Charlie
llegó temprano. Ya estaban todos listos para marcharse. Todos menos
yo, que seguía metida en la cama y, aunque llevaba horas despierta,
era incapaz de moverme. Parecía como si una parte de mi fuese
consciente de que el hecho de levantarme era el principio del fin y
se negase a dar ese paso.
Mi
madre había subido varias veces a intentar levantarme. No le dije
una sola palabra. Ni siquiera tenía valor para mirarla. Me limitaba
a incorporarme para que creyese que iba a salir de la cama y en
cuanto cerraba la puerta me volvía a tumbar. Me dolía una
barbaridad la cabeza. Mi boca estaba seca y pastosa y tenía la
sensación de que me echaría a llorar en cuanto intentase pronunciar
una sola palabra.
Finalmente
me armé de coraje y me puse en pie. Todo empezó a dar vueltas y mi
estómago se contrajo provocándome una arcada. Pero no podía
vomitar. Tenía la barriga inusualmente vacía. Me di una ducha, me
cepillé los dientes y me preparé para bajar.
Todos
estaban en el salón. Esbocé un intento fallido de sonrisa, le di un
beso a Charlie y entré en la cocina sin decir una sola palabra. Tal
y como esperaba que ocurriese, mi padre entró detrás de mí.
—Buenos
días.
Fingí
no haberle visto ni oído y abrí la nevera en busca de algo para
desayunar, pero ya la habían desconectado y, por tanto, estaba casi
tan vacía como yo misma. Exhalé todo el aire de golpe y me dejé
caer en una silla tratando de no mirarle. Él dio algunos pasos y se
situó a mi lado. Estaba tanteando el terreno.
—Esme
te ha preparado unas galletas para que desayunes. Están en ese
armario de ahí -me indicó con un movimiento de cabeza-. También
hay un poco de…
—Papá
-mi voz sonó más parecida a un lamento que a otra cosa-. ¿Sabes si
anoche entró alguien en mi cuarto?
—Mamá
fue a verte cuando llegó -aparté los ojos de él e hice una mueca
como prueba de mi incomodidad-. Y más tarde subí yo. Ambas veces
estabas dormida.
—No
me refiero a si entrasteis vosotros. Lo que quiero decir es si… ¿No
escuchasteis nada raro? ¿Tú o Alice no…?
Se
agachó frente a mí y sostuve mi cara entre sus manos alzando mi
mentón y obligándome a mirarle a los ojos. Frunció el ceño e
inspiró una gran cantidad de aire por la nariz.
—¿Ha
entrado alguien en tu dormitorio?
—Eso
es lo que estoy intentando que me digas.
—¿Te
hicieron algo?
—¡No!
Es sólo que…
El
recuerdo me quemó la garganta mientras mi padre hacía rechinar sus
dientes.
—¿Estás
segura de que eso ocurrió en verdad?
—No
-me
levanté y comencé a pasearme por la cocina-.
No te preocupes. Si nadie oyó ni interceptó
nada, es probable que lo soñase.
—Sí,
es lo más probable.
Parecía
tan poco convencido como yo. Intenté borrar esa imagen de mi cabeza
pensar en otra cosa. O podía seguir dándole vueltas o realmente
acabarían encerrándome en el manicomio más próximo. Cogí el
paquete que Esme me había preparado y salí de allí.
Subí
a buscar mis maletas. Me senté en el borde de la cama y me bebí un
trago toda la sangre que había dentro de un pequeño termo y,
mientras mordisqueaba con desgana una galleta, me asedió una
horrible melancolía. Todos los momentos que había vivido en aquel
lugar vinieron de golpe a mi memoria, arrastrándome a un tiempo
mejor. Un tiempo en el que la inocencia, pero sobre todo la
estupidez, me hacía ser feliz. Una felicidad causada por una
mentira, por la ceguera de creer que yo era importante para alguien a
quien en realidad yo no le importaba lo más mínimo.
Me
levanté y, cogiendo la maleta, me despedí con la promesa de no
regresar hasta pasado mucho tiempo. Cerré la puerta y comencé a
bajar las escaleras. Emmett apareció enseguida para ayudarme.
—¿Es
que no sabes pedir ayuda? Deja que se encargue el experto.
Me
sonrió y levantó el pesado bulto como si estuviese lleno de plumas.
Me pareció gracioso que me permitiese enfrentarme contra diversos
animales pero que no me creyese capaz de cargar con una simple
maleta.
Antes
de irnos, decidieron recorrer la casa como ritual de despedida. Yo
salí y me acomodé en el interior del coche patrulla de Charlie.
Carlisle había decidido dejar los coches en Forks por ahora, por lo
que el equipaje y todos nosotros iríamos repartidos entre el coche
de Charlie y el todoterreno de Emmett. Sam, a quien vi venir desde
lejos, se ofreció a llevarlo. Me saludó con la mano al pasar a mi
lado y entró en la casa.
Por
fin fueron saliendo y ocupando su lugar en los coches. Conmigo
subieron, además de Charlie, mis padres y Jasper. Algo me decía que
la presencia de este último era debida a mi intranquilidad. Mi madre
ocupó el asiento del copiloto mientras que mi padre y mi tío me
flanquearon.
Al
tiempo que nos alejábamos, todos se giraban para mirar con tristeza
a la enorme casa blanca. Yo, sin embargo, tenía la vista fija en la
carretera y la mente puesta en todo lo que me esperaba de ahí en
adelante. Era consciente de que el comienzo no iba a ser ni mucho
menos fácil. Se avecinaban días complicados en los que la memoria
me iba a jugar muchas malas pasadas. Sabía que me iba a costar mucho
esfuerzo y muchas lágrimas habituarme a esa nueva vida, pero estaba
segura de que, una vez superado ese periodo, todo sería mucho mejor.
Deseé
que el tiempo pasase lo más rápidamente posible.
Un
buen motivo de esperanza fue que llegásemos al aeropuerto de Seattle
mucho más deprisa de lo que me temía. Empezamos a bajar el equipaje
ante las miradas curiosas de todos aquellos que se encontraban a
nuestro alrededor. Nuestro físico, extremadamente llamativo, nos
impedía pasar desapercibidos allá donde fuésemos. Entraron todos
juntos y felices, charlando animadamente. Yo me rezagué unos metros.
Andaba tras ellos como si fuese una autómata, arrastrando mi maleta.
Pude ver con el rabillo del ojo como un grupo de chicos me miraban
con atrevimiento. Uno de ellos, alto y fornido, se percató de mi
mirada y se atrevió a guiñarme un ojo. Aparté la vista
rápidamente. Nunca había tenido contacto con nadie que no formase
parte de mi entorno habitual y éste no era el momento adecuado para
cambiar este hecho, por lo que aceleré el paso y traté de alcanzar
al resto.
Mientras
esperábamos a que saliese nuestro vuelo, mi familia seguía con sus
conversaciones y sus risas. Me senté en uno de esos incómodos
sillones malolientes, intentando mantener a raya a mi cerebro, que
insistía en recordarme a la única persona en quien me negaba a
pensar, empeñado en no ponerme las cosas fáciles ya desde el primer
momento. Miré a todos lados, tratando de prestar atención a
cualquiera de las conversaciones para distraerme del creciente dolor
de las puñaladas, que amenazaban con desgajarme en cualquier
momento. Carlisle, Jasper y Emmett habían ido a facturar el
equipaje. Mi padre hablaba con Sam sobre anécdotas del pasado. No me
pareció el tema más apropiado. Esme, Rosalie y Alice hacían planes
de compra para cuando llegásemos. Demasiado aburrido. Mi madre y
Charlie intentaban ponerse de acuerdo con el asunto de las llamadas y
las visitas. Pero ella no parecía estar prestando mucha atención a
lo que se decían. No solo por la tristeza que se derramaba de forma
imparable sobre ella, sino porque se pasaba la mayor parte del tiempo
mirando por encima del hombro del abuelo en dirección a la entrada.
Como si estuviese esperando a alguien. Y yo sabía a quién era. Lo
sabía de sobra.
Me
revolví incómoda en el asiento y decidí que lo mejor sería coger
el reproductor y desconectar escuchando un poco de música.
Al
girarme para buscar mi bolso, mis ojos se toparon con una mirada
hirientemente familiar. Los cerré con fuerza intentando hacer
desaparecer la visión. En verdad me estaba volviendo loca. O no…
Todas las voces a mí alrededor se fueron apagando poco a poco, como
indicativo de que lo que había creído ver era real. Estaba cuerda
aún. Total y desesperadamente cuerda. Una cálida presencia se
detuvo a mi lado y sentí cómo una de sus manos acariciaba mi pelo.
Aún con los ojos cerrados di un respingo y me alejé de él.
—Apártate
de ella -oí decir a mi padre entre dientes.
—Edward,
sólo ha venido a despedirse.
Mi
madre tenía la voz calmada. Parecía casi feliz.
—Lo
único que ha venido a hacer es aún más daño.
—No
tengo intención de hacerle daño a nadie -su voz me golpeó como un
mazazo, por lo que su disculpa quedó invalidada-. Bella tiene razón.
Sólo quiero despedirme… Y disculparme.
—¿Disculparte?
-preguntó Rosalie con indignación-. Es un poco tarde para andarse
con disculpas, ¿no crees?
Mi
madre volvió a mediar.
—Sólo
quiere hablar con ella -su fría mano agarró la mía-. Renesmee, por
favor, dale una oportunidad.
Volví
a notar su presencia a mi lado. Su calor me hería. Luchaba a muerte
contra mí misma para reprimir las ganas de montar un berrinche, a
pesar de que eso era lo que más me apetecía hacer en ese momento.
La mano de mi madre fue sustituida por una más caliente. Intenté
soltarme, pero no pude. Seguía con los ojos cerrados y no los abrí
ni siquiera cuando advertí que estaba siendo arrastrada. Cuando nos
detuvimos, sus brazos se cerraron alrededor de mi cintura y me
atrajeron hacia él. Entreabrí los párpados y fijé la vista en sus
desgastadas zapatillas para evitar verle la cara.
—Suéltame.
Fue
más un siseo que una orden. Él me apretó aún más cuando empecé
a forcejear para escaparme.
—Lo
cierto es que no sé por qué te he traído lejos de tu familia -se
carcajeó a la vez que ignoraba mi petición- Sé de sobra que pueden
oírme igual que si tuviesen las orejas pegadas a mi boca -hizo una
pausa y sus brazos me apretaron con más fuerza aún-. No tengo la
menor intención de dejarte ir, así que deja de intentarlo.
Sin
prestar atención a sus palabras, empleé todas mis fuerzas tratando
de deshacerme de su abrazo. Pero no servía de nada. Sus enormes
brazos seguían aprisionándome y él parecía no inmutarse de mi
esfuerzo. Clavé mis uñas en su piel intentando herirle. Nada.
Entonces él inclinó la cabeza para poner su mirada a la altura de
la mía. Inevitablemente le miré y su expresión logró exasperarme
más si es que era posible. Estaba sonriendo. ¡Sonreía! ¿Cómo
podía ser tan cínico?
—¿Es
que no me has oído? No voy a soltarte hasta que me hayas escuchado.
—Te
he oído perfectamente. Y ahora escúchame tú a mí -hice acopio de
toda la rabia que tenía dentro y le miré desafiante-. No tengo nada
que hablar contigo. Así que suéltame y sal de mi vida para siempre.
Su
sonrisa desapareció.
—Está
bien. Si eso es lo que quieres lo haré. Pero necesito que me des una
razón convincente.
—¿Quieres
una razón convincente? De acuerdo. A ver qué te parece ésta.
Tragué
saliva y me armé de valor. No tenía que mostrar ningún tipo de
debilidad. Mi voz debía sonar segura, fuerte y clara.
—Te
odio, Jacob -hasta yo me sorprendí al oírme. De no haber sido por
el crujido que noté en mi pecho yo también me lo habría creído.
Pronuncié la frase con seguridad, separando las palabras como si
cada una formase una frase diferente. Lástima que yo no estuviese
tan convencida como mi voz. Aun así, surtió el efecto deseado y me
soltó. Su rostro se contrajo, preso de un intenso dolor.
—Eso
no es cierto. No puede serlo.
—¿Acaso
te parece que esté mintiendo? -decidí seguir hurgando en su herida
al mismo tiempo que agrandaba la mía-. Eres lo peor que me ha
ocurrido en la vida. Ojalá nunca nos hubiésemos conocido.
Agitó
la cabeza. Una enorme lágrima rodó por su mejilla y fue a morir a
su cuello mientras todo su cuerpo temblaba. Se dio la vuelta y, sin
decir una sola palabra más, salió corriendo a toda velocidad. A
demasiada teniendo en cuenta cómo todo el mundo se giraba a su paso
para mirarle con asombro.
Justo
en ese momento me derrumbé. Caí al suelo rota en mil pedazos y
rogándole a mi consciencia que me concediera un instante de tregua.
Pero continué despierta, viendo cómo mi padre me levantaba y me
apretaba contra sí mismo y cómo casi toda mi familia me rodeaba
mirándome con ansiedad. Casi toda. Mi madre no estaba. El dolor se
intensificó cuando comprendí que había ido tras él. ¿Por qué me
hacía eso? ¿Por qué se lo hacía a mi padre? ¿Tan poco le
importábamos? Una idea me hizo echarme a temblar aterrorizada. ¿Y
si se había escapado con él?
—No
pienses eso -me pidió mi padre al oído-. Te estás equivocando,
Nessie.
No
pude contestarle. Al menos algo me salió bien y me desmayé. Lo
siguiente que recuerdo es ir por el túnel de embarque en los brazos
de mi padre. Me sonrió y apretó sus fríos labios contra mi frente.
—¿Estás
mejor? -asentí débilmente-. Me alegro… ¿Sabes? He tenido que
mentir diciendo que te has desmayado a causa de tu fobia a volar para
que nos dejasen subir contigo así. Espero que las azafatas no te
incomoden demasiado.
Se
rió abiertamente. Parecía estar pasándoselo en grande. Y su
diversión aumentó cuando, una vez que estuvimos acomodados en el
interior del avión, no cesaron de acudir las susodichas azafatas
para ver si todo iba bien.
Miré
en torno a nosotros para ver qué hacía el resto de mi familia.
Todos parecían felices… Menos mi madre que, sentada al otro lado
de mi padre, miraba pensativa al asiento de delante. Me pregunté si
estaría pensando en él. Tenía suerte de que mi padre no pudiese
entrar en su cabeza, de lo contrario… La cantarina risa de Alice
desvió mi atención hacia ella. ¿Ya podría ver mi futuro? Mi padre
empujó con delicadeza mi cabeza contra su hombro.
—Duerme
un poco, te vendrá bien.
Yo
volví a incorporarme. No tenía sueño. Miré por la ventanilla
mientras el avión se ponía en marcha. Un rápido movimiento en la
arboleda situada en uno de los lados del aeropuerto llamó mi
atención. Escondido entre la maleza, pude ver un gran lobo rojizo
mirando en nuestra dirección. Mi padre se inclinó sobre mí y bajó
la persiana.
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