Varias
sillas se arrastraron en el interior. Charlie fue el primero en
aparecer y envolverme en uno de sus abrazos estranguladores.
—Cariño,
¿cómo estás? ¡Qué alegría verte! -se distanció y me miró
juntando las cejas-. ¿Ha pasado algo?
¿Por
qué todo el mundo reaccionaba del mismo modo?
—No
abuelo, no te preocupes. Sólo he venido de visita. Tanto mamá como
el resto se encuentran perfectamente. Por cierto, mamá te envía
muchos besos. Me pidió que te dijese que te echa mucho de menos y
que tiene muchas ganas de verte.
—Yo
también la echo mucho de menos -contestó con melancolía-. Os echo
mucho de menos a todos.
A
su espalda aparecieron Sue y Leah acompañadas por Nahuel, y Charlie
me liberó a regañadientes para que pudiese saludarles. Apenas me
había tocado Sue cuando su hija la apartó y me estrujó con todas
sus fuerzas. Nahuel se acercó cuando por fin Leah decidió soltarme,
y me tomó de las manos mirándome con una enorme sonrisa.
—Me
hace muy feliz verte de nuevo. Pero me hace aún más feliz verte
sonreír de ese modo. Espero que todo vaya bien entre Jacob y tú.
—Todo
va genial, Nahuel -afirmé mientras liberaba mis manos y le
acariciaba la mejilla con el dorso de una de ellas. Las imágenes de
lo ocurrido la pasada noche estaban aún demasiado frescas y no sería
ético mostrárselo-. No podría ir mejor, te lo aseguro.
Tras
los saludos, pasé y me acomodé en el pequeño sofá del salón de
Charlie entre él y Seth, que hablaba y hablaba sin parar de todo lo
que había hecho con Jacob durante mi ausencia. Era sorprendente ver
como su admiración hacia él aumentaba prácticamente cada día.
Nos
pasamos toda la mañana conversando y por la mediodía ayudé a Sue a
preparar la comida. Aquella casa había adquirido un aspecto más
hogareño desde que Sue y Seth vivían allí. Hasta Charlie parecía
más animado.
Después
de comer, y aprovechando que había dejado de llover, salí a pasear
con Leah quien, por falta de espacio principalmente, seguía viviendo
en La Push. Conversamos sobre nuestras respectivas relaciones. Me
sonrojé al pensar que ella vería lo ocurrido aquella noche cuando
tanto Jake y ella entrasen en fase. Pero que lo viese Leah no era el
mayor de mis problemas. No quería ni pensar en la que me esperaba
cuando se enterase el resto de la manada.
Me
habló de lo bien que le iba todo con Nahuel, quién vivía a caballo
entre La Push y su poblado, al que tenían planeada una visita para
que ella pudiese conocer tanto a su tía como a su hermana. Era
divertido verla hablar de él con tanta pasión, sobre todo teniendo
en cuenta como había odiado en el pasado todo lo que tuviese
relación alguna con los vampiros. Por ello, las bromas del resto del
grupo hacia ella con respecto a este tema, estaban a la orden del
día. Pero ya no le importaba lo que dijesen los demás. Finalmente
había conseguido ser feliz. Ambas lo habíamos conseguido.
Eran
casi las seis cuando regresamos y decidí marcharme. No quería hacer
esperar a Jacob.
—¿Ya
te vas? -preguntó Charlie haciendo un mohín-. ¿Por qué no te
quedas a cenar?
—Hoy
no puedo. Pero prometo volver mañana.
—Está
bien. Hasta mañana entonces. Y conduce con cuidado, ¿entendido?
—Lo
haré. Adiós a todos -grité desde la puerta-. Te quiero, abuelo.
Me
dirigí al coche a toda velocidad olvidándome de que Charlie seguía
en la puerta, mirándome con los ojos extremadamente abiertos. ¡Oops!
Le di con la mano y cerré la puerta antes de que pudiese decir algo.
