ANNA PLAYLIST

lunes, 26 de noviembre de 2012

Cap. 6 Hay Cosas Que Es Mejor No Saber


Como modo de no sentirme tan culpable, hice un trato conmigo misma: sólo leería aquello que fuese realmente indispensable, aquello en lo que, de un modo u otro, me viese aludida. Todo lo demás lo pasaría por alto.
Me senté sobre la cama con los libros apilados junto a mí y rebusqué entre las fechas escritas en el interior hasta dar con el primero. Volví a dudar durante unos segundos, así que decidí que lo mejor sería abrirlo de golpe. Ya no había marcha atrás.
El principio narraba su llegada a Forks. Contaba cómo antes de emprender el viaje, la abuela René intentó convencerla para que se quedase con ella.
La abuela René… Sonreí al recordarla. Cuando mi madre le confesó –a medias- el secreto de mi familia, en lugar de asustarse o creer que le estábamos tomando el pelo, ella sonrió de oreja a oreja y contestó:
<<Sabía que pasaba algo raro, pero no esperaba que fuese tan emocionante.
Al contrario que Charlie, que se negaba rotundamente a saber cualquier detalle, ella se dedicaba a asediarnos con miles de preguntas. Solía venir de visita cada vez que se acercaba mi cumpleaños, siempre cargada con decenas de regalos. Era una mujer realmente divertida. Poco después de mi transformación, le escribí una carta en la que le expliqué lo ocurrido y le mandé algunas fotos para que pudiese verme. Me llamó en cuanto la recibió, no extrañada ni preocupada, sino ofendida porque ella iba a ser la única mujer poco agraciada de la familia…
Estaba deseando verla.
Traté de concentrarme y seguir leyendo. Pasé por encima de las partes en las que hablaba del instituto y de los amigos que había hecho allí: Jessica, Mike, Lauren… Excepto Angela, que solía escribirle a menudo y que nos había visitado en un par de ocasiones, no me caía bien ninguno de los demás. Miraban a mi familia con un recelo odioso, fruto de la envidia, y eso me sacaba de mis casillas.
La forma en que conoció a mi padre y al resto de los Cullen, y lo extrañamente atraída que se sintió por ellos desde el primer momento, me pareció de lo más interesante.
Más adelante narraba su primer encuentro con Jacob, a quien conocía desde niña, en una excursión que hizo con sus amigos a La Push y cómo, intrigada por el comportamiento de mi padre, le convenció para que le contase la leyenda de los fríos, una de las antiguas historias de su tribu en las que ni él mismo creía en aquel momento.
El enfrentamiento contra el aquelarre de James y Victoria fue estremecedor. Mi madre me había hablado de ellos en alguna ocasión, pero al tratarse de recuerdos de su vida humana, había muchos detalles que se le escapaban. Sin embargo, en aquel libro, lo explicaba todo con una precisión espeluznante.
Apenas me llevó una hora leerme el primer diario y no saqué nada en claro.
Nada más abrir el segundo, llamaron a la puerta. Me eché a temblar. Si era mi padre, sabría lo que estaba pensando y estaba perdida. Me habría descubierto. De forma automática escondí los libros en el interior del baúl que había bajo el alféizar de la ventana. Cogí una revista que Rosalie había dejado sobre mi escritorio y abrí la puerta mientras adoptaba un aire despistado e inocente.
¡Buenos días! -mi calma se tornó real en cuanto me encontré con las perfectas facciones de mi madre-. ¿No pensabas bajar a saludar?
¡Buenos días, mami! -la abracé-. Siento mucho lo que pasó ayer. Me comporté cómo una idiota. Sé que es necesario que nos vayamos y prometo no protestar más.
No va a ser tan malo, ya verás.
Lo sé. Todo va a salir bien. Estoy convencida.
Me alegro de verte tan animada -sonrió y, tras mirar el reloj de su muñeca, entornó los ojos-. ¿Aún no ha venido Jacob? Qué raro…
Yo también miré el reloj. Eran casi las doce del mediodía. Normalmente, Jacob llevaría horas dando vueltas por la casa. Claro, olvidaba que últimamente nada era normal en lo que a él se refería. Sentí cómo se formaba un gigantesco nudo en mi garganta y cómo mis ojos se llenaban de lágrimas. Me debatí contra las ganas de llorar, pero fue inútil. Apoyé la cara en su hombro y me cubrí con su pelo cómo solía hacer de pequeña.
No te preocupes. Ya verás cómo se le pasa. Seguro que aún sigue enfadado por todo esto de nuestra marcha. Pero no va a permitir que nos vayamos sin despedirse. Ya lo verás.
¿Y antes de saber que nos íbamos? Mamá, sé que a Jake le pasa algo. Y lo que más me duele es que todos parecéis saber de qué se trata menos yo… Dime qué es, por favor. Y no me vengas con eso de que ya lo entenderé.
No puedo decírtelo -me aparté de ella y la miré con rabia. Ella alzó ambas manos pidiéndome calma-. Deja que te lo explique. No es algo sencillo de comprender. Ni yo misma lo entiendo del todo. Es muy… complejo y, de verdad, estoy segura de que él te lo dirá. Prometí no hacerlo y debo mantener mi palabra. Pero creo que ha llegado el momento de aclarar las cosas… Ahora baja, ¿sí? El abuelo Charlie ha venido y pregunta por ti. También están Sue, Seth y Billy.
¡Seth! Me sequé las lágrimas, forcé una sonrisa y salí a toda mecha rogando que no hubiese hablado con Rosalie todavía. Saludé precipitadamente a todo el mundo y, cogiéndole de la mano, me lo llevé lejos del barullo. Cuando salimos al jardín, me miró con los ojos empequeñecidos.
¿Qué es lo que pasa?
Pasa que… Tú no has hablado con Rose, ¿verdad?
Acabo de llegar. No me ha dado tiempo de hablar con nadie aún.
Mi alivio fue tan mayúsculo que tuve que controlarme para no abrazarme a él gritando de alegría.
Bien. Si te pregunta, dile que los libros que me has dejado son de misterio, ¿vale?
Me dieron ganas de aplaudirme a mí misma. Sabía lo mucho que Rosalie odiaba ese género, por lo que así me aseguraba que no me los pidiese.
¿Libros? ¿De qué me estás hablando?
Ya te lo explicaré. Tú sólo haz lo que te he pedido, por favor.
Está bien. “Los libros que te he dejado son de misterio” -citó-. Lo recordaré.
Esta vez no intenté controlarme y le abracé. Recurrir a él había sido apostar sobre seguro. Cualquiera de los otros no me lo habría puesto ni la mitad de sencillo.
Volvimos dentro. Por el camino intenté concentrarme en cualquier otra cosa y fui fijándome en los distintos cuadros y fotografías de las paredes con tal de tener la mente ocupada en algo que no fuesen los diarios y así impedir que mi padre me descubriese.
Entré en la cocina y me ofrecí para echar una mano con los preparativos de la comida. Carlisle y Esme habían invitado a todos nuestros amigos a una especie de fiesta de despedida. Me situé junto a Alice y comencé a hablar sin parar mientras ayudaba a empanar unos filetes. Ella seguía mi alocado ritmo como si fuese lo más normal del mundo, pero mi madre me miraba con suspicacia desde el otro lado de la encimera. A ella no era tan fácil engañarla.
Cuando la comida estuvo lista y la cocina quedó limpia y vacía, me dispuse a volver al salón junto al resto, pero mi madre me cerró el paso.
Está bien, ¿qué ocurre?
Nada, mamá, ¿por qué?
¿Por qué? ¿Quieres hacerme creer que esa frenética forma de hablar es algo normal en ti?- no supe qué decir, así que permanecí en silencio, retorciéndome los dedos mientras ella tamborileaba sobre la encimera-. ¿Es por Jacob?
La simple mención de su nombre hizo que se me encogiera el estómago. Mis ojos se posaron involuntariamente sobre el reloj de pared. Ya era casi la una y media y él seguía sin aparecer. Además, Billy había venido sólo –bueno, con Charlie-, así que estaba claro que no iba a venir.
