ANNA PLAYLIST

lunes, 26 de noviembre de 2012

Cap. 16 De Vuelta A Casa


Cuando me vi sola en medio de la inmensa terminal del aeropuerto de Seattle, me asedió una asfixiante sensación de desprotección. El aire entraba en mis pulmones con dificultad y hasta me mareé un poco. No sabía qué hacer ni hacia dónde ir. Las personas que pasaban a mi lado me miraban con curiosidad. No era para menos. Debía de ser de lo más extraño verme allí parada, aferrando fuertemente mi maleta y con una mueca de terror pintada en la cara. Mi cerebro se afanaba en retomar el control. Me indicaba que debía moverme, salir de allí y tomar un taxi. Pero el resto de mi cuerpo se había rebelado y no respondía a sus órdenes.
Perdona, ¿te encuentras bien?
Por suerte pude reaccionar y girarme hacia el lugar de procedencia de aquella armoniosa voz antes de que pudiesen pensar que estaba sufriendo cualquier clase de crisis o, peor aún, que me había vuelto loca. Observé con curiosidad y cautela los rasgos de aquel joven de abrumadora belleza que se encontraba junto a mí. A pesar de llevar los ojos ocultos tras unas oscuras gafas de sol, pude ver como su frente se arrugaba levemente denotando su preocupación. Tenía la piel asombrosamente pálida y el pelo corto, de un color aún más oscuro que el negro, engominado y despuntado. Vestía un elegante traje de chaqueta.
Sí, estoy bien -comenté deteniendo mi registro antes de que pudiese parecer grosera-. Sólo estoy intentando situarme. Es la primera vez que viajo sola, necesito coger un taxi y ni siquiera sé dónde está la salida.
Puedo acompañarte, si no te importa -me tendió una mano a modo de saludo-. Me llamo Adamu.
Yo soy Renesmee -le dije tendiendo también mi mano para estrechar la suya.
Ambos nos sobresaltamos ante el contacto. Su piel era dura y fría como el hielo. Supuse que él esperaba lo mismo de la mía. Tuve que refrenar el impulso de quitarle las gafas para poder verle los ojos y descubrir si era uno de los buenos o uno de los malos. Buenos y malos, así los catalogaba yo dependiendo del color de sus iris. Dorados, buenos; rojos, malos.
Entonces, ¿quieres que te acompañe?
Sí, sería estupendo.
Desplegó una enorme sonrisa mostrándome su perfecta y resplandeciente dentadura y despejando con ello cualquier tipo de duda que pudiese quedarme aun sobre su naturaleza. Cogió mi maleta y comenzó a andar invitándome a seguirle. La gente se giraba para mirarnos. No podíamos evitar llamar la atención. Los dos blancos como la cal (aunque mi cara se hubiese teñido de un rojo intenso), los dos con gafas de sol y los dos impolutamente vestidos. ¿Por qué había permitido que Alice me enfundase ese elegante vestido negro? Tratando de pasar algo más desapercibida, y aun sabiendo que mi intento era estúpido, retiré mis gafas y me las coloqué a modo de diadema. Seguí caminando sin pararme a mirar a nadie a fin de no ponerme nerviosa y evitar de esa forma un nuevo ataque de pánico. Cuando salimos a la calle, Adamu me señaló con un gesto de su brazo toda la extensión de taxis que había aparcados frente a nosotros.
¿Deseas alguno en especial? -preguntó amablemente.
No. Cualquiera es perfecto.
De acuerdo. Espera aquí, ¿sí?
Dejó la maleta en el suelo, a mi lado, y se encaminó con su elegante paso hacia el taxi más próximo. Se asomó a la ventanilla y, tras intercambiar unas palabras con el conductor, me indicó que me acercara. Cogió de nuevo mi equipaje y lo depositó en el maletero, volviendo enseguida para poder abrirme la puerta.
Buen viaje, Renesmee -me dijo mientras yo me acomodaba en el asiento trasero-. Ha sido un placer ayudarte… Y conocerte.
Lo mismo digo. Muchísimas gracias.
Se bajó levemente las gafas y me guiñó un ojo. Dorados. Cerró la puerta y el taxi se puso en marcha mientras yo me preguntaba por qué no podía haber sido simplemente alguien normal, un simple humano. ¿Es que estaba condenada a conocer solo a criaturas sobrenaturales?
¿Dónde la llevo, señorita?
A Forks.
¿Alguna dirección en concreto? ¿Una calle o un hotel?
Cuando lleguemos le daré más indicaciones.
Era imposible darle una localización exacta. La enorme casa blanca no se encontraba en ninguna calle en concreto. Esme había tenido que estar un buen rato al teléfono con el equipo de limpieza que había mandado para que todo estuviese perfecto cuando llegase, para explicarles cómo llegar. El conductor me miró con curiosidad a través del espejo retrovisor.
¿Y qué se le ha perdido a una beldad como usted en un lugar come ese?
No me gustaba la pinta de aquel tipo. Su apariencia era ruda y la forma en que me estudiaba no me agradaba en absoluto.
Asuntos familiares -contesté fríamente dando por zanjada aquella conversación.
¡Oh! Está bien.
Sus ojos pasaron de la curiosidad a algo cercano a la lascivia. Incómoda, me hundí en el asiento hasta que logré estar fuera de su campo de visión. El hombre encendió la radio y comenzó a destrozar, con su voz dura y rasposa, la canción que estaba sonando. Yo me dediqué a observar el movimiento del paisaje a ambos lados del coche, recordando la última vez que había pasado por allí y lo diferente que era todo ahora. Mi corazón se aceleró descontrolada mente cuando su rostro se apareció en mis pensamientos. El anhelo de poder estar de nuevo entre sus brazos me hizo dudar acerca de si aguantaría todo el viaje sentada en aquel taxi. Estaba segura de que llegaría mucho antes si hacía el trayecto corriendo. Sería divertido ver la reacción del taxista cuando me pidiese que me dejase bajar y me viese desaparecer delante de sus narices. La escena me hizo soltar una carcajada y el hombre se alzó intentando verme sin conseguirlo. Me controlé y decidí centrar mi mente en Jacob. Eso me ayudaría a acortar el trayecto.
Y funcionó. Parecía como si apenas hubiesen pasado un par de minutos cuando vi aparecer las primeras casas del pueblo. Estaba atardeciendo.
¿Por dónde voy ahora?
Cruce el pueblo y tome un camino que se interna en el bosque. El primero a la derecha.
Me incorporé ignorando el gesto de contrariedad del conductor para poder mirarlo todo de forma más cómoda. Una vez más tuve la sensación de haber avanzado varios años en el lapsus de unos meses. Pasamos junto a la comisaría, pero decidí que sería mejor dejar las cosas en casa y ponerme algo mucho menos llamativo que el dichoso vestido negro. Ya había llamado bastante la atención por ese día.
¿Está segura de que es por aquí?
La voz del taxista me sobresaltó. Había puesto el coche en punto muerto y me miraba confundido. Observé el camino. Excepto el equipo de limpieza, cuyo rastro aún se distinguía entre la abundante maleza, probablemente nadie había vuelto a pasar por allí. Pero era la ruta, sin ninguna duda.
Sí, estoy segura.
Volvimos a ponernos en marcha mientras el conductor refunfuñaba y lanzaba maldiciones cada vez que un arbusto rozaba la carrocería.
La casa apareció súbitamente ante nosotros. Era como si el tiempo se hubiese detenido allí tras nuestra marcha. Las paredes conservaban su perfecto color blanco, las cristaleras resplandecían, el césped estaba podado y no había ni rastro de maleza por ningún lado. Casi no esperé a que parásemos antes de saltar al exterior. El taxista también se bajó y sacó mi equipaje. Le pagué, cogí mis cosas y corrí, todo lo que me fue posible sin llamar la atención, hacia la entrada. Abrí, entré y cerré. Con la espalda apoyada en la puerta, recorrí la estancia con la vista, rememorando situaciones del pasado. Tanto las malas como aquellas en las que había sido inmensamente feliz. Ahora que todo el dolor había pasado, podía constatar que los buenos momentos superaban a los malos con creces. El problema era que los malos habían arraigado más profundamente.
La paz de aquel lugar se adueñó de cada una de mis terminaciones nerviosas, eliminando cualquier atisbo de dolor, igual que habría ocurrido si Jasper hubiese estado por allí. Me sentía relajada y feliz. Era maravilloso estar de vuelta. Eso era. Exactamente igual que estar de vuelta en casa.
Subí a mi habitación y solté la maleta sobre la cama. La abrí y saqué mi neceser y algo de ropa para cambiarme. Me alegré de no haber dejado que Alice se encargase de recoger mis cosas, de lo contrario me había encontrado con un montón de delicados vestidos como el que llevaba puesto y con los que ni de lejos me habría sentido tan cómoda como con unos vaqueros y una simple camiseta. Otra característica adquirida de mi madre, a quien mi tía tampoco había podido inculcar su exquisitez a la hora de vestir. Un pensamiento me llevó a otro y recordé que había prometido llamar en cuanto llegase. Para ahorrar tiempo vacié todo el contenido de mi bolso sobre la cama, y entre barras de labio, chicles, clips de pelo y demás, apareció mi móvil. Volví a guardarlo todo mientras marcaba el número de mi madre.
Ya creíamos que te habías perdido -la oí bromear al otro lado de la línea telefónica-. Hola, cielo. ¿Qué tal el viaje?
Hola mamá. Todo perfecto. Acabo de llegar hace un momento.
¿Ya has visto al abuelo? ¿Cómo está? ¿Y Jake?
Mamá, te he dicho que acabo de llegar. Aún no he tenido tiempo de ver a nadie. Primero voy a darme una ducha y a quitarme… esto -sacudí la tela sabiendo que mi madre comprendería lo que intentaba decirle.
Alice… -murmuramos ambas a la vez y rompimos a reír.
Sois un caso perdido -la oí comentar.
No, Alice, tú eres el caso perdido -bromeó mi madre.
Bueno, mamá. Voy a ducharme. Dale un beso a todos y diles que estoy bien. Dile a papá que le quiero.
De acuerdo. Dales tú un abrazo enorme a Charlie y a Jacob y diles que les echo mucho de menos y que tengo muchas ganas de verles.
Lo haré. Adiós mamá. Te quiero.
En cuanto colgué recordé que no le había contado lo de Adamu. En fin. Ya tendría ocasión de hacerlo. De todas formas, tampoco era algo importante. Me había encontrado con uno de los muchísimos vampiros que había repartidos por todo el mundo. ¡Menudo descubrimiento!
Después de la ducha bajé volando al garaje. En la entrada me detuve ante un pequeño armarito de baño que Esme había restaurado y que ahora se utilizaba para guardar las llaves de los coches. No sabía por cuál decidirme. Paseé mi vista por todas aquellas joyas, a cada cual más maravillosa, y al final opté por llevarme el Volvo de mi padre. No tenía ni de lejos la velocidad del Porsche de Alice, pero era mucho menos llamativo.
Mientras conducía me asaltó la duda de a dónde dirigirme en primer lugar. Me moría de ganas de ver al abuelo, pero la necesidad de estar con Jake era más que imperiosa, casi ineludible. Así que, al llegar a la carretera, puse rumbo a la Push. Estaría un rato con él y, más tarde, podíamos ir juntos a ver a Charlie.
Pisé el acelerador a fondo y sonreí al pensar que eso del amor por la velocidad debía de ser algo genético o contagioso. No entendía cómo podía haber estado sin coche tanto tiempo.
Tras una pronunciada curva, divisé las primeras casitas. Estaba bastante nublado y una difusa neblina lo cubría todo pero, a pesar de eso y del frío reinante, sentí una alegre calidez cuando bajé del coche y me encaminé a la vejada puerta de madera. Apenas había dado un golpe con los nudillos cuando oí acercarse el sonido de la silla de ruedas. Jacob no estaba. La puerta se abrió y me encontré con la amplia y acogedora sonrisa de Billy.
¡Nessie! ¡Qué sorpresa! ¿Va todo bien?
Sí, todo genial -me agaché para poder abrazarle y él me retuvo unos segundos entre sus brazos-. No pasa nada, Billy -le aseguré adivinado su preocupación-. Sólo he venido porque quería veros -me separé de él, que me miraba alzando una ceja, y levanté la mano derecha con gesto solemne-. Te lo prometo.
De acuerdo, te creo -sonrió y se apartó de la puerta-. Pero pasa. No te quedes ahí parada.
Bueno, en realidad... -noté cómo empezaba a sonrojarme.
Ha salido hace un rato.
La sonrisa de Billy se amplió y mi incomodidad se desvaneció súbitamente.
Y no sabrás dónde ha ido…
Ya sabes cómo es Jacob. No acostumbra a informar de a dónde va.
Pues voy a buscarle.
¿Por qué no le esperas aquí? No creo que tarde mucho en volver. Además, vete a saber dónde se ha metido.
No te preocupes. Me las arreglaré para encontrarle -le besé en la mejilla-. Vuelvo enseguida. Mejor dicho, volvemos.
Seguro que sí -murmuró sonriente mientras cerraba la puerta a mi espalda.
Me alejé unos metros de la casa y cerré los ojos tratando de captar un indicio de su aroma. Mi olfato era casi perfecto, pero nunca lo había usado para algo que no fuese cazar. “Siempre hay una primera vez” me dije a mí misma. Una pequeña corriente de aire me trajo justo lo que andaba buscando, y me interné en el bosque siguiendo su rastro. Me costaba horrores concentrarme con los ojos abiertos, así que los entrecerré, dejando una pequeña rendija suficiente para no empotrarme contra un árbol, tal y como hacía cuando salía de caza.
Mientras su olor se intensificaba, reconocí el lugar al que estaba llegando. Estaba tan pendiente de encontrarle que no me había dado cuenta de cuánto me había alejado. Estaba más cerca de mi propia casa que de La Push. Detuve mi carrera al llegar a la linde del prado. El mismo prado al que iba con mi madre y con Jacob de niña. El mismo en el que ocho años atrás nos habíamos enfrentado a los Vulturis. El mismo prado de mi pesadilla. Sentí un estremecimiento de terror. Pero entonces le vi y el miedo se evaporó. No podía pensar en nada que no fuera él. Luché contra el impulso de salir corriendo y abrazarle y permanecí inmóvil detrás de un árbol, observándole. Estaba sentado, ligeramente encorvado hacia adelante. No podía ver qué estaba haciendo, ya que se encontraba de espaldas a mí. De forma silenciosa, caminé rodeándole hasta poder ver que estaba escribiendo. La curiosidad me hizo agudizar la vista. Nos encontrábamos más o menos a treinta metros de distancia, pero eso no supuso ningún inconveniente, y distinguí su torpe letra con facilidad. El encabezamiento me indicó que se trataba de una carta para mí… O eso esperaba. “Hola princesita”. Según pude leer, me echaba tanto de menos que no tenía suficiente con lo que hablábamos por teléfono. “Además, hay cosas que habladas suenan muy cursis y que quedan mucho mejor por escrito, ¿no crees? Por ejemplo, que cuando estás lejos mi vida carece completamente de sentido…” El viento cambió de dirección inoportunamente arrastrando mi aroma hacia él, que alzó la cabeza de forma brusca. Yo no me moví. Esperé a que se girase y me encontrase allí. Pero, en lugar de eso, cerró los ojos, inspiró profundamente y siguió escribiendo mientras sacudía la cabeza. Te juro que me estoy volviendo loco. A veces incluso puedo olerte. Tal y como me avisó Quil, esto de la distancia es un asco… Y eso que él no se separa de Claire ni dos minutos… “. Ya sin poder aguantarme por más tiempo, comencé a andar lentamente hacia él. Estaba tan volcado en la carta que ni siquiera podía notar mi presencia. “Necesito verte ya. Cada segundo que pasa siento que te echo más de menos”.
Yo también te he echado mucho de menos -susurré cuando estuve justo a su lado-. Y mucho.
Se puso de pie de un salto, arrojando la libreta y el bolígrafo, y me miró con los ojos desorbitados a causa de la sorpresa. Le acaricié la mejilla y él rodeó mi cintura con fuerza, obligándome a arquearme contra su cuerpo. Coloqué mis manos en su cuello y busqué su boca. No era exactamente que quisiera besarle. Era más bien que necesitaba hacerlo. Me separé levemente para poder mirarle. Seguía con los ojos cerrados.
En serio, cuando te he olido y he creído oir tus latidos, pensé que se me había ido la chaveta del todo -abrió los ojos y me sonrió alzando una ceja-. ¿O es que realmente me he vuelto majareta y esto me lo estoy imaginando?
¿Tú qué crees?
No lo sé. Supongamos que se me ha ido la pinza y nada de esto es real, ¿cómo podrías convencerme de lo contrario?
Fácil.
Deslicé mis manos lentamente hasta su cintura. Le besé con suavidad y después desplacé mis labios por su garganta. Pude sentir cómo se estremecía y reaccionó apretándome aún más contra él.
¿Convencido? -pregunté.
Sí. Definitivamente, me he vuelto loco.
Puse los ojos en blanco y me separé de él, sentándome en el suelo y tirando de su brazo. Él me miró durante unos segundos, con los ojos relucientes y una sonrisa tatuada en su rostro, y se sentó junto a mí, cogiéndome en peso y colocándome sobre su regazo. El frío había ido aumentando conforme anochecía y su calor resultaba realmente agradable.
Te quiero -le susurré mientras me acomodaba y apoyaba mi cabeza en su pecho.
Yo más.
La felicidad y la seguridad que me proporcionaba ensanchaban mi pecho. O eso me parecía al percibir con qué facilidad entraba el aire en mis pulmones cuando estábamos juntos.
¿Y a qué se debe esta visita?
Aparté mis manos de su pecho y las apreté una contra la otra. No iba a permitir que mis pensamientos volvieran a traicionarme.
¿Es que acaso necesito un motivo para venir a verte?
En absoluto. Es sólo que no me lo esperaba. Se supone que iba a ir a verte en un par de días.
De eso se trataba. Quería darte una sorpresa.
Pues debo decirte que lo has conseguido.
Me alegro. Eso es justo lo que estaba -un enorme bostezo me interrumpió-… intentando.
¿Tienes sueño?
Sí. Lo cierto es que estoy agotada. Supongo que es por el viaje.
Duérmete un rato.
Miré al cielo. Entre la maraña de nubes, comenzaban a brillar las primeras estrellas.
¿Qué? No, no.
Ness, duérmete. En serio, no me importa. Yo lo único que quiero es tenerte aquí conmigo. Me da igual si duermes o no. Y, por si no lo sabes -me besó en el pelo-, estás preciosa cuando duermes.
Alcé la cabeza para poder besarle y volví a recostarla.
Está bien. Pero sólo un ratito, ¿vale? Charlie tampoco sabe que he venido y me gustaría ir a cenar con él y Sue. Por cierto, ¿está Leah?
Sí, anda por ahí con Nahuel.
Mmm. Así que al final te aprendiste su nombre, ¿no?
Ya no me afecta. Además, ¿cómo no aprendérmelo cuando Leah lo tiene continuamente en su cabeza?
¿En su cabeza? ¿Puedes oírla?
Claro, aunque se fue, ha vuelto y sigue formando parte de la manada.
Ya, bueno. Yo no me refería exactamente a eso.
¿Entonces?
¿No se supone que debéis entrar en fase para poder oir los pensamientos de los demás?
Sí, ¿Y…?
¿Seguís entrando en fase? Quiero decir, ya no es necesario, ¿no? Mi familia se fue. Ya no hay ningún peligro… ¿O sí?
¡No! Claro que no hay ningún peligro… Nessie, en cuanto dejemos de transformarnos, empezaremos a envejecer y, como comprenderás, no tengo la más mínima intención de criar canas.
¿Esa es la única razón? -algo me decía que no.
Sí, yo… ¿Cuál iba a ser si no?
Titubeó. Así que había algo más. Me habría gustado preguntarle qué era, pero me vi arrastrada por un profundo sopor.

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