Tenía que evitar estas exhibiciones a toda costa cuando estuviese él
delante. Cuando estuve fuera del alcance de su visión pisé a fondo
el acelerador. Tenía que darme prisa. Guardé el coche en el garaje
y subí a mi habitación. Ya sabía qué iba a ponerme. Sería toda
una sorpresa para Jacob verme con el vestido rojo que tanto le
gustaba. Lo saqué de la maleta y fui en busca de la plancha, busqué
mi móvil y marqué el número de mi padre. Ni siquiera había
acabado de sonar el primer tono cuando descolgó.
—Hola
cielo, ¿cómo estás?
—Bien
papi, genial -me pregunté si también podría leerme la mente a
través del teléfono. Esperaba que no-. Verás, me preguntaba si
podrías recomendarme algún restaurante de Port Angeles.
—¿Restaurante?
Cariño, creo que no has llamado al lugar más apropiado -cierto.
¿Cómo se me había podido ocurrir? Preguntarle eso a él era como
preguntarle a un ciego cuál es su color favorito—. ¿Vas a ir con
Jacob?
Me
eché a temblar.
—Sí.
Él quería cocinar, pero a mí me apetece más salir por ahí.
—Pues
pregúntale a él. O búscalo en internet.
—Sí,
eso haré. Voy a colgar, ¿sí? Tengo muchas cosas que hacer y muy
poco tiempo. Gracias de todas formas.
Oye,
Nessie, anoche… -¡Oh, oh! El pulso me subió a mil-. ¿Qué tal?
—¿Anoche?
Bien… Muy bien, ¿por qué?
—¿Muy
bien? Eso quiere decir que nada de pesadillas, ¿no?
—¿Pesadillas?
-casi se me escapa un suspiro de alivio-. No. Ni rastro. Supongo que
teníais razón y me ha sentado bien cambiar de aires.
—No
te imaginas cuánto me alegra oir eso. Tu madre y yo estábamos muy
preocupados… Espero que te lo estés pasando bien.
—Me
lo estoy pasando genial. Y no os preocupéis, ¿vale? Dale besos a
todos y uno enorme a mamá. Os quiero. Adiós.
Colgué,
cogí el vestido que había ido planchando mientras hablaba y corrí
al cuarto de baño. Enchufé las tenacillas y, mientras se
calentaban, empecé a maquillarme. Cuando alcanzaron la temperatura
adecuada, comencé a hacerme algunos tirabuzones que iba recogiendo
con horquillas hasta conseguir un semirecogido que, la verdad, no me
quedó nada mal. Me enfundé el vestido y me estaba abrochando los
zapatos cuando, a las siete en punto, llamaron al timbre. Cogí mi
bolso y bajé. Al detenerme junto a la puerta me entró el pánico.
¿Me había arreglado más de la cuenta? ¿Y si no le gustaba cómo
iba? Tras inspirar y expirar un par de veces, me armé de valor y
abrí. Su cara se desfiguró por la sorpresa al verme. Y la mía no
debió quedarse atrás. Estaba espectacular. Se había puesto el
traje, que le quedaba aún mejor de lo que recordaba, y se había
cortado el pelo. Pasé mi mano con cuidado por su cabeza.
—¿Te
has puesto gel fijador? -pregunté asombrada mientras acariciaba sus
puntas con las yemas de mis dedos.
—No
querrías que viniese trajeado y lleno de greñas, ¿no? -me dedicó
una de sus sonrisas paralizantes-. En realidad ha sido cosa de
Rachel. No sabía qué hacer y me puse en sus manos. Estoy rarísimo,
¿verdad?
—¿Rarísimo?
No. Lo que estás es asombroso.
—Mira
quién fue a hablar. Casi me caigo de espaldas cuando te he visto con
ese vestido -se aferró a mi cintura y me pegó a su cuerpo-. Tú si
que estás asombrosa.
Me
besó empujándome hacia el interior y noté cómo sus dedos se
enganchaban en la cremallera y comenzaban a deslizarla hacia abajo.
Mi cerebro me ordenaba que le detuviera, pero el resto de mi cuerpo
me suplicaba que le dejase continuar. Eran como el ángel y el
demonio tentándome a elegir entre dos caminos: el correcto y el
peligroso. Pero aunque el camino peligroso era infinitamente más
apetecible, acabé obedeciendo al cerebro y tomando el camino bueno.
