ANNA PLAYLIST

lunes, 26 de noviembre de 2012

Cap. 8 Adiós


Charlie llegó temprano. Ya estaban todos listos para marcharse. Todos menos yo, que seguía metida en la cama y, aunque llevaba horas despierta, era incapaz de moverme. Parecía como si una parte de mi fuese consciente de que el hecho de levantarme era el principio del fin y se negase a dar ese paso.
Mi madre había subido varias veces a intentar levantarme. No le dije una sola palabra. Ni siquiera tenía valor para mirarla. Me limitaba a incorporarme para que creyese que iba a salir de la cama y en cuanto cerraba la puerta me volvía a tumbar. Me dolía una barbaridad la cabeza. Mi boca estaba seca y pastosa y tenía la sensación de que me echaría a llorar en cuanto intentase pronunciar una sola palabra.
Finalmente me armé de coraje y me puse en pie. Todo empezó a dar vueltas y mi estómago se contrajo provocándome una arcada. Pero no podía vomitar. Tenía la barriga inusualmente vacía. Me di una ducha, me cepillé los dientes y me preparé para bajar.
Todos estaban en el salón. Esbocé un intento fallido de sonrisa, le di un beso a Charlie y entré en la cocina sin decir una sola palabra. Tal y como esperaba que ocurriese, mi padre entró detrás de mí.
Buenos días.
Fingí no haberle visto ni oído y abrí la nevera en busca de algo para desayunar, pero ya la habían desconectado y, por tanto, estaba casi tan vacía como yo misma. Exhalé todo el aire de golpe y me dejé caer en una silla tratando de no mirarle. Él dio algunos pasos y se situó a mi lado. Estaba tanteando el terreno.
Esme te ha preparado unas galletas para que desayunes. Están en ese armario de ahí -me indicó con un movimiento de cabeza-. También hay un poco de…
Papá -mi voz sonó más parecida a un lamento que a otra cosa-. ¿Sabes si anoche entró alguien en mi cuarto?
Mamá fue a verte cuando llegó -aparté los ojos de él e hice una mueca como prueba de mi incomodidad-. Y más tarde subí yo. Ambas veces estabas dormida.
No me refiero a si entrasteis vosotros. Lo que quiero decir es si… ¿No escuchasteis nada raro? ¿Tú o Alice no…?
Se agachó frente a mí y sostuve mi cara entre sus manos alzando mi mentón y obligándome a mirarle a los ojos. Frunció el ceño e inspiró una gran cantidad de aire por la nariz.
¿Ha entrado alguien en tu dormitorio?
Eso es lo que estoy intentando que me digas.
¿Te hicieron algo?
¡No! Es sólo que…
El recuerdo me quemó la garganta mientras mi padre hacía rechinar sus dientes.
¿Estás segura de que eso ocurrió en verdad?
No -me levanté y comencé a pasearme por la cocina-. No te preocupes. Si nadie oyó ni interceptó nada, es probable que lo soñase.
Sí, es lo más probable.
Parecía tan poco convencido como yo. Intenté borrar esa imagen de mi cabeza pensar en otra cosa. O podía seguir dándole vueltas o realmente acabarían encerrándome en el manicomio más próximo. Cogí el paquete que Esme me había preparado y salí de allí.
Subí a buscar mis maletas. Me senté en el borde de la cama y me bebí un trago toda la sangre que había dentro de un pequeño termo y, mientras mordisqueaba con desgana una galleta, me asedió una horrible melancolía. Todos los momentos que había vivido en aquel lugar vinieron de golpe a mi memoria, arrastrándome a un tiempo mejor. Un tiempo en el que la inocencia, pero sobre todo la estupidez, me hacía ser feliz. Una felicidad causada por una mentira, por la ceguera de creer que yo era importante para alguien a quien en realidad yo no le importaba lo más mínimo.
Me levanté y, cogiendo la maleta, me despedí con la promesa de no regresar hasta pasado mucho tiempo. Cerré la puerta y comencé a bajar las escaleras. Emmett apareció enseguida para ayudarme.
¿Es que no sabes pedir ayuda? Deja que se encargue el experto.
Me sonrió y levantó el pesado bulto como si estuviese lleno de plumas. Me pareció gracioso que me permitiese enfrentarme contra diversos animales pero que no me creyese capaz de cargar con una simple maleta.
Antes de irnos, decidieron recorrer la casa como ritual de despedida. Yo salí y me acomodé en el interior del coche patrulla de Charlie. Carlisle había decidido dejar los coches en Forks por ahora, por lo que el equipaje y todos nosotros iríamos repartidos entre el coche de Charlie y el todoterreno de Emmett. Sam, a quien vi venir desde lejos, se ofreció a llevarlo. Me saludó con la mano al pasar a mi lado y entró en la casa.
Por fin fueron saliendo y ocupando su lugar en los coches. Conmigo subieron, además de Charlie, mis padres y Jasper. Algo me decía que la presencia de este último era debida a mi intranquilidad. Mi madre ocupó el asiento del copiloto mientras que mi padre y mi tío me flanquearon.
Al tiempo que nos alejábamos, todos se giraban para mirar con tristeza a la enorme casa blanca. Yo, sin embargo, tenía la vista fija en la carretera y la mente puesta en todo lo que me esperaba de ahí en adelante. Era consciente de que el comienzo no iba a ser ni mucho menos fácil. Se avecinaban días complicados en los que la memoria me iba a jugar muchas malas pasadas. Sabía que me iba a costar mucho esfuerzo y muchas lágrimas habituarme a esa nueva vida, pero estaba segura de que, una vez superado ese periodo, todo sería mucho mejor.
Deseé que el tiempo pasase lo más rápidamente posible.
Un buen motivo de esperanza fue que llegásemos al aeropuerto de Seattle mucho más deprisa de lo que me temía. Empezamos a bajar el equipaje ante las miradas curiosas de todos aquellos que se encontraban a nuestro alrededor. Nuestro físico, extremadamente llamativo, nos impedía pasar desapercibidos allá donde fuésemos. Entraron todos juntos y felices, charlando animadamente. Yo me rezagué unos metros. Andaba tras ellos como si fuese una autómata, arrastrando mi maleta. Pude ver con el rabillo del ojo como un grupo de chicos me miraban con atrevimiento. Uno de ellos, alto y fornido, se percató de mi mirada y se atrevió a guiñarme un ojo. Aparté la vista rápidamente. Nunca había tenido contacto con nadie que no formase parte de mi entorno habitual y éste no era el momento adecuado para cambiar este hecho, por lo que aceleré el paso y traté de alcanzar al resto.
Mientras esperábamos a que saliese nuestro vuelo, mi familia seguía con sus conversaciones y sus risas. Me senté en uno de esos incómodos sillones malolientes, intentando mantener a raya a mi cerebro, que insistía en recordarme a la única persona en quien me negaba a pensar, empeñado en no ponerme las cosas fáciles ya desde el primer momento. Miré a todos lados, tratando de prestar atención a cualquiera de las conversaciones para distraerme del creciente dolor de las puñaladas, que amenazaban con desgajarme en cualquier momento. Carlisle, Jasper y Emmett habían ido a facturar el equipaje. Mi padre hablaba con Sam sobre anécdotas del pasado. No me pareció el tema más apropiado. Esme, Rosalie y Alice hacían planes de compra para cuando llegásemos. Demasiado aburrido. Mi madre y Charlie intentaban ponerse de acuerdo con el asunto de las llamadas y las visitas. Pero ella no parecía estar prestando mucha atención a lo que se decían. No solo por la tristeza que se derramaba de forma imparable sobre ella, sino porque se pasaba la mayor parte del tiempo mirando por encima del hombro del abuelo en dirección a la entrada. Como si estuviese esperando a alguien. Y yo sabía a quién era. Lo sabía de sobra.
Me revolví incómoda en el asiento y decidí que lo mejor sería coger el reproductor y desconectar escuchando un poco de música.
Al girarme para buscar mi bolso, mis ojos se toparon con una mirada hirientemente familiar. Los cerré con fuerza intentando hacer desaparecer la visión. En verdad me estaba volviendo loca. O no… Todas las voces a mí alrededor se fueron apagando poco a poco, como indicativo de que lo que había creído ver era real. Estaba cuerda aún. Total y desesperadamente cuerda. Una cálida presencia se detuvo a mi lado y sentí cómo una de sus manos acariciaba mi pelo. Aún con los ojos cerrados di un respingo y me alejé de él.
Apártate de ella -oí decir a mi padre entre dientes.
Edward, sólo ha venido a despedirse.
Mi madre tenía la voz calmada. Parecía casi feliz.
Lo único que ha venido a hacer es aún más daño.
No tengo intención de hacerle daño a nadie -su voz me golpeó como un mazazo, por lo que su disculpa quedó invalidada-. Bella tiene razón. Sólo quiero despedirme… Y disculparme.
¿Disculparte? -preguntó Rosalie con indignación-. Es un poco tarde para andarse con disculpas, ¿no crees?
Mi madre volvió a mediar.
Sólo quiere hablar con ella -su fría mano agarró la mía-. Renesmee, por favor, dale una oportunidad.
Volví a notar su presencia a mi lado. Su calor me hería. Luchaba a muerte contra mí misma para reprimir las ganas de montar un berrinche, a pesar de que eso era lo que más me apetecía hacer en ese momento. La mano de mi madre fue sustituida por una más caliente. Intenté soltarme, pero no pude. Seguía con los ojos cerrados y no los abrí ni siquiera cuando advertí que estaba siendo arrastrada. Cuando nos detuvimos, sus brazos se cerraron alrededor de mi cintura y me atrajeron hacia él. Entreabrí los párpados y fijé la vista en sus desgastadas zapatillas para evitar verle la cara.
Suéltame.
Fue más un siseo que una orden. Él me apretó aún más cuando empecé a forcejear para escaparme.
Lo cierto es que no sé por qué te he traído lejos de tu familia -se carcajeó a la vez que ignoraba mi petición- Sé de sobra que pueden oírme igual que si tuviesen las orejas pegadas a mi boca -hizo una pausa y sus brazos me apretaron con más fuerza aún-. No tengo la menor intención de dejarte ir, así que deja de intentarlo.
Sin prestar atención a sus palabras, empleé todas mis fuerzas tratando de deshacerme de su abrazo. Pero no servía de nada. Sus enormes brazos seguían aprisionándome y él parecía no inmutarse de mi esfuerzo. Clavé mis uñas en su piel intentando herirle. Nada. Entonces él inclinó la cabeza para poner su mirada a la altura de la mía. Inevitablemente le miré y su expresión logró exasperarme más si es que era posible. Estaba sonriendo. ¡Sonreía! ¿Cómo podía ser tan cínico?
¿Es que no me has oído? No voy a soltarte hasta que me hayas escuchado.
Te he oído perfectamente. Y ahora escúchame tú a mí -hice acopio de toda la rabia que tenía dentro y le miré desafiante-. No tengo nada que hablar contigo. Así que suéltame y sal de mi vida para siempre.
Su sonrisa desapareció.
Está bien. Si eso es lo que quieres lo haré. Pero necesito que me des una razón convincente.
¿Quieres una razón convincente? De acuerdo. A ver qué te parece ésta.
Tragué saliva y me armé de valor. No tenía que mostrar ningún tipo de debilidad. Mi voz debía sonar segura, fuerte y clara.
Te odio, Jacob -hasta yo me sorprendí al oírme. De no haber sido por el crujido que noté en mi pecho yo también me lo habría creído. Pronuncié la frase con seguridad, separando las palabras como si cada una formase una frase diferente. Lástima que yo no estuviese tan convencida como mi voz. Aun así, surtió el efecto deseado y me soltó. Su rostro se contrajo, preso de un intenso dolor.
Eso no es cierto. No puede serlo.
¿Acaso te parece que esté mintiendo? -decidí seguir hurgando en su herida al mismo tiempo que agrandaba la mía-. Eres lo peor que me ha ocurrido en la vida. Ojalá nunca nos hubiésemos conocido.
Agitó la cabeza. Una enorme lágrima rodó por su mejilla y fue a morir a su cuello mientras todo su cuerpo temblaba. Se dio la vuelta y, sin decir una sola palabra más, salió corriendo a toda velocidad. A demasiada teniendo en cuenta cómo todo el mundo se giraba a su paso para mirarle con asombro.
Justo en ese momento me derrumbé. Caí al suelo rota en mil pedazos y rogándole a mi consciencia que me concediera un instante de tregua. Pero continué despierta, viendo cómo mi padre me levantaba y me apretaba contra sí mismo y cómo casi toda mi familia me rodeaba mirándome con ansiedad. Casi toda. Mi madre no estaba. El dolor se intensificó cuando comprendí que había ido tras él. ¿Por qué me hacía eso? ¿Por qué se lo hacía a mi padre? ¿Tan poco le importábamos? Una idea me hizo echarme a temblar aterrorizada. ¿Y si se había escapado con él?
No pienses eso -me pidió mi padre al oído-. Te estás equivocando, Nessie.
No pude contestarle. Al menos algo me salió bien y me desmayé. Lo siguiente que recuerdo es ir por el túnel de embarque en los brazos de mi padre. Me sonrió y apretó sus fríos labios contra mi frente.
¿Estás mejor? -asentí débilmente-. Me alegro… ¿Sabes? He tenido que mentir diciendo que te has desmayado a causa de tu fobia a volar para que nos dejasen subir contigo así. Espero que las azafatas no te incomoden demasiado.
Se rió abiertamente. Parecía estar pasándoselo en grande. Y su diversión aumentó cuando, una vez que estuvimos acomodados en el interior del avión, no cesaron de acudir las susodichas azafatas para ver si todo iba bien.
Miré en torno a nosotros para ver qué hacía el resto de mi familia. Todos parecían felices… Menos mi madre que, sentada al otro lado de mi padre, miraba pensativa al asiento de delante. Me pregunté si estaría pensando en él. Tenía suerte de que mi padre no pudiese entrar en su cabeza, de lo contrario… La cantarina risa de Alice desvió mi atención hacia ella. ¿Ya podría ver mi futuro? Mi padre empujó con delicadeza mi cabeza contra su hombro.
Duerme un poco, te vendrá bien.
Yo volví a incorporarme. No tenía sueño. Miré por la ventanilla mientras el avión se ponía en marcha. Un rápido movimiento en la arboleda situada en uno de los lados del aeropuerto llamó mi atención. Escondido entre la maleza, pude ver un gran lobo rojizo mirando en nuestra dirección. Mi padre se inclinó sobre mí y bajó la persiana.

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