ANNA PLAYLIST

lunes, 26 de noviembre de 2012

Cap. 18 Mal Presentimiento


Varias sillas se arrastraron en el interior. Charlie fue el primero en aparecer y envolverme en uno de sus abrazos estranguladores.
Cariño, ¿cómo estás? ¡Qué alegría verte! -se distanció y me miró juntando las cejas-. ¿Ha pasado algo?
¿Por qué todo el mundo reaccionaba del mismo modo?
No abuelo, no te preocupes. Sólo he venido de visita. Tanto mamá como el resto se encuentran perfectamente. Por cierto, mamá te envía muchos besos. Me pidió que te dijese que te echa mucho de menos y que tiene muchas ganas de verte.
Yo también la echo mucho de menos -contestó con melancolía-. Os echo mucho de menos a todos.
A su espalda aparecieron Sue y Leah acompañadas por Nahuel, y Charlie me liberó a regañadientes para que pudiese saludarles. Apenas me había tocado Sue cuando su hija la apartó y me estrujó con todas sus fuerzas. Nahuel se acercó cuando por fin Leah decidió soltarme, y me tomó de las manos mirándome con una enorme sonrisa.
Me hace muy feliz verte de nuevo. Pero me hace aún más feliz verte sonreír de ese modo. Espero que todo vaya bien entre Jacob y tú.
Todo va genial, Nahuel -afirmé mientras liberaba mis manos y le acariciaba la mejilla con el dorso de una de ellas. Las imágenes de lo ocurrido la pasada noche estaban aún demasiado frescas y no sería ético mostrárselo-. No podría ir mejor, te lo aseguro.
Tras los saludos, pasé y me acomodé en el pequeño sofá del salón de Charlie entre él y Seth, que hablaba y hablaba sin parar de todo lo que había hecho con Jacob durante mi ausencia. Era sorprendente ver como su admiración hacia él aumentaba prácticamente cada día.
Nos pasamos toda la mañana conversando y por la mediodía ayudé a Sue a preparar la comida. Aquella casa había adquirido un aspecto más hogareño desde que Sue y Seth vivían allí. Hasta Charlie parecía más animado.
Después de comer, y aprovechando que había dejado de llover, salí a pasear con Leah quien, por falta de espacio principalmente, seguía viviendo en La Push. Conversamos sobre nuestras respectivas relaciones. Me sonrojé al pensar que ella vería lo ocurrido aquella noche cuando tanto Jake y ella entrasen en fase. Pero que lo viese Leah no era el mayor de mis problemas. No quería ni pensar en la que me esperaba cuando se enterase el resto de la manada.
Me habló de lo bien que le iba todo con Nahuel, quién vivía a caballo entre La Push y su poblado, al que tenían planeada una visita para que ella pudiese conocer tanto a su tía como a su hermana. Era divertido verla hablar de él con tanta pasión, sobre todo teniendo en cuenta como había odiado en el pasado todo lo que tuviese relación alguna con los vampiros. Por ello, las bromas del resto del grupo hacia ella con respecto a este tema, estaban a la orden del día. Pero ya no le importaba lo que dijesen los demás. Finalmente había conseguido ser feliz. Ambas lo habíamos conseguido.
Eran casi las seis cuando regresamos y decidí marcharme. No quería hacer esperar a Jacob.
¿Ya te vas? -preguntó Charlie haciendo un mohín-. ¿Por qué no te quedas a cenar?
Hoy no puedo. Pero prometo volver mañana.
Está bien. Hasta mañana entonces. Y conduce con cuidado, ¿entendido?
Lo haré. Adiós a todos -grité desde la puerta-. Te quiero, abuelo.