—Jake,
suelta esa cremallera -le pedí contorsionándome para poder sujetar
sus manos-. Tenemos que irnos. Ni siquiera sé dónde vamos a ir a
cenar.
—¿Y
por qué no nos quedamos? No sé tú, pero yo no tengo hambre alguna.
Forcejeó
para poder soltar sus manos, por lo que me solté y me alejé varios
pasos de él.
—No
empieces otra vez. Vamos a ir a cenar a Port Angeles, ¿de acuerdo? Y
nos vamos ya. No hemos reservado mesa y no sé si a estas horas vamos
a poder conseguir alguna.
—¿Bromeas?
Mírate. Matarían a cualquiera que esté ocupando una mesa para
poder dártela a ti.
—Tú
y tus exageraciones… -suspiré y le miré alzando una ceja-. ¿Vamos
a por el coche o ahora también crees que llegarías antes corriendo?
—¿Corriendo?
¿Y arriesgarme a que estropees esta maravilla de vestido? ¡Ni loco!
Será mejor que vayamos en coche.
Sí…
Por supuesto que le preocupaba mi vestido… Ni él mismo se tragaba
semejante mentira. Puse los ojos en blanco y me dejé arrastrar hacia
el garaje sin tiempo casi ni para coger las llaves. Se las lancé y
las cogió sin ni siquiera apartar la vista del deportivo de mi tía,
al que se dirigía como hipnotizado.
—No
puedo pedir más esta noche -fue lo único que dijo durante todo el
trayecto. Eso sí, lo repitió unas cien veces.
Le
pedí que parase frente a un pequeño restaurante, justo en el centro
de la ciudad, que llamó mi atención debido a una enorme vidriera
que adornaba la parte superior de la fachada. Nos bajamos bajo mirada
curiosa de todo aquel que se encontraba cerca y entramos, esta vez
arrastrándole yo a él mientras me maldecía por haberle ofrecido
ese maldito coche tan llamativo. El interior era elegante sin llegar
a lo excesivo. Parecía estar atestado, pero pude distinguir un par
de mesas libres entre una multitud que, para mi desgracia, no nos
quitaba los ojos de encima.
—¿Puedo
ayudarles en algo?
Una
chica joven apareció ante nosotros. Iba uniformada. Era alta y
esbelta. Llevaba su deslumbrante melena rubia recogida en un grueso
moño y sus ojos azules escrutaban a Jacob sin disimulo alguno
mientras le sonreía de forma estúpida. Estaba claro que esta vez no
iba a ser yo quien tuviera que tirar de encanto para conseguir sitio.
—Veníamos
buscando mesa -contestó Jake, para su alegría-. ¿Hay alguna
disponible?
—Pues
sí, aunque parezca increíble sí. Aún hay algunas libres. Habéis
tenido suerte -¿no podía haber dicho “sí” y punto?-. Seguidme,
por favor.
Comenzamos
a andar sintiendo como las cabezas se giraban hacia nosotros a
nuestro paso y mientras ella seguía parloteando sobre lo afortunados
que habíamos sido, ya que su restaurante solía estar siempre hacia
los topes; su restaurante era uno de los mejores de la ciudad; su
restaurante servía los platos más exquisitos; su restaurante esto;
su restaurante lo otro… Como si a nosotros nos importase lo más
mínimo. Tuve que contenerme para no preguntarle qué hacía entonces
trabajando como una simple camarera si aquel era su
restaurante.
—Ahora
mismo os traigo la carta -nos dijo una vez que estuvimos sentados.
Me
aferré al borde de la mesa y fijé los ojos en la servilleta,
doblada artísticamente en forma de cisne. Jacob acarició mi
mejilla. Levanté los ojos hacia él, que me miraba preocupado y
traté de sonreírle.
—¿Te
encuentras bien?
—Sí,
mentí-. Me encuentro perfectamente.
—¿En
serio?
No
pude contestarle. La chica volvió y empezó a recomendarnos
diferentes vinos y una gran variedad de platos. Yo me limité a abrir
la carta y elegir con desgana lo primero que vi.
—¿Y
de beber? -preguntó mirándome durante un segundo escaso para volver
a centrarse enseguida en mi acompañante.
—Sólo
agua -murmuré.
