Cuando
me vi sola en medio de la inmensa terminal del aeropuerto de Seattle,
me asedió una asfixiante sensación de desprotección. El aire
entraba en mis pulmones con dificultad y hasta me mareé un poco. No
sabía qué hacer ni hacia dónde ir. Las personas que pasaban a mi
lado me miraban con curiosidad. No era para menos. Debía de ser de
lo más extraño verme allí parada, aferrando fuertemente mi maleta
y con una mueca de terror pintada en la cara. Mi cerebro se afanaba
en retomar el control. Me indicaba que debía moverme, salir de allí
y tomar un taxi. Pero el resto de mi cuerpo se había rebelado y no
respondía a sus órdenes.
—Perdona,
¿te encuentras bien?
Por
suerte pude reaccionar y girarme hacia el lugar de procedencia de
aquella armoniosa voz antes de que pudiesen pensar que estaba
sufriendo cualquier clase de crisis o, peor aún, que me había
vuelto loca. Observé con curiosidad y cautela los rasgos de aquel
joven de abrumadora belleza que se encontraba junto a mí. A pesar de
llevar los ojos ocultos tras unas oscuras gafas de sol, pude ver como
su frente se arrugaba levemente denotando su preocupación. Tenía la
piel asombrosamente pálida y el pelo corto, de un color aún más
oscuro que el negro, engominado y despuntado. Vestía un elegante
traje de chaqueta.
—Sí,
estoy bien -comenté deteniendo mi registro antes de que pudiese
parecer grosera-. Sólo estoy intentando situarme. Es la primera vez
que viajo sola, necesito coger un taxi y ni siquiera sé dónde está
la salida.
—Puedo
acompañarte, si no te importa -me tendió una mano a modo de
saludo-. Me llamo Adamu.
—Yo
soy Renesmee -le dije tendiendo también mi mano para estrechar la
suya.
Ambos
nos sobresaltamos ante el contacto. Su piel era dura y fría como el
hielo. Supuse que él esperaba lo mismo de la mía. Tuve que refrenar
el impulso de quitarle las gafas para poder verle los ojos y
descubrir si era uno de los buenos o uno de los malos. Buenos y
malos, así los catalogaba yo dependiendo del color de sus iris.
Dorados, buenos; rojos, malos.
—Entonces,
¿quieres que te acompañe?
—Sí,
sería estupendo.
Desplegó
una enorme sonrisa mostrándome su perfecta y resplandeciente
dentadura y despejando con ello cualquier tipo de duda que pudiese
quedarme aun sobre su naturaleza. Cogió mi maleta y comenzó a andar
invitándome a seguirle. La gente se giraba para mirarnos. No
podíamos evitar llamar la atención. Los dos blancos como la cal
(aunque mi cara se hubiese teñido de un rojo intenso), los dos con
gafas de sol y los dos impolutamente vestidos. ¿Por qué había
permitido que Alice me enfundase ese elegante vestido negro? Tratando
de pasar algo más desapercibida, y aun sabiendo que mi intento era
estúpido, retiré mis gafas y me las coloqué a modo de diadema.
Seguí caminando sin pararme a mirar a nadie a fin de no ponerme
nerviosa y evitar de esa forma un nuevo ataque de pánico. Cuando
salimos a la calle, Adamu me señaló con un gesto de su brazo toda
la extensión de taxis que había aparcados frente a nosotros.
—¿Deseas
alguno en especial? -preguntó amablemente.
—No.
Cualquiera es perfecto.
—De
acuerdo. Espera aquí, ¿sí?
Dejó
la maleta en el suelo, a mi lado, y se encaminó con su elegante paso
hacia el taxi más próximo. Se asomó a la ventanilla y, tras
intercambiar unas palabras con el conductor, me indicó que me
acercara. Cogió de nuevo mi equipaje y lo depositó en el maletero,
volviendo enseguida para poder abrirme la puerta.
—Buen
viaje, Renesmee -me dijo mientras yo me acomodaba en el asiento
trasero-. Ha sido un placer ayudarte… Y conocerte.
—Lo
mismo digo. Muchísimas gracias.
Se
bajó levemente las gafas y me guiñó un ojo. Dorados. Cerró la
puerta y el taxi se puso en marcha mientras yo me preguntaba por qué
no podía haber sido simplemente alguien normal, un simple humano.
