Salí
tras él dando traspiés. Estaba parado en la entrada de la cueva con
la mirada clavada en dirección al prado. Su respiración estaba
acelerada. Incluso podía oir los fuertes y rápidos latidos de su
corazón.
Se
giró hacia mí y me observó brevemente con el ceño fruncido antes
de girarse de nuevo.
—Si
te pido que te quedes aquí, no me vas a hacer caso, ¿verdad?
—Ni
lo sueñes.
—Bien,
al menos has recuperado la voz -se
giró para lanzarme una sonrisa fugaz que me dejó momentaneamente
descolocada y volvió a darme la espalda-.
Pues en ese caso, más vale que nos demos prisa. Corre todo lo que
puedas y... -fijó
sus ojos en mí-.
Préparate para lo peor.
Me
estremecí, pero apenas tuve tiempo de pensar. Jacob dio un salto y
antes de volver a pisar el suelo, su apariencia volvía a ser la de
mi añorado lobo cobrizo. Aunque algo raro pasó. Pues juraría que
le oí quejarse justo antes de la transformación.
El
enorme animal se lanzó a la carrera y yo no le di más importancia
al asunto. Aparentemente todo estaba bien. Además, había cosas más
importantes en las que centrarse.
¿Qué
estaba pasando en el prado? Nada bueno, seguro. Jacob no se
arriesgaría a llevarme allí por una estupidez.
Cuantas
más vueltas le daba a todo, más deprisa avanzaba. Tenía que llegar
cuanto antes.
Los
árboles se iban quedando atrás y cada vez eran menos abundantes.
Estábamos llegando.
Pocos
metros antes, cuando ya casi podía divisar la muchedumbre allí
congregada, Jacob se detuvo y me cortó el paso. Se acercó a mi y
pegó su hocico contra mi pecho. Quería que estuviese tranquila. Yo
acaricié el pelaje de su cuello. No sé si le transmití algo ni de
qué pudo tratarse, pues mis pensamientos no eran del todo coherentes
en aquel preciso momento, pero una especie de sollozo ronco escapó
de su garganta.
Comenzó
a andar de nuevo, esta vez a paso lento. Conforme íbamos avanzando
pude ir reconociendo a los allí presentes, al menos a algunos de
ellos. Desde nuestra posición sólo lograba divisar a Aro y el resto
de los Vulturi e imaginé que mi familia y amigos se encontrarían
justo enfrente, separados por una linea imaginarias y resguardados
bajo el potente escudo de mi madre... O al menos eso esperaba.
Traté
de localizar a Jasper, pero no le veía por ningún lado. Demasiadas
túnicas grises y negras.
Seguíamos
avanzando. Jacob caminaba con ligereza, tratando de hacer el menos
ruido posible, así que, instintivamente, imité su comportamiento.
Una vez más se detuvo. Su cabeza hizo un gesto hacia adelante. Tenía
que continuar yo sola. No podían vernos juntos. Pasé mis dedos con
por su cabeza y sólo me sentí capaz de transmitirle una palabra:
"Gracias".
Y
desapareció encaminándose hacia mi derecha.
No
tenía mucho sentido que la manada se encontrase en el prado. Se
suponía que ya no existía alianza alguna entre nosotros. Así que,
dado que Jake había estado en contacto con ellos para conocer lo que
ocurría, imaginé que no se encontrarían muy lejos de allí,
atentos a cualquier cosa que pudiese ocurrir. Dispuestos a atacar.
Con
la mente aturdida y el corazón en la garganta, comencé a dar los
últimos pasos.
Mientras
avanzaba, traté de oir lo que decían para poder hacerme una idea de
lo que me iba a encontrar. Pero el único sonido que podía percibir
era el del viento y el de los pocos animales que no habían huído
ante aquella reunión de depredadores. Hasta que la voz de Carlisle
resonó en la distancia.
—Aro,
podemos hablarlo.
—Mi
querido Carlisle, llegados a este punto, no sé si las palabras
servirían de algo -Aro
parecía tranquilo. Casi podía ver su característica sonrisa-. Os
hemos ofrecido toda nuestra confianza y habéis abusado de ella.