En
realidad, ni siquiera quería agua. Mi estómago se había cerrado en
balde. No sabría decir con certeza si se debía a los desgarradores
celos que me estaban consumiendo. Era obvio que eso era cierto…
Pero había algo más que no lograba distinguir.
—De
acuerdo, ¿qué pasa, Ness?
—Nada,
de verdad, es sólo que… -suspiré y agité la cabeza-. No me
encuentro bien.
—¿No
pasa nada pero te encuentras mal?
La
camarera trajo mi agua y una copa con lo que fuese que había pedido
él.
—Espero
que lo disfrute -le deseó jovialmente.
Bufé.
Lo hice lo suficientemente bajo como para que ella no pudiese
escucharlo, pero también lo suficientemente alto para ser captado
por el fino oído de Jacob. Una enigmática sonrisa apareció en su
cara.
—¿Qué
te hace tanta gracia?
—¿A
mí? -preguntó alzando las cejas de forma inocente-. Nada, nada.
—¿Jake?
—¿Estás…
celosa? -lo dijo como si se resistiese a creérselo.
—¿Yo?
¿A qué viene…? -volví a suspirar-. No lo sé.
Soltó
una carcajada mientras aferraba mi mano y la amoldaba a su mejilla.
Bloqueé mi cerebro para impedir que le llegase imagen alguna.
Entrecerró los ojos y me miró con la cabeza ladeada. No había
visto nada. Su expresión se relajó.
—Las
cosas cambian cuando las ves desde el otro lado, ¿eh? Ahora ya sabes
cómo me siento yo.
—Déjalo,
¿quieres? Ya te he dicho que no sé si se trata de eso.
—Admítelo,
Ness -bromeó-. Hoy soy yo el irresistible -imagino que mi gesto
acabó con sus ganas de bromear. Volvió a ponerse serio y besó el
dorso de mi mano-. ¿Ha pasado algo en casa de Charlie?
—No,
todo ha ido genial allí. Estoy así desde hace un rato.
—¿Y
no sabes por qué puede ser?
—No,
no tengo ni idea.
—Promete
que me dirás lo que sea en cuanto lo sepas.
—Te
lo prometo.
Después
de la cena, de la que apenas probé bocado, y tras la cual a la
camarera sólo le faltó acompañarnos al coche y abrirle la puerta,
pusimos rumbo a casa. Durante el viaje de vuelta traté de poner en
orden mis pensamientos para poder averiguar qué era lo que me estaba
pasando. Ladeé la cabeza para poder mirar a Jacob y entonces, como
si de una de las visiones de Alice se tratase, tuve una revelación.
De pronto supe que no me quedaba mucho tiempo a su lado. Fue una
especie de mal presagio, pero lo sentí dolorosamente real. Aparté
los ojos de él y miré por la ventanilla sin ver nada. No quería
que Jacob viese la enorme conmoción que sentía en ese momento.
—¿Quieres
que me quede o prefieres estar a solas? -me preguntó cuando llegamos
y recogió y el coche.
No
pude evitarlo y comencé a sollozar mientras me arrojaba a sus
brazos. Lo último que quería en ese momento era separarme de él.
Empecé a besarle con fervor y, aunque al principio se mostró algo
esquivo, enseguida se rindió y respondió a mis besos con la misma
pasión.
El
color rojo no tardó en empezar a cubrirlo todo, como anticipo de lo
que iba a ocurrir. Jacob volvió a convertirse en el centro del
universo, en lo único que podía percibir, así como en lo único
que necesitaba percibir.
Me
desperté en mi cama, entre sus brazos. A duras penas podía recordar
cómo habíamos llegado hasta allí. Todo lo demás lo recordaba con
absoluta claridad.
Él
seguía dormido. Me incorporé a medias y comencé a recorrer con mi
dedo índice el contorno de los perfectos músculos de su pecho. Abrí
los ojos lentamente y me sonrió. Yo le di un beso y me recosté de
nuevo sobre él, que me rodeó con sus ardientes brazos.
—¿Has
dormido bien? -le pregunté.
—De
maravilla. ¿Y tú?
—Bueno,
hay noches en las que he dormido más -contesté con reticencia.