¿Es que estaba condenada a conocer solo a criaturas sobrenaturales?
—¿Dónde
la llevo, señorita?
—A
Forks.
—¿Alguna
dirección en concreto? ¿Una calle o un hotel?
—Cuando
lleguemos le daré más indicaciones.
Era
imposible darle una localización exacta. La enorme casa blanca no se
encontraba en ninguna calle en concreto. Esme había tenido que estar
un buen rato al teléfono con el equipo de limpieza que había
mandado para que todo estuviese perfecto cuando llegase, para
explicarles cómo llegar. El conductor me miró con curiosidad a
través del espejo retrovisor.
—¿Y
qué se le ha perdido a una beldad como usted en un lugar come ese?
No
me gustaba la pinta de aquel tipo. Su apariencia era ruda y la forma
en que me estudiaba no me agradaba en absoluto.
—Asuntos
familiares -contesté fríamente dando por zanjada aquella
conversación.
—¡Oh!
Está bien.
Sus
ojos pasaron de la curiosidad a algo cercano a la lascivia. Incómoda,
me hundí en el asiento hasta que logré estar fuera de su campo de
visión. El hombre encendió la radio y comenzó a destrozar, con su
voz dura y rasposa, la canción que estaba sonando. Yo me dediqué a
observar el movimiento del paisaje a ambos lados del coche,
recordando la última vez que había pasado por allí y lo diferente
que era todo ahora. Mi corazón se aceleró descontrolada mente
cuando su rostro se apareció en mis pensamientos. El anhelo de poder
estar de nuevo entre sus brazos me hizo dudar acerca de si aguantaría
todo el viaje sentada en aquel taxi. Estaba segura de que llegaría
mucho antes si hacía el trayecto corriendo. Sería divertido ver la
reacción del taxista cuando me pidiese que me dejase bajar y me
viese desaparecer delante de sus narices. La escena me hizo soltar
una carcajada y el hombre se alzó intentando verme sin conseguirlo.
Me controlé y decidí centrar mi mente en Jacob. Eso me ayudaría a
acortar el trayecto.
Y
funcionó. Parecía como si apenas hubiesen pasado un par de minutos
cuando vi aparecer las primeras casas del pueblo. Estaba
atardeciendo.
—¿Por
dónde voy ahora?
—Cruce
el pueblo y tome un camino que se interna en el bosque. El primero a
la derecha.
Me
incorporé ignorando el gesto de contrariedad del conductor para
poder mirarlo todo de forma más cómoda. Una vez más tuve la
sensación de haber avanzado varios años en el lapsus de unos meses.
Pasamos junto a la comisaría, pero decidí que sería mejor dejar
las cosas en casa y ponerme algo mucho menos llamativo que el dichoso
vestido negro. Ya había llamado bastante la atención por ese día.
—¿Está
segura de que es por aquí?
La
voz del taxista me sobresaltó. Había puesto el coche en punto
muerto y me miraba confundido. Observé el camino. Excepto el equipo
de limpieza, cuyo rastro aún se distinguía entre la abundante
maleza, probablemente nadie había vuelto a pasar por allí. Pero era
la ruta, sin ninguna duda.
—Sí,
estoy segura.
Volvimos
a ponernos en marcha mientras el conductor refunfuñaba y lanzaba
maldiciones cada vez que un arbusto rozaba la carrocería.
La
casa apareció súbitamente ante nosotros. Era como si el tiempo se
hubiese detenido allí tras nuestra marcha. Las paredes conservaban
su perfecto color blanco, las cristaleras resplandecían, el césped
estaba podado y no había ni rastro de maleza por ningún lado. Casi
no esperé a que parásemos antes de saltar al exterior. El taxista
también se bajó y sacó mi equipaje. Le pagué, cogí mis cosas y
corrí, todo lo que me fue posible sin llamar la atención, hacia la
entrada. Abrí, entré y cerré. Con la espalda apoyada en la puerta,
recorrí la estancia con la vista, rememorando situaciones del
pasado. Tanto las malas como aquellas en las que había sido
inmensamente feliz. Ahora que todo el dolor había pasado, podía
constatar que los buenos momentos superaban a los malos con creces.
El problema era que los malos habían arraigado más profundamente.