—Pero
ésto es un error. Os habéis equivocado una vez más.
—¿Es
que crees que no sé de lo que te hablo? ¿Acaso estás osando
llamarnos mentirosos?
La
voz de Aro se tensó y supe que había llegado el momento de entrar
en acción.
Pero
en cuanto puse un pie en el suelo, la escena me dejó petrificada.
A
un lado de donde se encontraban los Vulturi, Jasper se encontraba
tirado en el suelo y con la cara apresada bajo uno de los pies de
Cayo, quién le tenía aprisionado.
Busqué
histérica a Akamu, quién se encontraba junto a Marco y Renata. Ésta
última tocaba con la punta de sus dedos la espalda de Aro. Estaba
protegiéndole. El estómago se me revolvió y sentí náuseas. Sabía
que no podíamos confiar en ella.
Entonces
dirigí mi mirada al frente. Hacia mi familia. Mi madre se cubría la
boca con una mano con los ojos fijos en mí. Mi padre, quién imaginé
que me habría oído
llegar, me miró con la mandíbula apretada y Rosalie parecía querer
salir a mi encuentro. Todos los demás, especialmente Alice, miraban
aterrados hacia Jasper y Cayo, ajenos a mi presencia. Y al igual que
ellos, los demás acompañantes, todos los que nos acompañaron la
última vez mas otros tantos a quienes jamás había visto. Me
sorprendí cuando me encontré con otro par de ojos conocidos
incrustados en mí. Nahuel también estaba allí, junto a su tía y
una joven cuyas manos apretaba con fuerza entre las suyas. Supuse que
se trataba de su hermana y me aterré. ¿Cuánta gente estaba
dispuesta a morir por ayudar a mi familia?
Aparentemente
eran superiores en número. Pero los Vulturi les ganaban en cuanto a
dones. Y eso era más peligroso.
—¡Oh!
Mi querida Renesmee, ¿dónde te habías metido?
Aro
se acercó junto a mí con Renata pisándole los talones y me tendió
la mano. Ahora sí me estaban observando la totalidad de los allí
presentes. Pude oir el grito ahogado de Esme y la exclamación de
Alice.
—¿Qué
está ocurriendo aquí? -me atreví a preguntar
—Como
ya te expliqué, tu familia ha roto algunas... normas importantes. Y
debe pagar por ello.
Era
incapaz de apartar la mirada de Jasper.
—¿Por
qué...? Él no... Él...
¡Ugh!
¿Por qué mi maldita voz tenía que abandonarme siempre cuando más
la necesitaba?
—Al
parecer, tu tío ha decidido no ayudarnos.
—¿Y
por eso tenéis que tratarle así? Creí que habías dicho que
vosotros no obligábais a nadie a hacer nada que no quisiese.
—¡Ah!
Las palabras... Qué poco valor tienen a veces, ¿no crees?
—¡Eso
es injusto! -estallé-. Yo confiaba en tí.
—¿En
serio? Entonces demuéstrame que estás de mi lado -le miré
confusa-. Es tan sencillo como que convenzas a tu madre de que retire
ese escudo.
—Pero
yo... Yo no puedo... Ella... —miré a mi madre. La valentía
irradiaba por cada poro de su cuerpo, pero también el miedo—. No
puedo hacer eso.
—¿Tú
también vas a cambiar de bando a última hora? —preguntó Cayo con
una sonrisa maliciosa.
—No
digas sandeces, hermano -le contestó Aro-. Renesmee ya es uno de los
nuestros. Y ella lo sabe, ¿verdad pequeña? ¡Oh, mírate! -cogió
mi mano y me obligó a girar sobre mí misma-. Estás adorable con
esa túnica.
—Yo
no soy uno de los vuestros -lo dije a media voz, pero todos los allí
presentes pudieron oirlo, o eso esperaba.
—¿Estás
segura de ello? ¿Estás segura de que tu familia podrá confiar en
tí después de todo el tiempo que hemos pasado juntos? No te
engañes, querida. Sabes tan bien como yo que no lo harán. Siempre
tendrán la duda de si en verdad no eres más que un infiltrado entre
ellos.
Le
miré y después miré al resto de mi familia. ¿Y si eso era cierto?
¿Era posible que mi familia no confiase en mí cuando todo hubiese
acabado? ¿Que me viesen como si fuese un enemigo en su territorio?
Claro que era posible. De todas formas, ahora estaba de su parte,
vestida como uno de ellos, de la mano de Aro... Y acababa de decir
que confiaba en él... Claro que mi familia no volvería a confiar
plenamente en mí.
—Deja
de pensar estupideces.
Mi
padre me miró ceñudo. Ahora las miradas se repartían entre ambos.
—¿Eso
crees, mi querido Edward? -Aro colocó su mano en mi espalda y avanzó
un par de pasos hacia ellos. Mi madre enderezó su postura-. Mírala.
Ella ya no forma parte de tu clan... Aunque eso podría tener fácil
solución si tú y tu esposa...
—Eso
no va a pasar jamás -gruñó mi padre-. Así que olvídalo. Dí o
haz lo que tengas que decir o hacer y dejadnos en paz.
—Muy
bien, Aro. ¿A qué esperamos? -apremió Cayo apretando aun más la
cara de Jasper-. ¡Acabemos con todo ésto de una vez!
—Paciencia,
hermano -le contestó mientras volvía a su sitio y me arrastraba
tras él-. Tomémonos las cosas con calma.
Me
sentía como una muñeca de trapo. Sin capacidad ni voluntad de hacer
nada por mí misma. Solamente podía estar allí, oyendo todo lo que
se decía a mi alrededor y sin apartar la mirada de mi tío, cuya
mejilla parecía estar a punto de hacerse añicos.
—Bien,
Bella, ¿tú qué opinas? -continuó el anciano vampiro- ¿No quieres
estar junto a tu hijita? Seguro que seríais muy felices en nuestro
hogar.
Mi
padre rodeó su cintura y la pegó a su costado. Mi madre se mordía
el labio inferior sin dejar de observarme. Parecía estar dudando. No
podía ser. No podía permitirle que cometiese semejante estupidez.
Me solté bruscamente de las garras de Aro y le miré desafiante.
—¿Es
que no has oído a mi padre? Acaba con ésto de una vez y deja a mi
familia en paz.
La
sonrisa no desapareció de su rostro, pero pude vor como una sombra
de maldad lo ensombrecía. Ladeó la cabeza y frunció el ceño.
—¿Desde
cuándo te importa tanto el bienestar de tu familia, querida niña?
Si no recuerdo mal, hace tan sólo unos días, no tenías te opusiste
a que recibieran un pequeño escarmiento por quebrantar las normas
que...
—¡Déjate
de normas! -chillé completamente roja de ira y vergüenza por lo que
acababa de decir- .¿Quién te crees que eres? Deja que cada cual
viva a su manera.
—Alguien
tiene que poner órden, querida.
—¿Y
quién decidió que ese alguien
fueses
tú?
—¿Cómo
consientes semejante descaro, hermano? -Cayo mostraba su dentadura
con fiereza.
—Calma,
Cayo -le pidió sin dejar de mirarme-. Y ahora dime, pequeña, ¿qué
te ha hecho cambiar de opinión?
—Mi
opinión siempre ha sido la misma. Tú fuiste quien la... modificó
usando a esa... mujer -señalé con desprecio hacia Chelsea quien,
junto a Jane, parecía estar disfrutando de lo lindo-. Tú lavaste mi
cerebro con su poder.
—¡Oh!
No uses palabras tan a la ligera, niña. Nadie lavó tu cerebro. El
poder de Chelsea no funciona así.
—No
me importa cómo funcione. Lo importante es que por mucho que lo
intentes, nunca he sido y nunca seré uno de los vuestros.
—¿Estás
segura de ello? No sé... Ésa bonita túnica que llevas puesta no
dice lo mismo.
—Eso
tiene fácil solución -me quité el horrible atuendo y lo arrojé a
sus pies-. Yo no soy como tú Aro.
El
Vulturi permaneció en silencio durante varios segundos, observando
impávido la tela oscura.
—Así
que ahora es cuando llega la parte dificil de todo ésto, ¿no es
cierto? Ahora es cuando me toca hablar claramente -sus ojos volvieron
a elevarse hasta estar fijos en los míos. Un sudor frío comenzó a
mojar mi frente y espalda-. Aunque quieras negarte a ello,jovencita,
eres más parecida a mí de lo que piensas. Tú crees que yo tengo...
¿Cómo decirlo? Sí, una doble cara. Que te cuento una historia a tí
y planeo algo diferente cuando tú no estás, ¿me equivoco? -tragué
saliva y apreté los puños-. ¿Pero eso no es acaso lo mismo que has
estado haciendo tú? ¿Acaso no has preparado tus propios planes en
compañía de tu tío, de Akamu y de mi propio hermano? -me estremecí
aterrorizada-. ¿Acaso me creíais tan estúpido como para no
descubrir vuestras tontas artimañas? -su voz se elevó y ya no
sonreía. Estaba enfadado. Muy enfadado. Pero cuando volvió a
hablar, casi susurraba-. Pues os equivocábais, pequeña.
Miré
a Marco, cuya expresión seguía siendo la habitual y me enfurecí
con él. ¿Es que no iba a dar la cara? ¿Pensaba permanecer en
silencio mientras su hermano acababa con todo? Él acabaría siendo
una víctima, ¿no iba a luchar?
Akamu,
por su parte, parecía al borde del colapso. Supuse que ésto es lo
que le habían mostrado sus visiones. Por eso quería que me quedase
en la cueva, para mantenerme alejada de lo que iba a ocurrir a
continuación.
Bien.
Me alegraba no haberle obedecido. Yo era tan culpable como ellos, así
que debía cargar con las consecuencias.
Nadie
más hablaba o decía nada. Todo el mundo nos miraba a los acusados.
La mayoría ya estaría al corriente de nuestra traición.
Aro
se giró y extendió los brazos.
—¿No
tienes nada que decir, hermano?
-Marco avanzó hacia nosotros y, para mi sorpresa, rodeó mis hombros
con su brazo-. ¡Oh, vaya! Fijaos en esta bonita estampa. ¿Qué
pretendes, Marco? ¿Es que acaso intentas usar a nuestra joven amiga
como sustituta de tu añorada Didyme?
El
brazo de Marco se tensó sobre mis hombros.
—¡No
te atrevas a hablar de ella!
—Debo
recordarte, mi querido Marco, que antes de ser tu pareja, era mi
hermana.
—Tú
jamás te preocupaste por ella. La utilizaste para ascender y luego
la encerraste al igual que hiciste con la esposa de Cayo y tu propia
esposa. Lo único que te importaba era el poder. Nunca te ha
interesado nada ni nadie que no fueses tú y tu estúpida ambición.
Así que no me vengas a hablar de lazos emocionales precisamente a
mí. Pues sé mejor que nadie que tú no tienes vínculos que te una
a nadie.
—Estás
hablando más de la cuenta. Casi te prefería cuando eras silencioso
y reservado... No te sienta demasiado bien la compañía de ese...
¿cómo se llama? Cedric, ¿no? Lo cierto es que me gustaría
conocerle. ¿Dónde le has escondido, Akamu?
Akamu
también se acercó a mí y flanqueó mi costado libre. Aro le sonrió
divertido.
—Cedric
está bastante lejos de tu alcance ahora mismo, Aro, así que será
mejor que te olvides de él.
—No
me subestimes, Akamu. Ya decidiré yo de qué olvidarme y de qué
no. Y te aseguro que hay cosas que no me gusta olvidar, como un ser
con un talento importante, una traición... Ese tipo de cosas.
—Yo
te ayudaré encantado a recordar -convino Cayo-. Será un placer.
—Gracias,
mi querido Cayo. Ahora más que nunca, agradezco la fidelidad de mis
allegados. Ahora llega la parte triste de todo ésto. El momento de
los castigos.
<<Que
conste que soy a quien menos le gusta todo ésto. Pero como ya dije
antes, alguien tiene que poner ciertas normas y, por suerte o por
desgracia para tí, mi querida niña -me miró con finjida tristeza-,
ese alguien
soy
yo.
—No
tienes por qué hacerlo entonces -mi voz salió más fluida y normal
de lo que pensé que iba a permitírmelo el enorme nudo de mi
garganta-. Simplemete déjalo estar y marchaos. Nadie tiene por qué
ser castigado.
Cayo
rió de forma macabra. Él más que nadie iba a impedir que las cosas
quedasen impunes esta vez.
—¿Y
que os sigáis riendo de nosotros? ¡Eres una pequeña estúpida si
piensas que vamos a permitir que os salgáis con la vuestra una vez
más!
—Pues
en ese caso, espero que seáis conscientes de que no vamos a
quedarnos de brazos cruzados.
Tomé
a Marco y a Akamu de la mano y comencé a caminar hacia la linea
invisible que separaba a los Vulturi de mi familia.
Entonces
todo ocurrió demasiado deprisa. Mi padre se avalanzó en nuestra
dirección. Los tres nos separamos y le ví saltar a mi espalda para
evitar el golpe que Aro estaba dirigiendo a mi cabeza.
Y
comenzó la tan temida batalla.
Jasper
sujetó el pie de Cayo y le hizo caer de espaldas. A los pocos
segundos, Alice se encontraba junto a él y ambos trataban de impedir
que el Vulturi se levantase.
Todos
se avalanzaron sobre todos. No podía distinguir a nadie. Sólo podía
apartarme y esquivar los embistes de todo aquel que tratase de
alcanzarme.
Por
los gritos que oía aquí y allá supe que no sólo estaban empleando
la fuerza. Todo aquel que poseía un don capaz de dañar a un
enemigo, no estaba dudando en hacerlo.
Vi
venir a Felix hacia mí y no supe como reaccionar. Sentí el impacto
de su puño de hierro en las costillas y lo siguiente que recuerdo es
encontrarme en el suelo, luchando por respirar debido al horrible
dolor que sentía en el pecho y viendo cómo Felix volvía de nuevo a
por mí.
Estaba
a punto de asestarme un nuevo golpe, que bien pudo haber sido mortal,
cuando un enorme lobo de color arena saltó sobre mí y enganchó la
cabeza de Felix entre sus fauces.
Giré
la cabeza para evitar ver lo que iba a pasar entre ambos.
La
cabeza del enorme vampiro había desaparecido. Seth acababa de
salvarme la vida. Y tras el llegó una manada de al menos 15 lobos. A
la mayoría les conocía. Los demás habrían mutado tras la nueva
llegada de un número tan elevado de vampiros a la zona.
Ahora
sí que estabamos en clara ventaja. Claro, que eso no me aseguraba
que todos nuestros amigos y aliados fuesen a salir ilesos de aquella
contienda.
Me
arrastré a duras penas hasta el árbol más cercano. Pegué mi
espalda al tronco y cerré los ojos tratando de apartar el dolor y
recuperar la respiración.
Entonces
sentí como una mano me agarraba de los pelos, obligándome a
incorporarme y arrastrándome después hasta el centro del prado.
—¡Ya
está bien de jueguecitos! -tronó la voz de Aro a mis espaldas
mientras una de sus manos se colocaba en mi cráneo y la otra
sujetaba con fuerza mi cuello. Todo el mundo paró para mirarnos. El
silencio fue instantáneo-. Ya me cansé de formalidades. Ahora me
vais a oir... Y a obedecer. O esta señorita puede acabar muy mal...
Y eso sería una pena.
Carlisle
intentó acercarse a mí, pero antes de que hubiese dado dos pasos
cayó al suelo dando un terrible alarido.
—Bien,
veamos. Bella, Edward, ¿seguís pensando lo mismo acerca de unios a
nosotros?