—Sí,
desde luego -convino-. Pero dudo mucho que hayas tenido noches
mejores.
Solté
una débil carcajada y me incorporé. Esta vez no traté de cubrirme
rápidamente. El pudor había desaparecido. Me acerqué a mi maleta,
aún por deshacer, y busqué mi bata negra de raso.
—¿Dónde
está nuestra ropa? -pregunté mientras ajustaba la cinta alrededor
de mi cintura. No había ni rastro de ella.
—¿La
ropa? -se carcajeó-. Supongo que te la irás encontrando por las
escaleras.
—¡Ah!
De acuerdo. Esto… Voy a preparar algo para desayunar.
—Eso
estaría genial -contestó mientras se sentaba en la cama y se
estiraba-. Oye, Nessie, ¿te importaría buscar mis pantalones de
camino?
—Claro.
Ahora te los traigo.
Tal
como me había dicho, nuestra ropa se encontraba esparcida por toda
la escalera. La fui recogiendo por el camino. En el salón estaba mi
vestido rojo, o lo que quedaba de él, pues estaba hecho jirones. Y
seguí hasta la puerta del garaje, donde encontré la última prenda:
la chaqueta de Jake. Subí de nuevo para llevarle los susodichos
pantalones y dejar todo lo demás.
—¿Tienes
por ahí alguna camisa de tu padre o de alguno de tus tíos que pueda
servirme? No es que tenga frío precisamente, pero si Billy me ve
llegar sin camisa... Bueno, ya me entiendes.
—¿Y
qué hay de la tuya?
—Creo
que no la dejaste en muy buenas condiciones.
—¿Yo?
Rebuscó
en el montón de ropa que acababa de dejar sobre la cama y me la
lanzó. Mientras la examinaba, enrojecí por completo. Apenas le
quedaban dos botones y tenía otros tantos colgando. Los demás
habían desaparecido. De eso sí que no me acordaba. Se acercó a mí
y elevó mi cara para obligarme a mirarle.
—¿Qué
pasó anoche?
El
peso de la desolación cayó sobre mí con contundencia. Llevaba todo
el rato intentando no pensar en ello. Era de esperar que sacase el
tema a colación antes o después.
—Nada.
Sólo un pequeño bajón.
—Y
eso, ¿por qué?
—Yo…
No lo sé.
—Prometiste
decirme lo que fuese.
Odiaba
tener que mentirle. Sentía que no sólo le traicionaba a él,
también me traicionaba a mí misma. Debía confiar en él.
—Sé
que vas a pensar que estoy loca o algo así, pero… Anoche sentí
que esto no va a durar mucho -confesé
señalándonos a ambos para enfatizar el “esto”-.
Es como si supiera que no nos queda mucho tiempo, que todo va a
terminarse de un momento a otro.
—¿Y
se puede saber qué es lo que te hace pensar eso? Nessie, si es por
lo de aquella camarera, sabes de sobra que…
—No,
Jake. Esto no tiene nada que ver con tu camarera.
—No
es mi
camarera
-contestó
molesto mientras dejaba caer los brazos a ambos lados de su cuerpo.
—Eso
no importa.
—Sí
que importa, Ness. Eres lo más importante de mi vida y me duele que
no confíes en mí. Sólo te veo a ti. No puedo ver a ninguna otra.
Créeme.
—Te
creo, Jake.
—¿En
serio?
—Te
lo prometo -susurré con los ojos anegados.
Él
me abrazó con fuerza mientras yo ahogaba mi llanto contra su pecho.
—Nada
va a terminarse, ¿entendido?
—No
quiero que te separes de mí -le imploré-. Prométeme que nunca me
vas a dejar, que siempre vas a estar a mi lado.
—No
hace falta que te prometa nada.
—Sí,
hace falta- sollocé-. Necesito que me lo digas.
—Está
bien. Te lo prometo. Te juro que voy a estar siempre a tu lado,
¿vale?
—Gracias
-me limpió las lágrimas y volvió a besarme.
Su
estómago sonó estrepitosamente haciéndome romper a reír entre
lágrimas.
—Voy
a preparar el desayuno, ¿sí? Creo que lo necesitas más que una
camisa.
Lo
dejé acabando de vestirse y bajé de nuevo. Cogí una sartén y abrí
la nevera. Esme se había encargado de equiparla perfectamente, aun
así, no tenía ni idea de qué iba a hacer. Nunca antes había
cocinado y no tenía muy claro qué debía hacer. Mis conocimientos
culinarios se reducían a las pocas veces que había echado una mano
a mi madre o a Esme. Así que aún seguía parada frente a la nevera
cuando llegó Jacob, que me arrebató la sartén de las manos.
—Yo
me encargo -me dijo guiñándome un ojo y apartando una silla para
que me sentase a la vez que sacaba una bandeja de bacon.
Pronto
empezó a irse el chisporrotear del aceite y la carne, y la cocina
empezó a llenarse de un delicioso aroma. Me senté y observé la
desenvoltura con la que se desenvolvía. La sensación de la pasado
noche volvió a incordiarme. Apreté los dientes con fuerza y traté
de serenarme. Jacob repartió el bacon entre dos platos que colocó
sobre la mesa.
—Que
aproveche, señorita -me deseó mientras me tendía los cubiertos y
me llenaba un vaso con zumo de naranja.
Esbocé
una débil sonrisa, bajé la cabeza y comencé a juguetear con el
tenedor. A pesar de no estar mirándole, sabía que él permanecía
inmóvil frente a mí y podía sentir, como ya me había pasado otras
veces, sus ojos fijos en mí. Levanté los ojos y su seriedad me
sobrecogió. No pude evitar levantarme y abrazarle. Jacob me acunó
entre sus brazos suavemente, repitiéndome entre susurros lo mucho
que me quería.
—Se
me ha ocurrido algo -comentó pensativo. Me sujetó por los hombros y
me echó hacia atrás para poder mirarme-. ¿Por qué no hacemos un
viaje?
—¿Un
viaje? ¿A dónde?
—Rebecca
no para de darme la brasa pidiéndome que vayamos a visitarla.
—¿Rebecca?
¿Quieres que vayamos a Hawai? -mis ojos se dilataron por la
sorpresa-. Yo... No sé.
—¡Oh,
vamos! Sería estupendo. Tú, yo, la playa… ¿Qué me dices?
—Que
octubre no es el mes más propicio para ir a la playa.
—Ness,
aquella playa no es como La Push. No he ido nunca, pero sé por mi
hermana que allí brilla el sol hasta en diciembre. En las fotos que
nos envía se ven unos paisajes alucinantes. Me gustaría poder ver
aquello con mis propios ojos.
—No
sé, Jake. ¿Cuándo nos iríamos? -su sonrisa se ensanchó a la vez
que su mirada se iluminaba, sabedor de que esta vez iba a ser él el
vencedor-. Tendré que decírselo a mis padres, ¿no?
—¿Qué
te parece mañana?
—¿Mañana?
Es muy pronto… No sé si a mis padres…
—¡Venga,
Nessie! Tus padres saben que estás segura conmigo, da igual dónde
estemos. Además, no creo que pongan muchas pegas. Sólo vamos a
visitar a mi hermana.
—¿Y
qué hay de los billetes? -pregunté con malicia-. Tengo entendido
que andas mal de fondos.
Desvió
su mirada mientras su cara adquiría un leve matiz rojizo.
—Bueno,
yo… Había pensado en pedirle algo de dinero a Embry.
Su
incomodidad me hizo echarme a reír. Tenía el ceño fruncido y el
labio inferior ligeramente adelantado. Parecía estar a punto de
ponerse a hacer pucheros.
—No
seas ridículo -coloqué mi mano en su mejilla y proyecté en su
mente la imagen de los billetes que me habían regalado mis padres-.
No pienso permitir que vayas por ahí pidiéndole dinero a tus
amigos.
Sus
brazos aprisionaron mi cintura y me acercaron a él, que me besó con
ternura. Me di cuenta de que sólo de ese modo era capaz de olvidarme
de todos mis temores. No sabía con certeza qué iba a suceder en el
futuro, pero mi presente estaba completamente lleno de él, y eso era
lo único que me importaba.
Claro
que, cuando sus labios se separaban de los míos, el miedo a perderle
se pegaba a mi piel.
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