La
paz de aquel lugar se adueñó de cada una de mis terminaciones
nerviosas, eliminando cualquier atisbo de dolor, igual que habría
ocurrido si Jasper hubiese estado por allí. Me sentía relajada y
feliz. Era maravilloso estar de vuelta. Eso era. Exactamente igual
que estar de vuelta en casa.
Subí
a mi habitación y solté la maleta sobre la cama. La abrí y saqué
mi neceser y algo de ropa para cambiarme. Me alegré de no haber
dejado que Alice se encargase de recoger mis cosas, de lo contrario
me había encontrado con un montón de delicados vestidos como el que
llevaba puesto y con los que ni de lejos me habría sentido tan
cómoda como con unos vaqueros y una simple camiseta. Otra
característica adquirida de mi madre, a quien mi tía tampoco había
podido inculcar su exquisitez a la hora de vestir. Un pensamiento me
llevó a otro y recordé que había prometido llamar en cuanto
llegase. Para ahorrar tiempo vacié todo el contenido de mi bolso
sobre la cama, y entre barras de labio, chicles, clips de pelo y
demás, apareció mi móvil. Volví a guardarlo todo mientras marcaba
el número de mi madre.
—Ya
creíamos que te habías perdido -la oí bromear al otro lado de la
línea telefónica-. Hola, cielo. ¿Qué tal el viaje?
—Hola
mamá. Todo perfecto. Acabo de llegar hace un momento.
—¿Ya
has visto al abuelo? ¿Cómo está? ¿Y Jake?
—Mamá,
te he dicho que acabo de llegar. Aún no he tenido tiempo de ver a
nadie. Primero voy a darme una ducha y a quitarme… esto -sacudí la
tela sabiendo que mi madre comprendería lo que intentaba decirle.
—Alice…
-murmuramos ambas a la vez y rompimos a reír.
—Sois
un caso perdido -la oí comentar.
—No,
Alice, tú eres el caso perdido -bromeó mi madre.
—Bueno,
mamá. Voy a ducharme. Dale un beso a todos y diles que estoy bien.
Dile a papá que le quiero.
—De
acuerdo. Dales tú un abrazo enorme a Charlie y a Jacob y diles que
les echo mucho de menos y que tengo muchas ganas de verles.
—Lo
haré. Adiós mamá. Te quiero.
En
cuanto colgué recordé que no le había contado lo de Adamu. En fin.
Ya tendría ocasión de hacerlo. De todas formas, tampoco era algo
importante. Me había encontrado con uno de los muchísimos vampiros
que había repartidos por todo el mundo. ¡Menudo descubrimiento!
Después
de la ducha bajé volando al garaje. En la entrada me detuve ante un
pequeño armarito de baño que Esme había restaurado y que ahora se
utilizaba para guardar las llaves de los coches. No sabía por cuál
decidirme. Paseé mi vista por todas aquellas joyas, a cada cual más
maravillosa, y al final opté por llevarme el Volvo de mi padre. No
tenía ni de lejos la velocidad del Porsche de Alice, pero era mucho
menos llamativo.
Mientras
conducía me asaltó la duda de a dónde dirigirme en primer lugar.
Me moría de ganas de ver al abuelo, pero la necesidad de estar con
Jake era más que imperiosa, casi ineludible. Así que, al llegar a
la carretera, puse rumbo a la Push. Estaría un rato con él y, más
tarde, podíamos ir juntos a ver a Charlie.
Pisé
el acelerador a fondo y sonreí al pensar que eso del amor por la
velocidad debía de ser algo genético o contagioso. No entendía
cómo podía haber estado sin coche tanto tiempo.
Tras
una pronunciada curva, divisé las primeras casitas. Estaba bastante
nublado y una difusa neblina lo cubría todo pero, a pesar de eso y
del frío reinante, sentí una alegre calidez cuando bajé del coche
y me encaminé a la vejada puerta de madera. Apenas había dado un
golpe con los nudillos cuando oí acercarse el sonido de la silla de
ruedas. Jacob no estaba. La puerta se abrió y me encontré con la
amplia y acogedora sonrisa de Billy.
—¡Nessie!
¡Qué sorpresa! ¿Va todo bien?