Me dirigí al coche a toda velocidad olvidándome de que Charlie seguía en la puerta, mirándome con los ojos extremadamente abiertos. ¡Oops! Le di con la mano y cerré la puerta antes de que pudiese decir algo. Tenía que evitar estas exhibiciones a toda costa cuando estuviese él delante. Cuando estuve fuera del alcance de su visión pisé a fondo el acelerador. Tenía que darme prisa. Guardé el coche en el garaje y subí a mi habitación. Ya sabía qué iba a ponerme. Sería toda una sorpresa para Jacob verme con el vestido rojo que tanto le gustaba. Lo saqué de la maleta y fui en busca de la plancha, busqué mi móvil y marqué el número de mi padre. Ni siquiera había acabado de sonar el primer tono cuando descolgó.
Hola cielo, ¿cómo estás?
Bien papi, genial -me pregunté si también podría leerme la mente a través del teléfono. Esperaba que no-. Verás, me preguntaba si podrías recomendarme algún restaurante de Port Angeles.
¿Restaurante? Cariño, creo que no has llamado al lugar más apropiado -cierto. ¿Cómo se me había podido ocurrir? Preguntarle eso a él era como preguntarle a un ciego cuál es su color favorito—. ¿Vas a ir con Jacob?
Me eché a temblar.
Sí. Él quería cocinar, pero a mí me apetece más salir por ahí.
Pues pregúntale a él. O búscalo en internet.
Sí, eso haré. Voy a colgar, ¿sí? Tengo muchas cosas que hacer y muy poco tiempo. Gracias de todas formas.
Oye, Nessie, anoche… -¡Oh, oh! El pulso me subió a mil-. ¿Qué tal?
¿Anoche? Bien… Muy bien, ¿por qué?
¿Muy bien? Eso quiere decir que nada de pesadillas, ¿no?
¿Pesadillas? -casi se me escapa un suspiro de alivio-. No. Ni rastro. Supongo que teníais razón y me ha sentado bien cambiar de aires.
No te imaginas cuánto me alegra oir eso. Tu madre y yo estábamos muy preocupados… Espero que te lo estés pasando bien.
Me lo estoy pasando genial. Y no os preocupéis, ¿vale? Dale besos a todos y uno enorme a mamá. Os quiero. Adiós.
Colgué, cogí el vestido que había ido planchando mientras hablaba y corrí al cuarto de baño. Enchufé las tenacillas y, mientras se calentaban, empecé a maquillarme. Cuando alcanzaron la temperatura adecuada, comencé a hacerme algunos tirabuzones que iba recogiendo con horquillas hasta conseguir un semirecogido que, la verdad, no me quedó nada mal. Me enfundé el vestido y me estaba abrochando los zapatos cuando, a las siete en punto, llamaron al timbre. Cogí mi bolso y bajé. Al detenerme junto a la puerta me entró el pánico. ¿Me había arreglado más de la cuenta? ¿Y si no le gustaba cómo iba? Tras inspirar y expirar un par de veces, me armé de valor y abrí. Su cara se desfiguró por la sorpresa al verme. Y la mía no debió quedarse atrás. Estaba espectacular. Se había puesto el traje, que le quedaba aún mejor de lo que recordaba, y se había cortado el pelo. Pasé mi mano con cuidado por su cabeza.
¿Te has puesto gel fijador? -pregunté asombrada mientras acariciaba sus puntas con las yemas de mis dedos.
No querrías que viniese trajeado y lleno de greñas, ¿no? -me dedicó una de sus sonrisas paralizantes-. En realidad ha sido cosa de Rachel. No sabía qué hacer y me puse en sus manos. Estoy rarísimo, ¿verdad?
¿Rarísimo? No. Lo que estás es asombroso.
Mira quién fue a hablar. Casi me caigo de espaldas cuando te he visto con ese vestido -se aferró a mi cintura y me pegó a su cuerpo-. Tú si que estás asombrosa.
Me besó empujándome hacia el interior y noté cómo sus dedos se enganchaban en la cremallera y comenzaban a deslizarla hacia abajo. Mi cerebro me ordenaba que le detuviera, pero el resto de mi cuerpo me suplicaba que le dejase continuar. Eran como el ángel y el demonio tentándome a elegir entre dos caminos: el correcto y el peligroso. Pero aunque el camino peligroso era infinitamente más apetecible, acabé obedeciendo al cerebro y tomando el camino bueno.
Jake, suelta esa cremallera -le pedí contorsionándome para poder sujetar sus manos-. Tenemos que irnos. Ni siquiera sé dónde vamos a ir a cenar.
¿Y por qué no nos quedamos? No sé tú, pero yo no tengo hambre alguna.
Forcejeó para poder soltar sus manos, por lo que me solté y me alejé varios pasos de él.
No empieces otra vez. Vamos a ir a cenar a Port Angeles, ¿de acuerdo? Y nos vamos ya. No hemos reservado mesa y no sé si a estas horas vamos a poder conseguir alguna.
¿Bromeas? Mírate. Matarían a cualquiera que esté ocupando una mesa para poder dártela a ti.
Tú y tus exageraciones… -suspiré y le miré alzando una ceja-. ¿Vamos a por el coche o ahora también crees que llegarías antes corriendo?
¿Corriendo? ¿Y arriesgarme a que estropees esta maravilla de vestido? ¡Ni loco! Será mejor que vayamos en coche.
Sí… Por supuesto que le preocupaba mi vestido… Ni él mismo se tragaba semejante mentira. Puse los ojos en blanco y me dejé arrastrar hacia el garaje sin tiempo casi ni para coger las llaves. Se las lancé y las cogió sin ni siquiera apartar la vista del deportivo de mi tía, al que se dirigía como hipnotizado.
No puedo pedir más esta noche -fue lo único que dijo durante todo el trayecto. Eso sí, lo repitió unas cien veces.
Le pedí que parase frente a un pequeño restaurante, justo en el centro de la ciudad, que llamó mi atención debido a una enorme vidriera que adornaba la parte superior de la fachada. Nos bajamos bajo mirada curiosa de todo aquel que se encontraba cerca y entramos, esta vez arrastrándole yo a él mientras me maldecía por haberle ofrecido ese maldito coche tan llamativo. El interior era elegante sin llegar a lo excesivo. Parecía estar atestado, pero pude distinguir un par de mesas libres entre una multitud que, para mi desgracia, no nos quitaba los ojos de encima.
¿Puedo ayudarles en algo?
Una chica joven apareció ante nosotros. Iba uniformada. Era alta y esbelta. Llevaba su deslumbrante melena rubia recogida en un grueso moño y sus ojos azules escrutaban a Jacob sin disimulo alguno mientras le sonreía de forma estúpida. Estaba claro que esta vez no iba a ser yo quien tuviera que tirar de encanto para conseguir sitio.
Veníamos buscando mesa -contestó Jake, para su alegría-. ¿Hay alguna disponible?
Pues sí, aunque parezca increíble sí. Aún hay algunas libres. Habéis tenido suerte -¿no podía haber dicho “sí” y punto?-. Seguidme, por favor.
Comenzamos a andar sintiendo como las cabezas se giraban hacia nosotros a nuestro paso y mientras ella seguía parloteando sobre lo afortunados que habíamos sido, ya que su restaurante solía estar siempre hacia los topes; su restaurante era uno de los mejores de la ciudad; su restaurante servía los platos más exquisitos; su restaurante esto; su restaurante lo otro… Como si a nosotros nos importase lo más mínimo. Tuve que contenerme para no preguntarle qué hacía entonces trabajando como una simple camarera si aquel era su restaurante.
Ahora mismo os traigo la carta -nos dijo una vez que estuvimos sentados.
Me aferré al borde de la mesa y fijé los ojos en la servilleta, doblada artísticamente en forma de cisne. Jacob acarició mi mejilla. Levanté los ojos hacia él, que me miraba preocupado y traté de sonreírle.
¿Te encuentras bien?
Sí, mentí-. Me encuentro perfectamente.
¿En serio?
No pude contestarle. La chica volvió y empezó a recomendarnos diferentes vinos y una gran variedad de platos. Yo me limité a abrir la carta y elegir con desgana lo primero que vi.
¿Y de beber? -preguntó mirándome durante un segundo escaso para volver a centrarse enseguida en mi acompañante.
Sólo agua -murmuré.
En realidad, ni siquiera quería agua. Mi estómago se había cerrado en balde. No sabría decir con certeza si se debía a los desgarradores celos que me estaban consumiendo. Era obvio que eso era cierto… Pero había algo más que no lograba distinguir.
De acuerdo, ¿qué pasa, Ness?
Nada, de verdad, es sólo que… -suspiré y agité la cabeza-. No me encuentro bien.
¿No pasa nada pero te encuentras mal?
La camarera trajo mi agua y una copa con lo que fuese que había pedido él.
Espero que lo disfrute -le deseó jovialmente.
Bufé. Lo hice lo suficientemente bajo como para que ella no pudiese escucharlo, pero también lo suficientemente alto para ser captado por el fino oído de Jacob. Una enigmática sonrisa apareció en su cara.
¿Qué te hace tanta gracia?
¿A mí? -preguntó alzando las cejas de forma inocente-. Nada, nada.
¿Jake?
¿Estás… celosa? -lo dijo como si se resistiese a creérselo.
¿Yo? ¿A qué viene…? -volví a suspirar-. No lo sé.
Soltó una carcajada mientras aferraba mi mano y la amoldaba a su mejilla. Bloqueé mi cerebro para impedir que le llegase imagen alguna. Entrecerró los ojos y me miró con la cabeza ladeada. No había visto nada. Su expresión se relajó.
Las cosas cambian cuando las ves desde el otro lado, ¿eh? Ahora ya sabes cómo me siento yo.
Déjalo, ¿quieres? Ya te he dicho que no sé si se trata de eso.
Admítelo, Ness -bromeó-. Hoy soy yo el irresistible -imagino que mi gesto acabó con sus ganas de bromear. Volvió a ponerse serio y besó el dorso de mi mano-. ¿Ha pasado algo en casa de Charlie?
No, todo ha ido genial allí. Estoy así desde hace un rato.
¿Y no sabes por qué puede ser?
No, no tengo ni idea.
Promete que me dirás lo que sea en cuanto lo sepas.
Te lo prometo.
Después de la cena, de la que apenas probé bocado, y tras la cual a la camarera sólo le faltó acompañarnos al coche y abrirle la puerta, pusimos rumbo a casa. Durante el viaje de vuelta traté de poner en orden mis pensamientos para poder averiguar qué era lo que me estaba pasando. Ladeé la cabeza para poder mirar a Jacob y entonces, como si de una de las visiones de Alice se tratase, tuve una revelación. De pronto supe que no me quedaba mucho tiempo a su lado. Fue una especie de mal presagio, pero lo sentí dolorosamente real. Aparté los ojos de él y miré por la ventanilla sin ver nada. No quería que Jacob viese la enorme conmoción que sentía en ese momento.
¿Quieres que me quede o prefieres estar a solas? -me preguntó cuando llegamos y recogió y el coche.
No pude evitarlo y comencé a sollozar mientras me arrojaba a sus brazos. Lo último que quería en ese momento era separarme de él. Empecé a besarle con fervor y, aunque al principio se mostró algo esquivo, enseguida se rindió y respondió a mis besos con la misma pasión.
El color rojo no tardó en empezar a cubrirlo todo, como anticipo de lo que iba a ocurrir. Jacob volvió a convertirse en el centro del universo, en lo único que podía percibir, así como en lo único que necesitaba percibir.


Me desperté en mi cama, entre sus brazos. A duras penas podía recordar cómo habíamos llegado hasta allí. Todo lo demás lo recordaba con absoluta claridad.
Él seguía dormido. Me incorporé a medias y comencé a recorrer con mi dedo índice el contorno de los perfectos músculos de su pecho. Abrí los ojos lentamente y me sonrió. Yo le di un beso y me recosté de nuevo sobre él, que me rodeó con sus ardientes brazos.
¿Has dormido bien? -le pregunté.
De maravilla. ¿Y tú?
Bueno, hay noches en las que he dormido más -contesté con reticencia.
Sí, desde luego -convino-. Pero dudo mucho que hayas tenido noches mejores.
Solté una débil carcajada y me incorporé. Esta vez no traté de cubrirme rápidamente. El pudor había desaparecido. Me acerqué a mi maleta, aún por deshacer, y busqué mi bata negra de raso.
¿Dónde está nuestra ropa? -pregunté mientras ajustaba la cinta alrededor de mi cintura. No había ni rastro de ella.
¿La ropa? -se carcajeó-. Supongo que te la irás encontrando por las escaleras.
¡Ah! De acuerdo. Esto… Voy a preparar algo para desayunar.
Eso estaría genial -contestó mientras se sentaba en la cama y se estiraba-. Oye, Nessie, ¿te importaría buscar mis pantalones de camino?
Claro. Ahora te los traigo.
Tal como me había dicho, nuestra ropa se encontraba esparcida por toda la escalera. La fui recogiendo por el camino. En el salón estaba mi vestido rojo, o lo que quedaba de él, pues estaba hecho jirones. Y seguí hasta la puerta del garaje, donde encontré la última prenda: la chaqueta de Jake. Subí de nuevo para llevarle los susodichos pantalones y dejar todo lo demás.
¿Tienes por ahí alguna camisa de tu padre o de alguno de tus tíos que pueda servirme? No es que tenga frío precisamente, pero si Billy me ve llegar sin camisa... Bueno, ya me entiendes.
¿Y qué hay de la tuya?
Creo que no la dejaste en muy buenas condiciones.
¿Yo?
Rebuscó en el montón de ropa que acababa de dejar sobre la cama y me la lanzó. Mientras la examinaba, enrojecí por completo. Apenas le quedaban dos botones y tenía otros tantos colgando. Los demás habían desaparecido. De eso sí que no me acordaba. Se acercó a mí y elevó mi cara para obligarme a mirarle.
¿Qué pasó anoche?
El peso de la desolación cayó sobre mí con contundencia. Llevaba todo el rato intentando no pensar en ello. Era de esperar que sacase el tema a colación antes o después.
Nada. Sólo un pequeño bajón.
Y eso, ¿por qué?
Yo… No lo sé.
Prometiste decirme lo que fuese.
Odiaba tener que mentirle. Sentía que no sólo le traicionaba a él, también me traicionaba a mí misma. Debía confiar en él.
Sé que vas a pensar que estoy loca o algo así, pero… Anoche sentí que esto no va a durar mucho -confesé señalándonos a ambos para enfatizar el “esto”-. Es como si supiera que no nos queda mucho tiempo, que todo va a terminarse de un momento a otro.
¿Y se puede saber qué es lo que te hace pensar eso? Nessie, si es por lo de aquella camarera, sabes de sobra que…
No, Jake. Esto no tiene nada que ver con tu camarera.
No es mi camarera -contestó molesto mientras dejaba caer los brazos a ambos lados de su cuerpo.
Eso no importa.
Sí que importa, Ness. Eres lo más importante de mi vida y me duele que no confíes en mí. Sólo te veo a ti. No puedo ver a ninguna otra. Créeme.
Te creo, Jake.
¿En serio?
Te lo prometo -susurré con los ojos anegados.
Él me abrazó con fuerza mientras yo ahogaba mi llanto contra su pecho.
Nada va a terminarse, ¿entendido?
No quiero que te separes de mí -le imploré-. Prométeme que nunca me vas a dejar, que siempre vas a estar a mi lado.
No hace falta que te prometa nada.
Sí, hace falta- sollocé-. Necesito que me lo digas.
Está bien. Te lo prometo. Te juro que voy a estar siempre a tu lado, ¿vale?
Gracias -me limpió las lágrimas y volvió a besarme.
Su estómago sonó estrepitosamente haciéndome romper a reír entre lágrimas.
Voy a preparar el desayuno, ¿sí? Creo que lo necesitas más que una camisa.
Lo dejé acabando de vestirse y bajé de nuevo. Cogí una sartén y abrí la nevera. Esme se había encargado de equiparla perfectamente, aun así, no tenía ni idea de qué iba a hacer. Nunca antes había cocinado y no tenía muy claro qué debía hacer. Mis conocimientos culinarios se reducían a las pocas veces que había echado una mano a mi madre o a Esme. Así que aún seguía parada frente a la nevera cuando llegó Jacob, que me arrebató la sartén de las manos.
Yo me encargo -me dijo guiñándome un ojo y apartando una silla para que me sentase a la vez que sacaba una bandeja de bacon.
Pronto empezó a irse el chisporrotear del aceite y la carne, y la cocina empezó a llenarse de un delicioso aroma. Me senté y observé la desenvoltura con la que se desenvolvía. La sensación de la pasado noche volvió a incordiarme. Apreté los dientes con fuerza y traté de serenarme. Jacob repartió el bacon entre dos platos que colocó sobre la mesa.
Que aproveche, señorita -me deseó mientras me tendía los cubiertos y me llenaba un vaso con zumo de naranja.
Esbocé una débil sonrisa, bajé la cabeza y comencé a juguetear con el tenedor. A pesar de no estar mirándole, sabía que él permanecía inmóvil frente a mí y podía sentir, como ya me había pasado otras veces, sus ojos fijos en mí. Levanté los ojos y su seriedad me sobrecogió. No pude evitar levantarme y abrazarle. Jacob me acunó entre sus brazos suavemente, repitiéndome entre susurros lo mucho que me quería.
Se me ha ocurrido algo -comentó pensativo. Me sujetó por los hombros y me echó hacia atrás para poder mirarme-. ¿Por qué no hacemos un viaje?
¿Un viaje? ¿A dónde?
Rebecca no para de darme la brasa pidiéndome que vayamos a visitarla.
¿Rebecca? ¿Quieres que vayamos a Hawai? -mis ojos se dilataron por la sorpresa-. Yo... No sé.
¡Oh, vamos! Sería estupendo. Tú, yo, la playa… ¿Qué me dices?
Que octubre no es el mes más propicio para ir a la playa.
Ness, aquella playa no es como La Push. No he ido nunca, pero sé por mi hermana que allí brilla el sol hasta en diciembre. En las fotos que nos envía se ven unos paisajes alucinantes. Me gustaría poder ver aquello con mis propios ojos.
No sé, Jake. ¿Cuándo nos iríamos? -su sonrisa se ensanchó a la vez que su mirada se iluminaba, sabedor de que esta vez iba a ser él el vencedor-. Tendré que decírselo a mis padres, ¿no?
¿Qué te parece mañana?
¿Mañana? Es muy pronto… No sé si a mis padres…
¡Venga, Nessie! Tus padres saben que estás segura conmigo, da igual dónde estemos. Además, no creo que pongan muchas pegas. Sólo vamos a visitar a mi hermana.
¿Y qué hay de los billetes? -pregunté con malicia-. Tengo entendido que andas mal de fondos.
Desvió su mirada mientras su cara adquiría un leve matiz rojizo.
Bueno, yo… Había pensado en pedirle algo de dinero a Embry.
Su incomodidad me hizo echarme a reír. Tenía el ceño fruncido y el labio inferior ligeramente adelantado. Parecía estar a punto de ponerse a hacer pucheros.
No seas ridículo -coloqué mi mano en su mejilla y proyecté en su mente la imagen de los billetes que me habían regalado mis padres-. No pienso permitir que vayas por ahí pidiéndole dinero a tus amigos.
Sus brazos aprisionaron mi cintura y me acercaron a él, que me besó con ternura. Me di cuenta de que sólo de ese modo era capaz de olvidarme de todos mis temores. No sabía con certeza qué iba a suceder en el futuro, pero mi presente estaba completamente lleno de él, y eso era lo único que me importaba.
Claro que, cuando sus labios se separaban de los míos, el miedo a perderle se pegaba a mi piel.

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