría podido pensar que
yo era la escena de una película reproducida a cámara lenta.
Levanté la tapa del arca. Los diarios parecían mirarme desde el
interior, tentándome a seguir rebuscando entre sus páginas. Los
cogí y los deposité con sumo cuidado sobre la cama, y busqué mi
vieja mochila de cuero, donde los guardé con aún más precaución.
Decidí dejar una nota para avisar a mis padres y evitar que creyesen
que me había fugado o algo así.
<<Necesito
estar sola. No me busquéis. Volveré
a
tiempo de despedirme. Disculpadme ante el
abuelo
y el resto. “R” >>
Volví
junto a la ventana y miré hacia el suelo. La altura era
considerable, pero había visto cómo el resto de mi familia saltaba
desde lugares mucho más elevados. Si poseía muchas de sus
cualidades, tales como una increíble velocidad, ¿por qué no iba a
tener también esa? Nunca antes lo había intentado. Me ajusté las
asas de la mochila y me encaramé al alféizar. Al mirar de nuevo
hacia abajo sentí cómo el vértigo me provocaba unas espantosas
náuseas. Cerré los ojos con fuerza e inspirando una enorme bocanada
de aire, me encogí para tomar impulso y… Salté. Justo cuando el
miedo a romperme algún hueso estaba empezando a hacer acto de
presencia, noté cómo mis pies se apoyaban en el suelo con suavidad.
Abrí lentamente los ojos. Todavía algo mareada, alcé la vista para
observar la ventana de mi habitación, situada en el tercer piso. Me
parecía inverosímil haber saltado desde esa altura, cuando lo que
había sentido realmente era más parecido a bajar un insignificante
escalón.
Cuando
se esfumaron las ganas de vomitar, emprendí la carrera. Aunque había
tratado de ser lo más silenciosa posible, lo más probable es que mi
padre me hubiera oído
y no tardase mucho en salir tras de mi. Por eso, mientras me
internaba en el bosque pensaba una y otra vez: “Quiero
estar sola. Quiero estar sola…”. Esperaba
que así le quedase claro.
Busqué
un lugar alejado donde poder estar tranquila y lo encontré junto al
río. Me distancié algo más, corriendo en paralelo a la orilla. La
mochila parecía pesar toneladas, no por los diarios, sino por la
culpabilidad que me recriminaba sin cesar que no debería de haberlos
cogido. Cuando me detuve, me la quité y la dejé sobre una roca, a
cierta distancia del agua. Me acomodé sobre una roca plana cubierta
de musgo, saqué el segundo libro y empecé a pasar las páginas.
Lloré
con la desgarradora soledad y el dolor que se apoderaron de mi madre
cuando mi padre desapareció de su vida. Jacob se convirtió en su
mejor amigo y en una especie de anestesia que le ayudaban a
sobrellevar los días con un poco de alegría. Para referirse a él
empleaba términos como “mi
sol personal” o
“mi puerto seguro”...
Y cada vez quedaban más expuestos los sentimientos de Jake hacia
ella, lo cual me produjo una extraña e incómoda molestia.
Seguí
avanzando, deteniéndome únicamente en aquellas partes en las que
aparecía su nombre. A diferencia del primer diario, en éste
aparecía en casi todas las páginas. Pero no había mucho que leer.
Lo más interesante fue descubrir cómo le había revelado que él
era un licántropo. El resto giraba en torno a la paciente lucha que
Jacob mantenía porque mi madre le prestase una atención que ella no
estaba dispuesta a concederle.
Más
adelante encontré algo que ya conocía. Mi padre, después de que
Alice creyese ver morir a mi madre en una de sus visiones, huyó a
Italia para emprender una misión suicida ante los Vulturis.
Afortunadamente, mi madre y Alice llegaron a tiempo y éstos les
permitieron volver a casa bajo la promesa de que convertirían a mi
madre, pues conocía la existencia de los vampiros, algo que no le
está permitido a ningún humano.
En
las últimas páginas, mi padre le ofrecía ser él quien obrase el
cambio si ella aceptaba a cambio casarse con él, algo a lo que mi
madre se opuso enérgicamente.
El
final era la descripción de una discusión entre él y Jacob. Esto
de las riñas entre ellos no era ninguna novedad. Por lo visto, venía
de lejos.
Guardé
ese libro y saqué el tercero. Me sentía como si estuviese leyendo
una novela de ficción totalmente adictiva en la que mis familiares y
amigos desempeñaban los papeles principales. Estaba enganchada por
completo a aquella historia que, hasta ese momento y salvo contados
detalles, me había sido desconocida.
En
las primeras páginas mi madre, de nuevo feliz tras el regreso de su
gran amor, trataba por todos los medios de recuperar a Jake, a quien
llevaba semanas sin ver tras la discusión que éste mantuvo con mi
padre. Y no paró hasta conseguirlo. Él, por su parte, seguía
dispuesto a luchar por ella, sin importarle las veces que ella le
repitiese que sólo quería a mi padre y que siempre iba a ser así.
Mientras,
Victoria buscaba el modo de acabar con su vida como venganza por la
muerte de James.
En
una de las páginas encontré una palabra que atrajo por completo mi
atención, “imprimación”.
Llegué
a la conclusión de que era algo que ni ella misma había logrado
definir con exactitud pues, para explicarlo, había reproducido la
conversación. Jacob estaba contándole una historia que yo me sabía
al dedillo. La historia de Sam y Leah y por qué él la abandonó por
Emily. Siempre que me había interesado por el motivo de dicho
abandono –curiosidad que aumentó tras la marche de Leah-, él me
había dicho que se trataba de algo muy complicado y, para variar,
había agregado eso de “ya
lo entenderás”.
Pues
bien, al menos esto, había llegado el momento de entenderlo:
<<—¿Has
oído hablar de la imprimación?
<<—¿Imprimación?
-Repetí esa expresión tan poco familiar-. No, ¿qué significa?
<<—Es
una de las cosas singulares con las que nos las tenemos que ver,
aunque no le sucede a todo el mundo. De hecho, es la excepción, no
la regla. Por aquel entonces, Sam ya había oído todas las historias
que solíamos tomar como leyendas y sabía en qué consistía, pero
ni en sueños…
<<—¿Qué
es? -le azucé.
<<La
mirada de Jacob se ensimismó en la inmensidad del océano.
<<—Sam
amaba a Leah, pero no le importó nada en cuanto vio a Emily. A
veces, sin que sepamos exactamente la razón, encontramos de ese modo
a nuestras parejas -Sus ojos volvieron a mirarme de forma fugaz
mientras se ponía colorado-. Me refiero a nuestras almas gemelas.
<<—¿De
qué modo? ¿Amor a primera vista? -me burlé.
<<Él
no sonreía y en sus ojos oscuros leí una crítica a mi reacción.
<<—Es
un poquito más fuerte que eso. Más… contundente.
<<—Perdón
-murmuré-. Lo dices en serio, ¿verdad?
<<—Así
es.
<<—¿Amor
a primera vista pero con más fuerza? -Había aún una nota de
incredulidad en mi voz y él podía percibirla.
<<—No
es fácil de explicar. De todas formas, tampoco importa -se encogió
de hombros-. Querías saber qué sucedió para que Sam odiara a los
vampiros, porque su presencia le transformó e hizo que se detestara
a sí mismo. Pues eso fue lo que sucedió, que le rompió el corazón
a Leah. Quebrantó todas las promesas que le había hecho. Sam ha de
ver la acusación en los ojos de Leah todos los días con la certeza
de que ella tiene razón.
El
libro se resbaló de mis manos y cayó al suelo, por suerte, fuera
del agua.
Ahora,
por fin, lo entendía todo. Ahora podía comprender ciertas cosas
como, por ejemplo, por qué Jacob pasaba tanto tiempo con nosotros.
Había
imprimado a mi madre.
Yo
había sido únicamente la excusa perfecta para poder permanecer más
tiempo junto a ella. Por eso mi padre discutía tanto con él. Éso
era lo que leía en su mente, éso por lo que tanto se enfadaba.
¿Cómo no iba a enfadarse cuando estaban tratando de arrebatarle al
amor de su vida?
Claro…
Había sido tan estúpida al creer que yo le importaba. No había
sido más que un objeto. Parte de su plan. Una marioneta que él
había estado manejando para conseguir su verdadero objetivo: a mi
madre.
Empecé
a notar de nuevo ese dolor en el pecho. Me tumbé de lado en el suelo
y encogí las piernas hasta hacerme un ovillo para intentar calmarlo.
Pero no servía de nada. El puñal entraba y salía de mi cuerpo a su
antojo, sin ningún tipo de piedad, desgarrando mis músculos y cada
uno de mis órganos. El dolor era más intenso en el corazón, que
parecía estar apretado en una mano que le impedía latir.
Sobre
mi cabeza, las nubes habían empezado a cubrir el cielo. Oía a lo
lejos el retumbar de los truenos. Era como si mi estado de ánimo
influyese misteriosamente en la climatología. Pronto empezaría a
llover. Pero no me importaba. No me importaba lo más mínimo ni eso
ni ninguna otra cosa.
Todo
había cobrado sentido haciendo que ya nada lo tuviese para mí.
Mi
mejor amigo, la persona más importante de mi vida, me había
traicionado.
Entonces
algo se iluminó en mi mente. Como si alguien hubiese apretado un
interruptor. Era algo que llevaba mucho tiempo dormido en mi interior
y que había despertado como consecuencia del enorme dolor que en ese
momento se estaba apoderando de todo mi cuerpo. Leer todo eso no sólo
me había servido para descubrir que Jacob estaba enamorado,
imprimado o lo que fuera de mi madre, sino que, además, me había
ayudado a revelarme a mí misma algo más.
Yo
misma estaba enamorada. Amaba profunda y desesperadamente a Jacob
Black. Sentía algo tan fuerte por él que dolía casi tanto como su
traición. Un dolor que se metía en mi cabeza y me hacía sentir que
iba a romperme en pedazos en cualquier momento.
¿Por
qué no me había dado cuenta antes? ¿Cómo podía haber estado tan
ciega? Le amaba. Le había estado amando durante cada segundo de mi
vida. Incluso había algo que me hacía pensar que ya le quería
antes de nacer. Sonaba estúpido, pero me parecía tan estúpido como
cierto. ¿Es que había tenido que descubrir que él estaba enamorado
de otra persona para poder ser consciente de lo que yo misma sentía?
Era una completa imbécil.
Unas
frías gotas de lluvia cayeron en mi cara y se entremezclaron con mis
lágrimas.
De
pronto me sentí identificada con Leah. El viaje a Fairbanks había
tomado un rumbo totalmente diferente. “La
distancia hace el olvido”.
Las palabras de mi amiga resonaron con fuerza en mi memoria.
Me
puse en pie y guardé los diarios, que habían empezado a mojarse. Y
corrí a casa mientras una lluvia torrencial empapaba mi débil y
entumecido cuerpo.
Tenía
que preparar mi equipaje.
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