—Sí,
todo genial -me agaché para poder abrazarle y él me retuvo unos
segundos entre sus brazos-. No pasa nada, Billy -le aseguré
adivinado su preocupación-. Sólo he venido porque quería veros -me
separé de él, que me miraba alzando una ceja, y levanté la mano
derecha con gesto solemne-. Te lo prometo.
—De
acuerdo, te creo -sonrió y se apartó de la puerta-. Pero pasa. No
te quedes ahí parada.
—Bueno,
en realidad... -noté cómo empezaba a sonrojarme.
—Ha
salido hace un rato.
La
sonrisa de Billy se amplió y mi incomodidad se desvaneció
súbitamente.
—Y
no sabrás dónde ha ido…
—Ya
sabes cómo es Jacob. No acostumbra a informar de a dónde va.
—Pues
voy a buscarle.
—¿Por
qué no le esperas aquí? No creo que tarde mucho en volver. Además,
vete a saber dónde se ha metido.
—No
te preocupes. Me las arreglaré para encontrarle -le
besé en la mejilla-.
Vuelvo enseguida. Mejor dicho, volvemos.
—Seguro
que sí -murmuró sonriente mientras cerraba la puerta a mi espalda.
Me
alejé unos metros de la casa y cerré los ojos tratando de captar un
indicio de su aroma. Mi olfato era casi perfecto, pero nunca lo había
usado para algo que no fuese cazar. “Siempre
hay una primera vez”
me
dije a mí misma. Una pequeña corriente de aire me trajo justo lo
que andaba buscando, y me interné en el bosque siguiendo su rastro.
Me costaba horrores concentrarme con los ojos abiertos, así que los
entrecerré, dejando una pequeña rendija suficiente para no
empotrarme contra un árbol, tal y como hacía cuando salía de caza.
Mientras
su olor se intensificaba, reconocí el lugar al que estaba llegando.
Estaba tan pendiente de encontrarle que no me había dado cuenta de
cuánto me había alejado. Estaba más cerca de mi propia casa que de
La Push. Detuve mi carrera al llegar a la linde del prado. El mismo
prado al que iba con mi madre y con Jacob de niña. El mismo en el
que ocho años atrás nos habíamos enfrentado a los Vulturis. El
mismo prado de mi pesadilla. Sentí un estremecimiento de terror.
Pero entonces le vi y el miedo se evaporó. No podía pensar en nada
que no fuera él. Luché contra el impulso de salir corriendo y
abrazarle y permanecí inmóvil detrás de un árbol, observándole.
Estaba sentado, ligeramente encorvado hacia adelante. No podía ver
qué estaba haciendo, ya que se encontraba de espaldas a mí. De
forma silenciosa, caminé rodeándole hasta poder ver que estaba
escribiendo. La curiosidad me hizo agudizar la vista. Nos
encontrábamos más o menos a treinta metros de distancia, pero eso
no supuso ningún inconveniente, y distinguí su torpe letra con
facilidad. El encabezamiento me indicó que se trataba de una carta
para mí… O eso esperaba. “Hola
princesita”.
Según
pude leer, me echaba tanto de menos que no tenía suficiente con lo
que hablábamos por teléfono. “Además,
hay cosas que habladas suenan muy cursis y que quedan mucho mejor por
escrito, ¿no crees? Por ejemplo, que cuando estás lejos mi vida
carece completamente de sentido…”
El
viento cambió de dirección inoportunamente arrastrando mi aroma
hacia él, que alzó la cabeza de forma brusca. Yo no me moví.
Esperé a que se girase y me encontrase allí. Pero, en lugar de eso,
cerró los ojos, inspiró profundamente y siguió escribiendo
mientras sacudía la cabeza. “Te
juro que me estoy volviendo loco. A veces incluso puedo olerte. Tal y
como me avisó Quil, esto de la distancia es un asco… Y eso que él
no se separa de Claire ni dos minutos… “.
Ya
sin poder aguantarme por más tiempo, comencé a andar lentamente
hacia él. Estaba tan volcado en la carta que ni siquiera podía
notar mi presencia.
“Necesito verte ya. Cada segundo que pasa siento que te echo más
de menos”.
—Yo
también te he echado mucho de menos -susurré cuando estuve justo a
su lado-. Y mucho.