Vendrá -mi padre entró en la cocina y me apretó contra su pecho-. Hay mucho que aclarar y no pienso permitir que siga ocultándotelo durante más tiempo. Si no lo hace él, me veré obligado a decírtelo yo. Aunque, de todos modos -me separó de él, sujetándome por los hombros-, estoy seguro de que lo acabarás descubriendo por ti misma muy pronto.
El timbre sonó y me sobresalté. Mi padre suspiró.
No es él.
Pude reconocer la voz ronca de Paul y la risa escandalosa de Rachel. Con ellos venían el resto de la manada, Sam y Emily. Todos habían llegado. Y a pesar del gentío que se encontraba reunido en el salón, yo me sentía sola. Como si fuese la única criatura sobre la faz de la Tierra. La única superviviente de una hecatombe mundial.
Notaba un dolor punzante en el pecho. Un dolor muy similar al que debe de sentirse cuando recibes una puñalada. Y lo cierto es que eso me parecía el comportamiento de Jacob: un apuñalamiento en toda regla.
Subí a mi cuarto, pasando obligatoriamente por el salón y evitando mirar a nadie. Volví a encerrarme y me dejé caer sobre la cama, llorando. Notaba cómo me ahogaba. Me dolía cada desprecio que me había hecho. Y el de hoy era la gota que colmaba el vaso. No tenía bastante con todo el daño que me estaba haciendo sino que, además, ni siquiera iba a dignarse en aparecer para despedirse. ¿Cómo podía ser tan egoísta? ¿Tan malo era lo que fuese que yo le había hecho?
Mi mirada se detuvo en el baúl. Me incorporé y permanecí varios segundos con la vista fija en esa dirección. Restañé las lágrimas que estaban empezando a secarse en mi cara, provocándome un desagradable picor, y me dirigí hacia la ventana tan despacio que cualquiera que hubiese estado mirándome, habría podido pensar que yo era la escena de una película reproducida a cámara lenta. Levanté la tapa del arca. Los diarios parecían mirarme desde el interior, tentándome a seguir rebuscando entre sus páginas. Los cogí y los deposité con sumo cuidado sobre la cama, y busqué mi vieja mochila de cuero, donde los guardé con aún más precaución. Decidí dejar una nota para avisar a mis padres y evitar que creyesen que me había fugado o algo así.
<<Necesito estar sola. No me busquéis. Volveré
a tiempo de despedirme. Disculpadme ante el
abuelo y el resto. “R” >>
Volví junto a la ventana y miré hacia el suelo. La altura era considerable, pero había visto cómo el resto de mi familia saltaba desde lugares mucho más elevados. Si poseía muchas de sus cualidades, tales como una increíble velocidad, ¿por qué no iba a tener también esa? Nunca antes lo había intentado. Me ajusté las asas de la mochila y me encaramé al alféizar. Al mirar de nuevo hacia abajo sentí cómo el vértigo me provocaba unas espantosas náuseas. Cerré los ojos con fuerza e inspirando una enorme bocanada de aire, me encogí para tomar impulso y… Salté. Justo cuando el miedo a romperme algún hueso estaba empezando a hacer acto de presencia, noté cómo mis pies se apoyaban en el suelo con suavidad. Abrí lentamente los ojos. Todavía algo mareada, alcé la vista para observar la ventana de mi habitación, situada en el tercer piso. Me parecía inverosímil haber saltado desde esa altura, cuando lo que había sentido realmente era más parecido a bajar un insignificante escalón.
Cuando se esfumaron las ganas de vomitar, emprendí la carrera. Aunque había tratado de ser lo más silenciosa posible, lo más probable es que mi padre me hubiera oído y no tardase mucho en salir tras de mi. Por eso, mientras me internaba en el bosque pensaba una y otra vez: “Quiero estar sola. Quiero estar sola…”. Esperaba que así le quedase claro.
Busqué un lugar alejado donde poder estar tranquila y lo encontré junto al río. Me distancié algo más, corriendo en paralelo a la orilla. La mochila parecía pesar toneladas, no por los diarios, sino por la culpabilidad que me recriminaba sin cesar que no debería de haberlos cogido. Cuando me detuve, me la quité y la dejé sobre una roca, a cierta distancia del agua. Me acomodé sobre una roca plana cubierta de musgo, saqué el segundo libro y empecé a pasar las páginas.
Lloré con la desgarradora soledad y el dolor que se apoderaron de mi madre cuando mi padre desapareció de su vida. Jacob se convirtió en su mejor amigo y en una especie de anestesia que le ayudaban a sobrellevar los días con un poco de alegría. Para referirse a él empleaba términos como “mi sol personal” o “mi puerto seguro”... Y cada vez quedaban más expuestos los sentimientos de Jake hacia ella, lo cual me produjo una extraña e incómoda molestia.
Seguí avanzando, deteniéndome únicamente en aquellas partes en las que aparecía su nombre. A diferencia del primer diario, en éste aparecía en casi todas las páginas. Pero no había mucho que leer. Lo más interesante fue descubrir cómo le había revelado que él era un licántropo. El resto giraba en torno a la paciente lucha que Jacob mantenía porque mi madre le prestase una atención que ella no estaba dispuesta a concederle.
Más adelante encontré algo que ya conocía. Mi padre, después de que Alice creyese ver morir a mi madre en una de sus visiones, huyó a Italia para emprender una misión suicida ante los Vulturis. Afortunadamente, mi madre y Alice llegaron a tiempo y éstos les permitieron volver a casa bajo la promesa de que convertirían a mi madre, pues conocía la existencia de los vampiros, algo que no le está permitido a ningún humano.
En las últimas páginas, mi padre le ofrecía ser él quien obrase el cambio si ella aceptaba a cambio casarse con él, algo a lo que mi madre se opuso enérgicamente.
El final era la descripción de una discusión entre él y Jacob. Esto de las riñas entre ellos no era ninguna novedad. Por lo visto, venía de lejos.
Guardé ese libro y saqué el tercero. Me sentía como si estuviese leyendo una novela de ficción totalmente adictiva en la que mis familiares y amigos desempeñaban los papeles principales. Estaba enganchada por completo a aquella historia que, hasta ese momento y salvo contados detalles, me había sido desconocida.
En las primeras páginas mi madre, de nuevo feliz tras el regreso de su gran amor, trataba por todos los medios de recuperar a Jake, a quien llevaba semanas sin ver tras la discusión que éste mantuvo con mi padre. Y no paró hasta conseguirlo. Él, por su parte, seguía dispuesto a luchar por ella, sin importarle las veces que ella le repitiese que sólo quería a mi padre y que siempre iba a ser así.
Mientras, Victoria buscaba el modo de acabar con su vida como venganza por la muerte de James.
En una de las páginas encontré una palabra que atrajo por completo mi atención, “imprimación”. Llegué a la conclusión de que era algo que ni ella misma había logrado definir con exactitud pues, para explicarlo, había reproducido la conversación. Jacob estaba contándole una historia que yo me sabía al dedillo. La historia de Sam y Leah y por qué él la abandonó por Emily. Siempre que me había interesado por el motivo de dicho abandono –curiosidad que aumentó tras la marche de Leah-, él me había dicho que se trataba de algo muy complicado y, para variar, había agregado eso de “ya lo entenderás”.
Pues bien, al menos esto, había llegado el momento de entenderlo:
<<¿Has oído hablar de la imprimación?
<<—¿Imprimación? -Repetí esa expresión tan poco familiar-. No, ¿qué significa?
<<—Es una de las cosas singulares con las que nos las tenemos que ver, aunque no le sucede a todo el mundo. De hecho, es la excepción, no la regla. Por aquel entonces, Sam ya había oído todas las historias que solíamos tomar como leyendas y sabía en qué consistía, pero ni en sueños…
<<—¿Qué es? -le azucé.
<<La mirada de Jacob se ensimismó en la inmensidad del océano.
<<—Sam amaba a Leah, pero no le importó nada en cuanto vio a Emily. A veces, sin que sepamos exactamente la razón, encontramos de ese modo a nuestras parejas -Sus ojos volvieron a mirarme de forma fugaz mientras se ponía colorado-. Me refiero a nuestras almas gemelas.
<<—¿De qué modo? ¿Amor a primera vista? -me burlé.
<<Él no sonreía y en sus ojos oscuros leí una crítica a mi reacción.
<<—Es un poquito más fuerte que eso. Más… contundente.
<<—Perdón -murmuré-. Lo dices en serio, ¿verdad?
<<—Así es.
<<—¿Amor a primera vista pero con más fuerza? -Había aún una nota de incredulidad en mi voz y él podía percibirla.
<<—No es fácil de explicar. De todas formas, tampoco importa -se encogió de hombros-. Querías saber qué sucedió para que Sam odiara a los vampiros, porque su presencia le transformó e hizo que se detestara a sí mismo. Pues eso fue lo que sucedió, que le rompió el corazón a Leah. Quebrantó todas las promesas que le había hecho. Sam ha de ver la acusación en los ojos de Leah todos los días con la certeza de que ella tiene razón.






El libro se resbaló de mis manos y cayó al suelo, por suerte, fuera del agua.
Ahora, por fin, lo entendía todo. Ahora podía comprender ciertas cosas como, por ejemplo, por qué Jacob pasaba tanto tiempo con nosotros.
Había imprimado a mi madre.
Yo había sido únicamente la excusa perfecta para poder permanecer más tiempo junto a ella. Por eso mi padre discutía tanto con él. Éso era lo que leía en su mente, éso por lo que tanto se enfadaba. ¿Cómo no iba a enfadarse cuando estaban tratando de arrebatarle al amor de su vida?
Claro… Había sido tan estúpida al creer que yo le importaba. No había sido más que un objeto. Parte de su plan. Una marioneta que él había estado manejando para conseguir su verdadero objetivo: a mi madre.
Empecé a notar de nuevo ese dolor en el pecho. Me tumbé de lado en el suelo y encogí las piernas hasta hacerme un ovillo para intentar calmarlo. Pero no servía de nada. El puñal entraba y salía de mi cuerpo a su antojo, sin ningún tipo de piedad, desgarrando mis músculos y cada uno de mis órganos. El dolor era más intenso en el corazón, que parecía estar apretado en una mano que le impedía latir.
Sobre mi cabeza, las nubes habían empezado a cubrir el cielo. Oía a lo lejos el retumbar de los truenos. Era como si mi estado de ánimo influyese misteriosamente en la climatología. Pronto empezaría a llover. Pero no me importaba. No me importaba lo más mínimo ni eso ni ninguna otra cosa.
Todo había cobrado sentido haciendo que ya nada lo tuviese para mí.
Mi mejor amigo, la persona más importante de mi vida, me había traicionado.
Entonces algo se iluminó en mi mente. Como si alguien hubiese apretado un interruptor. Era algo que llevaba mucho tiempo dormido en mi interior y que había despertado como consecuencia del enorme dolor que en ese momento se estaba apoderando de todo mi cuerpo. Leer todo eso no sólo me había servido para descubrir que Jacob estaba enamorado, imprimado o lo que fuera de mi madre, sino que, además, me había ayudado a revelarme a mí misma algo más.
Yo misma estaba enamorada. Amaba profunda y desesperadamente a Jacob Black. Sentía algo tan fuerte por él que dolía casi tanto como su traición. Un dolor que se metía en mi cabeza y me hacía sentir que iba a romperme en pedazos en cualquier momento.
¿Por qué no me había dado cuenta antes? ¿Cómo podía haber estado tan ciega? Le amaba. Le había estado amando durante cada segundo de mi vida. Incluso había algo que me hacía pensar que ya le quería antes de nacer. Sonaba estúpido, pero me parecía tan estúpido como cierto. ¿Es que había tenido que descubrir que él estaba enamorado de otra persona para poder ser consciente de lo que yo misma sentía? Era una completa imbécil.
Unas frías gotas de lluvia cayeron en mi cara y se entremezclaron con mis lágrimas.
De pronto me sentí identificada con Leah. El viaje a Fairbanks había tomado un rumbo totalmente diferente. “La distancia hace el olvido”. Las palabras de mi amiga resonaron con fuerza en mi memoria.
Me puse en pie y guardé los diarios, que habían empezado a mojarse. Y corrí a casa mientras una lluvia torrencial empapaba mi débil y entumecido cuerpo.
Tenía que preparar mi equipaje.

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