—Olvídate
de eso -era como si me estuviesen ardiendo las costillas, apenas
podía hablar a causa del fuerte dolor-. Mátame si quieres. Pero
ellos jamás formarán parte de tu guardia.
Sus
manos aumentaron la presión. Un poco más y mi cabeza acabaría
entre sus manos, desprendida del resto de mi cuerpo.
Alice
soltó un chillido agudo. Esperaba que no hubiese visto nada malo,
que sólo hubiese gritado por temor a que pudiesen hacerme algo.
—No
eres tú quien debe tomar la decisión. Tú solo limítate a
convencerles. ¿O es que quieres que sufra alguien más?
Mi
pesadilla estaba cobrando vida. No podía mover la cabeza, por lo que
me limité a recorrer el lugar con la mirada en busca de Jacob. Pero
no podía localizarle. Recé porque estuviese en algún lugar fuera
de mi campo de visión, pero no lejos de allí.
Aro
giró mi cuerpo hasta que pude ver lo que quería mostrarme. Y
entendí por qué Alice había gritado. La sangre abandonó mi cuerpo
al ver aquella imágen. Cayo había vuelto a apresar a Jasper. Le
sujetaba de la misma forma en que Aro me tenía sujeta a mí, es
decir, con su cabeza entre ambas manos.
—No
le hagas nada, por favor. Déjale libre. Acaba conmigo, pero dejadle
a él.
—Ya
te he dicho que no eres tú quien toma las decisiones —se produjo
un breve silencio hasta que añadió—. Acaba con él.
Lo
último que ví antes de cerrar los ojos y romper a gritar fue la
cruel sonrisa de Cayo. Mi cerebro se desconectó del resto de mi
cuerpo. No podía pensar... Alguien golpeó a Aro y sus manos me
liberaron. Me limité a evitar el lugar donde antes se encontraba mi
tío e involucrarme en el nuevo caos que se había formado. Ignorando
el dolor de mis costillas, arremetí contra todo aquel que se cruzaba
en mi camino.
Me
encaminaba directamente hacia Renata cuando tuve que pararme en seco
al verla arrancar de cuajo el brazo de Alec. Jane acudió a defender
a su hermano. Renata cayó al suelo y yo vi mi oportunidad.
Sin
pensármelo dos veces me lancé contra ella, quien se encontraba de
espaldas a mí. Cuando quiso darse cuenta de mi presencia ya era
demasiado tarde. Arranqué su brazo derecho y lo arrojé todo lo
lejos que pude. Ella gritaba sin parar intentando devolverme el
golpe. Un fuerte dolor recorrió cada una de mis terminaciones
nerviosas. Entonces, la enorme cabeza de un lobo rojizo se interpuso
entre ambas y la atrapó entre sus fauces. Me incorporé y me alejé
de allí sin girarme a contemplar la escena, pero consciente de lo
que debía estar ocurriendo.
Tambaleándome
y empapada en sudor frío, traté de alejarme del escenario de la
batalla. No podía más. Sabía que me derrumbaría en cualquier
instante. Acabarían conmigo sin oponer resistencia. Pero poco me
importaba ya lo que pudiese pasar conmigo. Había destruído mi
propia familia. Merecía pagar por ello.
Con
el terror impreso en la piel, recorrí el lugar con la mirada. Varias
hogueras ardían aquí y allá. Todo estaba impregnado del mismo humo
morado y el mismo olor dulzón que recordaba de cuando Irina fue
asesinada.
Apreté
fuertemente mis brazos alrededor de mi cuerpo. Mis piernas casi no
podían sostenerme y el aire entraba en mis pulmones a duras penas.
Lo
último que recuerdo antes de caer inconsciente fue la imágen de mi
padre y Emmett desmembrando con fiereza el cuerpo de Aro. La mirada
enloquecida del anciano Vulturi...
...
Y mi desesperado deseo de no volver a despertar nunca más de aquella
oscuridad que estaba envolviendo poco a poco todo lo que me rodeaba.
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