Se
puso de pie de un salto, arrojando la libreta y el bolígrafo, y me
miró con los ojos desorbitados a causa de la sorpresa. Le acaricié
la mejilla y él rodeó mi cintura con fuerza, obligándome a
arquearme contra su cuerpo. Coloqué mis manos en su cuello y busqué
su boca. No era exactamente que quisiera besarle. Era más bien que
necesitaba hacerlo. Me separé levemente para poder mirarle. Seguía
con los ojos cerrados.
—En
serio, cuando te he olido y he creído oir tus latidos, pensé que se
me había ido la chaveta del todo -abrió los ojos y me sonrió
alzando una ceja-. ¿O es que realmente me he vuelto majareta y esto
me lo estoy imaginando?
—¿Tú
qué crees?
—No
lo sé. Supongamos que se me ha ido la pinza y nada de esto es real,
¿cómo podrías convencerme de lo contrario?
—Fácil.
Deslicé
mis manos lentamente hasta su cintura. Le besé con suavidad y
después desplacé mis labios por su garganta. Pude sentir cómo se
estremecía y reaccionó apretándome aún más contra él.
—¿Convencido?
-pregunté.
—Sí.
Definitivamente, me he vuelto loco.
Puse
los ojos en blanco y me separé de él, sentándome en el suelo y
tirando de su brazo. Él me miró durante unos segundos, con los ojos
relucientes y una sonrisa tatuada en su rostro, y se sentó junto a
mí, cogiéndome en peso y colocándome sobre su regazo. El frío
había ido aumentando conforme anochecía y su calor resultaba
realmente agradable.
—Te
quiero -le susurré mientras me acomodaba y apoyaba mi cabeza en su
pecho.
—Yo
más.
La
felicidad y la seguridad que me proporcionaba ensanchaban mi pecho. O
eso me parecía al percibir con qué facilidad entraba el aire en mis
pulmones cuando estábamos juntos.
—¿Y
a qué se debe esta visita?
Aparté
mis manos de su pecho y las apreté una contra la otra. No iba a
permitir que mis pensamientos volvieran a traicionarme.
—¿Es
que acaso necesito un motivo para venir a verte?
—En
absoluto. Es sólo que no me lo esperaba. Se supone que iba a ir a
verte en un par de días.
—De
eso se trataba. Quería darte una sorpresa.
—Pues
debo decirte que lo has conseguido.
—Me
alegro. Eso es justo lo que estaba -un enorme bostezo me
interrumpió-… intentando.
—¿Tienes
sueño?
—Sí.
Lo cierto es que estoy agotada. Supongo que es por el viaje.
—Duérmete
un rato.
Miré
al cielo. Entre la maraña de nubes, comenzaban a brillar las
primeras estrellas.
—¿Qué?
No, no.
—Ness,
duérmete. En serio, no me importa. Yo lo único que quiero es
tenerte aquí conmigo. Me da igual si duermes o no. Y, por si no lo
sabes -me besó en el pelo-, estás preciosa cuando duermes.
Alcé
la cabeza para poder besarle y volví a recostarla.
—Está
bien. Pero sólo un ratito, ¿vale? Charlie tampoco sabe que he
venido y me gustaría ir a cenar con él y Sue. Por cierto, ¿está
Leah?
—Sí,
anda por ahí con Nahuel.
—Mmm.
Así que al final te aprendiste su nombre, ¿no?
—Ya
no me afecta. Además, ¿cómo no aprendérmelo cuando Leah lo tiene
continuamente en su cabeza?
—¿En
su cabeza? ¿Puedes oírla?
—Claro,
aunque se fue, ha vuelto y sigue formando parte de la manada.
—Ya,
bueno. Yo no me refería exactamente a eso.
—¿Entonces?
—¿No
se supone que debéis entrar en fase para poder oir los pensamientos
de los demás?
—Sí,
¿Y…?
—¿Seguís
entrando en fase? Quiero decir, ya no es necesario, ¿no? Mi familia
se fue. Ya no hay ningún peligro… ¿O sí?
—¡No!
Claro que no hay ningún peligro… Nessie, en cuanto dejemos de
transformarnos, empezaremos a envejecer y, como comprenderás, no
tengo la más mínima intención de criar canas.
—¿Esa
es la única razón? -algo me decía que no.
—Sí,
yo… ¿Cuál iba a ser si no?
Titubeó.
Así que había algo más. Me habría gustado preguntarle qué era,
pero me vi arrastrada por un profundo sopor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario